Aspectos de una obra que por su originalidad rebelde motivaron un tiempo a calificar a su genial autor como responsable de una literatura casi maldita.
En Francia, hacia mediados del siglo XIX, a pesar de todos los cambios científicos, políticos y literarios que venían perfilándose, la observación de lo real no le brindaba al espíritu artístico perspectivas ilimitadas. La novela realista se torna naturalista, describiendo los hechos de una manera documental. Los poetas de la escuela del Parnaso describen el mundo sin expresar sentimientos personales, según la estética de lo que ellos llamaban “el arte por el arte”. En pleno período realista, el “idealismo” encuentra algunos defensores tenaces cuyo nuevo sentir responde tanto a los excesos de romanticismo como a los del realismo. Tal es el caso del gran poeta lírico francés Charles Baudelaire (1821-1867) quien señala el final de la estética romántica y abre las vías hacia una nueva percepción del mundo y del arte: el simbolismo.
Para traducir lo que él llamó, “el itinerario complejo del alma”, Baudelaire quiso impartirle de nuevo a la poesía su carácter de pureza, de autenticidad, de reflexión; por eso es que muchos le han llamado, el poeta de la vida interior, Baudelaire nunca pudo adaptarse a sus tiempos, a la sociedad que le tocó vivir. Desentonaba con la mediocridad burguesa de su siglo, la detestaba, la sufría y se quejaba dando muestras de rebeldía.
Esa lucha angustiosa entre el poeta y la sociedad se plasma magistralmente en su obra poética cumbre “Las flores del mal”, Su publicación en 1857 provoca un escándalo por considerarla “un atentado a la moral pública”. Incluso entre sus contemporáneos, dichos versos suscitaron una terrible e injusta incomprensión y un gran rechazo. Después del proceso legal a que el poemario da lugar, el mismo Baudelaire publica una segunda edición enmendada (eliminando poemas “escandalosos”) y con treinta y cinco nuevos poemas adicionales.
Las flores del mal recoge, en esencia, la búsqueda de un extraño ideal. De estas flores enfermizas, como el poeta mismo las llama, brotan quejas, desdenes, cansancios y anhelos en una escala de sentires eminentemente líricos. El libro está dividido en seis partes: “Spleen e Ideal”, “Cuadros Parisinos”, “El Vino”, “Flores del Mal”, “Rebelión” y “La Muerte”. Desde el prólogo, que va dirigido al “público lector”, encontramos un tono intimo de desencanto y el tema eje que motiva al poeta: el cansancio de la vida... “pero entre las panteras, los monos y los linces... hay uno que es más feo, más inmundo, más malo, Es el tedio! Tú lo conoces, lector, al delicado monstruo, hipócrita lector —mi igual—, hermano mío!”.
La primera parte del poemario está trabajado alrededor de dos postulados. Uno es el “ideal” o espiritualidad, es decir, un deseo de refugiarse en un más allá imaginario (fantástico a veces, exótico otras), unas ansias de ascender. El otro es lo que el poeta tradujo como el “esplín” que no es más que la sensación de aplastamiento, la desolación, la obsesión del abismo: lo nauseabundo. Los versos del poema “Elevación” ilustran esa primera vertiente:
Por encima de valles, por encima de lagos,
más allá de los soles, más allá de los éteres,
alma mía, te mueves con toda agilidad.
Escápate bien lejos de esas mórbidas miasmas!
Por otra parte, la segunda tendencia, el tema del esplín se recoge muy bien en los siguientes versos:
Pero mi alma está hendida;
y cuando taciturna quiere poblar de cantos la fiera paz nocturna,
ocurre que su voz, de son debilitado,
el estertor semeja de un herido olvidado,
junto a un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
que expira, sin moverse, entre enormes esfuerzos.
Otros temas importantes, que se repiten una y otra vez, son el de la evasión del mundo terrenal y el de la muerte. Para Baudelaire, no había un alivio más reconfortante que el de emprender un viaje hacia otros puertos imaginarios, y la muerte era el ascenso hacia una vida mejor. De todos los poemas que desarrollan estos aspectos, el más significativo es el famoso soneto “El viaje” que, precisamente, concluye el poemario:
iSaber amargo aquel que del viaje se obtiene!
El mundo es monótono y pequeño y sombrío.
¡Oh, Muerte, capitana, es tiempo ya! Levemos!
Este país nos pesa, oh Muerte! aparejemos!
Al fondo del abismo, Cielo, Infierno, ¿qué importa?
Al fondo de lo ignoto para encontrar lo nuevo.
El tedio, la desesperación, la rebeldía, la muerte como bálsamo, los enigmas de la naturaleza, la concepción pesimista del hombre, el anhelo espiritual, todos estos temas se desprenden de este sensible poemario, En “Las flores del mal”, el poeta vuelca su corazón para entregamos una poesía sugestiva, plena de estados de ánimo. Para crear ese mundo poético, Baudelaire acude a imágenes que evocan los sentidos. Es un poeta de una lírica suntuosa, trabajada a base de un sinnúmero de elementos melódicos: acentos rítmicos, aliteraciones, repeticiones y alteraciones de sonidos agudos y graves. El estilo de Baudelaire se caracteriza por la increíble riqueza y propiedad de sus vocablos y por la abundancia de símbolos y diversas figuras retóricas. Es a veces fastuoso, rico y audaz en sus metáforas y comparaciones; también despliega un gran ornato verbal y una gran preocupación formal. Pulía y embellecía sus versos hasta conseguir un equilibrio adecuado entre el fondo y la forma.
Formalmente, Baudelaire revolucionó la estética poética francesa; en cuanto a contenido, sus versos recogen los aspectos esenciales de la condición humana. La confesión poética de su mal, de sus desesperanzas y de su insatisfacción reflejan, en gran medida, al hombre de ayer y de hoy. No hay página en la que no se expresen esos sentimientos. Por tal razón, Baudelaire y sus “Flores del mal” ocuparán siempre un lugar entre los clásicos.
NG.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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