miércoles, 22 de agosto de 2012

Géneros y movimientos literarios – Parte 3 de 4

Resumen sencillo explicando los conceptos esenciales de las diversas modalidades creativas literarias y las corrientes o escuelas que influyeron en su historia.

LA NARRATIVA EN PROSA.
La narrativa en prosa comprende fundamentalmente el cuento y la novela. Otros tipos de narración en prosa han sido considerados como géneros o subgéneros. Entre éstos, los más conocidos y definidos son el apólogo, la fábula, la leyenda, la tradición, la anécdota, la noveleta y el testimonio.

LA NOVELA.
La novela es un género muy complejo, cuyas características han evolucionado considerablemente a través de su historia, circunstancia ésta que no facilita su definición. Generalmente se define la novela como una narración ficticia más o menos extensa, escrita en prosa, en la que se describen las peripecias de uno o más personajes y el mundo que les rodea; también se exponen las características personales de éstos y su evolución interna a través de los sucesos que les acontecen.
De acuerdo con el tema o temas que trate, la novela puede clasificarse como histórica, filosófica, de aventuras, psicológica, autobiográfica, erótica, satírica de costumbres, fantástica, caballeresca, picaresca, política, religiosa, científica, policíaca, de horror, de ciencia ficción, bizantina, y otras.
Frecuentemente suelen mezclarse dos o más tipos de tema en la misma novela. Por ejemplo, “El buscón” de Quevedo es una novela picaresca, y a la vez satírica de costumbres; el “Cándido” de Voltaire es una novela de aventuras, y a la vez, filosófica; “Crimen y castigo” de Dostoievsky es una novela psicológica que contiene elementos de la novela policíaca. Entre los contemporáneos suelen verse combinaciones más complejas, “La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa es una novela de aventuras, histórica y política; “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez es una novela fantástica, política y erótica.
Las primeras manifestaciones de la novela datan del siglo I, cuando Petronio escribió su famoso “Satiricón”, novela satírica y de aventuras en la que se reflejan las costumbres licenciosas de la Roma de los césares. En el siglo II, Lucio Apuleyo escribió su popular “Asno de oro” o Las metamorfosis” donde narró las aventuras de un hombre que por encantamiento se había convertido en burro.
Es preciso destacar que estos dos primeros ejemplos de novela pertenecen al llamado género picaresco (porque describe las aventuras de uno o más personajes pícaros o bribones), y éste será el primer género de novela que se desarrolle con características definidas de escuela literaria en la época del Renacimiento, fundamentalmente en España, durante los siglos XVI y XVII.
Si bien es cierto que la novela caballeresca o de caballería existió con anterioridad a la picaresca, ya que floreció durante el medioevo, no se da en este tipo de novela la complejidad ni la trascendencia que se encuentra en la picaresca. Hay algunas de estilo elaborado y gran riqueza imaginativa, como “El caballero Citar”, “Amadís de Gaula” y “Tirante el Blanco”; sin embargo los personajes carecen de complejidad psicológica, las peripecias están cargadas de exuberante fantasía y, finalmente, no existe un substrato de realidad que le aporte trascendencia al relato. En estas novelas los relatos se suceden como en un sueño, sin una intención definida; en realidad sólo perseguían entretener al lector o al oyente. Durante la Edad Media, estas novelas eran leídas en público, en vista de que la mayoría no sabía leer, y de que existían pocos ejemplares de estos libros. De igual manera, no ocurre una evolución psicológica en los personajes, sino que éstos sufren o disfrutan de los sucesos que les acontecen sin perder su idiosincrasia.
En el Renacimiento, la novela se diversificó y floreció en más de una forma, abundando en variedad de temas y estilos. En Cervantes, el más grande de los novelistas de este período, se encuentran modelos de todos estos tipos de novela, ya que sus “Novelas ejemplares” ejemplifican la versatilidad de la narrativa de la época.
Los tipos de novela más comunes en esos siglos eran el pastoril, como “La Galatea” de Cervantes, y la “Diana de Montemayor” (la primera del género); la morisca como “La historia de Jarifa y el abencerraje”, incluida en la novela de Montemayor; la bizantina, llamada así por la complejidad de las peripecias, así como por lo vasto y exótico de los escenarios: tal es el caso de “Los trabajos de Persiles y Segismundo” del propio Cervantes, y finalmente, la picaresca, creadora de toda una escuela que evolucionó durante siglos y que ha sido cultivada en casi todos los países. Incluso en el siglo XX hay novelas de corte picaresco: “Años de perro” de Günter Grass, las “Sonatas” de Valle Inclán, y “Las aventuras de Augie March” de Saul Bellow son algunos de los ejemplos más notables.
La vigencia de este tipo de novela se debe a su carácter eminentemente social; si bien en ellas se describen las aventuras de uno o más personajes, el desarrollo de la trama permite al autor hacer una pintura, con frecuencia severamente crítica, de las costumbres y de los males de la época.
Durante el período barroco, la novela picaresca adquirió mayor complejidad y variedad en los escenarios: el pícaro extendió el marco de sus aventuras a otros países además de España. El “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán es uno de los ejemplos más ilustrativos.
En el siglo XVIII, la novela no alcanzó una gran evolución en cuanto a forma o temática; se continuaron utilizando los elementos pastoriles, picarescos y de aventuras; sin embargo, aumentó la intención moralizante, y en ocasiones se persiguió incluso una exposición de tipo filosófico. Las breves novelas de Voltaire son un ejemplo típico. Sin embargo, en este período la novela comenzó a hacerse más íntima y preocupada por las características psicológicas del personaje central; el “Tom Jones” de Fielding es un ejemplo típico de esta transición.
En 1740, Samuel Richardson publicó en Inglaterra su novela “Pamela”, que juntamente con su famosa “Clarissa Harlowe” (1747), inició la novela “sentimental”. Esta constituyó la transición hacia la novela romántica de las cuales “Julia o La nueva Eloísa”, publicada por Juan Jacobo Rousseau en 1761, habría de ser la primera muestra. Las novelas antes mencionadas están escritas en estilo epistolar, de gran popularidad en la época.
La novela romántica (siglo XIX) se caracterizó por el conflicto sentimental entre dos o más personajes, o entre el individuo y la realidad circundante. Uno de los elementos más utilizados en este tipo de novela era el amor a la naturaleza y a la vida campestre idealizada.
También se dio una tendencia a la melancolía y a las reacciones drásticas ante las adversidades que confronta el personaje. A diferencia del tono satírico y humorístico de la picaresca, en esta novela la crítica social se manifiesta de manera dramática y a veces trágica. El “Werther” de Goethe y la “Manon Lescaut” del abate Prevost son ejemplos clásicos de novela romántica.
Como reacción ante la tendencia exageradamente sentimental del estilo romántico, surgió la novela realista. En ella, el autor pretendía describir los problemas de sus personajes y los de la realidad circundante, sin establecer juicios, ni mostrar su criterio; el autor ofrecía una narración detallada, pero desprovista de ornamentos emocionales. Entre los más destacados cultores de esta novela se encontraron Gustave Flaubert, Honorato de Balzac, León Tolstoi, Eca de Queiroz y Pío Baroja.
El realismo tuvo una secuela aun más preocupada por la reproducción minuciosa de la realidad. Para representarla, seleccionaba las situaciones más crudas, y trataba de describir cuidadosamente la vida de las clases pobres. El naturalismo despojó a la novela de todo elemento falsamente embellecedor que pudiera alterar la imagen fiel de una realidad dolorosa y cruel. Los autores más representativos de este movimiento son los hermanos Goncourt, Guy de Maupassant, Vicente Blasco Ibáñez y, sobre todo, Émile Zolá.
Hay autores cuyas novelas pueden clasificarse unas veces en un estilo y otras veces en otro, como es el caso de Balzac, que tiene novelas románticas, como “El lirio en e! valle”, y novelas realistas, como “Papá Goriot". De igual manera se pueden encontrar elementos románticos, realistas y hasta naturalistas en una misma novela; así ocurre en “La cartuja de Parma” de Stendhal. Esta complejidad dificulta el establecer definiciones y deslindes entre un tipo de novela y otro.
En la época moderna la diversidad novelística es tan grande que algunas autoridades consideran que prácticamente existen tantos tipos de novela como autores. Aunque se habla de novelas expresionistas, como “Los Buddembroks” de Thomas Mann; simbólicas, como “El proceso” de Franz Kafka; impresionistas, como “El Gatopardo” de Lampedusa; psicológicas, como “En busca del tiempo perdido” de Proust; surrealistas, como “El amor loco” de André Bretón; absurdas, como “El otoño en Pekín” de Boris Vian, y objetivistas, como “La celosía” de Alain Robbe Grillet, en realidad, los movimientos novelísticos y los novelistas del siglo XIX combinan con tanta libertad los temas y las diferentes formas estructurales del género que se hace difícil toda clasificación. Generalmente una misma novela puede ser incluida en dos o más escuelas o tendencias literarias.
Tradicionalmente la novela ha sido clasificada por su forma en: narrativa (“Moby Dick” de Herman Melville), dialogada (“La Celestina”), y epistolar (“Pepita Jiménez” de Juan Valera). Sin embargo, en la actualidad estas formas suelen mezclarse en una misma novela, y hasta se incluyen otros elementos, como pueden ser los monólogos interiores de los personajes (“La ciudad y los perros” de Vargas Llosa), las noticias de los periódicos (“Manhattan Transfer” de John Dos Passos), informes policíacos (“El beso de la mujer araña” de Manuel Puig), diagnósticos médicos, documentos legales, históricos, y otros.
La preceptiva literaria tradicional ha detectado cuatro planos o puntos de vista para establecer la narración. El primero corresponde al protagonista, y caracteriza la novela de corte autobiográfico, como la “Vida” de Torres Villarroel y “Las confesiones de Félix KruIl” de Thomas Mann. El segundo corresponde al testigo de la acción de los personajes centrales, como “Cumbres Borrascosas” de Emily Bronté. El tercer plano o punto de vista surge cuando el autor narra la acción en tercera persona, pero centrándose en la perspectiva de uno de sus personajes, como en la novela “Lucien Leven” de Stendhal. Finalmente, el cuarto plano corresponde a la tercera persona llamada “omniscente”; desde este punto de vista el autor pretende conocer todo lo que sucede en el mundo de sus personajes, así como lo que éstos piensan y sienten. Tal es el caso de “La guerra y la paz” de León Tolstoi.
Al igual que sucede con las formas y las temáticas, actualmente los planos narrativos o “puntos de vista” suelen entrelazarse en una misma novela. Un ejemplo típico es “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes.
Con respecto a la disposición tradicional del material en términos de exposición, nudo y desenlace, es preciso decir que con el llamado “flashback”, recurso que permite la relación de sucesos anteriores a la acción, este orden se altera frecuentemente. No es difícil encontrar una novela que comience directamente con el nudo (“Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer), o una novela en la que no haya un verdadero desenlace (“Entreacto” de Virginia Woolf). Las exploraciones realizadas por James Joyce, Virginia Woolf, William Faulkner, Robert Musil, Günter Grass, Heinrich BölI y otros, en el campo de la técnica novelística, han aportado posibilidades casi infinitas, dándole a la novela contemporánea una fisonomía altamente compleja y original.

EL CUENTO.
El cuento es una narración imaginaria, más o menos breve, que se caracteriza por su intensidad. En el cuento, los personajes, aparecen generalmente ya definidos y no sufren transformaciones internas durante el desarrollo de la trama. Ésta se centra casi siempre en un mismo espacio y no abarca un gran lapso de tiempo. Sin embargo, es posible encontrar narraciones breves que comprenden muchos años o que se desarrollan en varios países. En estos casos, lo que les da el carácter de cuento es su brevedad, concisión en la descripción de las situaciones y la simplicidad del tema. Usualmente, en un cuento es evidente lo que el autor ha querido expresar.

OTRAS FORMAS NARRATIVAS EN PROSA.

APÓLOGO, FÁBULA, LEYENDA, TRADICIÓN, ANÉCDOTA, NOVELETA, TESTIMONIO, BIOGRAFÍA, AUTOBIOGRAFÍA.
El apólogo, es una narración más o menos breve que contiene enseñanzas morales, como los relatos que aparecen en el “Libro de Patronio o Conde Lucanor” del infante don Juan Manuel.
La fábula es similar en propósito al apólogo, pero puede ser escrita también en versos, y los protagonistas suelen ser animales u objetos que van a encarnar diferentes actitudes humanas, como en las famosas fábulas de Esopo, Iriarte, Samaniego, y otros. Cuando los personajes son seres humanos, éstos suelen ser arquetipos, sin elaboración psicológica, como el leñador, el mercader, la lechera, el labrador, etc. Esto obedece a la intención del autor de reflexionar sobre características humanas generales y no propias de un individuo en particular.
La leyenda se caracteriza por su carácter más o menos fantástico y por su origen popular; suelen ser breves y también pueden ser escritas en verso. Son famosas las “Leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer.
La tradición posee un carácter popular como la leyenda, pero sus asuntos pueden ser más verosímiles. A veces tratan sobre hechos históricos o sobre el origen de expresiones autóctonas, nombres de calles, fiestas y costumbres. Son de gran calidad las “Tradiciones peruanas” de Ricardo Palma.
La anécdota es muy usada en el campo periodístico y en la oratoria. Se trata generalmente de la relación de hechos atribuidos a personajes históricos o conocidos ampliamente en la época del autor; posee un carácter a veces humorístico. Aunque prevalece casi siempre a verosimilitud en lo narrado, no se trata de hechos probados.
La noveleta es un relato largo, de mayor extensión y desarrollo que el cuento, pero sin llegar a las dimensiones y complejidades de la novela. “Los muertos” de James Joyce, “La amortajada” de María Luisa Bombal, y “Otra vuelta de tuerca” de Henry James, ejemplifican este tipo de composición literaria.
El testimonio es la narración en primera persona de un hecho o hechos reales en los que ha participado el protagonista. Tiene un carácter político y de denuncia social. “La favela” de María Carolina es un ejemplo típico.
La biografía, en forma más o menos extensa, narra la vida de una persona que existe o ha existido realmente. Son famosas las biografías escritas por André Maurois, Emil Ludwig y Stefan Zweig. En la autobiografía el autor relata su propia vida. “El mundo de ayer” de Stephan Zweig, y “La arboleda perdida” de Rafael Alberti, constituyen ejemplos clásicos del género.

EL ENSAYO.
El ensayo es una expresión literaria que enfoca un tema, usualmente de forma breve, sin que en su desarrollo se pretendan consumir todas las posibilidades, ni presentar formalmente pruebas ni fuentes de información. El ensayo es un excelente vehículo expresivo para comunicar ideas, teorías o descubrimientos cuya comunicación no se hace factible, en el momento en que se redacta, a través de una formulación rigurosa como la que exige la ciencia. El ensayo pretende guiar o estimular a sus lectores a que continúen explorando otras alternativas o a que profundicen en las verdades discutidas por el ensayista. Los ensayos de Montaigne son el ejemplo más famoso. Desde esta época se cultiva en toda Europa, con particular preferencia en Inglaterra. En España ha alcanzado un alto nivel, especialmente, desde la generación del 98, en las muestras de A. Ganivet, M. de Unamuno, Azorín y A. Machado. El más alto ensayista español del siglo XX ha sido J. Ortega y Gasset.

LA CARTA.
También llamada epístola, por lo cual a este género se le ha llamado “género epistolar”. Esta forma literaria consiste en un escrito dirigido a una persona o entidad determinada, aunque en el caso de las cartas abiertas, éstas adquieren un carácter más general. De acuerdo con la persona que escribe o con el destinatario de la carta, ésta puede ser personal, religiosa, comercial, profesional, amistosa, y otras. También existen cartas escritas en verso, como la famosa “Epístola moral a Fabio” de autor incierto. Este género fue muy popular en los siglos XVIII y XIX, lo cual dio lugar a que muchas novelas fueran escritas de esa manera. “Las amistades peligrosas” de Choderlós de Laclós es un ejemplo clásico. Son famosas las colecciones de cartas de Madame de Sevigné, de Gustave Flaubert (alrededor de 4.000), de Napoleón, así como el epistolario entre Robert Browning y Elizabeth Barret Browning, entre Paul Valéry y Rainer María Rilke, y entre Paul Claudel y André Gide.
Actualmente, la abundancia y rapidez de los medios de transporte y la aparición del teléfono, han restado popularidad a este género literario.

LA POESÍA DRAMÁTICA.
El teatro es la única de las tres grandes categorías en que se agrupan las creaciones literarias, que está compuesta primordialmente para ser representada. A diferencia de la lírica y de la narrativa, la poesía dramática requiere ser actuada. Esto no quiere decir que, como en los otros géneros, no pueda leerse en silencio o recitarse en alta voz; pero la obra teatral no se completa hasta que no se represente ante un público. Hay obras que, aunque son dramáticas en concepción, no pueden llevarse a un escenario en su forma original porque no cumplen con todas las exigencias del teatro. “La Celestina” de Fernando de Rojas, o el “Fausto” de Goethe, por ejemplo, sólo podrían representarse por fragmentos o mediante adaptaciones.
Todas las obras literarias comparten ciertas características comunes. Un elemento esencial a toda creación es la unidad de asunto que da cohesión a las partes que integran el conjunto de la misma. Pero el teatro, como todos los géneros, también tiene su modo peculiar de manifestarse. Además de la unidad temática, el teatro requiere movimiento y verosimilitud. En el teatro es necesaria la unidad temática para imprimirle un sentido de totalidad y coherencia a la obra. El movimiento es lo que contribuye a sostener el interés del público que viene a presenciar la sucesión de los hechos que afectan a los personajes.
El principio de verosimilitud hace que cada nuevo elemento en la acción tenga su punto de arranque en lo que ha sucedido anteriormente, es decir que todo lo que pasa pueda creerse por tener una lógica. Es importante recordar que el auditorio tiene que aceptar las convenciones impuestas por la obra a partir de la interpretación que hace el autor de una realidad —ya sea ésta verdadera o imaginaria.
La forma en que el teatrista maneja el material que presenta determina el tipo de público que podrá disfrutar de su obra. Para un auditorio exigente, el interés puede residir, por ejemplo, en la intervención de personajes de psicología compleja, cuyas vidas sean también lo suficientemente dinámicas como para permitirles evolucionar en diferentes niveles de interacción.
Las obras teatrales se dividen en actos, que en algunos períodos se han llamado jornadas, como las tres que integraban las piezas del Siglo de Oro español.
El teatro latino, el de Shakespeare y el francés de los siglos XVI y XVII tenían cinco actos. Las piezas del teatro moderno suelen tener tres. Las obras menores se estructuran comúnmente en un acto; excepcionalmente van más allá de dos. La acción se escalona en tres pasos: exposición, nudo y desenlace. La exposición introduce los elementos que explican el argumento; en el nudo estos elementos se complican y surgen alternativas para su solución (esta parte es la más extensa) y en el desenlace se caracteriza por la posibilidad de solucionar el conflicto planteado, de manera que intervenga en dicha solución un elemento de sorpresa, aun cuando todo conduce inevitablemente a ella.
La representación teatral se apoya en diversos elementos que la complementan. La actuación es lo que anima la acción. Los actores deben proyectar la psicología de los personajes para hacerlos “entes vivos”. Su arte depende de: la declamación mímica, la mímica, la caracterización o maquillaje y el vestuario. El decorado crea el marco o escenario para la actuación; algunas veces la música se incluye para realzar o para reiterar la actuación. Todos estos elementos de la puesta en escena de una obra producen el espectáculo, ilusión que resulta del intento mismo de la obra de recrear e interpretar la realidad.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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