Breve semblanza de una de las obras representativas de este dramaturgo griego tan conocido por su estilo peculiar que la ha merecido fama literaria universal hasta nuestros tiempos.
Aristófanes, el gran comediógrafo ateniense nacido a mediados de siglo V A.C., está considerado como el poeta más importante de la comedia antigua y media. Sus cincuenta y cuatro obras, de las que sólo han llegado once hasta nosotros, fueron escritas durante el período que coincidió con la guerra del Peloponeso, época en que la democracia ateniense presentaba puntos débiles como consecuencia de las luchas por el poder, la guerra externa y los defectos internos. Aristófanes, que pertenecía al partido aristocrático y añoraba los tiempos pasados y heroicos, dirigió contra las deficiencias de la democracia ateniense los dardos de su humor, recogiendo y satirizando la vida pública de su época de un modo crudo y divertido, aunque más con la intención de hacer reír que con el propósito de buscar una solución.
Burlón y fantástico, extraño y sublime, Aristófanes, a quien con justicia se puede llamar el último gran poeta de la juventud de Grecia, se atrevió a decir en el teatro lo que nadie osaba decir en las asambleas. Nadie flageló con tanta impiedad los vicios y ridiculeces de su tiempo y, de este modo, a través de un diálogo de vivacidad admirable, salpicado de chistes y agudezas, atacó a los gobernantes de Atenas, en “Las avispas”, al ejército y la guerra, en “Las aves”, “La asamblea de las mujeres” y “Lisístrata”, a personajes ilustres, como Cleón, en “Los caballeros”, a Eurípides en “Las tesmoforias”, y otras. De igual manera atacó a los literatos, a los filósofos, al Senado y al pueblo mismo. Aunque era amante del orden establecido y de las tradiciones, tenla un gran sentido crítico que hizo que en sus manos la comedia se transformara en una fuerza semejante a la de la moderna prensa política.
Una de sus obras más representativas es Lisístrata, comedia perteneciente a su segundo periodo, en el que se invade el terreno de la fantasía. Aunque después de la catástrofe ateniense en Sicilia, las oportunidades de negociar una paz favorable para Atenas eran escasas, Aristófanes tuvo el valor, en Lis Istrata, de defender esa paz con Esparta.
En su comedia Lisístrata (nombre de mujer que significa “la que invalida los ejércitos”), el argumento se centra en el hecho de que las mujeres de Atenas y Esparta, capitaneadas por la ateniense Lisístrata, rehúsan dormir con sus maridos hasta que se haga la paz. Firmes en su decisión, las mujeres ocupan la Acrópolis y se ponen sus mejores ropas para provocar a sus maridos, quienes, como no pueden pasarse sin ellas, se avienen finalmente a hacer la paz.
En esta comedia, como en casi todas las obras de Aristófanes, se hace evidente la visión irónica del poeta ante las utopías políticas tan abundantes en el mundo griego, en un periodo en que la nación, minada por sus incurables discordias, se lanzaba a mayores aventuras. Estas idílicas utopías son también objeto inmediato de sus burlas en otras comedias suyas como “La asamblea de las mujeres”; “Las ranas”; “Pluto” y especialmente “Las nubes”, en la que ridiculiza los postulados filosóficos de Sócrates y sus implicaciones políticas y sociales.
Lisístrata es la comedia más desentrenada de Aristófanes y en la que hay mayor licencia de lenguaje y mayor escabrosidad en las situaciones. En ella, el papel del coro es extraordinario y sus intervenciones brindan un inusitado movimiento. La íntima justicia de los discursos con que la protagonista domina la acción, se balancea con la gran comicidad y osadía de las escenas licenciosas. Como en todas las comedias de Aristófanes que conocemos, aquí la acción se divide en dos partes: una primera, en que se desarrolla la intriga, y la segunda, en que se presentan múltiples escenas unidas por una idea general. El pacifismo humanitario y elevado de la obra se refleja con frecuencia a la felicidad de la vida privada, y sus episodios, sazonados de maliciosa comicidad, asestan duros golpes dondequiera que el autor distinga un vicio o una debilidad. Ejemplo de esto son las simpáticas escenas en que el coro se divide en dos bandos opuestos que discuten acerca de la conspiración femenina, o cuando Mirrina, una de las conjuradas, finge disponerse a complacer a su marido cuando éste corre a suplicarla, y ella, en el pasaje más cómico de la obra, le deja plantado.
Aristófanes, figura compleja y contradictoria, en ocasiones parece poner su arte totalmente al servicio de unos ideales elevados, pero luego vemos cómo habla del vicio y los viciosos con una alegre indiferencia. Las contradicciones de su personalidad se manifiestan de diferentes maneras, por ejemplo él, que se consideraba defensor de la religión, en algunas de sus obras se burla de los dioses; y con respecto a su estilo, vemos que a las bromas más groseras, suceden los más suaves cánticos. El suyo es un mundo pleno de contrastes, nutrido de una fuerza elemental: la alegría.
La obra de Aristófanes es también un vehiculo inapreciable para conocer las instituciones y las costumbres atenienses de fines del siglo V A.C. Sus comedias ostentan una gran gracia y frescura en las partes del coro, que sólo podrían compararse con le maestría de los coros de Sófocles y Eurípides. De igual manera en sus obras deslumbra la originalidad de la fabulación de situaciones cómicas, la fantasía exuberante, y sobre todo, la efectiva creación de tipos (aunque no de personajes), que es una de sus características fundamentales. Todo esto demuestra por qué el éxito de Aristófanes sobrepasó al de cualquier otro comediógrafo de su tiempo. Incluso hoy sus obras continúan representándose. No sin fundamento, su incomparable calidad mereció el elogio entusiasta de Platón, que afirmó: “las Gracias, buscando un santuario indestructible, encontraron el alma de Aristófanes”.
Su inigualable desenfado, su mordaz sentido del humor y la precisión de su estilo literario han convertido a Aristófanes no sólo en el padre de la comedia occidental, sino en uno de los grandes teatristas de la literatura universal.
OA.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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