viernes, 20 de julio de 2012

El cantar de Mío Cid – Anónimo

 
Breve mirada a una de las obras literarias antiguas de la lengua castellana y que muestra los rasgos tradicionales hispanos confundiendo historia y mito.

La muestra más temprana de la literatura épica española es El Cantar de Mío Cid. Según Ramón Menéndez Pidal, todos los indicios parecen señalar los alrededores del año 1140 como la fecha de su composición. Aunque el original se ha perdido, se conserva una copia manuscrita hecha por un tal Per Abad en 1307, a la que le faltan una hoja del principio y dos del resto del texto. Sin embargo, por un documento del mismo siglo XIV, la “Crónica de veinte reyes de Castilla”, se han podido reconstruir los fragmentos perdidos del relato.
Este poema es de autor anónimo, como ocurre con todos lo cantares épicos medievales de Europa, pero el propio Menéndez Pidal señala en sus investigaciones la presencia de dos juglares en la creación: uno, el de San Esteban de Gormaz, más fiel a los acontecimientos históricos; y otro, el de Medinaceli, quizá más dado a las invenciones poéticas.
El poema está dividido en tres cantares. En el primero, llamado “Cantar del destierro”, el rey Alfonso V, por intrigas de algunos cortesanos ordena a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que se marche de Castilla. Éste lo obedece, sin perder la lealtad por su rey. En el segundo, “Cantar de las bodas”, describe la conquista de Valencia y la reunión de Rodrigo con su mujer e hijas. Los numerosos regalos que envía el Campeador al rey despiertan la ambición de los infantes de Carrión, los que solicitan casarse con doña Sol y doña Elvira, hijas del Cid. Se celebran las bodas a pesar del recelo del Cid, que así lo permite únicamente por ser voluntad real. En el tercero, “Cantar de la afrenta de Corpes”, los infantes de Carrión muestran su falta de valor al no enfrentarse con un león que andaba suelto, y al rehusar enfrentarse al enemigo. La mayor cobardía de los infantes, sin embargo, es el abandonar a sus mujeres en el robledal de Corpes, después de haberlas golpeado brutalmente para vengarse del desprecio de los hombres del Cid. El poema concluye de manera feliz: los infantes son derrotados por la mesnada del Campeador y declarados traidores. El rey Alfonso casa de nuevo a las hijas del Cid, pero esta vez con los infantes de Navarra y Aragón, que eran ilustres parientes de los reyes de España.
La epopeya española, a diferencia de la del resto de Europa, es una épica basada en la historia. Hay muy pocos personajes en este poema cuya identidad histórica no se haya podido establecer. De igual forma, las hazañas del Cid y su mesnada van enmarcadas dentro de una geografía muy concreta. Un ejemplo de esta exactitud es la descripción de sus incursiones por el sur de Valencia:

Enviaba a sus jinetes —que por la noche marchaban / hasta llegar a Cultera— y, luego, llegar a Játiva, / y marchando más abajo —hasta Denia se acercaban.

La pintura de los personajes está hecha en términos del hombre de carne y hueso que componía la audiencia del juglar. La personalidad de Rodrigo se va descubriendo gradualmente, recurso que utiliza el creador para reafirmar la calidad del héroe del nivel local al nacional y aun más allá de las fronteras de España. “Tan grande su fama es — que hasta los mares traspasa”.
El Campeador no es el prototipo distante y remoto de la epopeya francesa, el Rolando que realiza proezas fabulosas; el Cid es el hombre que sufre, el que defiende no sólo su honor, sino el que batalla por su nación, es el jefe equitativo y es también el vencedor generoso. Como padre y marido ejemplar el Cid sufre:

El Cid a doña Jimena— un abrazo le fue a dar, / y doña Jimena al Cid — la mano le va a besar, / con lágrimas en los ojos, — que sólo sabe llorar. / Y él a las niñas con pena— tornábalas a mirar: / “Al Señor os encomiendo, — al Padre espiritual; / nos separamos, quién sabe — si nos podremos juntar!” / Lloraban todos los ojos, — nunca se vio llanto igual / como la uña de la carne — así apartándose van.

El Campeador es la figura que le da sentido a la lucha en España contra los infieles y contra los poderosos nobles, independientes de la corona de Castilla. Su grito de guerra, al enfrentarse con los moros, lo muestra como al caballero cristiano.

iEn nombre del Creador — y de Santiago leal / atacad, mis caballeros, — con denuedo y voluntad, / porque yo soy Ruy Díaz, — Mío Cid el de Vivar!

Su valor en la contienda queda una vez más demostrado cuando vence al conde de Barcelona, lo hace prisionero, le gana la espada Colada y después lo liberta, no sin antes hacerle pagar tributo en cantidad tal que “tan grandes riquezas tienen — que ni las saben contar.”
Este constante saltar del juglar, de lo heroico a lo material, confieren al Mío Cid unas características especiales que permiten llevar a la audiencia, de momentos de gran dramatismo a otros de delicada ternura, sin dejar de prodigarle toques de ironía y de fino humorismo. Con un lenguaje vivo por su propia sencillez, el poema comunica con precisión tanto la rudeza como la grandeza de esta etapa de la historia española. De ahí la importancia de este viejo testimonio no sólo para adentrarse en los hechos que conformaron a España, sino como fuente para el estudio de la lengua misma y de la estética del medioevo; sin olvidar su valor como documento sociológico para comprender el modo de vivir y el modo de ser del pueblo castellano.
El Cantar de Mío Cid, que corresponde al período de apogeo de la épica en la península ibérica, es un firme modelo de un rasgo casi siempre presente en la literatura española: la integración de los ideales con las necesidades más inmediatas. Por esa mezcla El Cantar de Mío Cid tiene la virtud de rescatar estéticamente la humanidad de un hombre cuyo heroísmo encarna los valores de un pueblo.
AG.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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