lunes, 30 de mayo de 2011

Historia de la Cultura Boliviana

Autor: José Fellman Velarde.

PRÓLOGO.
La tarea de escribir una obra de historia cultural requiere, previamente, la obligación de aclarar lo que se entiende por cultura. De otra manera, el campo de estudio que se abarca, resultaría opaco y discutible.
Definiciones de cultura hay muchas, pero todas ellas, de un modo u otro, pueden catalogarse en dos grandes grupos: las sociológicas y las históricas. Para el sociólogo, la cultura lo engloba todo o casi todo, es la suma de la actividad humana dentro de una sociedad dada. El historiador es menos ambicioso. Para él, la cultura "es el conjunto de las actividades espirituales -creativas diría yo- de un pueblo".
Como ésta, en esencia, es una obra de historia, se ha ceñido, naturalmente, al ámbito histórico.
Hecha la primera aclaración, resulta evidente la necesidad de una segunda. ¿Cuáles son las manifestaciones espirituales o creativas de un pueblo? En orden de importancia, primero el pensamiento, aquellas directrices que, tácita o explícitamente, informan la conducta de ese pueblo en cada uno de los momentos de su desenvolvimiento; además, la educación, el mecanismo gracias al cual nace el pensamiento, es inyectado en la corriente social y se convierte en causa histórica. Luego, las ciencias, el estudio de los hechos observables, desplegados en el amplio abanico que va desde las puras, especulativas, hasta sus aplicaciones. En tercer lugar, las letras, en todas sus formas, incluso aquellas, como el periodismo por ejemplo, nacidas de un propósito pasajero por último, las artes y el folklore.
Las manifestaciones espirituales o creativas de los pueblos son originadas por las condiciones ambientes, económicas, sociales y políticas que viven esos pueblos y, a su vez, influyen en esas condiciones dentro de una larga cadena cada uno de cuyos eslabones, a la postre, viene a resultar causa y efecto a la vez.
Un ejemplo, cualquier, sirve para ilustrar esa afirmación. La obra literaria de la generación, de los años treinta, caracterizada por una aspiración de cambio, vaga si se quiere, no podría explicarse sin tener en cuenta algunos hechos que le dieron vida: la crisis del llamado problema del indio, la maduración de la clase obrera, el predominio del pensamiento liberal, y sobre todo, la guerra del Chaco. Por otra parte, sin tener en cuenta el impacto resultante de esa obra, tampoco podría explicarse el cambio, cuando ocurrió años más tarde, o, por lo menos, no podría explicárselo integralmente.
La regla es igualmente válida para las manifestaciones espirituales o creativas individuales, ya que, después de todo, son parte del total. Incluso las manifestaciones estructuralmente tardías respecto a su época, las tentativas innovadoras o, en otro plano, lo que se ha dado e llamar "obras de arte por el arte mismo", no pueden explicarse sino respecto al eje de las condiciones históricas, como demostraciones, respectivamente, de que un nuevo orden establecido empieza a ser cuestionado o que, dentro del orden, hay segmentos sociales anímicamente despegados.
Por esa razón, en este trabajo, se ha encarado la historiación de la cultura boliviana sobre el gran telón de fondo de la historia boliviana entendida como un conjunto de hechos ambientales, económicos, sociales y políticos, a fin de posibilitar la comprensión de las manifestaciones espirituales o creativas de los bolivianos, sus orígenes, sus consecuencias, la influencia que tuvieron, y poderlas, en consecuencia, valorar debidamente.
El hacer historia de la cultura, como el hacer historia en general, importa emitir juicios de valor, lo que, casi siempre, resulta conflictivo, sobre todo para el autor.
No hay manera de evitar el problema. Se puede, sí, minimizarlo, reduciendo, en todo lo que es posible, el elemento subjetivo que entra, necesariamente, en toda apreciación. Para ese objeto, en el caso particular de esta obra, primero, he tenido en cuenta que Bolivia, país pobre, mediterráneo y de escasos habitantes, no ofrece las condiciones ideales para un desarrollo cultural vigoroso y sostenido, lo que hace tanto más dignos de estímulo a quienes producen sobreponiéndose a esos obstáculos y tanto más meritorios a quienes alcanzan una estatura internacional. Y, segundo, dentro de ese criterio, me he sujetado a los parámetros propios de toda crítica responsable: la influencia de la obra criticada, su originalidad tanto dentro de una escuela como en relación con su tiempo, el valor intrínseco de sus presupuestos y de sus proposiciones, la armonía entre el fondo y la forma, su fuerza, su equilibrio, su claridad.
Nótese el uso del vocablo "parámetros" y no el de "reglas". Las reglas son pasajeras. Evaluar una creación literaria de acuerdo a las reglas gramaticales en boca, por ejemplo, es imprudente, podría desanimar a un innovador. Los innovadores, precisamente, son los que rompen unas reglas para crear otras.
La aplicación estricta de ese doble criterio, me ha permitido, sin caer en la injusticia, historiar, como parte de la cultura boliviana lo que, como parte de la cultura boliviana lo que, como parte de una cultura nacida de mejores condiciones no tendría, tal vez, el mérito suficiente; limitar el juicio adverso, cuando se hace constructivamente necesario, para los personajes o las obras inflados más allá de sus verdaderas proporciones, y orillar la tentación de hacer un catálogo de lo que es sólo una historia.
Una advertencia. Esta "Historia de la Cultura Boliviana" no llega más que hasta el año 1956. El resto es demasiado reciente para aventurar un estudio o una valoración con pretensiones definitorias. Pero le he añadido unas "Notas" adicionales, puramente tentativas, que llegan al año 1971. Repito que son puramente tentativas. La historia actual, sus condiciones, no ha cuajado aún lo suficiente como para registrarla sin temor a equivocarse, y la cultura que le corresponde, por lo tanto, se halla todavía en ebullición.
Y una explicación final. Se ha acompañado esta obra con una bibliografía básica, que puede ser útil para el que quiera profundizar en el tema, total o parcialmente. Las obras comentadas en el texto, como es natural, no figuran en esa bibliografía.

PARTE 1 - LOS FACTORES FORMATIVOS.
LA RAÍZ NATIVA.
El altiplano es una enorme y árida meseta que se extiende entre las Cordilleras Real y Occidental, dos brazos que el gran macizo andino abre en el nudo de Vilcanota y cierra e la quebrada de Humahuaca.
Cuenta con pocos y delgados cursos de agua, y su altura media oscila alrededor de los 3.600 metros sobre el nivel del mar. La agricultura, por eso, se halla restringida a unos escasos rubros y depende del régimen de lluvias. La vida humana, consiguientemente, resulta sacrificada e insegura.
Se halla, al norte, aliviada por la hoya del lago Titicaca. En los alrededores de esa hoya, gracias a la acción fecundadora de las aguas, la producción de alimentos es mayor y puede sustentar una población más numerosa.
Allí nació la célula madre de la bolivianidad.
No se sabe, a ciencia cierta, cuando lo hizo. Los restos humanos más antiguos que se ha encontrado hasta ahora, tienen unos 11.000 años. Se trata de unas pinturas de tipo arruínense existente todavía cerca de Mojo-Coya, en la provincia Zudáñez, y de algún material lítico hallado en Viscachani y en el cerro Relaves de San Vicente de Lípez. Fueron hechos por tribus de cazadores primitivos de paso a otras tierras más abundantes de animales.
Los primeros asentamientos tienen, poco más o menos, 4.300 años. Fueron descubiertos en Chiripa y Sora-Sora. Sus actores se hallaban, recolectando sus alimentos, cazando ocasionalmente y empezando a cultivar la papa.
Una vez que hubieron dominado el cultivo de la papa, esos recolectores devinieron agricultores y empezaron a evolucionar con rapidez. Su evolución avanza, históricamente en tres grandes épocas. La primera puede denominarse Época de los Grandes Cultivos. Empezó hace 2.800 años, cien más de cien menos, y se distingue por varias características peculiares: el aumento de la población determinado por la mayor productividad del cultivo estable; la definición de la propiedad de la tierra y que concluye en el ayllu, un grupo humano unido por vínculos de sangre, asentado en la tierra, que la posee colectivamente, la trabaja en común y cuyos miembros se dividen, por igual, el fruto de su esfuerzo; una primera definición social que relieva a los sacerdotes como administradores y a los artesanos, dedicados a producir para el culto; la modificación de ese culto, o sea, las súper imposición de una diosa de la fertilidad: la Pachamama, sobre las creencias animistas y totemistas propias de los cazadores y recolectores; la aparición de la marka, una federación de ayllus, debido a la creciente importancia del culto, y el establecimiento del ocio creativo.
La papa posee un alto rendimiento. Una familia, con el trabajo de tres meses, puede vivir todo un año. Su cultivo da, pues, tiempo para pensar; es decir, para dedicarse a ese ocio creativo. Con ello nace la cultura.
Durante la Época de los Grandes Cultivos hubo, en el altiplano, varios centros urbanos de importancia: Pucara y Chañapata entre otros, amén de Chiripa; pero Tiwanacu, que perduró a lo largo de dos milenios, fue, sin duda, lema importante. Era el corazón del aymarismo, la sede de un culto generalizado, lo más grande y lo más bello.
Tiwanacu se halla a 60 kilómetros de La Paz en dirección al lago Titicaca y se llamaba, probablemente, Taipicala que significa "piedra de en medio"; Chuquihuara que quiere decir "campamento de oro" o Wiñaimarca, traducible como "ciudad eterna".Durante la Época de los Grandes Cultivos evolucionó, desde el punto de vista cultural, en tres fases.
Durante la primera, las construcciones se hicieron de piedras bastas unidas con barro, como el pequeño templete semisubterráneo que tiene, en cuanto adorno principal, el raro motivo de las cabezas clavas. Los edificios, al menos los principales, estaban comunicados por estrechos caminos empedrados. La cerámica es peculiar por el pulido vertical con espátula, su engobe amarillo y su pintado rojo. Se producían, también, objetos de oro, plata y cobre.
En la segunda fase empezó a trabajarse la piedra principalmente arenisca roja debido a su mayor maleabilidad. Las piedras eran, aún, unidas con barro y devastadas sólo en caras visibles. Para dar solidez a las paredes se usaban grandes bloques colocados verticalmente a intervalos regulares. El Kalasasaya empezó a construirse entonces. Lo tipifican los grandes bloques verticales que sirven de sostén a sus paredes y está a la vista que fue concluido más tarde y refaccionado varias veces. La cerámica era puramente utilitaria, lisa y de un material con un alto contenido micáceo. Aparecieron las primeras aleaciones: cobre con oro o plata por lo general.
En la tercera fase, las energías del aymara tomaron vuelo y procuraron grandes empresas para emplearse. Fue completado el Kalasasaya, se construyó el Aka Pana y empezó el Puma-Punku. El Aka-Pana fue concebido de acuerdo a una idea general y distinta de la que inspiró el Kalasasaya y realizado con una técnica diferente de construcción. El material es el mismo, la arenisca roja, pero se ha aprendido a trabajarlo con mayor precisión, en masas rectangulares perfectamente cortadas y pulidas, de modo que los altos bloques verticales subsisten, únicamente, como motivos de adorno. El uso del barro se hizo innecesario, ya que las piedras se ajustan a tal punto que es imposible meter una hoja de cuchillo entre sus junturas. El bajorrelieve pasó a formar parte inseparable de la arquitectura.
Empezó a tenderse una red de alcantarillado, hecha de piedra, asombrosa como obra de ingeniería y que comprende cuatro niveles de "cañerías" de distinta dimensión, con sus correspondientes bocas de tormenta.
La cerámica se producía en dos tipos. Uno, sin pintura, adornado con incisiones y realizado en cuatro formas principales: un vaso de borde ondulado, otro de borde recto, un cazo con asas horizontales y un incensario, semejante al vaso, pero del que se desprendió un cabeza totémica en bulto; el otro, pintado, que añadió a las cuatro formas de la cerámica incisa, una ampolla globular de cuello alto y delgado. Empezó a precisarse, en el diseño, el severo y peculiar estilo tiwanacota, con dibujos muchas veces antropomorfos, geométricamente estilizados, en rojo, anaranjado y marrón.
Es posible, por analogía con las técnicas y el material empleado en la construcción, clasificar la estatuaria. De acuerdo con ese criterio, corresponderían, a la primera fase, los antropolitos bastos y cuyos adornos no corresponden a una sola unidad de concepción como el llamado Kon-Tiki; a la segunda, los monolitos de tendencia naturalista, cuyos mejores ejemplos son los "dioses acuclillados" que se hallan, actualmente, a las puertas de la iglesia del pueblo; a la tercera fase, los monolitos estilizados, ricos en adornos, representados, idealmente, por el que, en nuestros días, señorean la plaza de stadium en La Paz.
El inventario cultural, al finalizar la Época, se enriqueció enormemente. El tipo de papa original fue desdoblado en más de trescientas variedades, amén de la oca y la quinua. Se usó el algodón junto a las lanas de llama, alpaca y vicuña. Las aleaciones fueron refinadas para adecuar los porcentajes al uso del objeto. Se empleó el hueso en la fabricación de agujas y la madera en la de varios instrumentos musicales. Se usaban adornos de piedras semipreciosas, topos de metales raros, anillos y botones de arcilla....Un alto porcentaje de enterramientos revela cráneos artificialmente deformados. Las armas, de varios tipos, empezaron a hacerse comunes, lo que indica una situación generalizada en conflicto.
Alrededor del primer siglo de nuestra Era, la Época de los Grandes Cultivos dio paso a otra que se caracteriza, principalmente, por la domesticación de todas las plantas comestibles que se conocieron hasta la Conquista, la introducción de sistemas generales de riego, el uso de los abonos y, lo que es igualmente importante, el descubrimiento del bronce, que le da su nombre.
El bronce es un arma. Gracias a ella, se subrayó la importancia social de los guerreros, que acabaron por convertirse en estamento aparte junto a los sacerdotes, y canalizaron la creciente necesidad de espacio vital creada por el aumento de la población, expandiendo el ámbito cultural tiwanacota hasta Cochabamba por el sur y Pachacámac por el norte.
El bronce es también una herramienta. Con ella, el hombre altiplánico se hizo capaz de abandonar la andesita roja y enfrentarse al trabajo de otras piedras más duras y perdurables como la andesita gris. Fuera de la "pared balconera" del Kalasasaya, del templete superior del Aka-Pana y de algunos remanentes sueltos del Puma-Punku, no quedan vestigios de ninguna edificación que pueda adscribirse, sin duda, a la Época del Bronce. El aymara, en su transcurso, conservó el espíritu de empresa que había demostrado ya, pero confinado al embellecimiento de los edificios existentes. El cortado, el pulido y a unión de las piedras, se mantuvieron en un nivel de rara perfección y continuó la práctica llevada a su apogeo, de adornar las paredes con bajorrelieves y frisos en su cara exterior y con nichos cruciformes y escaleriformes en su cara interior. El hallazgo de pequeños capiteles y piedras de dintel, acredita la existencia de puertas y ventanas rectangulares. Los primeros trabajos hechos con taladro, son contemporáneos de ese tipo de construcciones.
La estatuaria de andesita gris sigue el patrón perfeccionado en la última fase de la Época de los Grandes Cultivos, mejorando el detalle y elevando la idealización en Época del Bronce, no es, sin embargo un monolito, sino la "Puerta del Sol". Si bien los aymaras señoreaban ya sólidos conocimientos astronómicos. El motivo que adorna esa "puerta" no parece ser un calendario; más bien, la representación de la organización social tiwanacota de ese entonces.
Los conocimientos calendáricos de los tiwanacotas de la Época del Bronce están eternizados en la llamada "placa de Echenique". Su porción central representa el rostro de Viracocha, la divinidad suprema de la metrópoli aymara desde la tercera fase de la Época de los Grandes Cultivos, y el círculo que la rodea se halla dividido en tantos cuarteles como meses tiene el año lunar.
La cerámica ceremonial tiwanacota de la Época del Bronce, es de varia y exquisita belleza y colorido, y su calidad resulta superior a cualquiera otra en el continente. El artífice tiwanacota, heredero de una larga tradición, inspirado, domina su material, es un maestro de la arcilla y de los colores. Produce diversos modelos, entre los que sobresale el kero y se cuentan los incensarios de bordes ondulados o lisos que concluyen en cabezas de pumas o de cóndores, el huaco-retrato, el cántaro y las vasijas de bordes abiertos. El diseño suma las principales figuras de la estatuaria, idealizaciones del ser humano y de los animales totémicos de los distintos ayllus federados, sin ningún esfuerzo aparente, para formar otros nuevos, sugestivos y simbólicos. Los adornos subsidiarios son geométricos y en ellos se repite el signo escalonado.
El trabajo de los metales y del hueso es exquisito. Collares, máscaras y armas, muestran el genio de la raza en su máxima expresión original.
El inventario bélico, amén del hacha y de la maza, comprende la flecha y el peto. El espíritu religioso y guerrero del tiwanacota ha dejado, en las realizaciones del artista, muestras útiles para adelantar un estudio de costumbres. Los jefes, a juzgar por lo que es ve en los huaco-retratos, se pintaban el rostro con dos surcos, desde la frente hasta las mejillas y usaban máscaras como los sacerdotes. Se conservan keros e los que se ven bailarines enmascarados de cuyas manos cuelga la cabeza de sus enemigos, cráneos-trofeos y calotas craneanas que servían como vasos sagrados, acaso para beber chicha.
El arte tiwanacota de la Época del Bronce, evidencia un alto grado de refinamiento. Las formas originales del modelo se desdibujan en el vuelo de la fantasía y, al adquirir acento propio y diferente, contribuyen a precisar, en el proceso, el carácter del artista que las creó y el de la sociedad que creó al artista. La imaginación que se solaza idealizando y combinando está, sin embargo, sujeta a la severidad del estilo predominante. El refinamiento, por eso, no cae en el preciosismo, la línea conserva su trazo seguro y angular, y la armonía se mantiene por la distribución uniforme, casi matemática, de los elementos.
Para completar la pintura de la sociedad tiwanacota debe alinearse, junto a sus realizaciones materiales, alguna noción sobre el cuerpo de ideas que constituía su vida intelectual.
Cuando los Incas, que podían haber recogido sus tradiciones, conquistaron el altiplano, Tiwanaku era una ciudad en ruinas y los habitantes no conservaban más que un manojo incoherente de mitos y leyendas. Esos mitos y leyendas, si pudieran fecharse, constituirían los restos arqueológicos conservados hasta la actualidad. Por eso, el material más importante que e tiene a mano para profundizar en ese terreno es el idioma.
El idioma es una cosa viva, plástica y al mismo tiempo, un instrumento. Crece enriqueciéndose, a medida que aumenta el horizonte intelectual de quienes lo utilizan y, consiguientemente, refleja, muy ajustadamente, su grado de cultura. ES lógico, por eso, pensar que un idioma alcanza su plenitud con la plenitud de la sociedad a la que sirve.
La evolución del aymara, idioma de los tiwanacotas, si podía aún evolucionar, quedó detenido por la conquista española. El habitante aymara, desde entonces, recurre al castellano para expresar cualquier concepto que le es desconocido. Ese hecho notorio permite deducir que un fenómeno semejante se produjo, hace cinco siglos, con la conquista incásica, más aún si se sabe que los Incas, entre sus medios de dominio, imponían el aprendizaje del quechua.
El idioma aymara, pues, alcanzó su plenitud antes del Incario y precisamente, durante la Época del Bronce, ya que nunca, como entonces, los aymaras requirieron de términos que significaran el vuelo de sus ideas y la amplitud de sus conocimientos.
La ciencia astronómica de los tiwanacotas ha dejado su huella en la riqueza de vocablos creados para darle precisión. El siglo: vinaya, las estaciones, los meses y los días, tienen sus nombres respectivos. Se distinguían los planetas. Venus era nantaio, Marte era sartirninasannha y Júpiter pakheri. Los cometas llamaban encalla, la Vía Láctea alaj takhi y el plenilunio paysurutti.
Los aymaras poseían un sistema decimal de numerar: hakhuta sin haber llegado como los mayas, a la abstracción del cero. Comprendían las nociones del círculo, cuadrado, recto y curvo.
Sus medidas menores eran el palmo: tajlli y la cuarta, chia. Es de suponer, por la exactitud de sus construcciones, que esas medidas habían sido estandarizadas.
Sus actividades agrícolas e, incluso, las técnicas apropiadas como riego, canalización, terradío y abono, dieron al aymara un elevado porcentaje de acepciones. Los oficios o cama: carpintero, metalurgista, cacharreo, poseen sus denominaciones especiales.
Cuando los españoles impusieron sus diferencias sociales en la región, el aymara, para denominarlas, no tuvo necesidad de recurrir al castellano. Contaba con sus correspondencias para esclavo: supari, para siervo: yana o jaque, para noble: Iñaco. También ciertos conceptos teogónicos; eterno era sayma y creador hapallatha o pachajachachi.
Pero donde se evidencia con mayor claridad la hondura del pensamiento aymara es en las abstracciones como acción: huraña, entendimiento: chumaniña costumbre: sara, paz: utaña, tristeza: llaqui, razón: aro, imaginación: amajasicha y condición natural: chima, lo que requiere un considerable desenvolvimiento de la facultad de generalizar.
Es digno de hacer notar que también poseían nociones como letra, escrito y escribiente.
La Época del Bronce duró unos ocho siglos. Al cabo, el impulso expansionista de los aymaras desde Tiwanacu, logró la primera unificación política y cultural de los Andes Centrales, todo lo que es ahora Bolivia y el Perú, más una parte de Chile y la Argentina y otra del Ecuador.
Esa unificación caracteriza una nueva Época que no puede tener otro nombre que Imperial. Aparecieron poblados ya no organizados solamente, sino planificados; se regularizó el intercambio; los conocimientos metropolitanos fueron generalizados y mejoró la navegación gracias al uso de la totora.
El esfuerzo imperial recanalizó las energías del aymara del arte a la conquista. El uso de la piedra en las construcciones se redujo a los cimientos, reutilizándose, a veces, material antiguo y reemplazando el bajorrelieve por la pintura mural. La estatuaria fue rebajada parte del planteo arquitectural, enanizando los modelos en función de ornamentos. En la cerámica surgieron formas derivadas, de menor gracia y proporción que las originales, algunas puramente ornamentales y la mayoría hechas en molde. Los diseños clásicos resultaron mutilados y perdieron su sentido convirtiéndose en un puro adornado, ejecutado sin atención y pintado en negro sobre café y anaranjado.
Como todos los pueblos que alcanzan la etapa imperial, Tiwanacu se hizo vulnerable. No se sabe bien qué precipitó su derrumbe, probablemente una sequía prolongada. Lo cierto es que se derrumbó con rapidez. Su inmenso territorio resultó parcelado como un rompecabezas que ha perdido su cohesión y, en el altiplano, los aymaras se dividieron en busca de un nuevo equilibrio.
Pero la metrópoli misma no se recuperó jamás.

PARTE I - LOS FACTORES FORMATIVOS.
EL INJERTO FORÁNEO.
I.
Los primeros años del Coloniaje se desenvolvieron bajo el signo de las luchas entre los propios conquistadores. Coludieron, primero, almagristas y pizarristas; luego, los "encomenderos" y la Corona. Todo lo cual, naturalmente, retrasó la iniciación más o menos metódica del proceso colonizador.
La manzana de la discordia entre Pizarro y Almagro fue la posesión del Cuzco, que no había sido cabalmente definida en las concesiones de tierras efectuadas por la Corona dentro de las "Capitulaciones". Almagro fue derrotado en Las Salinas, juzgado y muerto. Sus seguidores despojados, se vengaron, algunos años más tarde, asesinando a Pizarro en Lima. Como resultado, Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco quedó dueño y señor de todo el antiguo Imperio Incaico.
Las confrontaciones entre los "encomenderos" y la Corona tuvieron causas más profundas. La Corona, como institución permanente, estaba obligada, primero, a defender la única verdadera riqueza local: el indio, de la codicia de los "encomenderos" que, deseosos de hacer fortuna con rapidez, la agotaban impiadosamente, y, segundo para los fines de esa defensa, a imponer su autoridad absoluta en el Perú.
Ese doble objetivo se concretó, el año 1542, con las Ordenanzas de Barcelona. Fue reafirmada la revertibilidad de las "encomiendas"; la prestación del trabajo campesino resultó substituida por el tributo y se trasladó, al dominio americano, toda la jerarquía institucional española empezando por los Virreinatos y las Audiencias.
Los "encomenderos", en defensa de sus privilegios, se alzaron bajo las banderas de Gonzalo Pizarro. Este, como Almagro, resultó, al cabo, derrotado en Sacsahuamán, juzgado y ejecutado, gracias a la astucia de un clérigo: Pedro de la Gasca. Las Ordenanzas de Barcelona fueron puestas en vigor, excepción hecha de los acápites referentes a la substitución del trabajo obligatorio por el tributo.
Mientras los "encomenderos" y la Corona disputaban el destino del continente, fue descubierto el cerro de Potosí, un milagro de riqueza tan enorme que, por si solo, había de determinar la forma del Coloniaje y su curso, en todo el Alto Perú, por cerca de tres siglos.
La Gasca, para conmemorar su victoria, ordenó la fundación de La Paz. Estaba destinada a servir de pascana en el largo camino de la plata entre Lima y Potosí; pero cobró importancia independiente como nudo del camino del oro hacia Tipuani, y del camino de la coca yungueña, cuya demanda se había multiplicado a causa de la mita.
II.
La incorporación del antiguo feudo de los Pizarro al dominio absoluto de la Corona mediante las Ordenanzas de Barcelona, inició, recién, el proceso de colonización en el Alto Perú.
Ese proceso, que dura hasta a Independencia, se desenvolvió en varios períodos acusadamente singularizados. El primero va, poco más o menos, desde la derrota de los "encomenderos" hasta el segundo decenio del siglo XVII, cuando la minería potosina entra en su época de mayor auge, y puede calificarse como el período de caracterización del orden colonial.
En él, lo que le da su denominativo, el orden colonial, primero, es definido en un ámbito político concreto; segundo, ese ámbito político resulta organizado práctica y legalmente; tercero, empieza a poblarse en sus puntos de mayor importancia a los fines colonizadores, y, cuarto, adquiere la fisonomía social que había de serle propia durante toda su existencia.
La definición del orden colonial altoperuano se produjo con la creación de la Audiencia de Charcas el año 1559. Su núcleo básico era el altiplano, al que, con generosa imprecisión, se le añadieron enormes extensiones por los cuatro costados. La Audiencia de Charcas, legalmente al menos, dependía del Virreinato de Lima; de hecho, a causa de la distancia, funcionaba como un ente autónomo.
La organización más o menos sistemática del orden colonial, fue, en gran medida, obra de virrey Francisco de Toledo que gobernó el Perú entre 1559 y 1581, y lo fue, sobre todo, por la dictación de las "Ordenanzas", el primer intento hecho para adaptar la legislación española a las condiciones peculiares de la colonia.
El poblamiento de los puntos de mayor importancia del ámbito colonial altoperuano, hasta entonces reducido a su corazón altiplánico, se realizó mediante las fundaciones. Fueron motivadas por el descubrimiento de nuevas minas; el empeño de los aventureros en la búsqueda de "El Dorado", el reino fabuloso de la riqueza y de la felicidad; la creciente demanda de alimentos determinada por la rápida expansión potosina y la necesidad de defender el territorio audiencial de las incursiones de las salvajes tribus orientales, chiriguanas sobre todo.
Así, en 1538 y 1606, nacieron Chuquisaca, Santa Cruz, Cochabamba, Tarija, Trinidad y Oruro principalmente.
Entre los caminos surgidos para vincular fundaciones con su núcleo central, figura, en primer término, el de la coca, que unía Potosí con La Paz por un arco tendido a través del valle de Cochabamba, y, en segundo término, el que iba de Tarija a Cotagaita, ramal desprendido del gran camino de la plata.
La diversidad de las causas que motivaron las fundaciones, produjo un conjunto desordenado y desigual. Las gentes y el progreso con ellas, resultaron concentradas en los centros mineros, Potosí sobre todo, lo que disminuyó el impulso de otros poblados, excepto La Paz y Cochabamba, y sumió a las fundaciones tropicales en un largo sopor vegetativo.
La modalidad española, europea en verdad, de usar los poblados como centros de poder: guarniciones, mercados y sedes administrativas, determinó, sobre todo en la Audiencia de Charcas, una división profunda, económica, política y cultural, entre la urbe y el campo. La ciudad y la campiña empezaron a ser dos países diferentes. Su incomunicación había de tener largas y hondas consecuencias en el desarrollo de la sociedad altoperuano primero y boliviana más tarde.
El orden colonial adquirió su fisonomía social peculiar en los hechos, pero son las "Leyes de Indias" las que lo configuran con mayor precisión.
Las "Leyes de Indias" constan de nueve libros. Tienden esencialmente, a organizar el drenaje de la riqueza colonial en beneficio de la Corona y estatuir el aparato político y administrativo necesario para operar ese drenaje. Sus diversas disposiciones rigidifican el monopolio comercial de la Corona tendente a dictar los precios de los productos que las colonias debían consumir y de las materias primas que esas colonias producían; rearreglar el sistema de concesiones de tierras, lo que, mediante el mecanismo de las "composiciones" iba a terminar en la aparición del latifundio de tipo feudal; aclaran el sistema impositivo y el régimen de los "estancos", dos medios adicionales al monopolio para drenar la riqueza colonial; reafirman las prerrogativas financieras de la Iglesia, beneficiada con los "diezmos" y las "primicias" e imponen en las colonias un aparato burocrático de doble curso, similar al que operaba en la metrópoli. Uno, originado en el Rey, que puede denominarse como la burocracia peninsular y otro nacido de la ciudadanía, la burocracia local.

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