Una novela peculiar que a partir de lo social lleva a reflexionar sobre
la complejidad de su impacto sobre la vida personal y la intimidad de las
personas.
Publicada en 1947 y considerada como la obra más importante de este
autor, “Al filo del agua” es una novela que se distingue del naturalismo y de
la narrativa testimonial imperantes en la novela mexicana y latinoamericana
hasta ese momento (Azuela, Gallegos, Rivera y otros). En ésta se inaugura no
sólo una moderna técnica narrativa que participa de los métodos expresivos del
cine, sino que se hace uso, por primera vez en una novela latinoamericana, de
un realismo psicológico de una profundidad y un rigor asombrosos.
Yáñez bordea el tema de la Revolución Mexicana; su generación no ha tenido
contacto directo con el fenómeno revolucionario, pero indudablemente este
cataclismo social no ha dejado de ejercer su influencia en él al igual que en
sus contemporáneos. “Al filo del agua” utiliza la inminencia de un torrencial
aguacero como paralelismo simbólico de la proximidad del estallido de la Revolución. Los personajes aparecen esperando el
agua que limpie y fertilice.
Al final del libro será la
Revolución la que vendrá a cambiar sus vidas. La historia
narrada está impregnada de las tensiones entre la religión y el amor, las
fuerzas que mueven las monótonas vidas de los habitantes de un pueblo del “Arzobispado”,
en el estado de Jalisco. La acción está ubicada entre los años de 1909 y 1910,
cuando se produjo el colapso del régimen de Porfirio Diez.
Este pequeño pueblo es el verdadero protagonista de la novela. No
obstante, hay personajes que pueden verse como tipos o como símbolos. El cura
don Dionisio Martínez, paradigma de bondad y sacrificio, es quien orienta la
vida espiritual de los hombres de ese pueblo, repleto de una densa calma, donde
las mujeres siempre salen vestidas de negro y existe una alta dosis de
religiosidad.
“Al filo del agua” se inicia con una introducción titulada “Acto
Preparatorio”, este fragmento ostenta una extraordinaria profundidad de
concepto y acertadas imágenes poéticas:
“En las noches de luna escapan miedos y deseos, a la carrera; pueden oírse
sus pasos, el vuelo fatigoso y violento, al ras de la calle, sobre las paredes,
arriba de las azoteas. Camisas de fuerza batidas por el aire, contorsionados
los puños y las faldas, golpeando las casas y el silencio en vuelos de pájaro
ciego, negro, con alas de vampiro, de tecolote o gavilán”.
El final de la novela es también muy significativo. Describe la entrada
triunfal de la Revolución
y la integración de María —uno de los personajes— al nuevo proceso, lo que pone
de manifiesto el rompimiento con el pasado de aquellos hombres y mujeres de la
provincia, y el inicio de una nueva etapa en la historia de México.
Yáñez logra que las ideas y los conceptos se expresen por si mismos a
través de los sentimientos de los personajes y de las descripciones de las
costumbres nacionales o regionales; de esta manera desaparece de la novelística
mexicana la tendencia doctrinaria que permeará las novelas que anteriormente
trataron el tema de la Revolución. En su novela, Yáñez muestra las
causas tanto psicológicas como económicas y sociales que motivaron el fenómeno
revolucionario sin detenerse a filosofar o especular sobre su indiscutible
trascendencia; es el lector el que debe sacar sus propias conclusiones.
La estructura del libro está perfectamente equilibrada. Se percibe en su
lectura una armonía arquitectónica o musical más que literaria. Yáñez mismo ha
admitido que el “Réquiem de Fauré” fue uno de los elementos inspiradores en la
confección estructural de su novela. Para él “el estilo es una resultante del
modo de pensar, de sentir y de situar las condiciones en que se desarrolla la
obra”. Es por eso que en sus obras se distingue siempre esa uniformidad de
tono, esa correspondencia armónica entre las diferentes partes que convierte a
cada una de ellas en un experimento único, expresión original de sus específicas
exigencias estéticas, aun cuando ocasionalmente los personajes continúen su
evolución a través de varias novelas.
Después de “Al filo del agua” Yáñez intentó atrapar la vida
metropolitana, desarrollando dos complejas novelas en el ambiente de la
capital: “La creación” (1959), donde se plantean los problemas del arte y de la
vida artística en el marco de la República y de la ciudad; y “Ojerosa y pintada”,
cuya novedosa y complicada estructura narrativa ha sido comparada con las
técnicas del escritor estadounidense John Doss Passos. A pesar de la maestría
demostrada en la confección de estas obras, las mismas no han recibido una
acogida calurosa por el público ni por la crítica, y se le ha señalado cierta
falta de dominio al tratar temas urbanos.
Con sus novelas “La tierra pródiga” (1960) y “Las tierras flacas”
(1962), Yáñez retorna los temas rurales. En la primera se plantea la pugna,
tradicional en la literatura hispanoamericana, entre civilización y barbarie,
esta vez enmarcada en el período de la industrialización del país. En la
segunda, se describe la nueva estructura socioeconómica en las zonas rurales
del México contemporáneo, y se replantea nuevamente, aunque con matices
distintos, la problemática de “Al filo del agua”: el hombre, víctima del
paisaje y de tuerzas desconocidas que guían su destino (la Revolución es una de
ellas), sólo encuentra refugio en la religión y la magia. Aunque siempre Yáñez
pretende decir algo, porque para él “toda novela que reúna las condiciones
elementales de dignidad, y cumpla con las premisas básicas del género tiene
algo de definición y de tesis”, sus novelas están muy lejos de ser
doctrinarias.
De igual manera, es preciso decir que si bien los ambientes rurales son
sus favoritos, y sus argumentos se desarrollan en marcos regionalistas, la
estructura y la técnica narrativa de sus obras es siempre distinta. Este afán
de experimentación, la profundidad de tratamiento del tema escogido y la maestría
de su estilo convierten a Yáñez en uno de los autores más importantes y
trascendentes de la literatura mexicana contemporánea.
DF.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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