Autor: O.E.A., Departamento de Asuntos Culturales.
Fuente: “Américas”, Organización de los Estados Americanos, 1971.
ACLARACIÓN NECESARIA.
Este artículo es la visión panorámica global de los países que conforman la organización al año de publicación (1971), así como de una sinopsis histórica de cada uno de ellos, en base a material aportado por las respectivas representaciones diplomáticas. Aunque en varios aspectos esta información ya resulta desactualizada, mucho de la misma, especialmente en lo descriptivo, contextual, cultural e histórico y características nacionales sobresalientes desde sus orígenes hasta el siglo XX continúa teniendo valor, por lo que se la ofrece para quienes tener una guía rápida alternativa sobre los países americanos, con el mérito de que procede de una fuente institucional de imparcialidad y objetividad reconocida así como autorizada.
INTRODUCCIÓN.
La presente introducción a las Naciones Americanas comprende únicamente a los Estados que son en la actualidad miembros de la OEA, incluyendo Cuba, no obstante la temporal erradicación de su Gobierno del seno de este organismo internacional.
Ligados para siempre por los vínculos indestructibles de una misma realidad geográfica y de un común origen histórico, esas naciones americanas han proclamado en la Carta de la Organización el firme propósito de mantenerse solidariamente unidas en la consecución de un destino también común. De ahí que, antes de presentar en apretada síntesis sus características nacionales sobresalientes, se ofrezca el panorama global del territorio que las contiene y de la que forman parte indivisible: la gran patria americana.
Sin atenernos a un criterio geográfico riguroso, se han agrupado convencionalmente los distintos países en forma que facilite su conocimiento y que contribuya a destacar los nexos que los relacionan entre sí.
Todo lo que puede afirmar la unidad dentro de la diversidad de matices de la gran familia americana se ha hecho aparente, y todo lo que aún puede ser causa de disparidad o desavenencia, se ha eludido intencionadamente; porque unir y no dividir es la consigna del momento americano.
De otra parte, esta breve introducción no pretende en forma alguna ser exhaustiva en cuanto a informaciones y datos de interés geográfico, histórico y cultural. Inevitables omisiones de nombres y circunstancias se producen en la sumaria descripción de los diversos países y en la mención de sus valores más representativos. Este elemental empeño, en fin, no va dirigido a los especialistas y versados en asuntos americanos, ya que su propósito es sólo despertar el interés y promover el conocimiento y la mejor comprensión de nuestra América.
(Departamento de Asuntos Culturales de la Organización de los Estados Americanos, Guillermo de Zéndegui).
EL GRAN ESCENARIO AMERICANO.
Las dos Américas continentales, la del Norte y la del Sur, unidas por la franja ístmica de la América Central, a la que corresponde el vasto archipiélago de las Antillas, tienen rasgos estructurales muy semejantes, aunque formaron bloques continentales distintos en épocas geológicas no muy lejanas. Las grandes unidades morfológicas en ambas Américas son tres: 1) bloques arcaicos al noreste: 2) aristas montañosas de plegamiento terciario al oeste; 3) llanuras centrales sedimentarias. El eje montañoso del Pacifico, verdadera columna vertebral de los continentes, está constituido por cadenas paralelas de montañas que ciñen altas mesetas. Abundan las formas y la actividad volcánica, síntoma de la juventud del sistema. Las Rocky Mountains se continúan más allá del Río Grande, con la Sierra Madre de México, Entre las Rocky Mountains y el sistema del Pacifico se extiende una vasta región de mesetas y cuencas interiores, asiento de uno de los más bellos accidentes geográficos de todo el continente: el Cañón del Colorado. Ya en México, se marca la transición de una región montañosa de intenso vulcanismo que caracteriza a la cordillera a nivel de la América Central. Las montañas antillanas siguen idéntica orientación oeste-este. En América del Sur, el eje montañoso del Pacífico se continúa con los Andes que se inician en Venezuela, se dividen en tres brazos en Colombia, se cierran hacia el sur y siguen la meseta el Ecuador abierta entre las cordilleras occidental y la oriental. Ambas altísimas montañas se reúnen y unifican entre las fronteras del Ecuador y Perú y, más al sur, las cordilleras se separan y enmarcan el altiplano boliviano, donde se hallan los lagos Titicaca y Poopó. Luego la meseta va estrechándose con el desierto de Atacama y a partir del Aconcagua, la máxima cumbre de las Américas, el eje montañoso queda reducido a una sola alineación que va perdiendo progresivamente altura hasta el sur de Chile.
Hay dos grandes llanuras en América del Norte: la cuenca del Misisipí y la llanura costera Atlántica. Cuatro grandes ríos sudamericanos corresponden a otras cuatro inmensas llanuras: la del Orinoco (Llanos); la del Amazonas (Amazonia); la del Paraguay (Chaco) y la del Paraná (Pampas). Entre los más sobresalientes picos de América figuran: el Mckinley en Alaska (6.202 mts.), el Chimborazo (6,272 mts.) y el Cotopaxi (5.286 mts.) en el Ecuador; el nevado de Huascarán (6.780 mts.) en el Perú y el ya mencionado Aconcagua (6,959 mts.). Los tres grandes principales lagos de Norteamérica, Superior, Hurón y Michigan, constituyen los tres mayores depósitos de agua dulce de los dos bloques continentales.
Todos los climas del planeta concurren en el continente americano imprimiendo a su vegetación el más variado pintoresco aspecto. Distanciadas apenas por sólo un puñado de millas, fundamentales distingos apartan regiones que ofrecen al visitante contrapuestos escenarios. Esta variada geografía americana ha tenido una influencia en ocasiones decisiva en su proceso cultural. Más abajo del Istmo de Panamá puede afirmarse la existencia de dos Américas: la del altiplano y la de la costa. La unidad política y aún la latitud geográfica no cuentan cuando en término de dos horas se pasa de la serenidad y el frío de las cumbres al ardor del trópico. Actitudes y hábitos, la forma de pensar, de sentir y de hacer: todo el estilo de vida del pueblo, en fin, al igual que el color de las cosas, el ritmo de la música y el sabor de la fruta, sufre un brusco y dramático giro entre la sierra y el mar. No conoce Colombia, ni Ecuador, ni Perú, quien no ha subido las mesetas y bajado a la orilla del mar, como tampoco en otros órdenes de contrastes de la naturaleza conoce el inmenso Brasil, quien sólo ha alcanzado a ver el panorama que se domina desde lo alto del Corcovado, en Río de Janeiro. Porque más allá de la próspera e industrializada región de la costa sureste del Brasil se extienden selvas inexploradas y tribus en completo estado de salvajismo.
EL PASADO COMÚN AMERICANO.
La población del Continente al tiempo de producirse la conquista ha sido estimada en unos 50.000.000 habitantes predominantemente de origen mongoloide. Sus antepasados se cree que habían llegado a América cruzando el estrecho de Bering en sucesivas migraciones, muchos miles de años atrás. Los grupos tribales diferían grandemente entre sí en diversas características así como en niveles culturales. En general, los pueblos cazadores y recolectores y los dedicados a una agricultura simple, habitaban en las regiones templadas y más frías del Norte y del Sur, así como en la cuenca del Amazonas, mientras que los de culturas avanzadas ocupaban la meseta central de México y el altiplano andino hasta Chile.
Sus predecesores habían alcanzado un notable nivel de desarrollo artístico y tecnológico, en algunos casos desde hacia cinco o diez siglos antes de Cristo. Todas las zonas de avanzada cultura disponían de semejantes recursos tecnológicos, pero algunos grupos sobresalían por sus realizaciones científicas, sociales, políticas y artísticas.
Una de las culturas precolombinas más brillantes fue sin duda la maya, cuya historia abarca unos doce siglos. Los mayas se adelantaron en el desarrollo de la escritura, el calendario, la arquitectura y otras expresiones artísticas y llegaron a comprender el concepto de cero matemático varios siglos antes de Cristo y casi un milenio antes de que fuera entendido en el mundo europeo por los matemáticos árabes. Otra cultura de importancia fue la azteca, que apareció en el valle de México hacia 1168 como tribu errática, y que durante el siglo anterior a la Conquista consiguió forjar un extenso y poderoso imperio, adoptando las artes y conocimientos de sus predecesores y organizando una compleja estructura social y política. Una tercera cultura fue la de los incas quienes, partiendo de su patria, en Cuzco, según sus propias crónicas en el año 1437 d.C., en poco más de una centuria construyeron un imperio muy bien organizado que se extendía por los Andes y la llanura costera desde el norte de Chile hasta Colombia, y se destacaba tanto por su diestra planificación social como por su regio esplendor.
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA.
Aunque ya en el siglo X los irlandeses y noruegos pusieron su planta en Islandia y posiblemente descendieron por las costas orientales de América del Norte, el descubrimiento de América fue un logro de los españoles en las postrimerías del siglo XV. Cristóbal Colón, marino genovés al servicio de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, descubrió la isla de Guanahani o San Salvador, en las Bahamas, iniciándose así un capitulo de sucesivos y fantásticos descubrimientos que habían de transformar no sólo la geografía sino la economía del mundo. Aunque Colón pareció creer siempre que había llegado a las costas del Asia descritas por Marco Polo, muy pronto Europa adquirió conciencia de la independencia continental del Nuevo Mundo al que el geógrafo alemán Martin Waldseemüller llamó por primera vez América, en honor del navegante florentino Américo Vespucio. La formación del imperio hispánico fue extraordinariamente rápida. Más allá de la línea divisoria trazada por el Papa Alejandro VI sobre el mapa inconcluso del mundo, todas las tierras, mares e islas descubiertas y por descubrir pertenecían a España. Santo Domingo de Guzmán, fundada por Nicolás de Ovando en 1502, fue la primera capital de las Américas y el centro de donde irradiaron las principales expediciones exploratorias hacia el norte, oeste y sur del mar Caribe. Ponce de León llega a la Florida, Velásquez a Cuba. Espinosa a Panamá, Hernán Cortés a México. La conquista del imperio azteca por este último terminó en 1521; la de América Central en 1529, y en 1531, poco después del descubrimiento del mar Pacífico por Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro inició la fantástica conquista del imperio incásico que extendió Almagro hasta los confines de Chile y Orellana a lo largo de la selva amazónica. Con anterioridad, a raíz de los primeros descubrimientos de Colón, otros exploradores como Bastidas, Ojeda, Vespucio, Álvarez Cabral y Juan Caboto, bordearon el continente por las costas atlánticas de Norteamérica y desde Brasil a la Patagonia. Así, a mediados del siglo XVI, España dominaba ya sobre la mayor parte de América, excepto en el Brasil cedido a Portugal por el tratado de Tordesillas. La parte septentrional del continente no pareció interesar demasiado a los españoles y ello permitió la penetración de Francia e Inglaterra. En efecto, los ingleses se establecieron en la costa del territorio actual de los Estados Unidos y en la Terranova, y los franceses se fijaron definitivamente en Canadá, a comienzos del siglo XVII.
COLONIZACIÓN.
Fue a raíz de los grandes descubrimientos que comienza la colonización de América, un largo período en el que por el entrecruzamiento de los europeos y los indígenas fue originándose el mestizo americano, punto de partida de una nueva raza llamada a desempeñar en el Continente un papel protagónico. En particular los ibéricos (españoles y portugueses), resultaron excelentes colonizadores, no sólo porque mezclaron sin reservas su sangre con la sangre de los indígenas, sino porque no escatimaron esfuerzos en el empeño de sembrar de prósperas ciudades el Continente y de dejar como saldo de su dominio un extraordinario patrimonio monumental artístico que es hoy orgullo de Latinoamérica. San Agustín fue la primera ciudad fundada en lo que es hoy el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica por Pedro Menéndez de Avilés, muchos años antes del desembarco de los puritanos en Plymouth. La Habana, México, Guatemala, Santa Fe de Bogotá, San Francisco de Quito, Cuzco, Potosí y Buenos Aires en Hispanoamérica, y Bahía y Pernambuco en Lusoamérica. No tardaron en convertirse progresivamente en emporios de riqueza que, en muchos casos, llegaron a rivalizar con las propias ciudades de la Europa de entonces.
A diferencia de las colonias francesas y anglosajonas regidas en el primer caso por la autoridad máxima de su gobernador asistido por un Consejo de Colonia y, en el segundo, independientes unas de otras aunque unidas a la metrópoli por un representante de la corona inglesa, el imperio español en América se estructuró bajo la autoridad del rey y del Consejo de Indias, dentro de un riguroso sistema de control mercantil practicado a través de la Casa de Contratación de Sevilla. Los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata, comprendían un vastísimo territorio que se extendía desde la California hasta la Patagonia, incluyendo lo que es hoy Nuevo México, Texas, Arizona, Arkansas, Mississippi, Alabama, Georgia, La Florida, así como las posesiones insulares del Caribe. A su vez, los virreinatos estaban divididos en Reales Audiencias, todo ello sin perjuicio de los derechos municipales que la tradición española trató de preservar siempre y que ejercieron en América los alcaldes mayores, corregidores y cabildos. Originalmente el Brasil portugués se dividió en 12 capitanías confiadas a verdaderos señores feudales, los donatarios, pero este régimen fracasó en pocos años y, ya en 1549, se creó el gobierno general del Brasil con sede en Bahía. La unión de Portugal y España (1580-1640) reportó a Brasil la creación de un Consejo de Indias, análogo al español.
Al compás del desarrollo económico y social de la colonia basado fundamentalmente en la explotación de la minería y los productos naturales del suelo, los centros urbanos fueron desenvolviendo su vida cultural calcada en los moldes europeos, pero no exenta de acentos propios y característicos de la realidad ambiente. Y así, a la obra de los primeros cronistas de Indias como Bernal Díaz del Castillo, López de Gomara, José de Acosta, Bartolomé de las Casas, y otros, siguió el despertar de la literatura vernácula y de las artes criollas. Allí donde la sociedad indígena había logrado más altos niveles de organización y maestría, se originó un nuevo estilo artístico resultado de la integración de los distintos valores culturales. La arquitectura y la imaginería de la época reflejan ese fenómeno. Las universidades, cuya fundación en Latinoamérica data de épocas cercanas a la conquista, no obstante las restricciones a que se vieron más tarde reducidas por razones políticas, fueron auténticos centros irradiadores de cultura y el verdadero fundamento de la nueva sociedad criolla ilustrada.
Los indios estuvieron sometidos al régimen de las encomiendas, una forma de servidumbre que, a pesar de las leyes protectoras, derivó pronto en una forma abusiva de explotación. La escasez de brazos indígenas se hizo sentir, en particular en la zona del Caribe, donde la población aborigen era escasa, y determinó la necesaria importación de esclavos africanos.
Esta realidad socioeconómica es común a la América anglosajona y a la ibérica y fue causa de la incorporación definitiva del factor africano al complejo socio-cultural de América. En general, la música indígena primitiva que desempeñara importante papel dentro de la estructura político-religiosa de cada pueblo, se integró con las formas características del folklore musical americano. La aportación europea es básica, lo que no impide que, por ejemplo, las canciones de los negros norteamericanos, las danzas cubanas, la zamba brasileña, el joropo venezolano, o el yaraví de los Andes, respondan a diversas y peculiares influencias demóticas y étnicas.
PERÍODO NACIONALISTA.
Las distintas nacionalidades americanas se fueron conformando a través de un largo periodo de integración y de colonización. A mediados del siglo XVIII las colonias anglosajonas tenían ya una clara conciencia de sus derechos ciudadanos y del arbitrario sistema impositivo al que estaban sometidas. Eran fundamentalmente de origen europeo y de homogénea composición social. Al proclamarse independientes en 1776, iniciaron un proceso libertario de afirmación nacionalista que no habría de concluir, en lo que al imperio español en América se refiere, hasta comienzos del siglo XX con la independencia de Cuba. En efecto, las ideas liberales de la constitución americana ejercieron notable influencia en las minorías ilustradas de Iberoamérica proclives a cuanto representara un estilo de vida más acorde con el pensamiento revolucionario francés en boga y más consecuente con su natural deseo de liberarse del control de una metrópoli lejana y de asumir, directamente, el poder público. Con motivo de la ocupación de España por las fuerzas napoleónicas aparecieron, a partir de 1810, juntas revolucionarias en la mayor parte de las colonias y aunque España logró restablecer su autoridad en todo el imperio, excepto en el virreinato del Río de la Plata, la política represiva de Fernando VII provocó el resurgimiento y ampliación de los movimientos independentistas. San Martín independizó a la Argentina en 1816, y después de la victoria de Chacabuco (1818), a Chile. En 1819, Simón Bolívar organizó la Gran Colombia y restauró la República de Venezuela en 1822, y en este mismo año el General Iturbide, continuando los movimientos revolucionarios de Hidalgo y de Morelos, se declaró emperador de México.
Con la derrota de los ejércitos españoles por las fuerzas combinadas de liberación al mando del General Sucre, en Ayacucho (1824), se selló la independencia de América. El imperio español quedaba reducido a Cuba y Puerto Rico. Brasil consiguió de hecho su independencia de modo bien distinto cuando, en 1822, Pedro de Braganza segregó ese inmenso territorio del reino de Portugal y se ungió soberano del mismo. Canadá fue el único gran dominio europeo que subsistió en América, aunque su autonomía quedó reconocida en 1867. El mismo ejemplo de Canadá siguieron Trinidad y Tobago, Barbados y Jamaica, cuyo logro independentista fue alcanzado sin violencia, durante un largo proceso de evolución.
POBLACIÓN Y DESTINO DE AMÉRICA.
Se ha dicho con razón que este Continente es un inmenso laboratorio de sociología y también un crisol en el que bulle, aún en proceso de conformación, una nueva raza enteramente americana. En efecto, valores diversos y factores pugnantes, como los ingredientes de una fórmula química, tienden a resolverse en una nueva síntesis orgánica de permanente equilibrio. Pueblan el Nuevo Mundo grupos humanos disímiles y conviven dentro de la horma política de cada una de nuestras nacionalidades minorías de población de distinto origen y procedencia. Fundamentalmente hay que reconocer la preexistencia de una América indígena y admitir el hecho histórico de su conquista y colonización por pueblos extracontinentales. Pero no es menos cierto que los grupos aborígenes al tiempo del descubrimiento eran diversos y aun rivales, lo que favoreció su dominación por el conquistador europeo. Al propio tiempo, las potencias extranjeras que se disputaron y repartieron el suelo americano fueron conformando las nuevas nacionalidades a su estilo y semejanza.
Españoles, portugueses, ingleses y franceses procuraron por todos los medios mantener escindido y aparcelado el suelo común del Continente. Así nacieron los primeros prejuicios que aumentaría luego la estratificación social que prevaleciera en todos y cada uno de nuestros países. Dominados y dominadores, señores y siervos, blancos y negros, fueron constituyendo categorías sociales diversas en el seno mismo de las nacientes nacionalidades. De esa suerte lo que somos hoy es una resultante de lo que fuimos; nuestra América actual es la consecuencia de un pasado histórico en acelerado proceso de superación. Si las condiciones geográficas han contribuido a imprimir características comunes regionales, los peculiares distingos de las culturas importadas reaccionaron en forma también distinta al entrar en contacto con la nueva realidad ambiente. Así el desenvolvimiento de las naciones al norte del río Grande diverge del que siguieron las antiguas colonias españolas y portuguesas tanto por razones exógenas de medio ambiente como endógenas de naturaleza socio-cultural.
Pero la comunidad geográfica e histórica del Continente prima sobre toda tendencia disociadora. Los episodios del descubrimiento, la conquista, la colonización y la independencia repiten hechos y circunstancias muy similares en todos y cada uno de nuestros países. Un mismo ideal de libertad y democracia prevalece y prevalecerá en América a pesar de todos los eclipses. La necesidad de unir nuestros esfuerzos y de combinar nuestras aptitudes y facultades en la consecución de las mismas metas de defensa y progreso es ya una verdad reconocida. La conciencia continental, en fin, prevalece sobre los antiguos criterios divisionistas. De ahí la falta de razón histórica de los “ismos”, cualquiera que fuese su designación: indoamericanismo, hispanoamericanismo, angloamericanismo.
No puede hablarse de Indoamérica como de una categoría sociocultural diferenciada y excluyente desde el momento que la realidad indígena contemporánea al hecho histórico del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo dejó de tener vigencia para siempre al perder, a través de un proceso histórico irreversible, su consistencia e integridad. Persiste una cultura mientras mantiene intactos sus valores fundamentales, en tanto que sus instituciones autóctonas y su estilo peculiar de expresión no se desvirtúan o transforman sustancialmente. Esgrimir el indoamericanismo como tesis polémica cuando se habla en lengua romance y se emplean argumentos dialécticos extraídos de la cultura occidental, no pasa de ser un contrasentido lógico. Lo mismo puede decirse de otros “ismos”, no menos falaces o inexactos, por los que se pretende reagrupar a las naciones de América dentro de rígidas clasificaciones étnicas que el tiempo histórico ha superado definitivamente. No hay en verdad, y simplemente porque ha dejado de haberla, una América propia y típicamente española, portuguesa, inglesa o francesa. Lo que no se opone a admitir con toda legitimidad la presencia de valores representativos y características nacionales de esa diversa procedencia en el complejo americano actual. Tampoco se ajusta a la realidad, ni conviene a los comunes intereses del Hemisferio, sostener como tesis divisionista la irreconciliable antinomia de lo angloamericano y lo iberoamericano. Tanto más, cuanto que Norteamérica no es ya sinónimo de sajón ni Suramérica de latino. Basta con repasar las estadísticas para cercioramos hasta qué extremo se latinizan los del Norte y se sajonizan los del Sur, tomando ambas categorías étnicas en lo que más tienen de característico y diferenciador, su estilo de vida. El constante flujo y reflujo de la marea humana, acelerado por todos los medios del desarrollo técnico, va dejando en una y otra parte del Continente un sedimento de acervos culturales y antropológicos que progresiva e inevitablemente acabarán por integrarlas. En ese punto de confluencia, los términos de América del Norte, Centro y Sur perderán toda connotación social o étnica para indicar sólo una orientación geográfica. Y en Estados Unidos, claro está, desaparecerá por completo la inveterada costumbre de utilizar el nombre del Continente para nombrar, con carácter restrictivo, a ese país en particular.
Decir América, así en singular, equivaldrá a decir sin reservas toda nuestra América, de Alaska a la Patagonia; una en la pluralidad de su intrínseca y fecunda naturaleza; una en la diversidad de sus recursos, en el contraste de su geografía, en la dimensión proteica de su personalidad histórica.
ESTADOS UNIDOS.
Estados Unidos de Norte América ocupa el cuarto lugar en el mundo por su extensión territorial, pero ninguna otra nación lo aventaja en poderío y desarrollo. Esa condición de gran potencia mundial y de país líder del mundo libre imparte a los Estados Unidos responsabilidades que exceden a los de cualquiera otra de las naciones del Continente. En lo que a esta parte del mundo concierne, Estados Unidos es ya consciente de que esas responsabilidades son aún mayores por obvias razones de comunidad geográfica e histórica.
EL TERRITORIO. La parte principal del territorio de los Estados Unidos, que se extiende 4.425 kilómetros del Atlántico al Pacífico, puede subdividirse en cinco regiones geográficas muy distintas: 1) la planicie costanera del Atlántico, cuyo litoral accidentado presenta gran número de bahías y puertos excelentes y se extiende hasta los montes Apalaches, cubiertos de densos bosques; (2) la Gran Planicie, zona serniárida que se extiende hasta las montañas Rocosas, por cuya parte central corre de norte a sur el río Misisipi, con vastas extensiones dedicadas al cultivo del maíz, el trigo y a la cría de ganado; 3) la región de las montañas Rocosas, donde está concentrada la riqueza mineral del país; 4) región sudoccidental, zona desértica extraordinaria donde se halla el Gran Cañón del Colorado, una de las grandes maravillas de la naturaleza, y 5) la región de la costa occidental, que comprende la Sierra Nevada y la cordillera costanera, playas cubiertas de palmeras, la famosa sequoia gigantea, amplios desiertos y cultivos de árboles frutales en el valle central.
LA NACIÓN. En el curso relativamente breve de dos siglos, la sociedad colonial, reducida al marco limitado de las 13 colonias inglesas de la costa atlántica, extendía sus fronteras hasta ocupar un territorio diez veces mayor y elevó su población de 4 (1790) a 200 millones de habitantes. Desde 1820, más de 43 millones de inmigrantes han venido a establecerse en Estados Unidos dejando sentir su influencia tanto en la economía como en la cultura del país. Son ya escasos los descendientes de los aborígenes indios, y está logrando una acelerada integración en todos los órdenes de la vida social una importantísima minoría de la raza negra originada en los sucesivos contingentes de esclavos traídos especialmente para el cultivo del algodón en las prósperas colonias del sureste norteamericano. Una poderosa fuerza de cohesión nacional mantiene, indisolublemente unidas dentro del molde de un mismo estilo de vida y de una comunidad de intereses e ideales, gentes de todos los orígenes y procedencias.
La historia de los Estados Unidos, en particular, comienza cinco años después del descubrimiento del Nuevo Mundo cuando, en 1497, Juan Caboto recorre las costas atlánticas. Sus descubrimientos, y los de su hijo Sebastián, permitieron a Inglaterra reclamar esos vastos territorios. Sin embargo, mucho antes de establecerse Jamestown (1607), Ponce de León descubre la Florida (1513) y Pedro Menéndez de Avilés funda en 1565 la primera ciudad, San Agustín.
Puritanos, católicos, cuáqueros y hugonotes buscaron refugio y libertad en tierra norteamericana a partir del desembarco de los Pilgrim Fattiers en el famoso Mayflower (1620). Nueva Inglaterra fue el núcleo original de la naciente expansión colonizadora que culminaría con las 13 colonias, las que en su oportunidad histórica habrían de romper los lazos políticos con la metrópoli europea y reclamar el derecho a la plena independencia. Las primeras batallas se libraron en abril de 1775, y el 4 de julio de 1776 se firmó la Declaración de la Independencia. El ejército patriota del general Washington se fortaleció mucho con la ayuda económica, militar y naval de Francia y de otros países e individuos ilustres extranjeros, y luchó duramente hasta alcanzar la victoria en 1781.
Jorge Washington fue electo primer presidente bajo la constitución de 1789, la cual estableció un sistema de gobierno democrático y representativo, en el que la autoridad del gobierno nacional está divida en tres ramas independientes de igual jerarquía: el poder ejecutivo, encabezado por el presidente; el poder legislativo, compuesto por el senado y la cámara de representantes; y el poder judicial, cuyo polo más alto ocupa la Corte Suprema. La estructura de los gobiernos estatales y locales es similar a la del gobierno federal. La constitución de 1789, que hasta la fecha tiene 25 enmiendas, aún está en vigor. La ciudadanía ejerce el derecho de la autodeterminación —expresado en la frase popular “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”— mediante votación secreta en elecciones locales, estatales y nacionales.
En 1861, las inzanjables diferencias entre el norte y el sur sobre la cuestión de la esclavitud de los negros dieron origen a la Guerra de Secesión. En 1862, el Presidente Abraham Lincoln proclamó la libertad de los esclavos. Tres años más tarde, los ejércitos del norte derrotaron a los del sur, y la nación quedó unida una vez más- En 1898 estalló la Guerra Hispanoamericana, que produjo la independencia de Cuba y la cesión a los Estadas Unidos de las posesiones españolas de Puerto Rico, Guam y las Filipinas. Durante las dos guerras mundiales de este siglo, la participación de los Estados Unidos constituyó el factor decisivo que dio la victoria a los países del mundo libre. En 1946 los Estados Unidos dieron la independencia a las Filipinas, y en 1952 Puerto Rico se convirtió en un Estado Libre Asociado.
LA CULTURA. Aunque la literatura de la América anglosajona tuvo sus primeras manifestaciones en el siglo XVII, los rasgos que hoy la distinguen no se hacen patentes hasta mediados del siglo XIX, en plena eclosión romántica. A los dogmáticos e intransigentes predicadores de Nueva Inglaterra siguieron escritores típicos y bucólicos como Thomas Paine y Crevecoeur, en tanto que en lo profundo del sentimiento político continuaron circulando las ideas liberales del enciclopedismo francés que nutrió el movimiento libertario. Washington lrving (1783-1812) representa el primer avance hacia lo propiamente nacional.
Emerson y Thoreau inician el ensayo filosófico; Longfellow (1807-1882) y Whitman elevan la poesía al más alto rango. En la novela, Harriet Beecher Stowe y Herman Melville (Uncie Tom’s Cabin y Moby Dick) hicieron populares la literatura americana en todo el mundo. Pero ello era sólo el comienzo, ya que las letras se desarrollaron, al compás del acelerado crecimiento de la nación, en todos los géneros literarios, incluyendo en particular las disciplinas científicas. Los nombres de Emily Dickinson, Mark Twain, Sínclair, Henry Adams, a fines del siglo XIX, y de Frost, Crane, Hemingway, O’Neill entre otros muchos, en la presente centuria, han procurado a los Estados Unidos un alto lugar en la literatura universal.
Por su parte el arte colonial, que se inició en la arquitectura con un eco de tradición inglesa y, en las artes plásticas, con formas imitativas de los estilos europeos en boga y con ingenuas expresiones de primitivismo, evolucionó hacia el encuentro de una realidad enteramente nacional, de los que son primeros en arquitectura L. H. Sullivan y Frank Lloyd Wright (1869- 1959). En la plástica no ha sido menos consecuente el proceso de afirmación de lo auténtico americano desde los retratos de Stuart y de Wood hasta el abstraccionismo de Pollock y de tantos otros contemporáneos.
Independientemente de toda consideración cuantitativa, los instrumentos culturales de que dispone Estados Unidos de América son excelentes y ello ha contribuido a aumentar los niveles promedio de ilustración del pueblo. Su sistema bibliotecario no tiene paralelo y el país puede sentirse orgulloso de la cantidad y calidad de sus museos- En particular el complejo museográfico del Instituto Smithsoniano en Washington es digno de admiración y ejemplo. Debe destacarse que, a diferencia de lo que acontece en el resto de América, donde la promoción cultural depende fundamentalmente del Estado y se desarrolla y estimula a través de dependencias oficiales, en Estados Unidos de América se debe en buena parte a la iniciativa privada.
Entre los inventores se hallan, entre otros, Alexander Graham BelI, Robert Fulton, Samuel F. E. Morse, y Orville y Wilbur Wright. Benjamín Franklin, Louis Agassiz, George Washington Carver, Albert Einstein y Robert Oppenheimer no son sino unos pocos entre los muchos científicos. Aunque varias universidades latinoamericanas habían sido fundadas décadas antes del primer asiento inglés en Norteamérica, hacia 1776 había trece universidades y colleges en las colonias, siendo los más antiguos los de Harvard (1636) y William and Mary (1693). Las universidades más sobresalientes son hoy las de Harvard, Berkeley, Yale, Chicago y Princeton.
ECONOMÍA. Los Estados Unidos tienen alrededor de un vigésimo de la población mundial pero su producción equivale a un tercio de los bienes y servicios del mundo. El país dispone de abundantes recursos naturales, incluyendo buena tierra y energía hidráulica así como carbón, petróleo y otros minerales. Los Estados Unidos exportan, principalmente, maquinarias y otros artículos de la industria pesada y de técnica avanzada, que pueden manufacturarse a menor costo en el país debido a la producción en masa.
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Fuente: “Américas”, Organización de los Estados Americanos, 1971.
ACLARACIÓN NECESARIA.
Este artículo es la visión panorámica global de los países que conforman la organización al año de publicación (1971), así como de una sinopsis histórica de cada uno de ellos, en base a material aportado por las respectivas representaciones diplomáticas. Aunque en varios aspectos esta información ya resulta desactualizada, mucho de la misma, especialmente en lo descriptivo, contextual, cultural e histórico y características nacionales sobresalientes desde sus orígenes hasta el siglo XX continúa teniendo valor, por lo que se la ofrece para quienes tener una guía rápida alternativa sobre los países americanos, con el mérito de que procede de una fuente institucional de imparcialidad y objetividad reconocida así como autorizada.
INTRODUCCIÓN.
La presente introducción a las Naciones Americanas comprende únicamente a los Estados que son en la actualidad miembros de la OEA, incluyendo Cuba, no obstante la temporal erradicación de su Gobierno del seno de este organismo internacional.
Ligados para siempre por los vínculos indestructibles de una misma realidad geográfica y de un común origen histórico, esas naciones americanas han proclamado en la Carta de la Organización el firme propósito de mantenerse solidariamente unidas en la consecución de un destino también común. De ahí que, antes de presentar en apretada síntesis sus características nacionales sobresalientes, se ofrezca el panorama global del territorio que las contiene y de la que forman parte indivisible: la gran patria americana.
Sin atenernos a un criterio geográfico riguroso, se han agrupado convencionalmente los distintos países en forma que facilite su conocimiento y que contribuya a destacar los nexos que los relacionan entre sí.
Todo lo que puede afirmar la unidad dentro de la diversidad de matices de la gran familia americana se ha hecho aparente, y todo lo que aún puede ser causa de disparidad o desavenencia, se ha eludido intencionadamente; porque unir y no dividir es la consigna del momento americano.
De otra parte, esta breve introducción no pretende en forma alguna ser exhaustiva en cuanto a informaciones y datos de interés geográfico, histórico y cultural. Inevitables omisiones de nombres y circunstancias se producen en la sumaria descripción de los diversos países y en la mención de sus valores más representativos. Este elemental empeño, en fin, no va dirigido a los especialistas y versados en asuntos americanos, ya que su propósito es sólo despertar el interés y promover el conocimiento y la mejor comprensión de nuestra América.
(Departamento de Asuntos Culturales de la Organización de los Estados Americanos, Guillermo de Zéndegui).
EL GRAN ESCENARIO AMERICANO.
Las dos Américas continentales, la del Norte y la del Sur, unidas por la franja ístmica de la América Central, a la que corresponde el vasto archipiélago de las Antillas, tienen rasgos estructurales muy semejantes, aunque formaron bloques continentales distintos en épocas geológicas no muy lejanas. Las grandes unidades morfológicas en ambas Américas son tres: 1) bloques arcaicos al noreste: 2) aristas montañosas de plegamiento terciario al oeste; 3) llanuras centrales sedimentarias. El eje montañoso del Pacifico, verdadera columna vertebral de los continentes, está constituido por cadenas paralelas de montañas que ciñen altas mesetas. Abundan las formas y la actividad volcánica, síntoma de la juventud del sistema. Las Rocky Mountains se continúan más allá del Río Grande, con la Sierra Madre de México, Entre las Rocky Mountains y el sistema del Pacifico se extiende una vasta región de mesetas y cuencas interiores, asiento de uno de los más bellos accidentes geográficos de todo el continente: el Cañón del Colorado. Ya en México, se marca la transición de una región montañosa de intenso vulcanismo que caracteriza a la cordillera a nivel de la América Central. Las montañas antillanas siguen idéntica orientación oeste-este. En América del Sur, el eje montañoso del Pacífico se continúa con los Andes que se inician en Venezuela, se dividen en tres brazos en Colombia, se cierran hacia el sur y siguen la meseta el Ecuador abierta entre las cordilleras occidental y la oriental. Ambas altísimas montañas se reúnen y unifican entre las fronteras del Ecuador y Perú y, más al sur, las cordilleras se separan y enmarcan el altiplano boliviano, donde se hallan los lagos Titicaca y Poopó. Luego la meseta va estrechándose con el desierto de Atacama y a partir del Aconcagua, la máxima cumbre de las Américas, el eje montañoso queda reducido a una sola alineación que va perdiendo progresivamente altura hasta el sur de Chile.
Hay dos grandes llanuras en América del Norte: la cuenca del Misisipí y la llanura costera Atlántica. Cuatro grandes ríos sudamericanos corresponden a otras cuatro inmensas llanuras: la del Orinoco (Llanos); la del Amazonas (Amazonia); la del Paraguay (Chaco) y la del Paraná (Pampas). Entre los más sobresalientes picos de América figuran: el Mckinley en Alaska (6.202 mts.), el Chimborazo (6,272 mts.) y el Cotopaxi (5.286 mts.) en el Ecuador; el nevado de Huascarán (6.780 mts.) en el Perú y el ya mencionado Aconcagua (6,959 mts.). Los tres grandes principales lagos de Norteamérica, Superior, Hurón y Michigan, constituyen los tres mayores depósitos de agua dulce de los dos bloques continentales.
Todos los climas del planeta concurren en el continente americano imprimiendo a su vegetación el más variado pintoresco aspecto. Distanciadas apenas por sólo un puñado de millas, fundamentales distingos apartan regiones que ofrecen al visitante contrapuestos escenarios. Esta variada geografía americana ha tenido una influencia en ocasiones decisiva en su proceso cultural. Más abajo del Istmo de Panamá puede afirmarse la existencia de dos Américas: la del altiplano y la de la costa. La unidad política y aún la latitud geográfica no cuentan cuando en término de dos horas se pasa de la serenidad y el frío de las cumbres al ardor del trópico. Actitudes y hábitos, la forma de pensar, de sentir y de hacer: todo el estilo de vida del pueblo, en fin, al igual que el color de las cosas, el ritmo de la música y el sabor de la fruta, sufre un brusco y dramático giro entre la sierra y el mar. No conoce Colombia, ni Ecuador, ni Perú, quien no ha subido las mesetas y bajado a la orilla del mar, como tampoco en otros órdenes de contrastes de la naturaleza conoce el inmenso Brasil, quien sólo ha alcanzado a ver el panorama que se domina desde lo alto del Corcovado, en Río de Janeiro. Porque más allá de la próspera e industrializada región de la costa sureste del Brasil se extienden selvas inexploradas y tribus en completo estado de salvajismo.
EL PASADO COMÚN AMERICANO.
La población del Continente al tiempo de producirse la conquista ha sido estimada en unos 50.000.000 habitantes predominantemente de origen mongoloide. Sus antepasados se cree que habían llegado a América cruzando el estrecho de Bering en sucesivas migraciones, muchos miles de años atrás. Los grupos tribales diferían grandemente entre sí en diversas características así como en niveles culturales. En general, los pueblos cazadores y recolectores y los dedicados a una agricultura simple, habitaban en las regiones templadas y más frías del Norte y del Sur, así como en la cuenca del Amazonas, mientras que los de culturas avanzadas ocupaban la meseta central de México y el altiplano andino hasta Chile.
Sus predecesores habían alcanzado un notable nivel de desarrollo artístico y tecnológico, en algunos casos desde hacia cinco o diez siglos antes de Cristo. Todas las zonas de avanzada cultura disponían de semejantes recursos tecnológicos, pero algunos grupos sobresalían por sus realizaciones científicas, sociales, políticas y artísticas.
Una de las culturas precolombinas más brillantes fue sin duda la maya, cuya historia abarca unos doce siglos. Los mayas se adelantaron en el desarrollo de la escritura, el calendario, la arquitectura y otras expresiones artísticas y llegaron a comprender el concepto de cero matemático varios siglos antes de Cristo y casi un milenio antes de que fuera entendido en el mundo europeo por los matemáticos árabes. Otra cultura de importancia fue la azteca, que apareció en el valle de México hacia 1168 como tribu errática, y que durante el siglo anterior a la Conquista consiguió forjar un extenso y poderoso imperio, adoptando las artes y conocimientos de sus predecesores y organizando una compleja estructura social y política. Una tercera cultura fue la de los incas quienes, partiendo de su patria, en Cuzco, según sus propias crónicas en el año 1437 d.C., en poco más de una centuria construyeron un imperio muy bien organizado que se extendía por los Andes y la llanura costera desde el norte de Chile hasta Colombia, y se destacaba tanto por su diestra planificación social como por su regio esplendor.
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA.
Aunque ya en el siglo X los irlandeses y noruegos pusieron su planta en Islandia y posiblemente descendieron por las costas orientales de América del Norte, el descubrimiento de América fue un logro de los españoles en las postrimerías del siglo XV. Cristóbal Colón, marino genovés al servicio de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, descubrió la isla de Guanahani o San Salvador, en las Bahamas, iniciándose así un capitulo de sucesivos y fantásticos descubrimientos que habían de transformar no sólo la geografía sino la economía del mundo. Aunque Colón pareció creer siempre que había llegado a las costas del Asia descritas por Marco Polo, muy pronto Europa adquirió conciencia de la independencia continental del Nuevo Mundo al que el geógrafo alemán Martin Waldseemüller llamó por primera vez América, en honor del navegante florentino Américo Vespucio. La formación del imperio hispánico fue extraordinariamente rápida. Más allá de la línea divisoria trazada por el Papa Alejandro VI sobre el mapa inconcluso del mundo, todas las tierras, mares e islas descubiertas y por descubrir pertenecían a España. Santo Domingo de Guzmán, fundada por Nicolás de Ovando en 1502, fue la primera capital de las Américas y el centro de donde irradiaron las principales expediciones exploratorias hacia el norte, oeste y sur del mar Caribe. Ponce de León llega a la Florida, Velásquez a Cuba. Espinosa a Panamá, Hernán Cortés a México. La conquista del imperio azteca por este último terminó en 1521; la de América Central en 1529, y en 1531, poco después del descubrimiento del mar Pacífico por Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro inició la fantástica conquista del imperio incásico que extendió Almagro hasta los confines de Chile y Orellana a lo largo de la selva amazónica. Con anterioridad, a raíz de los primeros descubrimientos de Colón, otros exploradores como Bastidas, Ojeda, Vespucio, Álvarez Cabral y Juan Caboto, bordearon el continente por las costas atlánticas de Norteamérica y desde Brasil a la Patagonia. Así, a mediados del siglo XVI, España dominaba ya sobre la mayor parte de América, excepto en el Brasil cedido a Portugal por el tratado de Tordesillas. La parte septentrional del continente no pareció interesar demasiado a los españoles y ello permitió la penetración de Francia e Inglaterra. En efecto, los ingleses se establecieron en la costa del territorio actual de los Estados Unidos y en la Terranova, y los franceses se fijaron definitivamente en Canadá, a comienzos del siglo XVII.
COLONIZACIÓN.
Fue a raíz de los grandes descubrimientos que comienza la colonización de América, un largo período en el que por el entrecruzamiento de los europeos y los indígenas fue originándose el mestizo americano, punto de partida de una nueva raza llamada a desempeñar en el Continente un papel protagónico. En particular los ibéricos (españoles y portugueses), resultaron excelentes colonizadores, no sólo porque mezclaron sin reservas su sangre con la sangre de los indígenas, sino porque no escatimaron esfuerzos en el empeño de sembrar de prósperas ciudades el Continente y de dejar como saldo de su dominio un extraordinario patrimonio monumental artístico que es hoy orgullo de Latinoamérica. San Agustín fue la primera ciudad fundada en lo que es hoy el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica por Pedro Menéndez de Avilés, muchos años antes del desembarco de los puritanos en Plymouth. La Habana, México, Guatemala, Santa Fe de Bogotá, San Francisco de Quito, Cuzco, Potosí y Buenos Aires en Hispanoamérica, y Bahía y Pernambuco en Lusoamérica. No tardaron en convertirse progresivamente en emporios de riqueza que, en muchos casos, llegaron a rivalizar con las propias ciudades de la Europa de entonces.
A diferencia de las colonias francesas y anglosajonas regidas en el primer caso por la autoridad máxima de su gobernador asistido por un Consejo de Colonia y, en el segundo, independientes unas de otras aunque unidas a la metrópoli por un representante de la corona inglesa, el imperio español en América se estructuró bajo la autoridad del rey y del Consejo de Indias, dentro de un riguroso sistema de control mercantil practicado a través de la Casa de Contratación de Sevilla. Los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata, comprendían un vastísimo territorio que se extendía desde la California hasta la Patagonia, incluyendo lo que es hoy Nuevo México, Texas, Arizona, Arkansas, Mississippi, Alabama, Georgia, La Florida, así como las posesiones insulares del Caribe. A su vez, los virreinatos estaban divididos en Reales Audiencias, todo ello sin perjuicio de los derechos municipales que la tradición española trató de preservar siempre y que ejercieron en América los alcaldes mayores, corregidores y cabildos. Originalmente el Brasil portugués se dividió en 12 capitanías confiadas a verdaderos señores feudales, los donatarios, pero este régimen fracasó en pocos años y, ya en 1549, se creó el gobierno general del Brasil con sede en Bahía. La unión de Portugal y España (1580-1640) reportó a Brasil la creación de un Consejo de Indias, análogo al español.
Al compás del desarrollo económico y social de la colonia basado fundamentalmente en la explotación de la minería y los productos naturales del suelo, los centros urbanos fueron desenvolviendo su vida cultural calcada en los moldes europeos, pero no exenta de acentos propios y característicos de la realidad ambiente. Y así, a la obra de los primeros cronistas de Indias como Bernal Díaz del Castillo, López de Gomara, José de Acosta, Bartolomé de las Casas, y otros, siguió el despertar de la literatura vernácula y de las artes criollas. Allí donde la sociedad indígena había logrado más altos niveles de organización y maestría, se originó un nuevo estilo artístico resultado de la integración de los distintos valores culturales. La arquitectura y la imaginería de la época reflejan ese fenómeno. Las universidades, cuya fundación en Latinoamérica data de épocas cercanas a la conquista, no obstante las restricciones a que se vieron más tarde reducidas por razones políticas, fueron auténticos centros irradiadores de cultura y el verdadero fundamento de la nueva sociedad criolla ilustrada.
Los indios estuvieron sometidos al régimen de las encomiendas, una forma de servidumbre que, a pesar de las leyes protectoras, derivó pronto en una forma abusiva de explotación. La escasez de brazos indígenas se hizo sentir, en particular en la zona del Caribe, donde la población aborigen era escasa, y determinó la necesaria importación de esclavos africanos.
Esta realidad socioeconómica es común a la América anglosajona y a la ibérica y fue causa de la incorporación definitiva del factor africano al complejo socio-cultural de América. En general, la música indígena primitiva que desempeñara importante papel dentro de la estructura político-religiosa de cada pueblo, se integró con las formas características del folklore musical americano. La aportación europea es básica, lo que no impide que, por ejemplo, las canciones de los negros norteamericanos, las danzas cubanas, la zamba brasileña, el joropo venezolano, o el yaraví de los Andes, respondan a diversas y peculiares influencias demóticas y étnicas.
PERÍODO NACIONALISTA.
Las distintas nacionalidades americanas se fueron conformando a través de un largo periodo de integración y de colonización. A mediados del siglo XVIII las colonias anglosajonas tenían ya una clara conciencia de sus derechos ciudadanos y del arbitrario sistema impositivo al que estaban sometidas. Eran fundamentalmente de origen europeo y de homogénea composición social. Al proclamarse independientes en 1776, iniciaron un proceso libertario de afirmación nacionalista que no habría de concluir, en lo que al imperio español en América se refiere, hasta comienzos del siglo XX con la independencia de Cuba. En efecto, las ideas liberales de la constitución americana ejercieron notable influencia en las minorías ilustradas de Iberoamérica proclives a cuanto representara un estilo de vida más acorde con el pensamiento revolucionario francés en boga y más consecuente con su natural deseo de liberarse del control de una metrópoli lejana y de asumir, directamente, el poder público. Con motivo de la ocupación de España por las fuerzas napoleónicas aparecieron, a partir de 1810, juntas revolucionarias en la mayor parte de las colonias y aunque España logró restablecer su autoridad en todo el imperio, excepto en el virreinato del Río de la Plata, la política represiva de Fernando VII provocó el resurgimiento y ampliación de los movimientos independentistas. San Martín independizó a la Argentina en 1816, y después de la victoria de Chacabuco (1818), a Chile. En 1819, Simón Bolívar organizó la Gran Colombia y restauró la República de Venezuela en 1822, y en este mismo año el General Iturbide, continuando los movimientos revolucionarios de Hidalgo y de Morelos, se declaró emperador de México.
Con la derrota de los ejércitos españoles por las fuerzas combinadas de liberación al mando del General Sucre, en Ayacucho (1824), se selló la independencia de América. El imperio español quedaba reducido a Cuba y Puerto Rico. Brasil consiguió de hecho su independencia de modo bien distinto cuando, en 1822, Pedro de Braganza segregó ese inmenso territorio del reino de Portugal y se ungió soberano del mismo. Canadá fue el único gran dominio europeo que subsistió en América, aunque su autonomía quedó reconocida en 1867. El mismo ejemplo de Canadá siguieron Trinidad y Tobago, Barbados y Jamaica, cuyo logro independentista fue alcanzado sin violencia, durante un largo proceso de evolución.
POBLACIÓN Y DESTINO DE AMÉRICA.
Se ha dicho con razón que este Continente es un inmenso laboratorio de sociología y también un crisol en el que bulle, aún en proceso de conformación, una nueva raza enteramente americana. En efecto, valores diversos y factores pugnantes, como los ingredientes de una fórmula química, tienden a resolverse en una nueva síntesis orgánica de permanente equilibrio. Pueblan el Nuevo Mundo grupos humanos disímiles y conviven dentro de la horma política de cada una de nuestras nacionalidades minorías de población de distinto origen y procedencia. Fundamentalmente hay que reconocer la preexistencia de una América indígena y admitir el hecho histórico de su conquista y colonización por pueblos extracontinentales. Pero no es menos cierto que los grupos aborígenes al tiempo del descubrimiento eran diversos y aun rivales, lo que favoreció su dominación por el conquistador europeo. Al propio tiempo, las potencias extranjeras que se disputaron y repartieron el suelo americano fueron conformando las nuevas nacionalidades a su estilo y semejanza.
Españoles, portugueses, ingleses y franceses procuraron por todos los medios mantener escindido y aparcelado el suelo común del Continente. Así nacieron los primeros prejuicios que aumentaría luego la estratificación social que prevaleciera en todos y cada uno de nuestros países. Dominados y dominadores, señores y siervos, blancos y negros, fueron constituyendo categorías sociales diversas en el seno mismo de las nacientes nacionalidades. De esa suerte lo que somos hoy es una resultante de lo que fuimos; nuestra América actual es la consecuencia de un pasado histórico en acelerado proceso de superación. Si las condiciones geográficas han contribuido a imprimir características comunes regionales, los peculiares distingos de las culturas importadas reaccionaron en forma también distinta al entrar en contacto con la nueva realidad ambiente. Así el desenvolvimiento de las naciones al norte del río Grande diverge del que siguieron las antiguas colonias españolas y portuguesas tanto por razones exógenas de medio ambiente como endógenas de naturaleza socio-cultural.
Pero la comunidad geográfica e histórica del Continente prima sobre toda tendencia disociadora. Los episodios del descubrimiento, la conquista, la colonización y la independencia repiten hechos y circunstancias muy similares en todos y cada uno de nuestros países. Un mismo ideal de libertad y democracia prevalece y prevalecerá en América a pesar de todos los eclipses. La necesidad de unir nuestros esfuerzos y de combinar nuestras aptitudes y facultades en la consecución de las mismas metas de defensa y progreso es ya una verdad reconocida. La conciencia continental, en fin, prevalece sobre los antiguos criterios divisionistas. De ahí la falta de razón histórica de los “ismos”, cualquiera que fuese su designación: indoamericanismo, hispanoamericanismo, angloamericanismo.
No puede hablarse de Indoamérica como de una categoría sociocultural diferenciada y excluyente desde el momento que la realidad indígena contemporánea al hecho histórico del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo dejó de tener vigencia para siempre al perder, a través de un proceso histórico irreversible, su consistencia e integridad. Persiste una cultura mientras mantiene intactos sus valores fundamentales, en tanto que sus instituciones autóctonas y su estilo peculiar de expresión no se desvirtúan o transforman sustancialmente. Esgrimir el indoamericanismo como tesis polémica cuando se habla en lengua romance y se emplean argumentos dialécticos extraídos de la cultura occidental, no pasa de ser un contrasentido lógico. Lo mismo puede decirse de otros “ismos”, no menos falaces o inexactos, por los que se pretende reagrupar a las naciones de América dentro de rígidas clasificaciones étnicas que el tiempo histórico ha superado definitivamente. No hay en verdad, y simplemente porque ha dejado de haberla, una América propia y típicamente española, portuguesa, inglesa o francesa. Lo que no se opone a admitir con toda legitimidad la presencia de valores representativos y características nacionales de esa diversa procedencia en el complejo americano actual. Tampoco se ajusta a la realidad, ni conviene a los comunes intereses del Hemisferio, sostener como tesis divisionista la irreconciliable antinomia de lo angloamericano y lo iberoamericano. Tanto más, cuanto que Norteamérica no es ya sinónimo de sajón ni Suramérica de latino. Basta con repasar las estadísticas para cercioramos hasta qué extremo se latinizan los del Norte y se sajonizan los del Sur, tomando ambas categorías étnicas en lo que más tienen de característico y diferenciador, su estilo de vida. El constante flujo y reflujo de la marea humana, acelerado por todos los medios del desarrollo técnico, va dejando en una y otra parte del Continente un sedimento de acervos culturales y antropológicos que progresiva e inevitablemente acabarán por integrarlas. En ese punto de confluencia, los términos de América del Norte, Centro y Sur perderán toda connotación social o étnica para indicar sólo una orientación geográfica. Y en Estados Unidos, claro está, desaparecerá por completo la inveterada costumbre de utilizar el nombre del Continente para nombrar, con carácter restrictivo, a ese país en particular.
Decir América, así en singular, equivaldrá a decir sin reservas toda nuestra América, de Alaska a la Patagonia; una en la pluralidad de su intrínseca y fecunda naturaleza; una en la diversidad de sus recursos, en el contraste de su geografía, en la dimensión proteica de su personalidad histórica.
ESTADOS UNIDOS.
Estados Unidos de Norte América ocupa el cuarto lugar en el mundo por su extensión territorial, pero ninguna otra nación lo aventaja en poderío y desarrollo. Esa condición de gran potencia mundial y de país líder del mundo libre imparte a los Estados Unidos responsabilidades que exceden a los de cualquiera otra de las naciones del Continente. En lo que a esta parte del mundo concierne, Estados Unidos es ya consciente de que esas responsabilidades son aún mayores por obvias razones de comunidad geográfica e histórica.
EL TERRITORIO. La parte principal del territorio de los Estados Unidos, que se extiende 4.425 kilómetros del Atlántico al Pacífico, puede subdividirse en cinco regiones geográficas muy distintas: 1) la planicie costanera del Atlántico, cuyo litoral accidentado presenta gran número de bahías y puertos excelentes y se extiende hasta los montes Apalaches, cubiertos de densos bosques; (2) la Gran Planicie, zona serniárida que se extiende hasta las montañas Rocosas, por cuya parte central corre de norte a sur el río Misisipi, con vastas extensiones dedicadas al cultivo del maíz, el trigo y a la cría de ganado; 3) la región de las montañas Rocosas, donde está concentrada la riqueza mineral del país; 4) región sudoccidental, zona desértica extraordinaria donde se halla el Gran Cañón del Colorado, una de las grandes maravillas de la naturaleza, y 5) la región de la costa occidental, que comprende la Sierra Nevada y la cordillera costanera, playas cubiertas de palmeras, la famosa sequoia gigantea, amplios desiertos y cultivos de árboles frutales en el valle central.
LA NACIÓN. En el curso relativamente breve de dos siglos, la sociedad colonial, reducida al marco limitado de las 13 colonias inglesas de la costa atlántica, extendía sus fronteras hasta ocupar un territorio diez veces mayor y elevó su población de 4 (1790) a 200 millones de habitantes. Desde 1820, más de 43 millones de inmigrantes han venido a establecerse en Estados Unidos dejando sentir su influencia tanto en la economía como en la cultura del país. Son ya escasos los descendientes de los aborígenes indios, y está logrando una acelerada integración en todos los órdenes de la vida social una importantísima minoría de la raza negra originada en los sucesivos contingentes de esclavos traídos especialmente para el cultivo del algodón en las prósperas colonias del sureste norteamericano. Una poderosa fuerza de cohesión nacional mantiene, indisolublemente unidas dentro del molde de un mismo estilo de vida y de una comunidad de intereses e ideales, gentes de todos los orígenes y procedencias.
La historia de los Estados Unidos, en particular, comienza cinco años después del descubrimiento del Nuevo Mundo cuando, en 1497, Juan Caboto recorre las costas atlánticas. Sus descubrimientos, y los de su hijo Sebastián, permitieron a Inglaterra reclamar esos vastos territorios. Sin embargo, mucho antes de establecerse Jamestown (1607), Ponce de León descubre la Florida (1513) y Pedro Menéndez de Avilés funda en 1565 la primera ciudad, San Agustín.
Puritanos, católicos, cuáqueros y hugonotes buscaron refugio y libertad en tierra norteamericana a partir del desembarco de los Pilgrim Fattiers en el famoso Mayflower (1620). Nueva Inglaterra fue el núcleo original de la naciente expansión colonizadora que culminaría con las 13 colonias, las que en su oportunidad histórica habrían de romper los lazos políticos con la metrópoli europea y reclamar el derecho a la plena independencia. Las primeras batallas se libraron en abril de 1775, y el 4 de julio de 1776 se firmó la Declaración de la Independencia. El ejército patriota del general Washington se fortaleció mucho con la ayuda económica, militar y naval de Francia y de otros países e individuos ilustres extranjeros, y luchó duramente hasta alcanzar la victoria en 1781.
Jorge Washington fue electo primer presidente bajo la constitución de 1789, la cual estableció un sistema de gobierno democrático y representativo, en el que la autoridad del gobierno nacional está divida en tres ramas independientes de igual jerarquía: el poder ejecutivo, encabezado por el presidente; el poder legislativo, compuesto por el senado y la cámara de representantes; y el poder judicial, cuyo polo más alto ocupa la Corte Suprema. La estructura de los gobiernos estatales y locales es similar a la del gobierno federal. La constitución de 1789, que hasta la fecha tiene 25 enmiendas, aún está en vigor. La ciudadanía ejerce el derecho de la autodeterminación —expresado en la frase popular “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”— mediante votación secreta en elecciones locales, estatales y nacionales.
En 1861, las inzanjables diferencias entre el norte y el sur sobre la cuestión de la esclavitud de los negros dieron origen a la Guerra de Secesión. En 1862, el Presidente Abraham Lincoln proclamó la libertad de los esclavos. Tres años más tarde, los ejércitos del norte derrotaron a los del sur, y la nación quedó unida una vez más- En 1898 estalló la Guerra Hispanoamericana, que produjo la independencia de Cuba y la cesión a los Estadas Unidos de las posesiones españolas de Puerto Rico, Guam y las Filipinas. Durante las dos guerras mundiales de este siglo, la participación de los Estados Unidos constituyó el factor decisivo que dio la victoria a los países del mundo libre. En 1946 los Estados Unidos dieron la independencia a las Filipinas, y en 1952 Puerto Rico se convirtió en un Estado Libre Asociado.
LA CULTURA. Aunque la literatura de la América anglosajona tuvo sus primeras manifestaciones en el siglo XVII, los rasgos que hoy la distinguen no se hacen patentes hasta mediados del siglo XIX, en plena eclosión romántica. A los dogmáticos e intransigentes predicadores de Nueva Inglaterra siguieron escritores típicos y bucólicos como Thomas Paine y Crevecoeur, en tanto que en lo profundo del sentimiento político continuaron circulando las ideas liberales del enciclopedismo francés que nutrió el movimiento libertario. Washington lrving (1783-1812) representa el primer avance hacia lo propiamente nacional.
Emerson y Thoreau inician el ensayo filosófico; Longfellow (1807-1882) y Whitman elevan la poesía al más alto rango. En la novela, Harriet Beecher Stowe y Herman Melville (Uncie Tom’s Cabin y Moby Dick) hicieron populares la literatura americana en todo el mundo. Pero ello era sólo el comienzo, ya que las letras se desarrollaron, al compás del acelerado crecimiento de la nación, en todos los géneros literarios, incluyendo en particular las disciplinas científicas. Los nombres de Emily Dickinson, Mark Twain, Sínclair, Henry Adams, a fines del siglo XIX, y de Frost, Crane, Hemingway, O’Neill entre otros muchos, en la presente centuria, han procurado a los Estados Unidos un alto lugar en la literatura universal.
Por su parte el arte colonial, que se inició en la arquitectura con un eco de tradición inglesa y, en las artes plásticas, con formas imitativas de los estilos europeos en boga y con ingenuas expresiones de primitivismo, evolucionó hacia el encuentro de una realidad enteramente nacional, de los que son primeros en arquitectura L. H. Sullivan y Frank Lloyd Wright (1869- 1959). En la plástica no ha sido menos consecuente el proceso de afirmación de lo auténtico americano desde los retratos de Stuart y de Wood hasta el abstraccionismo de Pollock y de tantos otros contemporáneos.
Independientemente de toda consideración cuantitativa, los instrumentos culturales de que dispone Estados Unidos de América son excelentes y ello ha contribuido a aumentar los niveles promedio de ilustración del pueblo. Su sistema bibliotecario no tiene paralelo y el país puede sentirse orgulloso de la cantidad y calidad de sus museos- En particular el complejo museográfico del Instituto Smithsoniano en Washington es digno de admiración y ejemplo. Debe destacarse que, a diferencia de lo que acontece en el resto de América, donde la promoción cultural depende fundamentalmente del Estado y se desarrolla y estimula a través de dependencias oficiales, en Estados Unidos de América se debe en buena parte a la iniciativa privada.
Entre los inventores se hallan, entre otros, Alexander Graham BelI, Robert Fulton, Samuel F. E. Morse, y Orville y Wilbur Wright. Benjamín Franklin, Louis Agassiz, George Washington Carver, Albert Einstein y Robert Oppenheimer no son sino unos pocos entre los muchos científicos. Aunque varias universidades latinoamericanas habían sido fundadas décadas antes del primer asiento inglés en Norteamérica, hacia 1776 había trece universidades y colleges en las colonias, siendo los más antiguos los de Harvard (1636) y William and Mary (1693). Las universidades más sobresalientes son hoy las de Harvard, Berkeley, Yale, Chicago y Princeton.
ECONOMÍA. Los Estados Unidos tienen alrededor de un vigésimo de la población mundial pero su producción equivale a un tercio de los bienes y servicios del mundo. El país dispone de abundantes recursos naturales, incluyendo buena tierra y energía hidráulica así como carbón, petróleo y otros minerales. Los Estados Unidos exportan, principalmente, maquinarias y otros artículos de la industria pesada y de técnica avanzada, que pueden manufacturarse a menor costo en el país debido a la producción en masa.
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