jueves, 2 de agosto de 2012

El señor Presidente – Asturias

La novela que coloca a este escritor centroamericano en la lista de literatos que marcaron rumbos nuevos hacia lo que luego se conociera la nueva narrativa latinoamericana.

En los años 20, Miguel Ángel Asturias comenzaría a escribir una obra que le tomaría diez años y que sólo podría llegar a publicar, por razones políticas, en 1946: “El señor presidente”. En ella recogió las tendencias europeas de su época: el vitalismo orteguiano, el expresionismo alemán y el surrealismo francés, y las unió, en sincretismo original, con formas mitológicas que recordaban las de los mayas de su país natal: Guatemala. En esa fusión de las tradiciones occidentales y de las autóctonas, ideó una nueva forma que prepararía el terreno para la creación narrativa más interesante en los últimos veinte años, la llamada del “realismo mágico”. Este estilo o movimiento hispanoamericano se caracteriza por la presentación objetiva de sucesos en apariencia reales coexistiendo con otros de índole fantástica.
Esta es la clave que se debe tener en cuenta al leer “El señor presidente”. Si bien podría situarse entre las obras naturalistas al estilo de Zolá, por presentar los tipos de los bajos fondos, por otra parte podría verse en ella el desarraigo vital del hombre, característico de las novelas existencialistas; si en cierto modo es una crítica de las dictaduras americanas, y en particular de la de Manuel Estrada Cabrera, por otro lado es también ejemplo de visiones surrealistas, de sueños, de fórmulas irónicas, humorísticas y hasta grotescas.
Es por ello que se consideró a Asturias un innovador y se le concedió el premio Nobel en 1967. Sin embargo, fue también un escritor controversial. No sólo criticó a los políticos de su país, sino también a las fuerzas extranjeras que lo oprimían. Ejemplo de esta postura fue su trilogía antiimperialista: “Viento fuerte” (1950), “El papa verde” (1954) y “Los ojos de los enterrados” (1960). La veta mística y legendaria la expresó en “Leyendas de Guatemala” (1930); “Hombres de maíz” (1949) y “Mulata de tal” (1963).
Tradujo, además, del antiguo maya al castellano y se destacó como poeta y como autor de teatro. Pero, sin duda, su obra más leída y comentada ha sido “El señor presidente”. Pertenece a un género de novelas que habla comenzado con la crítica de los caudillos de la revolución mexicana, y que se caracteriza por centrarse en la evolución de un dictador. “El señor presidente” representa el paradigma del género que es nueva épica de América. Aunque en vez de exaltar a un héroe, implica una indignada protesta contra el mal endémico de la política de nuestros países. En la novela de Asturias aparece este personaje como un fantoche, como caricatura de sí mismo, se presenta al dictador en toda su crueldad, con un humor macabro y destructivo.
La trama comienza con la escena de los pordioseros del portal de la catedral, para ir adentrándonos cada vez más en los círculos cercanos al dictador. La ciudad entera parece enferma. Tipos crueles, adoloridos o sucios son la antesala a la figura central. Ésta se revela como un borracho paranoico, de presencia totalmente repulsiva. La única energía que posee es la del terror que inspira.
Pero alternando con ese mundo de pesadilla, aparece un mundo de encantamiento, donde viene la Virgen del Carmen a preguntarle a un personaje, El Pelele, qué es lo que quiere, y se lo concede.
Hay repeticiones de palabras en forma de jitanjátora, sonidos onomatopéyicos y cantos folklóricos, que van coordinándose en el desarrollo de la trama a modo de un gran cuadro cubista.
Y es así que se manifiesta el sentido poético lírico de la obra, por los pasajes de ensueño y encantamiento. Son los escapes de la destructiva realidad, del mundo alucinante del terror. La “otra cara” de la vida. En ese mundo de ensueño se revela la técnica del libro, ya que ambiente y personajes revelarán constantemente esas dos caras, como las del héroe Miguel Cara de Ángel. Una bufanda negra le cubre la mitad del rostro, lo que señala simbólicamente su participación en el bien y en el mal. Como agente de la destrucción y favorito del dictador a él le toca advertir al General Canales que abandone el país. Pero en el momento que actúa de esbirro se encuentra con un destino poético. Y es que ve a Camila, la hija de Canales. La aparición del amor que crea un doble juego: candidez frente a la amada y aversión e hipocresía en sus relaciones con su amo, el señor presidente.
De ahí en adelante el objetivo de la narración es el presentar el grado de enajenación a que deben someterse todos los individuos en esta clase de régimen. La búsqueda de una precaria seguridad hace que todos se dobleguen al dictador. Los tíos de Camila no quieren ampararla. Los tipos de la calle están prestos a la delación para salvarse.
Se podría ver el libro como una gran alegoría, al modo de la literatura medieval. El héroe, Miguel, que se presenta al principio como hombre interesado y lujurioso, se transforma al ver la belleza y la pureza de Camila, convirtiéndose así en su protector. Para ello debe combatir la fuerza maligna que emana del dictador. Por esta razón se somete a sufrimientos terribles, pero siempre llevando la imagen de su dama en el corazón.
El final es predeciblemente trágico. Cuando Miguel quisiera encontrar un albergue para Camila en un cielo, termina por encontrar su camino en una cárcel, esto es, en un infierno. Y es que no se puede construir la felicidad personal al margen de la discordia total. La miseria moral abate a todos.
Asturias instala su obra en medio de las corrientes literarias más importantes de todos los tiempos, presentando un mundo en su totalidad. Pero como novela, “El señor presidente” va más allá; su valor principal radica en el manejo del lenguaje. Es un texto que combina el folklore hispano con la repetición de sonidos guturales para tipificar el odio del dictador; que alterna bellísimas imágenes que podrían encontrarse en los cuentos de hadas con descripciones que tienen la fuerza brutal de los arrabales.
Es ahí donde radica el valor universal de este libro que ha mitificado al lenguaje para personalizar a un pueblo.
OC.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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