martes, 17 de julio de 2012

Un pintor orureño en el Cuzco

Semblanza de un artista colonial nacido en Oruro y su obra como sacerdote y pintor barroco en la ciudad peruana de Cuzco durante el siglo XVII y XVIII.

RESPLANDOR DE UN ARTISTA ORUREÑO.
Ni los muchos años transcurridos, cerca de tres siglos, han podido absorber en la gelidez del olvido la magnificencia de los logros pictóricos de Fray Francisco de Salamanca que, en su retiro, pintó para el tiempo las vivencias de su espíritu entregado a la práctica de la virtud.
La paciente tarea inquisidora de dos estudiosos: José de Mesa y Teresa Gisbert nos permite redescubrir detalles ignorados de la ilustre personalidad y de las dimensiones de la obra dejada por el notable pintor orureño.
La impresión de hondo misticismo que se apodera de todos quienes han visto los cuadros del ponderado religioso, parece ser un trasunto inequívoco de la fuerza expresiva de renunciamiento y fe que guió la vida del Mercedario.
Su añeja obra, hoy rediviva, data del último tercio del siglo XVII, tiene toda la influencia monástica de la época y permite calibrar la recia formación teológica lo mismo que la delicada inspiración de Salamanca, cuyo origen y merecimientos se cautivan en la alabanza de su contemporáneo, el padre Miranda, cuando dice: “es natural de la Villa de Oruro que con ser mineral de plata, produce ingenios de oro…”
La Universidad Técnica de Oruro entrega este nuevo opúsculo como prueba de su permanente preocupación en la ingente labor de recolección, conservación y transmisión de los bienes culturales.
Prof. Adán Rioja Perez. Director del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Técnica de Oruro – 1961.

UN PINTOR ORUREÑO EN EL CUZCO: FRAY FRANCISCO DE SALAMANCA.
Por .JOSÉ DE MESA y TERESA GISBERT.
En la historia del arte es frecuente la unión de la retirada vida monacal con el ejercicio de la pintura. Recordemos los casos de Fray Angélico, Fray Filipo Lippi, Fray Bartolomeo, Fray Giocondo y otros en Europa; en nuestro continente Fray Jodoko Ricke, Fray Pedro Gosseal y unos pocos más. Sin embargo no suelen hallarse unidos el arte y la ascética salvando el excepcional caso de Fray Angélico, por ello llama la atención el caso de Fray Francisco de Salamanca, en quien se juntan la práctica de la virtud en grado heroico con una exquisita sensibilidad para el arte de la pintura.
Nace Francisco de Salamanca en la Villa de Oruro el año 1660, dando con ello a esta ilustre ciudad el orgullo de contar entre sus hijos con un pintor excepcional. Existe la coincidencia de que por esos años nacen en Charcas con diferencia de cinco años dos buenos maestros del arte de la pintura: el futuro Mercedario y Melchor Pérez Holguín.
No consta la fecha en que Salamanca entró a la orden mercedaria ni en qué convento vistió el hábito. Probablemente lo hizo en Oruro o La Paz. De allí debió ser enviado al Cuzco, donde lo encontramos el año 1695. El padre Provincial de la Merced pide, desde el Cuzco, en carta al Padre General de la Orden, el grado de Maestro en Teología para el Padre Lector Salamanca que “aunque no ha cumplido los años de lectura para el grado es un ingenio grande acompañado de tan singular virtud que es el ejemplo en toda esta ciudad...” (“Carta del Padre Juan Manuel de León al Padre General de la Merced”. La carta está fechada en 16 de Mayo de 1695 en el Cuzco. Se halla entre un grupo de documentos mercedarios y libros de definitorio que posee la Hispanie Society de New York. Aprovechamos esta oportunidad para agradecer la valiosa colaboración que, durante nuestras investigaciones en dicha institución, nos prestó la Srta. Clara Louisa Penney, Bibliotecaria de la Institución y el resto del personal).
Por esta petición del Padre Comendador, vemos en que singular concepto se tenía en el Cuzco, a nuestro virtuoso fraile. Debió graduarse con todos los honores y su inteligencia le hizo avanzar pronto en el escalafón de su orden: en 1711 actúa como Examinador y Dirimidor Sinodal del obispado del Cuzco. (“Libro de Capítulo de la Provincia de la Merced del Cuzco”. Hispanic Society of New York).
Su fama sobrepasa el área del Cuzco y seis años después en documentos de la orden mercedaria, aparece como Catedrático de la Universidad de Huamanga. No se puede establecer hoy cuánto tiempo dictó sus lecciones en la citada Universidad pero sí sabemos que retornó al Cuzco donde permaneció hasta su muerte acaecida el 24 en febrero de 1737. (Ibidem. La fecha de la muerte del Padre Salamanca aparece en un cuadro que posiblemente se pintó en ocasión de su deceso. Se trata de una Circuncisión y en el costado izquierdo aparece el retrato del religioso orureño arrodillado en actitud orante. El rostro parece tomado de una mascarilla de difunto. En un medallón adjunto se lee “El P. Maestro Fr. Francisco Salamanca, murió en este conbento de edad de 70 a. a 24 de Febrero de 1737”. El cuadro que aludimos se halla en la pared izquierda del coro del Convento de la Merced del Cuzco y forma parte de una serie sobre la vida de Cristo).
Sus restos fueron encontrados hace pocos años, en la bóveda detrás del altar de la Virgen de Dolores, en la iglesia de la Merced del Cuzco; descansaban en un ataúd forrado de seda negra. (“El Comercio de Lima”. “En el interior del ataúd que estaba forrado de seda negra fue encontrado un esqueleto que pertenece según se asegura a Fray Francisco de Salamanca natural de Cochabamba (sic), que se recluyó en su celda durante los últimos años de su existencia. Allí dice la historia pintaba cuadros relacionados con la vida de Cristo y escenas del Infierno y del Purgatorio. Todos estos cuadros los pintaba en la oscuridad…” La presunción de que el Padre Salamanca fuera cochabambino, ha sido muy frecuente sin apoyo documental alguno).
Nada más dicen de Salamanca los documentos y la crónica que hemos consultado, salvo el elogio de un contemporáneo suyo: En la crónica Mercedaria del Padre Miranda Valcarcel, escrita en vida de Salamanca refiriéndose a nuestro pintor se lee: “El Rdo. Pe. Mtro. Fray Franco. de Salamanca, portenso, theólogo, grande estudiante y mucho mayor sabio en la mayor ciencia de el temor de Dios... tan sapiente conbiene en la inocencia con su vitginidad... es natural de la villa de Oruro que con ser mineral de plata, produce ingenios de oro…” (Miranda Valcarcel y Peralta, Francisco, “Crónica de esta provincia del Cuzco 1650 - 1707”. Manuscrito en la Biblioteca de la Merced del Cuzco. Este manuscrito aún inédito, de suma importancia para la Historia eclesiástica y artística del Alto Perú y sur del Bajo Perú ha sido transcrito y espera publicación, por el Padre Comendador y Provincial de la Merced de Lima, Alarcón y el Dr. Gregorio Taborga de la Biblioteca de la Universidad del Cuzco. Agradecemos a éste último el que nos permitiera leer y trabajar sobre la copia mecanografiada. En este documento escrito por contemporáneo de Salamanca que convivió con él en Cuzco se afirma “que era natural de la Villa de Oruro”).
A falta de mayores datos históricos recurrimos a la tradición, que hace vivir al Padre Salamanca recluido en su celda (descubierta hace apenas más de un lustro) sin salir de ella más que los viernes en la noche, portando una pesada cruz de penitencia, que pasea por el precioso claustro de su convento del Cuzco. Esa misma tradición nos lo representa repartiendo alimentos y limosnas entre los pobres, que se agrupan en la calle, ante la estrecha abertura de la ventana de la celda de donde surgen los dones del religioso pintor. Sea o no verdadera esta tradición, hay algo incontrovertible, y es la fama que Salamanca alcanzó en su época como hombre austero y virtuoso. Prueba de ello son los elogios en Crónicas y documentos oficiales de su orden y los retratos que de él existen, todos al parecer tomados de su cadáver y que se encuentran en tres distintos sitios de su convento.
Salamanca no sólo fue hombre de sólida formación teológica y de inclinaciones ascéticas, sino que también se sintió atraído por la formación cultural completa. En su celda se conserva un pequeño órgano, en el que según parece componía música para los villancicos que escribió de su propia mano. Como muestra de sus aficiones literarias quedan en la celda que fue suya una serie de sentencias y dísticos latinos y castellanos. Pero pese a todo lo que nos pueda llamar la atención el Padre Salamanca como religioso modelo, y profundo e inteligente teólogo, nos sentimos más atraídos por el artista y especialmente por el pintor.
No sabemos si el azar o la guarda celosa de compañeros de hábito, tapió la celda que ocupaba el insigne religioso en los últimos años de su vida. Ello ha preservado incólume durante doscientos años uno de los conjuntos más interesantes de la pintura del Cuzco. Descubierta la celda del Padre Salamanca al parecer por casualidad, hace pocos años, se muestra hoy a la contemplación del público con la misma frescura y belleza que tenía cuando concluyó de pintarla el religioso orureño. Este singular conjunto de pintura mural, no es fresco propiamente dicho, pero aplicada la pintura directamente sobre el yeso, tiene el encanto del temple que aventaja al primero en la brillantez de los colores.
La celda propiamente dicha se halla constituida por un grupo de cuatro habitaciones, que por los temas que las decoran y su disposición, podemos analizar de la siguiente forma: un zaguán, situado debajo de la escalera que da subida a la planta alta del Convento, nos conduce a un vestíbulo de distribución, a la derecha está el dormitorio y a la izquierda la habitación de penitencia.
La pintura abarca todas las paredes y cielos, dejando solamente lugar para la cama y algunos cuadros de caballete. El número de paños pintados alcanza a 36 como se puede ver en el esquema respectivo. Los temas están agrupados en los diferentes recintos de acuerdo a un plan especial y definido. En el zaguán se dedica sendos paños a la prudencia, paciencia y fortaleza, con una alegoría de los dos caminos que se ofrecen al hombre. En el pequeño paso y vestíbulo de distribución se hallan alusiones a las virtudes y se rinde homenaje a santos y mártires de la orden mercedaria. El dormitorio es un canto a la vida, y está dedicado completamente a describir la infancia de Cristo. La sala de penitencia recuerda los Novísimos y coloca en lugar preferente a santos ascetas y penitentes.
La tradición nos habla de un Padre Salamanca dedicado en sus últimos años a duras austeridades y maceraciones, pero su pintura, si bien no desmiente esto, nos inclina a ver en él un espíritu amable lleno de amor por la belleza y el cosmos. Ello se expresa muy bien en un magnífico conjunto de la Infancia de Cristo. No parece que haya mucha diferencia de tiempo en la ejecución de todas las pinturas, pero la serie del dormitorio, es la más acabada y quizás por ello la última. Está realizada con pleno dominio de la composición, no solamente dentro de un plano como suele ocurrir con gran parte de la pintura Cuzqueña, sino que domina la perspectiva y el espacio en una forma que no tiene paralelo en la pintura de la América Hispana.
El maestro mercedario ha sabido ordenar sus escenas en las paredes y cielo de la habitación en forma armónica, dando al conjunto una unidad acabada, al mismo tiempo que una encantadora sobriedad. Al contemplar el conjunto parece venir hacia nosotros un hálito del Renacimiento florentino, ilusión que se desvanece porque sabemos que lo que se ve es obra de un pintor barroco del Cuzco andino. Escenas como la deliciosa Adoración de los Reyes, la Huída a Egipto, la Anunciación a los Pastores y la Circuncisión que se desarrollan en dos planos aprovechando la esquina, son de lo más original, ingenuo y delicado que ha producido la pintura del Ande (La Circuncisión es muy similar a un gran cuadro existente en la Catedral del Cuzco, con el mismo tema y que sólo tiene pequeñas variantes de composición con la pintura mural de Salamanca. En aquél la parte arquitectónica se halla menos desarrollada. La similitud se puede deber a la inspiración común en un grabado).
No sólo se ve en Salamanca un dibujante suelto, en plena posesión del oficio, sino que el artista se adueña de la retina del espectador con la plenitud de su paleta fría, de azules, grises y verdes; salpicada de ráfagas de brillantes carmines de bermellones. Las repetidas figuras de María y el Niño, nos deleitan tanto por la frescura de su concepción como por la fineza y lo delicado de sus acabados. Los pintores españoles y americanos no han brillado como animalistas, sin embargo algunos ejemplos de la pintura de Salamanca, como el asno de la Huída, nos reconcilian en este aspecto de la pintura hispanoamericana. Resumiendo, debemos decir que el dormitorio de la celda del Padre Salamanca es uno de los mejores ejemplos de la pintura americana del siglo XVIII.
Las pinturas de la sala de penitencia, si bien no desmerecen de sus hermanas del dormitorio, no acaban de convencer. En la Magdalena y San Antonio Abad lo que nos atrae no es precisamente la accesis, sino la amabilidad de los rostros y la blandura casi rococó de las figuras. Las muertes vecinas a estas figuras pierden por ello su solemnidad. La mejor escena del conjunto, es la alegoría de la contingencia de la vida humana. En ella nos sentimos nuevamente cautivados por la vena amable de Salamanca. Pese a la inminencia de todos los peligros que acechan el alma humana, no sentimos temor, sino que nos atrae la criatura que la representa por la humanidad y belleza con que está tratada. Ante la imagen delicada pronto se olvida la inexorabilidad de su destino eterno y la inflexibilidad de quienes la acechan: la muerte, el demonio y la eternidad.
¿Será que nuestras retinas se han llenado con la alegría de vivir que exultan todas las escenas de la infancia de Cristo, que aquellos condenados que se retuercen en el infierno y que nos presenta Salamanca en medio de serpientes y monstruos, apenas merecen nuestra atención? ¿O es quizá, que el cuadro del Condenado en el Infierno que se halla en otro lugar del mismo convento se ha hecho tan célebre que no deja juzgar serenamente la obra de Salamanca sobre el mismo tema? Lo más probable es que en el mercedario orureño había más de místico que de asceta, más de humanista que de teólogo y lo hemos dicho: nuestra sensibilidad se acerca más a él cuando pinta a Jesús y María como Hijo y Madre, que cuando nos quiere recordar nuestras Postrimerías (El cuadro aludido es el “Suplicio de un condenado” que se halla en la portería del Convento de la Merced del Cuzco y que ya fue publicado por F. Cossío del Pomar en “Pintura Colonial”, Cuzco, Perú, 1928 p. 19).
En el resto de las pinturas de la celda, se desarrollan más a tono con las del dormitorio. Las alegorías de la fortaleza y la paciencia, que algo deben a grabados, se nos muestran discretas de dibujo y brillantes de colorido. El problema teológico y filosófico de la perplejidad del hombre frente a los dos caminos, el de rosas y el de espinas tiene mucho parecido al existente en la iglesia de Andahuaillas que ya publicó Soria, obra de un pintor anónimo del siglo XVI. Con toda probabilidad hubo una fuente común para ambas pinturas. Es trozo flojo de la pintura el paso entre el zaguán y el vestíbulo de distribución. Los dos mártires mercedarios situados en las hornacinas, más parecen muñecos: no se puede llenar tantos metros cuadrados de pintura sin alguna flaqueza de pincel.
Lo arquitectónico tan caro al barroquismo hispano-colonial no podía estar alejado de ninguna manera de este conjunto. Se hace presente mediante un arco de intradós acasetonado sostenido a ambos lados por pareadas salomónicas; discretamente pintado el conjunto, da cuenta de que Salamanca no era ajeno al conocimiento arquitectónico de su época. Tanto los zócalos compuestos de medallones y cartonería que sirven de base al conjunto, como los floreros y pájaros que existen en el intradós de los arcos que separan las habitaciones, nos muestran a un hábil decorador. Hay cariño en el detalle y perfección en la forma. La parte arquitectónica de la pintura de Salamanca está relacionada con otras pinturas murales del siglo XVIII, como Carabuco, Italaque, Juli, etc.
En estos zócalos y floreros, como en los paños principales, existen multitud de inscripciones, latinas unas y castellanas otras, que muestran las dotes literarias del Padre Salamanca, humanista quizás único en la época que le cupo vivir en el Cuzco.
A esta altura sólo nos cabe decir que el caso del Padre Salamanca es singular en la pintura del Ande. En él se han reunido las más brillantes y envidiables dotes de un pintor. Ha sido de los pocos pintores eruditos del Perú. No ha pintado como el resto de sus colegas por vocación o por desempeñar una artesanía. Quizás tampoco el arte fue su finalidad. Salamanca pinta porque siente la necesidad de expresar su mundo interior, su microcosmos. En la soledad de su celda quiere dejar un mensaje de paz, y de advertencia a la ineludible misión del hombre en la tierra.
Desengañado quizás de poder llegar al resto de sus semejantes con la dura disciplina intelectual, filosófica y teológica; sintiendo tal vez que su ejemplo de accesis, no era camino para todos, quiso llegar a los hombres con un mensaje más sencillo y comprensible. Por ello pintó. Salamanca tiene trazas de ser autodidacta. Usa el arte sólo en cuanto le sirve de expresión y así cuando ve que el arte le es insuficiente para expresar sus sentimientos acude al lenguaje, y crea sentencias y dísticos que inscribe sobre la pintura. Allí están grabados sus alegrías y sus desalientos, la angustiosa espera de la muerte que para él será la liberación y el paso último de su carrera hacia el éxtasis eterno.
Francisco de Salamanca desarrolla su arte en momento de esterilidad creativa del resto de sus contemporáneos. Pintura de mensaje, pintura interior, pintura erudita, la pintura del mercedario no entronca con la pintura del Cuzco. Cuán lejos se halla el fraile mercedario del perfeccionamiento técnico de un Basilio de Santa Cruz o de la fuerte personalidad de un Quispe Tito, los grandes y antiguos maestros de la ciudad. Está lejos también de sus contemporáneos, pintores adocenados que trabajan en talleres de carácter industrial, producen cuadros según receta dejando bien poco de sentimiento personal en sus obras. Tampoco se parece Salamanca a otros frailes pintores, como Fray Juan de la Concepción, que a su lado resulta circunstancial, formalista y hierático.
En una de las dependencias del convento, encima de la antesacristía se encuentra un fresco muy dañado por el tiempo y los sismos que constituye uno de los pocos ejemplos de su clase en la ciudad del Cuzco. La pintura llena íntegramente todo un paño de pared hoy dividida en varias partes. Su tema es doble: encima La Gloria debajo una Adoración de los Pastores. Ambas composiciones se entrelazan mediante el letrero “Gloria in Excelsis” que portan dos ángeles. Una fecha debajo de este letrero señala posiblemente el año de la ejecución de la pintura; 1774. Lo que nos interesa es que estando en el Convento de la Merced, tiene en su estilo, leves reminiscencias del arte de Salamanca, aunque no llega a la brillantez de colorido ni a la corrección de dibujo del ilustre mercedario. Pertenece a una mano popular, a un maestro que quizás vio la obra de Salamanca.
Salamanca, por el hecho mismo de su pintura personal y de mensaje, no dejó ni pudo tener escuela; es una isla en aquel mar que pronto iba a inundar todo el Perú; la pintura mestiza, cuyos exponentes más populares serían Nolasco, García y Marcos Zapata.

Fuente: José de Mesa y Teresa Gisbert. Folleto publicado por la Universidad Técnica de Oruro – Bolivia.

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