Semblanza de un artista colonial nacido en Oruro y su obra como
sacerdote y pintor barroco en la ciudad peruana de Cuzco durante el siglo XVII
y XVIII.
RESPLANDOR DE UN ARTISTA ORUREÑO.
Ni los muchos años transcurridos, cerca de tres siglos, han podido absorber
en la gelidez del olvido la magnificencia de los logros pictóricos de Fray Francisco
de Salamanca que, en su retiro, pintó para el tiempo las vivencias de su
espíritu entregado a la práctica de la virtud.
La paciente tarea inquisidora de dos estudiosos: José de Mesa y Teresa
Gisbert nos permite redescubrir detalles ignorados de la ilustre personalidad y
de las dimensiones de la obra dejada por el notable pintor orureño.
La impresión de hondo misticismo que se apodera de todos quienes han
visto los cuadros del ponderado religioso, parece ser un trasunto inequívoco de
la fuerza expresiva de renunciamiento y fe que guió la vida del Mercedario.
Su añeja obra, hoy rediviva, data del último tercio del siglo XVII,
tiene toda la influencia monástica de la época y permite calibrar la recia
formación teológica lo mismo que la delicada inspiración de Salamanca, cuyo
origen y merecimientos se cautivan en la alabanza de su contemporáneo, el padre
Miranda, cuando dice: “es natural de la Villa de Oruro que con ser mineral de plata,
produce ingenios de oro…”
La Universidad Técnica de Oruro entrega este nuevo opúsculo como
prueba de su permanente preocupación en la ingente labor de recolección,
conservación y transmisión de los bienes culturales.
Prof. Adán Rioja Perez. Director del Departamento de Extensión Cultural
de la Universidad
Técnica de Oruro – 1961.
UN PINTOR ORUREÑO EN EL CUZCO: FRAY FRANCISCO DE SALAMANCA.
Por .JOSÉ DE MESA y TERESA GISBERT.
En la historia del arte es frecuente la unión de la retirada vida
monacal con el ejercicio de la pintura. Recordemos los casos de Fray Angélico,
Fray Filipo Lippi, Fray Bartolomeo, Fray Giocondo y otros en Europa; en nuestro
continente Fray Jodoko Ricke, Fray Pedro Gosseal y unos pocos más. Sin embargo
no suelen hallarse unidos el arte y la ascética salvando el excepcional caso de
Fray Angélico, por ello llama la atención el caso de Fray Francisco de
Salamanca, en quien se juntan la práctica de la virtud en grado heroico con una
exquisita sensibilidad para el arte de la pintura.
Nace Francisco de Salamanca en la Villa de Oruro el año 1660, dando con ello a esta
ilustre ciudad el orgullo de contar entre sus hijos con un pintor excepcional.
Existe la coincidencia de que por esos años nacen en Charcas con diferencia de
cinco años dos buenos maestros del arte de la pintura: el futuro Mercedario y
Melchor Pérez Holguín.
No consta la fecha en que Salamanca entró a la orden mercedaria ni en
qué convento vistió el hábito. Probablemente lo hizo en Oruro o La Paz. De allí debió ser
enviado al Cuzco, donde lo encontramos el año 1695. El padre Provincial de la Merced pide, desde el
Cuzco, en carta al Padre General de la
Orden, el grado de Maestro en Teología para el Padre Lector
Salamanca que “aunque no ha cumplido los años de lectura para el grado es un
ingenio grande acompañado de tan singular virtud que es el ejemplo en toda esta
ciudad...” (“Carta del Padre Juan Manuel de León al Padre General de la Merced”. La carta está
fechada en 16 de Mayo de 1695 en el Cuzco. Se halla entre un grupo de
documentos mercedarios y libros de definitorio que posee la Hispanie Society
de New York. Aprovechamos esta oportunidad para agradecer la valiosa
colaboración que, durante nuestras investigaciones en dicha institución, nos
prestó la Srta. Clara
Louisa Penney, Bibliotecaria de la Institución y el resto del personal).
Por esta petición del Padre Comendador, vemos en que singular concepto
se tenía en el Cuzco, a nuestro virtuoso fraile. Debió graduarse con todos los
honores y su inteligencia le hizo avanzar pronto en el escalafón de su orden:
en 1711 actúa como Examinador y Dirimidor Sinodal del obispado del Cuzco. (“Libro
de Capítulo de la Provincia
de la Merced
del Cuzco”. Hispanic Society of New York).
Su fama sobrepasa el área del Cuzco y seis años después en documentos de
la orden mercedaria, aparece como Catedrático de la Universidad de
Huamanga. No se puede establecer hoy cuánto tiempo dictó sus lecciones en la
citada Universidad pero sí sabemos que retornó al Cuzco donde permaneció hasta
su muerte acaecida el 24 en febrero de 1737. (Ibidem. La fecha de la muerte del
Padre Salamanca aparece en un cuadro que posiblemente se pintó en ocasión de su
deceso. Se trata de una Circuncisión y en el costado izquierdo aparece el retrato
del religioso orureño arrodillado en actitud orante. El rostro parece tomado de
una mascarilla de difunto. En un medallón adjunto se lee “El P. Maestro Fr.
Francisco Salamanca, murió en este conbento de edad de 70 a. a 24 de Febrero de 1737”. El cuadro que aludimos
se halla en la pared izquierda del coro del Convento de la Merced del Cuzco y forma
parte de una serie sobre la vida de Cristo).
Sus restos fueron encontrados hace pocos años, en la bóveda detrás del
altar de la Virgen
de Dolores, en la iglesia de la
Merced del Cuzco; descansaban en un ataúd forrado de seda
negra. (“El Comercio de Lima”. “En el interior del ataúd que estaba forrado de
seda negra fue encontrado un esqueleto que pertenece según se asegura a Fray
Francisco de Salamanca natural de Cochabamba (sic), que se recluyó en su celda
durante los últimos años de su existencia. Allí dice la historia pintaba
cuadros relacionados con la vida de Cristo y escenas del Infierno y del
Purgatorio. Todos estos cuadros los pintaba en la oscuridad…” La presunción de
que el Padre Salamanca fuera cochabambino, ha sido muy frecuente sin apoyo
documental alguno).
Nada más dicen de Salamanca los documentos y la crónica que hemos
consultado, salvo el elogio de un contemporáneo suyo: En la crónica Mercedaria
del Padre Miranda Valcarcel, escrita en vida de Salamanca refiriéndose a
nuestro pintor se lee: “El Rdo. Pe. Mtro. Fray Franco. de Salamanca, portenso,
theólogo, grande estudiante y mucho mayor sabio en la mayor ciencia de el temor
de Dios... tan sapiente conbiene en la inocencia con su vitginidad... es
natural de la villa de Oruro que con ser mineral de plata, produce ingenios de
oro…” (Miranda Valcarcel y Peralta, Francisco, “Crónica de esta provincia del
Cuzco 1650 - 1707”.
Manuscrito en la Biblioteca
de la Merced
del Cuzco. Este manuscrito aún inédito, de suma importancia para la Historia eclesiástica y
artística del Alto Perú y sur del Bajo Perú ha sido transcrito y espera
publicación, por el Padre Comendador y Provincial de la Merced de Lima, Alarcón y
el Dr. Gregorio Taborga de la
Biblioteca de la Universidad del Cuzco. Agradecemos a éste último
el que nos permitiera leer y trabajar sobre la copia mecanografiada. En este
documento escrito por contemporáneo de Salamanca que convivió con él en Cuzco
se afirma “que era natural de la
Villa de Oruro”).
A falta de mayores datos históricos recurrimos a la tradición, que hace
vivir al Padre Salamanca recluido en su celda (descubierta hace apenas más de
un lustro) sin salir de ella más que los viernes en la noche, portando una
pesada cruz de penitencia, que pasea por el precioso claustro de su convento
del Cuzco. Esa misma tradición nos lo representa repartiendo alimentos y
limosnas entre los pobres, que se agrupan en la calle, ante la estrecha
abertura de la ventana de la celda de donde surgen los dones del religioso
pintor. Sea o no verdadera esta tradición, hay algo incontrovertible, y es la
fama que Salamanca alcanzó en su época como hombre austero y virtuoso. Prueba
de ello son los elogios en Crónicas y documentos oficiales de su orden y los
retratos que de él existen, todos al parecer tomados de su cadáver y que se
encuentran en tres distintos sitios de su convento.
Salamanca no sólo fue hombre de sólida formación teológica y de
inclinaciones ascéticas, sino que también se sintió atraído por la formación
cultural completa. En su celda se conserva un pequeño órgano, en el que según
parece componía música para los villancicos que escribió de su propia mano.
Como muestra de sus aficiones literarias quedan en la celda que fue suya una
serie de sentencias y dísticos latinos y castellanos. Pero pese a todo lo que
nos pueda llamar la atención el Padre Salamanca como religioso modelo, y
profundo e inteligente teólogo, nos sentimos más atraídos por el artista y
especialmente por el pintor.
No sabemos si el azar o la guarda celosa de compañeros de hábito, tapió
la celda que ocupaba el insigne religioso en los últimos años de su vida. Ello
ha preservado incólume durante doscientos años uno de los conjuntos más
interesantes de la pintura del Cuzco. Descubierta la celda del Padre Salamanca
al parecer por casualidad, hace pocos años, se muestra hoy a la contemplación
del público con la misma frescura y belleza que tenía cuando concluyó de
pintarla el religioso orureño. Este singular conjunto de pintura mural, no es
fresco propiamente dicho, pero aplicada la pintura directamente sobre el yeso,
tiene el encanto del temple que aventaja al primero en la brillantez de los
colores.
La celda propiamente dicha se halla constituida por un grupo de cuatro
habitaciones, que por los temas que las decoran y su disposición, podemos
analizar de la siguiente forma: un zaguán, situado debajo de la escalera que da
subida a la planta alta del Convento, nos conduce a un vestíbulo de distribución,
a la derecha está el dormitorio y a la izquierda la habitación de penitencia.
La pintura abarca todas las paredes y cielos, dejando solamente lugar
para la cama y algunos cuadros de caballete. El número de paños pintados
alcanza a 36 como se puede ver en el esquema respectivo. Los temas están
agrupados en los diferentes recintos de acuerdo a un plan especial y definido.
En el zaguán se dedica sendos paños a la prudencia, paciencia y fortaleza, con
una alegoría de los dos caminos que se ofrecen al hombre. En el pequeño paso y
vestíbulo de distribución se hallan alusiones a las virtudes y se rinde
homenaje a santos y mártires de la orden mercedaria. El dormitorio es un canto
a la vida, y está dedicado completamente a describir la infancia de Cristo. La
sala de penitencia recuerda los Novísimos y coloca en lugar preferente a santos
ascetas y penitentes.
La tradición nos habla de un Padre Salamanca dedicado en sus últimos
años a duras austeridades y maceraciones, pero su pintura, si bien no desmiente
esto, nos inclina a ver en él un espíritu amable lleno de amor por la belleza y
el cosmos. Ello se expresa muy bien en un magnífico conjunto de la Infancia de Cristo. No
parece que haya mucha diferencia de tiempo en la ejecución de todas las
pinturas, pero la serie del dormitorio, es la más acabada y quizás por ello la
última. Está realizada con pleno dominio de la composición, no solamente dentro
de un plano como suele ocurrir con gran parte de la pintura Cuzqueña, sino que
domina la perspectiva y el espacio en una forma que no tiene paralelo en la
pintura de la América
Hispana.
El maestro mercedario ha sabido ordenar sus escenas en las paredes y
cielo de la habitación en forma armónica, dando al conjunto una unidad acabada,
al mismo tiempo que una encantadora sobriedad. Al contemplar el conjunto parece
venir hacia nosotros un hálito del Renacimiento florentino, ilusión que se
desvanece porque sabemos que lo que se ve es obra de un pintor barroco del
Cuzco andino. Escenas como la deliciosa Adoración de los Reyes, la Huída a Egipto, la Anunciación a los
Pastores y la
Circuncisión que se desarrollan en dos planos aprovechando la
esquina, son de lo más original, ingenuo y delicado que ha producido la pintura
del Ande (La Circuncisión
es muy similar a un gran cuadro existente en la Catedral del Cuzco, con
el mismo tema y que sólo tiene pequeñas variantes de composición con la pintura
mural de Salamanca. En aquél la parte arquitectónica se halla menos
desarrollada. La similitud se puede deber a la inspiración común en un grabado).
No sólo se ve en Salamanca un dibujante suelto, en plena posesión del
oficio, sino que el artista se adueña de la retina del espectador con la
plenitud de su paleta fría, de azules, grises y verdes; salpicada de ráfagas de
brillantes carmines de bermellones. Las repetidas figuras de María y el Niño,
nos deleitan tanto por la frescura de su concepción como por la fineza y lo
delicado de sus acabados. Los pintores españoles y americanos no han brillado
como animalistas, sin embargo algunos ejemplos de la pintura de Salamanca, como
el asno de la Huída,
nos reconcilian en este aspecto de la pintura hispanoamericana. Resumiendo,
debemos decir que el dormitorio de la celda del Padre Salamanca es uno de los
mejores ejemplos de la pintura americana del siglo XVIII.
Las pinturas de la sala de penitencia, si bien no desmerecen de sus
hermanas del dormitorio, no acaban de convencer. En la Magdalena y San Antonio
Abad lo que nos atrae no es precisamente la accesis, sino la amabilidad de los
rostros y la blandura casi rococó de las figuras. Las muertes vecinas a estas
figuras pierden por ello su solemnidad. La mejor escena del conjunto, es la
alegoría de la contingencia de la vida humana. En ella nos sentimos nuevamente
cautivados por la vena amable de Salamanca. Pese a la inminencia de todos los
peligros que acechan el alma humana, no sentimos temor, sino que nos atrae la
criatura que la representa por la humanidad y belleza con que está tratada.
Ante la imagen delicada pronto se olvida la inexorabilidad de su destino eterno
y la inflexibilidad de quienes la acechan: la muerte, el demonio y la
eternidad.
¿Será que nuestras retinas se han llenado con la alegría de vivir que
exultan todas las escenas de la infancia de Cristo, que aquellos condenados que
se retuercen en el infierno y que nos presenta Salamanca en medio de serpientes
y monstruos, apenas merecen nuestra atención? ¿O es quizá, que el cuadro del
Condenado en el Infierno que se halla en otro lugar del mismo convento se ha
hecho tan célebre que no deja juzgar serenamente la obra de Salamanca sobre el
mismo tema? Lo más probable es que en el mercedario orureño había más de
místico que de asceta, más de humanista que de teólogo y lo hemos dicho:
nuestra sensibilidad se acerca más a él cuando pinta a Jesús y María como Hijo
y Madre, que cuando nos quiere recordar nuestras Postrimerías (El cuadro
aludido es el “Suplicio de un condenado” que se halla en la portería del
Convento de la Merced
del Cuzco y que ya fue publicado por F. Cossío del Pomar en “Pintura Colonial”,
Cuzco, Perú, 1928 p. 19).
En el resto de las pinturas de la celda, se desarrollan más a tono con
las del dormitorio. Las alegorías de la fortaleza y la paciencia, que algo
deben a grabados, se nos muestran discretas de dibujo y brillantes de colorido.
El problema teológico y filosófico de la perplejidad del hombre frente a los
dos caminos, el de rosas y el de espinas tiene mucho parecido al existente en
la iglesia de Andahuaillas que ya publicó Soria, obra de un pintor anónimo del
siglo XVI. Con toda probabilidad hubo una fuente común para ambas pinturas. Es
trozo flojo de la pintura el paso entre el zaguán y el vestíbulo de
distribución. Los dos mártires mercedarios situados en las hornacinas, más
parecen muñecos: no se puede llenar tantos metros cuadrados de pintura sin
alguna flaqueza de pincel.
Lo arquitectónico tan caro al barroquismo hispano-colonial no podía
estar alejado de ninguna manera de este conjunto. Se hace presente mediante un
arco de intradós acasetonado sostenido a ambos lados por pareadas salomónicas;
discretamente pintado el conjunto, da cuenta de que Salamanca no era ajeno al
conocimiento arquitectónico de su época. Tanto los zócalos compuestos de
medallones y cartonería que sirven de base al conjunto, como los floreros y
pájaros que existen en el intradós de los arcos que separan las habitaciones,
nos muestran a un hábil decorador. Hay cariño en el detalle y perfección en la
forma. La parte arquitectónica de la pintura de Salamanca está relacionada con
otras pinturas murales del siglo XVIII, como Carabuco, Italaque, Juli, etc.
En estos zócalos y floreros, como en los paños principales, existen
multitud de inscripciones, latinas unas y castellanas otras, que muestran las
dotes literarias del Padre Salamanca, humanista quizás único en la época que le
cupo vivir en el Cuzco.
A esta altura sólo nos cabe decir que el caso del Padre Salamanca es
singular en la pintura del Ande. En él se han reunido las más brillantes y
envidiables dotes de un pintor. Ha sido de los pocos pintores eruditos del Perú.
No ha pintado como el resto de sus colegas por vocación o por desempeñar una
artesanía. Quizás tampoco el arte fue su finalidad. Salamanca pinta porque
siente la necesidad de expresar su mundo interior, su microcosmos. En la
soledad de su celda quiere dejar un mensaje de paz, y de advertencia a la
ineludible misión del hombre en la tierra.
Desengañado quizás de poder llegar al resto de sus semejantes con la
dura disciplina intelectual, filosófica y teológica; sintiendo tal vez que su
ejemplo de accesis, no era camino para todos, quiso llegar a los hombres con un
mensaje más sencillo y comprensible. Por ello pintó. Salamanca tiene trazas de
ser autodidacta. Usa el arte sólo en cuanto le sirve de expresión y así cuando
ve que el arte le es insuficiente para expresar sus sentimientos acude al
lenguaje, y crea sentencias y dísticos que inscribe sobre la pintura. Allí
están grabados sus alegrías y sus desalientos, la angustiosa espera de la
muerte que para él será la liberación y el paso último de su carrera hacia el
éxtasis eterno.
Francisco de Salamanca desarrolla su arte en momento de esterilidad
creativa del resto de sus contemporáneos. Pintura de mensaje, pintura interior,
pintura erudita, la pintura del mercedario no entronca con la pintura del
Cuzco. Cuán lejos se halla el fraile mercedario del perfeccionamiento técnico
de un Basilio de Santa Cruz o de la fuerte personalidad de un Quispe Tito, los
grandes y antiguos maestros de la ciudad. Está lejos también de sus
contemporáneos, pintores adocenados que trabajan en talleres de carácter
industrial, producen cuadros según receta dejando bien poco de sentimiento
personal en sus obras. Tampoco se parece Salamanca a otros frailes pintores,
como Fray Juan de la
Concepción, que a su lado resulta circunstancial, formalista
y hierático.
En una de las dependencias del convento, encima de la antesacristía se
encuentra un fresco muy dañado por el tiempo y los sismos que constituye uno de
los pocos ejemplos de su clase en la ciudad del Cuzco. La pintura llena
íntegramente todo un paño de pared hoy dividida en varias partes. Su tema es
doble: encima La Gloria
debajo una Adoración de los Pastores. Ambas composiciones se entrelazan
mediante el letrero “Gloria in Excelsis” que portan dos ángeles. Una fecha
debajo de este letrero señala posiblemente el año de la ejecución de la
pintura; 1774. Lo que nos interesa es que estando en el Convento de la Merced, tiene en su estilo,
leves reminiscencias del arte de Salamanca, aunque no llega a la brillantez de
colorido ni a la corrección de dibujo del ilustre mercedario. Pertenece a una
mano popular, a un maestro que quizás vio la obra de Salamanca.
Salamanca, por el hecho mismo de su pintura personal y de mensaje, no
dejó ni pudo tener escuela; es una isla en aquel mar que pronto iba a inundar
todo el Perú; la pintura mestiza, cuyos exponentes más populares serían
Nolasco, García y Marcos Zapata.
Fuente: José de Mesa y Teresa Gisbert. Folleto publicado por la Universidad Técnica
de Oruro – Bolivia.
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