Resumen sencillo explicando los conceptos esenciales de las diversas
modalidades creativas literarias y las corrientes o escuelas que influyeron en
su historia.
LA NARRATIVA EN PROSA.
La narrativa en prosa comprende fundamentalmente el cuento y la novela. Otros
tipos de narración en prosa han sido considerados como géneros o subgéneros.
Entre éstos, los más conocidos y definidos son el apólogo, la fábula, la
leyenda, la tradición, la anécdota, la noveleta y el testimonio.
LA NOVELA.
La novela es un género muy complejo, cuyas características han
evolucionado considerablemente a través de su historia, circunstancia ésta que
no facilita su definición. Generalmente se define la novela como una narración
ficticia más o menos extensa, escrita en prosa, en la que se describen las
peripecias de uno o más personajes y el mundo que les rodea; también se exponen
las características personales de éstos y su evolución interna a través de los
sucesos que les acontecen.
De acuerdo con el tema o temas que trate, la novela puede clasificarse
como histórica, filosófica, de aventuras, psicológica, autobiográfica, erótica,
satírica de costumbres, fantástica, caballeresca, picaresca, política,
religiosa, científica, policíaca, de horror, de ciencia ficción, bizantina, y
otras.
Frecuentemente suelen mezclarse dos o más tipos de tema en la misma
novela. Por ejemplo, “El buscón” de Quevedo es una novela picaresca, y a la vez
satírica de costumbres; el “Cándido” de Voltaire es una novela de aventuras, y
a la vez, filosófica; “Crimen y castigo” de Dostoievsky es una novela psicológica
que contiene elementos de la novela policíaca. Entre los contemporáneos suelen
verse combinaciones más complejas, “La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas
Llosa es una novela de aventuras, histórica y política; “Cien años de soledad”
de Gabriel García Márquez es una novela fantástica, política y erótica.
Las primeras manifestaciones de la novela datan del siglo I, cuando
Petronio escribió su famoso “Satiricón”, novela satírica y de aventuras en la
que se reflejan las costumbres licenciosas de la Roma de los césares. En el
siglo II, Lucio Apuleyo escribió su popular “Asno de oro” o Las metamorfosis”
donde narró las aventuras de un hombre que por encantamiento se había
convertido en burro.
Es preciso destacar que estos dos primeros ejemplos de novela pertenecen
al llamado género picaresco (porque describe las aventuras de uno o más
personajes pícaros o bribones), y éste será el primer género de novela que se
desarrolle con características definidas de escuela literaria en la época del
Renacimiento, fundamentalmente en España, durante los siglos XVI y XVII.
Si bien es cierto que la novela caballeresca o de caballería existió con
anterioridad a la picaresca, ya que floreció durante el medioevo, no se da en
este tipo de novela la complejidad ni la trascendencia que se encuentra en la
picaresca. Hay algunas de estilo elaborado y gran riqueza imaginativa, como “El
caballero Citar”, “Amadís de Gaula” y “Tirante el Blanco”; sin embargo los
personajes carecen de complejidad psicológica, las peripecias están cargadas de
exuberante fantasía y, finalmente, no existe un substrato de realidad que le
aporte trascendencia al relato. En estas novelas los relatos se suceden como en
un sueño, sin una intención definida; en realidad sólo perseguían entretener al
lector o al oyente. Durante la
Edad Media, estas novelas eran leídas en público, en vista de
que la mayoría no sabía leer, y de que existían pocos ejemplares de estos libros.
De igual manera, no ocurre una evolución psicológica en los personajes, sino
que éstos sufren o disfrutan de los sucesos que les acontecen sin perder su
idiosincrasia.
En el Renacimiento, la novela se diversificó y floreció en más de una
forma, abundando en variedad de temas y estilos. En Cervantes, el más grande de
los novelistas de este período, se encuentran modelos de todos estos tipos de
novela, ya que sus “Novelas ejemplares” ejemplifican la versatilidad de la
narrativa de la época.
Los tipos de novela más comunes en esos siglos eran el pastoril, como “La Galatea” de Cervantes, y
la “Diana de Montemayor” (la primera del género); la morisca como “La historia
de Jarifa y el abencerraje”, incluida en la novela de Montemayor; la bizantina,
llamada así por la complejidad de las peripecias, así como por lo vasto y
exótico de los escenarios: tal es el caso de “Los trabajos de Persiles y Segismundo”
del propio Cervantes, y finalmente, la picaresca, creadora de toda una escuela
que evolucionó durante siglos y que ha sido cultivada en casi todos los países.
Incluso en el siglo XX hay novelas de corte picaresco: “Años de perro” de
Günter Grass, las “Sonatas” de Valle Inclán, y “Las aventuras de Augie March”
de Saul Bellow son algunos de los ejemplos más notables.
La vigencia de este tipo de novela se debe a su carácter eminentemente
social; si bien en ellas se describen las aventuras de uno o más personajes, el
desarrollo de la trama permite al autor hacer una pintura, con frecuencia
severamente crítica, de las costumbres y de los males de la época.
Durante el período barroco, la novela picaresca adquirió mayor
complejidad y variedad en los escenarios: el pícaro extendió el marco de sus
aventuras a otros países además de España. El “Guzmán de Alfarache” de Mateo
Alemán es uno de los ejemplos más ilustrativos.
En el siglo XVIII, la novela no alcanzó una gran evolución en cuanto a
forma o temática; se continuaron utilizando los elementos pastoriles,
picarescos y de aventuras; sin embargo, aumentó la intención moralizante, y en
ocasiones se persiguió incluso una exposición de tipo filosófico. Las breves
novelas de Voltaire son un ejemplo típico. Sin embargo, en este período la
novela comenzó a hacerse más íntima y preocupada por las características psicológicas
del personaje central; el “Tom Jones” de Fielding es un ejemplo típico de esta
transición.
En 1740, Samuel Richardson publicó en Inglaterra su novela “Pamela”, que
juntamente con su famosa “Clarissa Harlowe” (1747), inició la novela
“sentimental”. Esta constituyó la transición hacia la novela romántica de las
cuales “Julia o La nueva Eloísa”, publicada por Juan Jacobo Rousseau en 1761,
habría de ser la primera muestra. Las novelas antes mencionadas están escritas
en estilo epistolar, de gran popularidad en la época.
La novela romántica (siglo XIX) se caracterizó por el conflicto
sentimental entre dos o más personajes, o entre el individuo y la realidad
circundante. Uno de los elementos más utilizados en este tipo de novela era el
amor a la naturaleza y a la vida campestre idealizada.
También se dio una tendencia a la melancolía y a las reacciones
drásticas ante las adversidades que confronta el personaje. A diferencia del
tono satírico y humorístico de la picaresca, en esta novela la crítica social
se manifiesta de manera dramática y a veces trágica. El “Werther” de Goethe y
la “Manon Lescaut” del abate Prevost son ejemplos clásicos de novela romántica.
Como reacción ante la tendencia exageradamente sentimental del estilo
romántico, surgió la novela realista. En ella, el autor pretendía describir los
problemas de sus personajes y los de la realidad circundante, sin establecer
juicios, ni mostrar su criterio; el autor ofrecía una narración detallada, pero
desprovista de ornamentos emocionales. Entre los más destacados cultores de
esta novela se encontraron Gustave Flaubert, Honorato de Balzac, León Tolstoi,
Eca de Queiroz y Pío Baroja.
El realismo tuvo una secuela aun más preocupada por la reproducción
minuciosa de la realidad. Para representarla, seleccionaba las situaciones más
crudas, y trataba de describir cuidadosamente la vida de las clases pobres. El
naturalismo despojó a la novela de todo elemento falsamente embellecedor que
pudiera alterar la imagen fiel de una realidad dolorosa y cruel. Los autores
más representativos de este movimiento son los hermanos Goncourt, Guy de
Maupassant, Vicente Blasco Ibáñez y, sobre todo, Émile Zolá.
Hay autores cuyas novelas pueden clasificarse unas veces en un estilo y
otras veces en otro, como es el caso de Balzac, que tiene novelas románticas,
como “El lirio en e! valle”, y novelas realistas, como “Papá Goriot". De
igual manera se pueden encontrar elementos románticos, realistas y hasta
naturalistas en una misma novela; así ocurre en “La cartuja de Parma” de
Stendhal. Esta complejidad dificulta el establecer definiciones y deslindes
entre un tipo de novela y otro.
En la época moderna la diversidad novelística es tan grande que algunas
autoridades consideran que prácticamente existen tantos tipos de novela como
autores. Aunque se habla de novelas expresionistas, como “Los Buddembroks” de
Thomas Mann; simbólicas, como “El proceso” de Franz Kafka; impresionistas, como
“El Gatopardo” de Lampedusa; psicológicas, como “En busca del tiempo perdido”
de Proust; surrealistas, como “El amor loco” de André Bretón; absurdas, como “El
otoño en Pekín” de Boris Vian, y objetivistas, como “La celosía” de Alain Robbe
Grillet, en realidad, los movimientos novelísticos y los novelistas del siglo XIX
combinan con tanta libertad los temas y las diferentes formas estructurales del
género que se hace difícil toda clasificación. Generalmente una misma novela
puede ser incluida en dos o más escuelas o tendencias literarias.
Tradicionalmente la novela ha sido clasificada por su forma en:
narrativa (“Moby Dick” de Herman Melville), dialogada (“La Celestina”), y epistolar
(“Pepita Jiménez” de Juan Valera). Sin embargo, en la actualidad estas formas
suelen mezclarse en una misma novela, y hasta se incluyen otros elementos, como
pueden ser los monólogos interiores de los personajes (“La ciudad y los perros”
de Vargas Llosa), las noticias de los periódicos (“Manhattan Transfer” de John
Dos Passos), informes policíacos (“El beso de la mujer araña” de Manuel Puig),
diagnósticos médicos, documentos legales, históricos, y otros.
La preceptiva literaria tradicional ha detectado cuatro planos o puntos
de vista para establecer la narración. El primero corresponde al protagonista,
y caracteriza la novela de corte autobiográfico, como la “Vida” de Torres
Villarroel y “Las confesiones de Félix KruIl” de Thomas Mann. El segundo
corresponde al testigo de la acción de los personajes centrales, como “Cumbres
Borrascosas” de Emily Bronté. El tercer plano o punto de vista surge cuando el
autor narra la acción en tercera persona, pero centrándose en la perspectiva de
uno de sus personajes, como en la novela “Lucien Leven” de Stendhal.
Finalmente, el cuarto plano corresponde a la tercera persona llamada “omniscente”;
desde este punto de vista el autor pretende conocer todo lo que sucede en el
mundo de sus personajes, así como lo que éstos piensan y sienten. Tal es el
caso de “La guerra y la paz” de León Tolstoi.
Al igual que sucede con las formas y las temáticas, actualmente los
planos narrativos o “puntos de vista” suelen entrelazarse en una misma novela.
Un ejemplo típico es “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes.
Con respecto a la disposición tradicional del material en términos de
exposición, nudo y desenlace, es preciso decir que con el llamado “flashback”,
recurso que permite la relación de sucesos anteriores a la acción, este orden
se altera frecuentemente. No es difícil encontrar una novela que comience
directamente con el nudo (“Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer), o una
novela en la que no haya un verdadero desenlace (“Entreacto” de Virginia
Woolf). Las exploraciones realizadas por James Joyce, Virginia Woolf, William
Faulkner, Robert Musil, Günter Grass, Heinrich BölI y otros, en el campo de la
técnica novelística, han aportado posibilidades casi infinitas, dándole a la
novela contemporánea una fisonomía altamente compleja y original.
EL CUENTO.
El cuento es una narración imaginaria, más o menos breve, que se
caracteriza por su intensidad. En el cuento, los personajes, aparecen
generalmente ya definidos y no sufren transformaciones internas durante el
desarrollo de la trama. Ésta se centra casi siempre en un mismo espacio y no
abarca un gran lapso de tiempo. Sin embargo, es posible encontrar narraciones
breves que comprenden muchos años o que se desarrollan en varios países. En
estos casos, lo que les da el carácter de cuento es su brevedad, concisión en
la descripción de las situaciones y la simplicidad del tema. Usualmente, en un
cuento es evidente lo que el autor ha querido expresar.
OTRAS FORMAS NARRATIVAS EN PROSA.
APÓLOGO, FÁBULA, LEYENDA, TRADICIÓN, ANÉCDOTA, NOVELETA, TESTIMONIO,
BIOGRAFÍA, AUTOBIOGRAFÍA.
El apólogo, es una narración más o menos breve que contiene enseñanzas
morales, como los relatos que aparecen en el “Libro de Patronio o Conde Lucanor”
del infante don Juan Manuel.
La fábula es similar en propósito al apólogo, pero puede ser escrita
también en versos, y los protagonistas suelen ser animales u objetos que van a
encarnar diferentes actitudes humanas, como en las famosas fábulas de Esopo, Iriarte,
Samaniego, y otros. Cuando los personajes son seres humanos, éstos suelen ser
arquetipos, sin elaboración psicológica, como el leñador, el mercader, la
lechera, el labrador, etc. Esto obedece a la intención del autor de reflexionar
sobre características humanas generales y no propias de un individuo en
particular.
La leyenda se caracteriza por su carácter más o menos fantástico y por
su origen popular; suelen ser breves y también pueden ser escritas en verso.
Son famosas las “Leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer.
La tradición posee un carácter popular como la leyenda, pero sus asuntos
pueden ser más verosímiles. A veces tratan sobre hechos históricos o sobre el
origen de expresiones autóctonas, nombres de calles, fiestas y costumbres. Son
de gran calidad las “Tradiciones peruanas” de Ricardo Palma.
La anécdota es muy usada en el campo periodístico y en la oratoria. Se
trata generalmente de la relación de hechos atribuidos a personajes históricos
o conocidos ampliamente en la época del autor; posee un carácter a veces
humorístico. Aunque prevalece casi siempre a verosimilitud en lo narrado, no se
trata de hechos probados.
La noveleta es un relato largo, de mayor extensión y desarrollo que el
cuento, pero sin llegar a las dimensiones y complejidades de la novela. “Los
muertos” de James Joyce, “La amortajada” de María Luisa Bombal, y “Otra vuelta
de tuerca” de Henry James, ejemplifican este tipo de composición literaria.
El testimonio es la narración en primera persona de un hecho o hechos
reales en los que ha participado el protagonista. Tiene un carácter político y
de denuncia social. “La favela” de María Carolina es un ejemplo típico.
La biografía, en forma más o menos extensa, narra la vida de una persona
que existe o ha existido realmente. Son famosas las biografías escritas por
André Maurois, Emil Ludwig y Stefan Zweig. En la autobiografía el autor relata
su propia vida. “El mundo de ayer” de Stephan Zweig, y “La arboleda perdida” de
Rafael Alberti, constituyen ejemplos clásicos del género.
EL ENSAYO.
El ensayo es una expresión literaria que enfoca un tema, usualmente de
forma breve, sin que en su desarrollo se pretendan consumir todas las
posibilidades, ni presentar formalmente pruebas ni fuentes de información. El
ensayo es un excelente vehículo expresivo para comunicar ideas, teorías o
descubrimientos cuya comunicación no se hace factible, en el momento en que se
redacta, a través de una formulación rigurosa como la que exige la ciencia. El
ensayo pretende guiar o estimular a sus lectores a que continúen explorando
otras alternativas o a que profundicen en las verdades discutidas por el
ensayista. Los ensayos de Montaigne son el ejemplo más famoso. Desde esta época
se cultiva en toda Europa, con particular preferencia en Inglaterra. En España
ha alcanzado un alto nivel, especialmente, desde la generación del 98, en las
muestras de A. Ganivet, M. de Unamuno, Azorín y A. Machado. El más alto
ensayista español del siglo XX ha sido J. Ortega y Gasset.
LA
CARTA.
También llamada epístola, por lo cual a este género se le ha llamado “género
epistolar”. Esta forma literaria consiste en un escrito dirigido a una persona
o entidad determinada, aunque en el caso de las cartas abiertas, éstas
adquieren un carácter más general. De acuerdo con la persona que escribe o con
el destinatario de la carta, ésta puede ser personal, religiosa, comercial,
profesional, amistosa, y otras. También existen cartas escritas en verso, como
la famosa “Epístola moral a Fabio” de autor incierto. Este género fue muy
popular en los siglos XVIII y XIX, lo cual dio lugar a que muchas novelas
fueran escritas de esa manera. “Las amistades peligrosas” de Choderlós de
Laclós es un ejemplo clásico. Son famosas las colecciones de cartas de Madame
de Sevigné, de Gustave Flaubert (alrededor de 4.000), de Napoleón, así como el
epistolario entre Robert Browning y Elizabeth Barret Browning, entre Paul
Valéry y Rainer María Rilke, y entre Paul Claudel y André Gide.
Actualmente, la abundancia y rapidez de los medios de transporte y la
aparición del teléfono, han restado popularidad a este género literario.
LA POESÍA DRAMÁTICA.
El teatro es la única de las tres grandes categorías en que se agrupan
las creaciones literarias, que está compuesta primordialmente para ser
representada. A diferencia de la lírica y de la narrativa, la poesía dramática
requiere ser actuada. Esto no quiere decir que, como en los otros géneros, no
pueda leerse en silencio o recitarse en alta voz; pero la obra teatral no se
completa hasta que no se represente ante un público. Hay obras que, aunque son
dramáticas en concepción, no pueden llevarse a un escenario en su forma
original porque no cumplen con todas las exigencias del teatro. “La Celestina” de Fernando
de Rojas, o el “Fausto” de Goethe, por ejemplo, sólo podrían representarse por
fragmentos o mediante adaptaciones.
Todas las obras literarias comparten ciertas características comunes. Un
elemento esencial a toda creación es la unidad de asunto que da cohesión a las
partes que integran el conjunto de la misma. Pero el teatro, como todos los
géneros, también tiene su modo peculiar de manifestarse. Además de la unidad
temática, el teatro requiere movimiento y verosimilitud. En el teatro es necesaria
la unidad temática para imprimirle un sentido de totalidad y coherencia a la
obra. El movimiento es lo que contribuye a sostener el interés del público que
viene a presenciar la sucesión de los hechos que afectan a los personajes.
El principio de verosimilitud hace que cada nuevo elemento en la acción tenga
su punto de arranque en lo que ha sucedido anteriormente, es decir que todo lo
que pasa pueda creerse por tener una lógica. Es importante recordar que el
auditorio tiene que aceptar las convenciones impuestas por la obra a partir de
la interpretación que hace el autor de una realidad —ya sea ésta verdadera o
imaginaria.
La forma en que el teatrista maneja el material que presenta determina
el tipo de público que podrá disfrutar de su obra. Para un auditorio exigente,
el interés puede residir, por ejemplo, en la intervención de personajes de psicología
compleja, cuyas vidas sean también lo suficientemente dinámicas como para
permitirles evolucionar en diferentes niveles de interacción.
Las obras teatrales se dividen en actos, que en algunos períodos se han
llamado jornadas, como las tres que integraban las piezas del Siglo de Oro
español.
El teatro latino, el de Shakespeare y el francés de los siglos XVI y
XVII tenían cinco actos. Las piezas del teatro moderno suelen tener tres. Las
obras menores se estructuran comúnmente en un acto; excepcionalmente van más
allá de dos. La acción se escalona en tres pasos: exposición, nudo y desenlace.
La exposición introduce los elementos que explican el argumento; en el nudo
estos elementos se complican y surgen alternativas para su solución (esta parte
es la más extensa) y en el desenlace se caracteriza por la posibilidad de
solucionar el conflicto planteado, de manera que intervenga en dicha solución
un elemento de sorpresa, aun cuando todo conduce inevitablemente a ella.
La representación teatral se apoya en diversos elementos que la
complementan. La actuación es lo que anima la acción. Los actores deben
proyectar la psicología de los personajes para hacerlos “entes vivos”. Su arte
depende de: la declamación mímica, la mímica, la caracterización o maquillaje y
el vestuario. El decorado crea el marco o escenario para la actuación; algunas
veces la música se incluye para realzar o para reiterar la actuación. Todos
estos elementos de la puesta en escena de una obra producen el espectáculo,
ilusión que resulta del intento mismo de la obra de recrear e interpretar la
realidad.
Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.
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