Absolutamente humanos si vienen de la inspiración y genialidad del gran Vallejos que con justicia se ha ganado un puesto propio en la literatura universal.
Considerado como una de las voces más puramente americanas de la poesía en español, el peruano César Vallejo (1892-1938) ha sido una de las figuras más influyentes en la juventud de las últimas décadas, a ambos lados del Atlántico. Sus “Poemas humanos” (publicados póstumamente) constituyen la muestra más rotunda y completa de una poética de sello personalísimo y siempre desgarrada entre el reclamo estético y el moral, entre el dolor de la soledad y el sentimiento de solidaridad, entre la herida del tiempo y la nostalgia de la eternidad. La obra, que recoge casi toda su producción poética de los últimos años (1931-1938) viene a ser una especie de testamento poético.
La poesía de Vallejo se ha estudiado desde innumerables ángulos, siempre parciales, pues su riqueza es inagotable. Sobre todo en “Poemas humanos” el poeta intensifica el dolor para llegar a la esperanza y esgrime ferozmente la ironía para transmitir la ternura y descubrir, finalmente, “la frente impersonal”. Lejos queda el postmodernismo en tono romántico de su primer libro, “Los heraldos negros” (1918), que publicó en Trujillo cuando era un maestro desconocido y en el cual ya esbozaba con vigor sus temas cordiales, esos “golpes como del odio de Dios”: la orfandad humana, la pérdida del amor, la muerte de los seres queridos, el hambre de amor y justicia. Distante también la poética vanguardista de “Truco” (1922), resultado de los cuatro meses que pasara Vallejo escondido, y en la cárcel a causa de un oscuro incidente político. La fusión entre vigilia y sueño y entre presente y pasado, la simbología personal, los excesos del lenguaje y la rebelión de la sintaxis, contribuyeron a lograr un libro hermoso, aunque a veces oscuro. En “Poemas humanos” conserva Vallejo lo mejor del lenguaje emocional e incoherente de “Trilce”, pero hace más diáfano el simbolismo de los números, reconcilia la tradición con la innovación e intensifica el color de la experiencia y la resonancia del dolor. Lirismo profundamente humano, universal y solidario es el de “Poemas humanos”. Espontaneidad y maestría técnica son el secreto de su fuerza: entrega eficaz de la vida en la palabra.
Se ha hablado de los acentos nobles del alma mestiza de Vallejo. Pudiera también hablarse del mestizaje de estilo en “Poemas humanos”, en el que hay desde sonetos hasta largos poemas en prosa (despecho de estilo y deliberación emotiva) y cuyo lenguaje está impregnado de sustrato indígena, de modo que las palabras parecen de arcilla moldeada por manos imaginativas. Es la de Vallejo una poética de las contradicciones: una ética-estética del dolor. A propósito de esto observa el poeta y critico venezolano Guillermo Sucre que uno de los poemas en prosa se titula “Voy a hablar de la esperanza”, “mientras en el texto sólo se habla del dolor”: fuerza inhumana y devastadora, pero que conduce a la verdad (soledad) y agudiza la voluntad de transformar el mundo (solidaridad).
La mayoría de estos noventa y cuatro poemas son escritos o revisados entre agosto y diciembre de 1937. Vallejo muere el Viernes Santo de 1938, y parece que lo hubiese presentido cuando desde su mísero retiro fechó el poema final “Sermón sobre la muerte”. Aquí vemos al hombre que se sabe solo con su palabra, frente a Dios y prometido a “esposa Tumba’; desengañado de soluciones:
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Tiene razón Octavio Paz al decir que, a pasar de su comunismo militante, el autor de “Poemas humanos” es un gran poeta religioso. Su visión del mundo tiene su clave en los Evangelios y en las liturgias de la infancia: Testimonio verbal de lo que ha llamado Sucre la experiencia del “poeta caído”, siempre con sus dolores, y los ajenos a cuestas:
Hasta Paris ahora vengo a ser hijo.
Escucha Hombre, en verdad te digo que eres el Hijo Eterno,
pues para ser hermano, tus brazos son escasamente iguales
y tu malicia, para ser padre, es mucha.
No hay verdadera solución para el conflicto entre lo espiritual y lo temporal, entre poesía y revolución, entre la vida y la palabra. La poesía es el amor desmesurado. La única posibilidad que tiene el Hijo de redimir las culpas es mediante la entrega amorosa y el sacrificio. Por eso Vallejo no dice Bienaventurados... sino “Amados sean...”
Y con su verbo fustigante siembra en el lector la noción de que todo hombre es esencialmente “un mutilado, no de un combate sino de un abrazo”; alguien que nace para vivir de su propia muerte, de su “cojera antigua” y que tiene un “miedo terrible a ser un animal”. Es decir: que ha de “levantarse del cielo hacia la tierra / por sus propios desastres / y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla”. Y no obstante o precisamente por eso:
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado,
Qué más da! Emocionado... Emocionado...
Asimismo, sólo es posible saborear lo hondo de la vida cuando hay un careo con la muerte. El poeta enfermo y casi olvidado, la redescubre al notar su falta: “Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias. Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte”.
Poeta universal y a la vez peruanísimo, los traductores se quejan de su “idiomatismo feroz”, que lo hace difícil de traducir a otras lenguas; sin embargo, como su obra atañe profundamente al hombre del siglo XX, es cada vez más estimado como uno de los grandes poetas de Hispanoamérica.
JRP.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
Otros artículos.
Las flores del mal - Baudelaire.
Rimas y leyendas - Bécquer.
Obra poética - Darío.
Odas - Horacio.
Tartufo - Moliere.
Considerado como una de las voces más puramente americanas de la poesía en español, el peruano César Vallejo (1892-1938) ha sido una de las figuras más influyentes en la juventud de las últimas décadas, a ambos lados del Atlántico. Sus “Poemas humanos” (publicados póstumamente) constituyen la muestra más rotunda y completa de una poética de sello personalísimo y siempre desgarrada entre el reclamo estético y el moral, entre el dolor de la soledad y el sentimiento de solidaridad, entre la herida del tiempo y la nostalgia de la eternidad. La obra, que recoge casi toda su producción poética de los últimos años (1931-1938) viene a ser una especie de testamento poético.
La poesía de Vallejo se ha estudiado desde innumerables ángulos, siempre parciales, pues su riqueza es inagotable. Sobre todo en “Poemas humanos” el poeta intensifica el dolor para llegar a la esperanza y esgrime ferozmente la ironía para transmitir la ternura y descubrir, finalmente, “la frente impersonal”. Lejos queda el postmodernismo en tono romántico de su primer libro, “Los heraldos negros” (1918), que publicó en Trujillo cuando era un maestro desconocido y en el cual ya esbozaba con vigor sus temas cordiales, esos “golpes como del odio de Dios”: la orfandad humana, la pérdida del amor, la muerte de los seres queridos, el hambre de amor y justicia. Distante también la poética vanguardista de “Truco” (1922), resultado de los cuatro meses que pasara Vallejo escondido, y en la cárcel a causa de un oscuro incidente político. La fusión entre vigilia y sueño y entre presente y pasado, la simbología personal, los excesos del lenguaje y la rebelión de la sintaxis, contribuyeron a lograr un libro hermoso, aunque a veces oscuro. En “Poemas humanos” conserva Vallejo lo mejor del lenguaje emocional e incoherente de “Trilce”, pero hace más diáfano el simbolismo de los números, reconcilia la tradición con la innovación e intensifica el color de la experiencia y la resonancia del dolor. Lirismo profundamente humano, universal y solidario es el de “Poemas humanos”. Espontaneidad y maestría técnica son el secreto de su fuerza: entrega eficaz de la vida en la palabra.
Se ha hablado de los acentos nobles del alma mestiza de Vallejo. Pudiera también hablarse del mestizaje de estilo en “Poemas humanos”, en el que hay desde sonetos hasta largos poemas en prosa (despecho de estilo y deliberación emotiva) y cuyo lenguaje está impregnado de sustrato indígena, de modo que las palabras parecen de arcilla moldeada por manos imaginativas. Es la de Vallejo una poética de las contradicciones: una ética-estética del dolor. A propósito de esto observa el poeta y critico venezolano Guillermo Sucre que uno de los poemas en prosa se titula “Voy a hablar de la esperanza”, “mientras en el texto sólo se habla del dolor”: fuerza inhumana y devastadora, pero que conduce a la verdad (soledad) y agudiza la voluntad de transformar el mundo (solidaridad).
La mayoría de estos noventa y cuatro poemas son escritos o revisados entre agosto y diciembre de 1937. Vallejo muere el Viernes Santo de 1938, y parece que lo hubiese presentido cuando desde su mísero retiro fechó el poema final “Sermón sobre la muerte”. Aquí vemos al hombre que se sabe solo con su palabra, frente a Dios y prometido a “esposa Tumba’; desengañado de soluciones:
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Tiene razón Octavio Paz al decir que, a pasar de su comunismo militante, el autor de “Poemas humanos” es un gran poeta religioso. Su visión del mundo tiene su clave en los Evangelios y en las liturgias de la infancia: Testimonio verbal de lo que ha llamado Sucre la experiencia del “poeta caído”, siempre con sus dolores, y los ajenos a cuestas:
Hasta Paris ahora vengo a ser hijo.
Escucha Hombre, en verdad te digo que eres el Hijo Eterno,
pues para ser hermano, tus brazos son escasamente iguales
y tu malicia, para ser padre, es mucha.
No hay verdadera solución para el conflicto entre lo espiritual y lo temporal, entre poesía y revolución, entre la vida y la palabra. La poesía es el amor desmesurado. La única posibilidad que tiene el Hijo de redimir las culpas es mediante la entrega amorosa y el sacrificio. Por eso Vallejo no dice Bienaventurados... sino “Amados sean...”
Y con su verbo fustigante siembra en el lector la noción de que todo hombre es esencialmente “un mutilado, no de un combate sino de un abrazo”; alguien que nace para vivir de su propia muerte, de su “cojera antigua” y que tiene un “miedo terrible a ser un animal”. Es decir: que ha de “levantarse del cielo hacia la tierra / por sus propios desastres / y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla”. Y no obstante o precisamente por eso:
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado,
Qué más da! Emocionado... Emocionado...
Asimismo, sólo es posible saborear lo hondo de la vida cuando hay un careo con la muerte. El poeta enfermo y casi olvidado, la redescubre al notar su falta: “Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias. Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte”.
Poeta universal y a la vez peruanísimo, los traductores se quejan de su “idiomatismo feroz”, que lo hace difícil de traducir a otras lenguas; sin embargo, como su obra atañe profundamente al hombre del siglo XX, es cada vez más estimado como uno de los grandes poetas de Hispanoamérica.
JRP.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
Otros artículos.
Las flores del mal - Baudelaire.
Rimas y leyendas - Bécquer.
Obra poética - Darío.
Odas - Horacio.
Tartufo - Moliere.
(Sería bueno compartir este contenido con nuestras amistades y contactos usando los botones de Redes Sociales que aparecen debajo. Es fácil y toma sólo unos segundos. Gracias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se agradece cualquier comentario sobre este artículo o el blog en general, siempre que no contenga términos inapropiados, en cuyo caso, será eliminado...