domingo, 12 de agosto de 2012

La muerte de Artemio Cruz – Fuentes

Visión particular acerca de un tiempo trascendental de la historia mexicana narrada con la exquisitez literaria de un escritor que nos pinta un personaje emblema.

El fenómeno Carlos Fuentes se inició en 1958 con la publicación de “La región más transparente”, obra que sigue siendo la mejor crónica de la Ciudad de México. Desde entonces, el escritor mexicano ha acumulado victorias en una deslumbrante cadena literaria. Sus obras se han publicado una tras otra con una rapidez vertiginosa: “Las buenas conciencias” (1959), primera de una trilogía, “Los nuevos”, que Fuentes abandonó; “Aura” (1962); “La muerte de Artemio Cruz” (1962); “Cantar de ciegos” (1964); “Zona sagrada” (1967); “Cambio de piel” (1967); “París, la revolución de mayo” (1968); “La nueva novela hispanoamericana” (1969); “Casa con dos puertas” (1970) “Todos los gatos son pardos” (1970); “El tuerto es rey” (1971); “Cervantes o la crítica de la lectura” (1977), así como la proeza de “Terra Nostra” de 783 páginas (1975) y “La cabeza de la hidra” (1978). Es difícil encontrar otro escritor como Fuentes: tan obsesivo, con ese asombroso amor a las letras y esa admirable capacidad de trabajo.
“La muerte de Artemio Cruz” (1962), fue comenzada durante una estadía en Cuba en 1960; por tanto, presumiblemente fue escrita desde la perspectiva de la Revolución Cubana, con la que Fuentes ha simpatizado siempre. No es que pretenda ser una novela política; tampoco una novela polémica. Pero sí refleja, a veces terminantemente, la filosofía política y social de uno de los autores más comprometidos de la nueva generación. Como “La región más transparente”, su visión es panorámica. Pero en “La muerte de Artemio Cruz” el panorama es mental. El ojo de la cámara se vuelve hacia adentro, y enfoca la conciencia del protagonista que revive su vida, y con ella, la del México moderno en su lecho de muerte.
La historia de Artemio es la de la Revolución Mexicana. Artemio creció con ella, maduró con ella y con ella se apagó. En sus primeros días, impetuosos e incondicionales, encabezó tropas rebeldes. Después vio a la Revolución extender su promesa, ampliarse como un gran cauce que lleva agua al estuario, sólo para declinar y acabarse después. Artemio ha conocido en su tiempo el amor, la lealtad y el coraje, pero los trocó por un vano bienestar material que no le dejó más que cinismo y desilusión. Las equivalencias con la Revolución son casi exactas: un amor de juventud, que lo atormenta en el recuerdo, coincide con la euforia de su afiliación revolucionaria; su casamiento sin amor, producto de la conveniencia, con el estancamiento de la Revolución.
En su edad madura, una amante le ofrece la posibilidad de una rehabilitación espiritual Pero Artemio ha decidido abandonar la partida. Una vez más late en él el ideal revolucionario cuando su hijo. Lorenzo, parte a combatir en la Guerra Civil Española. Pero Lorenzo muere en España. Artemio se desmorona. Hasta el fin de sus días, que ya son contados, no le queda más que seguir acumulando riquezas, envenenándose a si mismo y a los que le rodean, esperando su muerte.
La fuerza del drama está en su concentración. Es un drama de conciencia. Carlos Fuentes ha logrado una caracterización completa del personaje que cobra presencia, individualidad. El propio Fuentes nos ha dicho: ‘es un personaje que muy fácilmente se clasifica en México, dada nuestra tendencia al blanco y negro, en el negro. Mi intención, y sobre todo, la intención que fue ganando cuerpo a medida que escribía la novela, era que no había tal cosa. Artemio Cruz es su héroe y su antihéroe”.
“La muerte de Artemio Cruz”, con sus inolvidables escenas de campañas revolucionarias, con su prosa enérgica y colorida, logra un ritmo y una presencia dramática muy significativos en la evolución de Fuentes.
En cuanto a la técnica de la novela, a Fuentes le interesa el juego de tiempos. Para ello recurre al monólogo interior —utilización del presente—; al flashback, recurrencia al pasado; y a incursiones en el futuro por medio de la encarnación de una voz do la conciencia que retarda la acción. La novela está escrita en tres planos, que dividen la acción en fragmentos encabezados por las tres personas gramaticales del singular: yo, tú, él. El plano del “yo” es el que corresponde al propio Artemio Cruz, que se expresa en primera persona y en presente. El “tú” es el narrador, utilizando el punto de vista de la “omnisciencia”, y que habrá de contar los sucesos en segunda persona y en futuro. Finalmente “él” corresponde a otra conciencia que habrá de recordar los hechos del pasado, así como relatarlos en ese tiempo y en tercera persona.
El uso de estos tres planos, personas y puntos de vista obedece a la intención del autor de analizar la complejidad de la realidad que trata (fundamentalmente la Revolución Mexicana) desde todos los ángulos posibles. Sin embargo, la utilización de estos métodos es un tanto mecánica. Las mejores escenas de Artemio Cruz son lineales, libres de artificio. Donde mejor luce Fuentes es en la narración directa. Su habilidad radica, básicamente, en la capacidad de matizar los problemas y redondear los personajes. Artemio tiene muchas dimensiones: ha vivido, porque ha amado la vida.
A pesar de su arrolladora pasión por expresarse, y de su prolífica labor literaria, a Carlos Fuentes le preocupa el silencio. Para él, la historia de América Latina jamás ha sido escrita. Fuentes se siente obligado a meter toda la historia, toda la vida de un continente en sus novelas. Esto se evidencia específicamente en “Cambio de piel”, donde los episodios de la acción se entrelazan con una narración apasionante de los momentos más espectaculares de la conquista de México por Cortés y sus soldados.
Este deseo de buscar una expresión adecuada para el sentir americano, este interés por llenar el vacío de la historia no escrita de nuestra América; en fin, este afán totalizador, pueden ser una explicación de la intensidad de su labor creadora y de su fertilidad novelística.
AR.

Fuente: Icarito. Editorial Andina. Santiago. 1987.

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