sábado, 21 de julio de 2012

La tierra baldía – Eliot

La genial obra que consagrara definitivamente a su autor como uno de los poetas estadounidenses representativos e influyentes de su tiempo a nivel mundial.

Entre los poetas estadounidenses, forman un grupo importantísimo los que nacieron en la penúltima década del siglo XIX. Dos de ellos, Ezra Pound y T. S. Eliot, han tenido una influencia mundial preponderante. Eliot vivió muchos años fuera de su país natal e incluso se convirtió en ciudadano británico, aunque nunca pudo deshacerse completamente de su herencia americana. Además, Eliot recibió la influencia de Dante, de Baudelaire y de los poetas del simbolismo francés, especialmente de Jules Laforgue.
Basándose en el sistema de yuxtaposición de imágenes que tienen el propósito de dar en una sola pincelada el sentir del poeta —método tomado de Laforgue—, Eliot arranca con una primera pieza poética de importancia: “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. Aquí ya se hacen patentes los elementos originales frente al material aprendido. Lo novedoso de Eliot consiste en la presentación de un collage de referencias artísticas, poéticas y culturales, recurriendo a menudo a citas en lenguas exóticas que alternan con los recortes fotográficos, realistas, con los símbolos de oscuro origen y con las metáforas. Estos procedimientos evolucionan hasta convertirse en una selva de referencias, ocurrencias estrictamente personales y alusiones a mitos. Sin embargo, siempre utilizará la técnica de un montaje sincrónico. Nunca se encontrará un argumento, un discurso o un desarrollo narrativo o lógico que tenga un inicio, una expansión y un final.
Sigue después una colección de poemas —más bien una serie de caricaturas poéticas— surgidas como reacción al versolibrismo y a la desintegración formal imperantes en la época. Estos versos están escritos con una técnica formal muy rigurosa y en muchos casos, el humorismo desemboca en chistes privados que sólo entiende a cabalidad aquel que los hace.
Toda esta obra es preparación para el gran poema “La tierra baldía” (The Waste Land). En él, sin olvidar las técnicas laforguianas, hay un sustancial avance en los niveles de originalidad. Este poema, sin duda la pieza capital clásica de T. S. Eliot, entra en el panorama literario europeo conjuntamente con obras monumentales como “Ulises”, de James Joyce: “Anábasis”, de St. John Perse, y “Trilce”, de César Vallejo. El material escrito por T. S. Eliot fue revisado y podado hábilmente por Ezra Pound, según se puede apreciar en la edición facsímile. Antes, el poema no pasaba de monólogos y pastiches (imitaciones) diversos.
La publicación de “La tierra baldía” convirtió a T. S. Eliot en la figura mayor de la poesía en lengua inglesa. El poema fue recibido por la crítica como un símbolo de una época en proceso de desintegración. Se trataba de ordenar el caos aplicando mitologías y formas heredadas del pasado. También se ha considerado a “La Tierra baldía” como un poema revolucionario. Su tema no es solamente la descripción del mundo moderno a través del caos, sino también la búsqueda de un orden universal.
Eliot toma el orden cristiano, lo trabaja, lo cambia, lo transforma, llenando de significado los antiguos ritos de fertilidad, y lo compara con la sociedad moderna, plena de desintegración en su desenlace contemporáneo. Las citas del poema se nutren de referencias a Dante, Buda, San Agustín, los Upanishad y los mitos de vegetación, como sistema de referencias y alusiones al mundo de la salud individual y universal. Por otra parte, se alude al nacimiento de nuestra época y a su situación actual. Aquí, el poeta recurre a Spencer, Shakespeare y Webster. No se olvida tampoco de Baudelaire, Nerval, del folklore urbano y las expresiones coloquiales del arrabal.
Eliot integra en el poema el uso del pasado para la estructuración del presente: las guerras púnicas son asimismo la I Guerra Mundial. Convertidos en uno solo, pasado y presente se hunden en un solo agujero negro: la historia. Las mismas personas y los mismos hechos reaparecen, apenas perceptibles, deambulando a la deriva. La conciencia de la culpa es la conciencia del exilio y de ambas surge la nostalgia. Aquí se encuentra a Baudelaire y su conciencia de la ruptura del mundo moderno con el orden cristiano. Debido a que en el mundo moderno esta conciencia se traduce en la ruptura entre la palabra y su sentido, Eliot tiene que acudir al collage y a la cita. Puede atribuirse a “La tierra baldía” una intención de reforma poética, “la rehabilitación de un sistema de creencias conocido pero desacreditado”, según ha dicho el crítico C. Brooks. Sin embargo, en relación con todas las interpretaciones histórico-metafísicas del poema, Eliot ha dicho: “Para mí, fue sólo el desahogo de un agravio personal y totalmente insignificante, contra la vida: es sólo un trozo de refunfuñamiento rítmico”.
La poesía de Eliot tiene la característica de ser oscura y difícil. A veces da la impresión de que es un jeroglífico que se debe descifrar. Para la publicación del poema en forma de libro, se le sugirió al autor que añadiera notas explicativas.
Eliot puso las notas —hecho, por lo demás único en la historia de la literatura, que un poeta explique su poesía— aunque sus notas son incompletas y personales, y en ocasiones, en lugar de ofrecer una mayor claridad para la interpretación del poema, lo que hacen es enriquecer las posibilidades interpretativas, y hasta oscurecerlo aun más. Muchos piensan que la importancia de T. S. Eliot radica en ser un gran poeta “negativo”, es decir, que produce en una época en la que no se da un poeta en el sentido tradicional, un poeta directo. Algunos críticos consideran que la autoironía total, el hecho de no poder hablar si no es por medio de citas, es una de las características literarias de nuestra época.
Sin embargo, la grandeza de la obra de T. S. Eliot radica en la fuerza de su lenguaje y en su gran precisión. Sus versos, cuando no se trata de voces irónicas o collages de citas, revelan una voz legítima de poeta, con palabras únicas y memorables, rasgo distintivo de la poesía clásica.
AR.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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