La novela que coloca a este escritor centroamericano en la lista de
literatos que marcaron rumbos nuevos hacia lo que luego se conociera la nueva
narrativa latinoamericana.
En los años 20, Miguel Ángel Asturias comenzaría a escribir una obra que
le tomaría diez años y que sólo podría llegar a publicar, por razones
políticas, en 1946: “El señor presidente”. En ella recogió las tendencias
europeas de su época: el vitalismo orteguiano, el expresionismo alemán y el
surrealismo francés, y las unió, en sincretismo original, con formas
mitológicas que recordaban las de los mayas de su país natal: Guatemala. En esa
fusión de las tradiciones occidentales y de las autóctonas, ideó una nueva
forma que prepararía el terreno para la creación narrativa más interesante en
los últimos veinte años, la llamada del “realismo mágico”. Este estilo o
movimiento hispanoamericano se caracteriza por la presentación objetiva de
sucesos en apariencia reales coexistiendo con otros de índole fantástica.
Esta es la clave que se debe tener en cuenta al leer “El señor
presidente”. Si bien podría situarse entre las obras naturalistas al estilo de
Zolá, por presentar los tipos de los bajos fondos, por otra parte podría verse
en ella el desarraigo vital del hombre, característico de las novelas
existencialistas; si en cierto modo es una crítica de las dictaduras
americanas, y en particular de la de Manuel Estrada Cabrera, por otro lado es
también ejemplo de visiones surrealistas, de sueños, de fórmulas irónicas, humorísticas
y hasta grotescas.
Es por ello que se consideró a Asturias un innovador y se le concedió el
premio Nobel en 1967. Sin embargo, fue también un escritor controversial. No
sólo criticó a los políticos de su país, sino también a las fuerzas extranjeras
que lo oprimían. Ejemplo de esta postura fue su trilogía antiimperialista: “Viento
fuerte” (1950), “El papa verde” (1954) y “Los ojos de los enterrados” (1960).
La veta mística y legendaria la expresó en “Leyendas de Guatemala” (1930); “Hombres
de maíz” (1949) y “Mulata de tal” (1963).
Tradujo, además, del antiguo maya al castellano y se destacó como poeta
y como autor de teatro. Pero, sin duda, su obra más leída y comentada ha sido “El
señor presidente”. Pertenece a un género de novelas que habla comenzado con la
crítica de los caudillos de la revolución mexicana, y que se caracteriza por
centrarse en la evolución de un dictador. “El señor presidente” representa el
paradigma del género que es nueva épica de América. Aunque en vez de exaltar a
un héroe, implica una indignada protesta contra el mal endémico de la política
de nuestros países. En la novela de Asturias aparece este personaje como un
fantoche, como caricatura de sí mismo, se presenta al dictador en toda su
crueldad, con un humor macabro y destructivo.
La trama comienza con la escena de los pordioseros del portal de la
catedral, para ir adentrándonos cada vez más en los círculos cercanos al
dictador. La ciudad entera parece enferma. Tipos crueles, adoloridos o sucios
son la antesala a la figura central. Ésta se revela como un borracho paranoico,
de presencia totalmente repulsiva. La única energía que posee es la del terror
que inspira.
Pero alternando con ese mundo de pesadilla, aparece un mundo de
encantamiento, donde viene la
Virgen del Carmen a preguntarle a un personaje, El Pelele,
qué es lo que quiere, y se lo concede.
Hay repeticiones de palabras en forma de jitanjátora, sonidos
onomatopéyicos y cantos folklóricos, que van coordinándose en el desarrollo de
la trama a modo de un gran cuadro cubista.
Y es así que se manifiesta el sentido poético lírico de la obra, por los
pasajes de ensueño y encantamiento. Son los escapes de la destructiva realidad,
del mundo alucinante del terror. La “otra cara” de la vida. En ese mundo de
ensueño se revela la técnica del libro, ya que ambiente y personajes revelarán
constantemente esas dos caras, como las del héroe Miguel Cara de Ángel. Una
bufanda negra le cubre la mitad del rostro, lo que señala simbólicamente su
participación en el bien y en el mal. Como agente de la destrucción y favorito
del dictador a él le toca advertir al General Canales que abandone el país.
Pero en el momento que actúa de esbirro se encuentra con un destino poético. Y
es que ve a Camila, la hija de Canales. La aparición del amor que crea un doble
juego: candidez frente a la amada y aversión e hipocresía en sus relaciones con
su amo, el señor presidente.
De ahí en adelante el objetivo de la narración es el presentar el grado
de enajenación a que deben someterse todos los individuos en esta clase de
régimen. La búsqueda de una precaria seguridad hace que todos se dobleguen al
dictador. Los tíos de Camila no quieren ampararla. Los tipos de la calle están
prestos a la delación para salvarse.
Se podría ver el libro como una gran alegoría, al modo de la literatura
medieval. El héroe, Miguel, que se presenta al principio como hombre interesado
y lujurioso, se transforma al ver la belleza y la pureza de Camila,
convirtiéndose así en su protector. Para ello debe combatir la fuerza maligna
que emana del dictador. Por esta razón se somete a sufrimientos terribles, pero
siempre llevando la imagen de su dama en el corazón.
El final es predeciblemente trágico. Cuando Miguel quisiera encontrar un
albergue para Camila en un cielo, termina por encontrar su camino en una
cárcel, esto es, en un infierno. Y es que no se puede construir la felicidad
personal al margen de la discordia total. La miseria moral abate a todos.
Asturias instala su obra en medio de las corrientes literarias más
importantes de todos los tiempos, presentando un mundo en su totalidad. Pero
como novela, “El señor presidente” va más allá; su valor principal radica en el
manejo del lenguaje. Es un texto que combina el folklore hispano con la
repetición de sonidos guturales para tipificar el odio del dictador; que alterna
bellísimas imágenes que podrían encontrarse en los cuentos de hadas con
descripciones que tienen la fuerza brutal de los arrabales.
Es ahí donde radica el valor universal de este libro que ha mitificado
al lenguaje para personalizar a un pueblo.
OC.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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