sábado, 24 de agosto de 2013

Lady Gaga o la Madonna del siglo XXI?

Es temprano para decirlo pero más de 24 millones de descargas en tan pocos días indican definitivamente que esta estrella se ha convertido en un personaje contemporáneo indiscutible.

It’s early to say it but more than 24 million downloads in first days indicate definitively that this star has become an unquestionable contemporary show-woman.

No está claro si fue porque el videoclip ya se había filtrado antes de tiempo, o por no quedar a la zaga de Katy Perry, con su Roar, Applause se lanzó el 12 de agosto de 2013. Lo cierto es que todo lucía ciertamente un poco precipitado, tanto que a poco Katy Perry superaba a la “Mamá Monstruo”  2 a 1 en descargas por Internet, o sea que Roar aventajaba a Applause.

Pero, con el correr de los días, Applause tomaba impulso (habrá influido la trampita mediante Twitter que se atribuye de Lady para inducir fraudulentamente a descargar el video?) y hoy ya está camino de convertirse en uno de los clips más descargados de este último tiempo, no sólo en global sino también en ritmo, con un promedio que por momentos llegaba a 102 por segundo…!

Y no es para menos. El tema en “solo audio” impacta menos que en “audiovisual”, en que Lady demuestra una mayor madurez, y si bien conserva lo estrafalario de sus anteriores producciones, se advierte mayor pulcritud en la fotografía, los efectos y transiciones son más fluidos y menos abruptos, el sonido está muy bien ecualizado y el predominio de matices monócromos hace imaginar fotos de catálogo de ballet de los años 70.

No somos pocos quienes pensamos que Lady Gaga ha alcanzado un nivel y madurez en sus producciones similar a la que ya hace mucho experimentó la Material Girl con La Isla Bonita y Like Prayer. Applause muestra un video más limpio, una coreografía más elaborada pero no por eso sobrecargada, a momentos algo minimalista, que más que impactar agrada, lo que no siempre es posible en videoclips de música agitada y dirigida a un público amante de sensaciones más que de emociones. El ritmo más inclinado a pop es asimismo, mayor en melodías y escaso, escasísimo, en estridencias innecesarias o fastidiosas.

En cuanto al argumento o trama del clip, éste parece trasuntar la evolución artística de la artista, pues hay menciones simbólicas a sus inicios y posterior “metamorfosis”, obra de un sombrero mágico, y la alegoría del cisne. En resumen, un videoclip digno de ver, y que justifica que en este mismo blog se abogara porque a la diva ya no la critiquen tanto

Ya es Lady Gaga la Madonna de esta década? Unos dirán que sí, otros que aun no; pero una cosa es indiscutible: alabada o criticada, ya no se la puede ignorar más…

A propósito: ya se descargaron el video? Aun no? Háganlo ya

Ukamau la cosa.

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sábado, 17 de agosto de 2013

Warisata la Escuela Ayllu - Parte 15

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 10 - 11 - 12 - 13 - 14.

2.- EL ARTE EN WARISATA.
Entre los profesores, aparece un nuevo nombre: el de Alejandro Mario Illanes. Tengo que hacerle una referencia especial para que sepa el país qué clase de hombres batallaron en Warisata. Illanes fue a la escuela como profesor a cargo de un curso, pero a poco apareció pintando los muros sin exigir remuneración especial para ello, y a más de eso, adquiriendo los materiales con su propio peculio. Este hombre, fuerte como un roble, alto como un pino, tenía sin embargo un espíritu delicado y tierno como el de un niño y era bueno como un santo. No había fatigas para él, y aunque rondan muchas anécdotas sobre su descuidada manera de ser, de todos modos fue en 1934 el maestro por excelencia, tal como lo había sido el año anterior Gonzáles Bravo.
Illanes llegaba a olvidarse completamente de sí por su afán de trabajo. En las mañanas se dedicaba al aula, y como es lógico en tal artista, enseñaba a los niños pintura y dibujo: estaba suscitando la creación de un arte nuevo en Bolivia, o por lo menos nuevo para el indio: la plástica andina. Por las tardes, desde la una, hasta que obscurecía, se le veía pegado a los muros para darles la preparación adecuada y luego recubrirlos de pintura. En pleno invierno, a bajísimas temperaturas, solía permanecer en su frígido rincón, tiritando de frío, embebido en su tarea, sin pensar en el descanso.
En el aula, su simpatía personal, su carácter suave y bondadoso le captaron el afecto de los niños, que lo trataban familiarmente. Fue el maestro que mejor comprendió nuestras sugerencias. Recuerdo los cuadernos de sus niños, en los que se revela el alma infantil en una forma que emociona por su sencillez y sabiduría.

Téngase en cuenta que Illanes no era normalista ni estaba informado de las ciencias de la educación. ¡O quizá por eso precisamente era un gran maestro!

Quisiera haber guardado alguno de esos preciosos cuadernos de tareas, limpios, llenos de colorido. Recuerdo cómo desarrollaba los temas con su hermosa simplicidad, por ejemplo en el proceso de la panificación, desde la germinación del trigo, su transformación en harina, la elaboración de ésta... Sus herbarios hubieran hecho honor a un botánico, y por medio de ellos podía apreciarse la rica variedad de la flora warisateña.
Pero no sólo eso: el maestro en Warisata debía cooperar en cuanta actividad fuera necesaria para el desarrollo de la escuela. Es así que Illanes cargaba piedras y transportaba adobes, o empedraba las callejuelas de los jardines, no rechazando ningún trabajo, tal como también lo hizo don Antonio Gonzáles Bravo. ¡Hombres de espíritu superior!

La obra de Illanes en la decoración de los muros de Warisata, al decir de entendidos, es de alto valor estético. Me temo, no obstante, que su afán innovador haya conspirado contra su conservación: parece que la pintura no llegó a penetrar lo bastante en el muro. El tema central lo calaba, de suerte que aparece como recortado sobre el fondo. Es indudablemente de una gran fuerza indígena y cósmica, y posee una gracia algo ríspida y primitiva que nos sitúa por entero en un campo de profundas evocaciones: la pintura de Illanes no es sino el altiplano trasladado a los muros de la escuela, con sus indios membrudos, su lago azul, sus peces y totorales, sus campos fructíferos y sus montañas. ¡Inolvidables escenas! ¡Y qué tal sería la torpidad de nuestros adversarios, que más de uno sugirió que se “borrara esos mamarrachos”! ¡Cuando son la misma gestación del alma americana a través del color y de la forma! Pero ya sabemos cómo las gasta en Bolivia el gamonalismo, que hasta a los intelectuales los esclaviza y les hace proferir tales blasfemias. (La obra de Mario Alejandro Illanes en Warisata fue mucho tiempo ignorada en el país, y sólo recientemente ha merecido dos estudios: el que le dedica Carlos Salazar Mostajo en su libro “La pintura contemporánea de Bolivia”, La Paz, 1989; y el de Joachim Shroeder, “La pedagogía hecha edificio en Warisata”, ensayo de suma penetración acerca de la arquitectura y la pintura en esa escuela, pero que todavía no este editado. N. del E.).

La construcción de nuestros edificios -aparte del pabellón central ya levantado- nos planteó, desde su proyecto, un serio problema: el de combinar su funcionalismo arquitectónico, que para nosotros era ante todo resultado del clima, contra el cual debíamos defendernos, con su categoría plástica, que debía estar plenamente de acuerdo con el paisaje inhóspito y desolado.
¿Qué mejor, para ello, que recurrir a los viejos ejemplos de la arquitectura inkaica, de tan noble aliento y tradición? También en este aspecto debía inspiramos el pasado, y dicho y hecho: organizamos una famosa excursión entre Marina Núñez del Prado, Yolanda Bedregal, Mario Alejandro Illanes, Fausto Aoiz y yo, siendo el Director de Warisata, apenas, el nexo entre aquella gente que discurría en campos algo ajenos a mi actividad, como que los cuatro eran, y son, artistas de fama sobrado justificada.

Pues bien, el quinteto así formado dirigió las miradas a las islas del Sol y de la Luna, donde perviven los restos del pasado inkásico. La islita de la Luna, de tan ingratos recuerdos para los confinados políticos, a nosotros nos impresionó enormemente al visitar las ruinas del palacio que en ella se encuentra; como es sabido, la creencia de algunos historiadores es que ese palacio estaba destinado a la Casa de las Escogidas del Inka. Sus líneas son severas, desnudas de ornamentación, pero ostentando ese sobrio y bello conjunto de la arquitectura inkaica, disminuyendo el signo escalonado de los vanos lo pesado del muro. Nuestros artistas tomaron apuntes pictóricos del edificio y nosotros hicimos funcionar la cámara fotográfica desde diferentes ángulos. Nos documentamos de todo cuanto creímos necesario: dimensión de las portadas y de los muros, proporciones de los sillares, ensambles, etc.
La excursión continuó a la Isla del Sol, donde tuvimos otro día de emociones y enseñanzas, habiéndonos igualmente documentado. Lástima grande que aquellos gloriosos restos no hayan merecido hasta ahora la atención necesaria para salvarlos de su completa desaparición.

Todo esto nos sirvió para determinar el tipo arquitectónico del edificio que íbamos a construir para alojar los talleres, y al que desde entonces denominamos Pabellón México; su modelo sería el del templo o palacio de la Isla de la Luna. De esta manera, Warisata recibió también el aporte de Marina Núñez del Prado y Yolanda Bedregal fuera del que en forma de trabajo efectivo tuvo de Illanes y Aoiz. Estos dos últimos aprovecharon también el viaje para tomar apuntes del lago y del altiplano, con la finalidad de incorporar su paisaje a los muros y decorados que se pondrían en la escuela. (Yolanda Bedregal, la célebre poetisa boliviana, colaboró a Elizardo Pérez enviándole con frecuencia material escolar, víveres y cuanto podía conseguir. Su solidaridad con el maestro se mantuvo hasta el final, cuando alojó y atendió al profesor Pérez, ya muy enfermo, en su último viaje a Bolivia. Somos testigos de la abnegación con que lo hizo (N. del E.)

Fue la ocasión para incorporar a Fausto Aoiz a nuestra planta de profesores. Acuarelista, tallista y escultor, Aoiz es uno de los exponentes de la plástica boliviana. Su obra, de excepcional coherencia y sinceridad, constituye, en su conjunto, una bella interpretación del alma boliviana. Trabajando en Warisata, se reveló como un auténtico forjador de espíritus, pues que entrenaba a los niños en multitud de facetas para el desarrollo de sus potencialidades psíquicas, y además participaba en todas las tareas posibles. Lamentablemente, su presencia no fue muy prolongada, pero sirvió para comprender cómo Warisata se desarrollaba simultáneamente en lo pedagógico, lo económico-social y lo cultural, dimensión esta última que no ha abarcado ninguna otra escuela en Bolivia. Gracias le sean dadas a este extraordinario artista por su aporte y su lealtad, ya que, posteriormente, estuvo siempre entre los defensores de Warisata. (Esta concepción de Elizardo Pérez era una forma inicial de la “educación por el arte” o “desarrollo de la aptitud creadora”, que en otros países, pero sólo recientemente, se concibe como un “desarrollo de la inteligencia”. Pero de esto nos dimos cuenta después (N. del E.)

3.- UNA EXPERIENCIA CON EL PARLAMENTO AMAUTA.
Ya lo dije: estábamos en el período de las grandes definiciones y experiencias, las cuales se plasmarían en un todo orgánico recién después de algunos años. Cuando este trabajo de acumulación de materiales hubiera concluido, recién estaríamos en condiciones de remitir a la Dirección General los planes y programas que tan prematuramente nos había solicitado en 1933.
Se planteaba por entonces una prueba decisiva: ver hasta qué punto el Parlamento Amauta era el organismo de gobierno capaz de responsabilizarse, por sí solo, es decir, sin intervención del elemento docente, de la conducción y desarrollo de la escuela. No cabe duda de que esta prueba sólo podía realizarse en completa ausencia de director y profesores. Propuse la cuestión a mis colegas y reunido el Parlamento Amauta, le hicimos conocer nuestro propósito. La idea mereció la aprobación general, y sin más, abandonamos el establecimiento en manos de los amautas, marchándonos a una hacienda situada en el Perú, a algunos kilómetros de Puerto Acosta.
Esta resolución demostrará hasta qué punto teníamos confianza en la capacidad administrativa del indio. Era una experiencia muy delicada, porque un fracaso cualquiera, siempre posible por algún factor inesperado, hubiera dado al traste con toda la ideología que estábamos elaborando y hubiéramos tenido que recomenzar la tarea en otro plano.

Ya duraba dos días nuestra vacación y empezábamos a olvidarnos de que existía la escuela; pero desgraciadamente, al tercer día se nos hicieron presentes soldados de Puerto Acosta para requisicionar nuestro camión. Fueron inútiles las protestas y reclamaciones. Al día siguiente partí de aquella población rumbo a Viacha, doscientos kilómetros al sud, con un grupo de 27 reclutas indios que iban a reforzar los contingentes chaqueños; la partida se hallaba a cargo de un teniente y de seis soldados que la custodiaban. El camión reptaba trabajosamente para subir una cuesta que había después de Escoma, cuando sentimos golpes sobre la cabina y gritos pidiendo que nos detuviéramos. El chofer paró y vimos que la causa de aquello era que un indiecito se había deslizado del carro y había emprendido la fuga velozmente.
El oficial y los soldados empezaron a hacerle un fuego graneado, pero con malísima puntería, mientras corrían tras el fugitivo; el indiecito llegó al río Suches, lo cruzó con el agua al pecho, tomó la orilla opuesta, subió un cerro y desapareció. Teniente y soldados, cansados y sudorosos y llenos de despecho volvieron al camión sin su presa.

Continuamos el viaje. En media pampa vimos a dos indios jóvenes que venían en sentido opuesto. El oficial vio la ocasión de reemplazar la pérdida sufrida y les dio la voz de alto para que se presentaran. Sin pensarlo dos veces, ambos indios emprendieron la fuga, con suerte diversa: uno de ellos recibió un balazo que le atravesó el corazón; dio impresionante voltereta y cayó muerto. ¡Los soldados reían gozosos! Su compañero ganó la montaña y escapó a las balas asesinas.

Estos hechos se repetían con los indios en todas partes; eran cazados como bestias salvajes y convertidos en la consabida “carne de cañón” con la que nuestros ineptos generales trataban de detener los avances paraguayos. Con muy pocas excepciones, los indios asistieron a la guerra sin saber por qué, sin concepto alguno de nacionalidad y comprendiendo tan sólo que, esa ocasión más, eran objeto del odio y desprecio de sus explotadores, ahora vestidos de uniforme, los cuales, encima de eso, todavía les echaban la culpa de sus fracasos militares! Don Jaime Mendoza, el celebrado autor de “En las tierras del Potosí”, me refería el caso de dos indios condenados a muerte en el Chaco por deserción; el menor se lamentaba y gemía, y el mayor, como de cuarenta años, le decía: Pero, por qué te desesperas: si no nos matan los bolivianos nos matarán los paraguayos.

Las escenas que relaté me pusieron en mucho cuidado sobre lo que estaría pasando en Warisata. Dejando a mis profesores, resolví -pasaba ya una semana- hacer un retorno sorpresivo. Dicho y hecho: monté en el camión y emprendí el viaje.

No pude menos de felicitarme por aquella resolución, pues en medio camino me encontré con el Vicepresidente, que viajaba por aquellos lares. Le hice conocer la experiencia en que nos hallábamos y le invité a visitar nuevamente la escuela. Tejada Sorzano aceptó, aunque las asperezas del camino le hicieron proferir más de una protesta. Llegamos en el preciso momento en que Avelino Siñani distribuía la correspondencia a unas cien personas entre varones y mujeres. Todo marchaba con la más perfecta regularidad. Los maestros de taller trabajaban con su acostumbrado brío, tal vez sin haberse percatado de nuestra ausencia; los albañiles y sus ayudantes mezclaban el barro, colocaban los adobes y los nivelaban con ritmo acelerado; los alumnos, con la siempre alegre actitud, trabajaban en jardines, construcciones y talleres, en grupos bien distribuidos, y en fin, la escuela íntegra vibraba intensamente como si tuviera que ser concluida ese mismo día. Los únicos que faltaban eran los profesores...

En años de constante batallar, aquel recuerdo me llena de satisfacción, porque la escuela, tal como esperaba, se movía con sólo la presencia del indio, a través del Parlamento Amauta; y en un momento en que por todas partes las comunidades se cubrían de luto y los indios eran objeto de cacerías, aquella revelación adquiría más valor y fuerza.
Tejada Sorzano no pudo ocultar su emoción, y ciertamente que en sus muchas preocupaciones, esa jornada le llenó de entusiasmo. Después de año y medio volvía a Warisata, hallando que en ese tiempo, sin recursos, habíamos recorrido un enorme camino. Nunca tuvimos mejor testigo del extraordinario resultado de aquella experiencia, que probaba definitivamente la capacidad de organización y autodominio del indio.
No podía ser de otra manera: no solamente se estaban manifestando las antiguas instituciones sociales del Inkario y de los kollas, sino que la escuela era obra nacida de las propias manos del indio, era suya por completo, casi ajena a la acción del Estado. El indio defendía lo suyo, lo hacía invulnerable a la incursión del vicio, de la molicie o del interés creado. En Warisata el indio era un ser humano, y aunque no se hubiera resuelto aún el problema de la servidumbre, ellos ya eran hombres liberados en la más amplia acepción de la palabra, porque ya eran dueños y señores de su destino y de su cultura, y ninguna fuerza extraña sería capaz de destruir lo que se había forjado en su espíritu.

Tejada Sorzano apreció todo esto; vio cómo se estaba suscitando el nuevo indio, moderno, beligerante, constructivo; el hombre capaz de captar los deberes de su tiempo y de su clase y elevarse a la condición del siglo, todo lo cual le había sido negado hasta entonces. Debo decir que Tejada Sorzano, hombre práctico, no se contentó con visitarnos: nadie nos ayudó como él, y un historiador imparcial tendrá que reconocer, por fuerza, la amplitud de sus miras respecto a la grave cuestión indígena. Otros gobernantes vieron en el indio a un menor de edad, digno de lástima e incapaz de valerse por sí mismo: hicieron tutelaje del indio; algunos, quizá los más, lo consideraron un enemigo al que había que arrinconar y extinguir. ¡No pocos intelectuales se sumaron a estos criterios! Pero Tejada Sorzano lo respetó y lo estimó en toda su condición humana, sin prejuicio alguno de casta o de clase. Rara mentalidad la de este representante de los regímenes conservadores, que con tanta naturalidad podía transponer las fronteras impuestas por los intereses de clase y por la categoría feudal del país.

Repito: con aquella experiencia quedó consolidada la institución del Parlamento Amauta, forma revitalizada de la secular ulaka del ayllu aymaro-quechua. Queda sólo por decir que el indígena que hacía de Inspector General fue sustituido por el Presidente del Parlamento, título más de acuerdo con la naturaleza de sus funciones, y del cual dependían una serie de comisiones para la atención de las múltiples tareas de la escuela y la comunidad (justicia, educación, construcciones, agricultura, talleres, etc.). Finalmente, las comisiones quedaron completadas con la presencia, en cada una de ellas, de un alumno y un profesor, con todo lo cual el organismo respondió a todas las exigencias, y creo que sin él, carecería de sentido toda acción en el campo de la escuela indígena.

¡Sin embargo, toda esa rica experiencia ha sido abandonada!

4.- EL FEUDO CONTRA LA ESCUELA.
Ya he dicho que desde el comienzo, se definió una línea de conducta con respecto a la escuela: con esa clara visión de sus privilegios, la reacción feudal no podía menos de comprender que una institución como aquella tenía que trascender al campo de las auténticas luchas sociales. Por eso el despliegue de una acción persistente, desordenada al principio y que más tarde fue adquiriendo coherencia hasta convertirse en un verdadero complot organizado contra la escuela. Las avanzadas de esta ofensiva se hallaban, por supuesto, en Achacachi, prototipo del pueblo mestizo y colonialista que vive gracias a la servidumbre. Por entonces ya no se hacía disimulo del odio con que se contemplaba a nuestra obra. Los indios eran cruelmente perseguidos, aumentándose la saña gamonalista con el pretexto de la guerra.

El Director era calumniado, insultado y... hasta condenado a muerte!

Lo acechaban para encontrar la oportunidad propicia... Pero los mismos indios solían enterarse de los planes elaborados para tal objeto: véase cómo la idea de la escuela había trascendido a toda la campiña, que indios que prácticamente nada tenían que hacer con nosotros, por no estar en el radio de nuestra jurisdicción, ya veían en Warisata a la “Casa de Todos” y la defendían como podían; en este caso, aprovechaban del servicio de “pongueaje” que solían prestar en la casa del patrón, para enterarse y tomar buena nota de cuanto se decía y se trataba en contra de la escuela. El pretexto más socorrido para atacarnos era acusarnos de que constituíamos un peligroso movimiento comunista, y que Warisata debía ser convertida en un cuartel acabando con todos nosotros.

Realmente, al indio le preocupaba nuestra seguridad. Ya relaté un caso, que me fue relatado a su vez por Alfredo Guillén Pinto. A ello debo agregar otro: en una oportunidad el Subprefecto de Sorata, Domingo Nava, amigo que me apreciaba, me buscó en momentos en que, me disponía a viajar a Warisata, a las diez de la noche, transportando vigas. Traía cuatro soldados armados y me dijo:

— Elizardo, viaje usted acompañado de esta gente, porque me han llegado rumores intranquilizadores de que se atentaría contra su vida...

Le agradecí su preocupación y decliné la compañía que se me brindaba, montando en el camión sin más trámite. Iniciamos así la subida de aquella cuesta de 35 kilómetros hasta la cumbre, a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, no siendo poco el riesgo de viajar de noche en un camino no muy seguro, y además, con la grave dificultad de llevar como carga vigas de nueve metros que hacían muy difíciles las maniobras. El más mínimo error, cualquier obstáculo imprevisto, un trozo de tierra aflojada, nos hubiera precipitado a los pavorosos abismos. Pero llegamos a Warisata sin novedad, creyendo que la información de Nava había sido producto de su fantasía. Pero no: algún tiempo después me relató don Néstor Zalazar, nuestro amigo y colaborador de Curupampa, que aquella información era verídica; es así que se nos había armado una trampa mortal en un lugar estratégico, quitando algunas piedras en el muro que sostenía la plataforma del camino. Y si no dio resultado, fue porque los indios de las laderas cercanas, que todo lo ven con sus ojos de lince, habían presenciado aquello, y cuando los complotados se fueron, acudieron a reparar el muro, permaneciendo vigilantes hasta que yo pasé.

El relato viene a propósito para referir quién era mi acompañante: mi chofer era David García, a quien ya he nombrado, y se me perdonará que salte así de un tema a otro; pero no puedo desaprovechar esta oportunidad para exaltar a este hombre sencillo y sincero, tan vivaz como trabajador, bajo cuya conducción nuestro camioncito se hizo famoso en el altiplano y los valles adyacentes porque al parecer no descansaba jamás... Y así era: de día o de noche, hiciera buen o mal tiempo, David García siempre estaba al volante, infatigable y tenaz hasta un grado increíble. Quizá los lectores imaginen que me dejo llevar por un excesivo entusiasmo cuando hablo de la gente que me acompañó; pero no digo sino la verdad: algún instinto certero me hacía elegir a personas en quienes adivinaba esa natural predisposición al sacrificio que requería la obra inmensa y sobrehumana... Además, estos hombres son contados, pues por Warisata pasaron muchos otros que no supieron ponerse a la altura de las circunstancias. De ellos no hablo, por supuesto. Aquí se trata solamente de las excepciones, como la de García.

5.- EL OPRESOR EN EL BANQUILLO DEL ACUSADO.
Retomando el hilo del asunto que nos ocupa, debo relatar otro caso que tomó inesperado volumen, y sobre el cual insistimos mucho. Hallándome en La Paz, el corregidor de Achacachi había entrado a la escuela para flagelar al amauta Mariano Huanca.
El insolente desafío que tal atentado implicaba fue respondido con toda energía; no era para menos: o hacíamos respetar el recinto de la escuela, sagrado para los indios, o pronto sería invadido por los gamonales y sus lacayos, ante la desmoralización de nuestra gente. Volví de inmediato a la capital y denuncié el hecho ante las autoridades y ante la prensa, que con rara unanimidad se solidarizó conmigo. No contento con ello, inicié un juicio criminal contra el protervo gamonal que así había hecho gala de su insolencia. El caso es que el menguado specímen ya se había destacado en la ofensiva desatada contra la escuela, persiguiendo a todo indio que colaboraba a nuestra obra, reduciéndolos a prisión por cualquier motivo, imponiéndoles contribuciones en víveres, multándolos y, en fin, cometiendo toda suerte de tropelías.

“El Diario” y “La Razón”, los dos principales diarios de La Paz, publicaron varias crónicas alusivas pidiendo sanción para los culpables. Esto sucedía en mayo de 1934. La institución de “Los Amigos de la Ciudad”, que en ese entonces tenía mucho predicamento, elevó también su protesta ante las autoridades prefecturales y, en fin, se hizo un revuelo formidable, a raíz del cual mucha gente se enteró de que existía un rincón altiplánico donde se trabajaba y se luchaba por la cultura y el porvenir del país. La cosa culminó cuando, a invitación mía, viajó a Warisata un numeroso grupo de intelectuales y periodistas, autoridades judiciales -entre ellas el fiscal de Distrito Dr. O’Connor Palza Vega- y otras personas, con el objeto de verificar la denuncia.

Con tal motivo tuvo lugar en Warisata una gran asamblea con la asistencia de toda la comunidad, habiéndosenos honrado además con la presencia de no menos de ochenta vecinos de Achacachi, que creyeron llegada la oportunidad de destruirnos con sus acusaciones. Sin embargo, esta vez se hallaban en desventaja, no solamente porque pisaban un terreno en el que se movían con poca soltura, cual era la discusión doctrinal en torno al problema del indio, sino también por la calidad de las personas que componían la comisión. Así se enfrentaron dos fuerzas antagónicas: por una parte aquellos que representaban a la violencia, la agresión y la prepotencia, y por otra el hombre nuevo, con pleno dominio de su personalidad y de su pensamiento. Una entidad joven, vigorosa, poseída de fe en el porvenir y servida por una férrea voluntad de triunfo, se oponía a otra, caduca, oscurantista y feudal. Eran el pasado con sus taras y el futuro con sus virtudes los que se medirían en seguida.

Por primera vez en la historia de Bolivia el indio enfrentaba a los opresores en su propio terreno, en presencia de intelectuales y periodistas de gran valía, que asumían la representación íntegra del país para dar su veredicto.

El Fiscal de Distrito, máxima autoridad presente, abrió la asamblea, dando la palabra al amauta Avelino Siñani. Aunque yo conocía por demás las cualidades de nuestro viejo amigo, no acababa de asombrarme cada vez que hablaba; pero esta vez me dejó maravillado, como a todos los que tuvieron la suerte de escucharlo. Habló en aymara, idioma altamente expresivo y al que los oradores indios le dan gran sonoridad y fluidez; pero esta vez Siñani se superó a sí mismo: con exacta dicción, dominio pleno de las imágenes, verbo musculoso y avasallador, el amauta se alzó gigante y seguro de él y los suyos, y a medida que su figura crecía, empequeñecíase la del opresor feudal.

¡El indio fustigaba a sus explotadores!

Hecho como ese merece ser tomado en cuenta, porque jamás, antes de eso, había ocurrido tal. Y conste que Avelino Siñani no emitía frases subidas de tono ni hirientes, pero su oratoria era látigo de fuego con el que sentó la denuncia histórica; no se limitó al caso del flagelamiento de Huanca, sino que, tomando este hecho como base, demostró cómo el país vivía postrado debido a la subsistencia de esa retardataria mentalidad que negaba el reconocimiento de los derechos humanos a la mayoría de la población. Denunció los crímenes y extorsiones de que era víctima el indio, señaló sin ningún temor a los culpables, y en fin, se explayó de tal modo que ganó a todos con su elocuencia. Un orador romano no lo hubiera hecho mejor. Entre los testigos de tan brillante intervención, estaba don Fabián Vaca Chávez, escritor y periodista, político y diplomático, el cual no salía de su asombro.
Le correspondió hablar a la víctima propiciatoria, el amauta Mariano Huanca; éste habló sin humillaciones, sin lamentarse de su condición, pero mostrándola como ejemplo de lo que acontecía con el indio; como Siñani, se refirió a la situación de Bolivia y su porvenir, etc. Era también un orador de primera este menudo pero fuerte indígena.
El vecindario de Achacachi se había quedado atónito, no sólo porque los oprimidos hablaban, sino porque lo hacían de un modo que no admitía respuesta posible. El corregidor, empero, tuvo que salir de su mutismo para defenderse; por cierto que no vamos a consignar su lamentable exposición, en la cual, tal era su pánico, acabó por confesar su culpa. Antes de concluir la asamblea, los sicarios habían desaparecido uno tras otro. Había triunfado el indio, el nuevo indio, el hombre que se educaba en Warisata.

Al día siguiente todos los periódicos de La Paz comentaron el asunto. He de citar un editorial de “La Razón”, del 9 de mayo, escrito sin duda por Vaca Chávez, y otro del 8 de junio, en este último comentando una carta que los amautas Siñani y Fructuoso Quispe habían enviado rectificando las quejas del corregidor de marras, el cual, como es de suponer, trataba de mostrarse como víctima personal del prepotente Director de Warisata.
Entre los documentos más valiosos que tengo de aquellos días, se halla una carta firmada por Carlos Medinaceli, el ilustre autor de “La Chaskañawi”; era un fervoroso admirador de nuestra obra y estuvo también entre los que escucharon a Siñani y Huanca. Su carta, de 9 de julio de 1934, decía entre otras cosas: “Obvio es agregar que este medio salvaje de represión (el látigo) que hasta en los cuarteles se ha suprimido, no puede ser empleado por las autoridades civiles, pues es símbolo de la esclavitud y de la barbarie, que infama no sólo a la víctima, sino al verdugo sobre todo...”.

Sin embargo, la campaña contra la escuela no cesó; todo lo contrario: se la reinició con más furor y violencia. El juicio que se seguía contra el corregidor no prosperó, y el proceso ordenado por la Prefectura tampoco dio ningún resultado. La ofensiva estalló francamente, para destruir la escuela donde se hablaba de libertad. El gamonalismo puso en juego todos los recursos a su alcance para doblegar nuestra voluntad. El más eficaz resultó la calumnia, deslizada sistemática e infatigablemente: el Director de Warisata se estaba enriqueciendo, tomaba para sí las cuantiosas sumas otorgadas por el Estado para el pago de salarios de los indios que cooperaban...

Muchas cosas se intentó en mi contra, y no fue poco el empeño puesto para desprestigiarme ante las indiadas. Pero el indio me protegía siempre.

Así pasó en una ocasión en que, a poco de comenzadas nuestras labores, un gamonal había convencido a sus colonos para que, aprovechando de la borrachera a que iba a dar lugar la fiesta de Todos Santos, me tundieran a golpes, me pusieran sobre un asno y me echaran de la comunidad. En recompensa, les daría una cantina de alcohol de veinte litros, coca, cigarrillos y víveres. Los indios habían aceptado la propuesta, y en conocimiento de ella, el amauta Cosme me aconsejó que me ausentara por esos días a La Paz. No le escuché, y la fiesta pasó tranquilamente, si se exceptúa la tremenda borrachera de los indios (eran, repito, los comienzos de nuestra labor). Pasado algún tiempo, le pregunté a Cosme por qué me había dado aquella inexacta información, a lo que me respondió que, en efecto, los indios se habían comprometido a echarme de la comunidad, pero sin intención alguna de realizar tal propósito.
El indio continuaba defraudando a los enemigos de la escuela.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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Warisata la Escuela Ayllu - Parte 14

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 09 - 10 - 11 - 12 - 13.

5.- EFECTOS DE UNA CRÓNICA.
El artículo de “La semana grafica” tuvo, como hemos dicho, una enorme resonancia, y cuán grande sería su efecto, que hasta la Dirección General de Educación Indigenal se propuso ver qué es lo que pasaba en Warisata, pues que hasta entonces lo ignoraba por completo. Para ello, nos envió una nota pidiendo los planes y programas que habíamos elaborado, junto a un cuestionario de circunstancias.
Como era la ocasión para poner los puntos sobre las íes, respondimos con un extenso oficio, del que voy a transcribir las partes principales porque por primera vez pusimos por escrito todo lo que habíamos hecho y las concepciones teóricas que veníamos elaborando.
Tuve que referirme, en tal nota, a las dos escuelas normales rurales que continuaba sosteniendo la Dirección, y las cuales ya le costaban al Erario alrededor de Bs. 70.000. ¡Mientras a nosotros se nos había dado, como gran cosa, 2.500! Hice notar al Director General que esas escuelas, de normales sólo tenían el nombre. Una normal rural debía ser el resultado de “muchos años de trabajo, cuando se hubiera alcanzado una cultura superior” que permitiera el ingreso de “.jóvenes indios formados en las actuales escuelas de trabajo o profesionales, de las que en Bolivia existe una sola, la de Warisata”... “una tendencia perniciosa está influenciando a nuestros compañeros normalistas: la de pretender academizar los establecimientos que dirigen, con grave peligro de las escuelas indigenales que van camino de una absurda intelectualización, cuando precisamente el sentido de la nueva escuela nos trae manifestaciones contrarias”.
“Continuaremos por mucho tiempo más en la postración... si las escuelas rurales en lugar de estimular el desarrollo del (espíritu de trabajo), aptitudes manuales, etc. en el niño, han de hacer del indio un intelectualoide presto a abandonar las labores del campo o las pequeñas industrias, para convertirse al doctorismo burócrata... de que es tan fecundo nuestro país”.

“¿Cuáles son los resultados (de esas escuelas normales) en tres años de vida que llevan? ¿Cuántos maestros han egresado de ellas? Los egresados, ¿se dedican al magisterio? ¿En qué porcentaje? ¿Cuánto vienen costando esos establecimientos hasta la fecha?
Graves interrogaciones las que hacía al Director General, el que, si hubiera respondido, no hubiera tenido más remedio que confesar el completo fracaso de aquellas escuelas “normales” tan inútiles como costosas.
“Estimo -dice la carta- que el tipo de escuela a difundirse... es el ensayado en Warisata. Con el devenir del tiempo, cuando se hayan logrado los frutos y el indio se halle convenientemente preparado, se le abrirán las puertas de las normales, de los institutos de ciencias, artes, etc., como consecuencia directa de la evolución que haya sufrido en el orden social e intelectual, debido al esfuerzo propio, que impone este primer impulso y a la acción perseverante de las escuelas.., de trabajo, cuyo objetivo primordial entraña la necesidad de atender armónica e integralmente todas sus facultades, dentro y para su medio”.

Transcribiendo el Director General una nota que habíamos enviado al Ministerio, parte de la cual se publicó en el diario “La Razón” del 29 de mayo de 1932, decía:

La denominación de normal se ha suprimido para este plantel.., el tipo escolar que estamos implantando es sin duda el que mayores resultados reportará al desarrollo de la cultura indigenal, por conformar su acción educativa a las modalidades étnicas, geográficas, históricas, folklóricas y sociales, que permitirán desarrollar en el niño sus inclinaciones propias, tendencias, aptitudes peculiares... convirtiéndolo más tarde en un elemento preparado y consciente para la lucha por la vida... Intensificado su cariño por la tierra, la educación tomará un aspecto integral... Nada se habrá hecho en favor de la causa que nos ocupa, si no (transformamos) el medio social en que se encuentra, habituándolo a una vida superior, con prácticas higiénicas y normas...
Ningún resultado dieron las escuelas rurales fundadas para alfabetizar al indio.
Lo substancial, lo básico, reside en transformar su estructura social, elevando su nivel social y su dignidad. La escuela elemental alfabetizadora creyó cumplir su deber nutriendo el cerebro de los niños indígenas con conocimientos inútiles, olvidando su alma, sus virtudes peculiares, su tradición secular. La enseñanza teórica se anula si no va acompañada de la práctica... Mientras por una parte se impone cambiar de medio social, por otra es menester conservar al indio en su medio físico, de acuerdo a cuyas condiciones ha de establecerse el plan educativo y de instrucción que dará fisonomía propia a las escuelas indigenales.

Después de esto, en mi carta hacía breves comentarios acerca de nuestras dificultades económicas; describía el funcionamiento de la escuela y su organización administrativa, haciendo conocer al Director General lo que era el Parlamento Amauta y sus funciones. A continuación describía el estado de la obra material y lo que proyectábamos hacer, refiriéndome…

…a la construcción de apriscos y secciones para ganado lanar, vacuno, porcino, etc.; la escuela cuenta para este objeto con 7 hectáreas de tierra cedidas por entusiastas indígenas... Nos ocupamos ahora de construir viviendas para los profesores, conclusión de diferentes secciones, experimentos con el cultivo del trigo.., está funcionando con excelentes resultados la sección de hilados y tejidos...”’ En la sección de carpintería se ha fabricado parte del mobiliario destinado a las salas de clases: mesas personales y bipersonales, de estilo montessoriano... la sección de mecánica y cerrajería tiene construidas sillas como complemento al mobiliario.., y catres para los dormitorios... La sección de tejería, cuya necesidad es indispensable en toda escuela rural, ha prestado importantes servicios.., el año pasado se han fabricado 10.000 ladrillos, y este año, cerca de 8.000... En la actualidad, septiembre de 1933, alcanza a 45.000 el número de ladrillos elaborados por los alumnos y que ya fueron utilizados... Para finalizar la obra se requiere 20.000 ladrillos más, que se están fabricando... la albañilería sigue a las demás secciones en sus resultados... el edificio construido por padres de familia... acredita esta aseveración.

6.- PLANES, TÉCNICA, RÉGIMEN DE VIDA, PROGRAMAS.
Al elaborar planes captados de la composición social de la comunidad, de sus formas de vida, etc., tuvimos en cuenta que la mujer desempeña un papel preponderante en la familia. Es el alma del hogar. Como madre, como esposa y como hija, soporta el peso de las responsabilidades inherentes a cada una de estas etapas de la vida. A su solicitud y cuidado está entregada la educación de sus hijos; a su actividad, la orientación y manejo del hogar; a su energía y fortaleza, las rudas tareas de labranza y otras. Ejerce una triple misión: espiritual, moral y material. Sin embargo, al hablarse de la educación del indio jamás se ha pensado en la madre, la esposa o la hija: fuerzas vivas, resignadas... que cumplen con abnegación y sacrificio la ardua labor que les ha forjado el destino... Teniendo en cuenta la trascendencia de educar a la mujer, la escuela abrió sus puertas al elemento femenino, que concurre asiduamente en apreciable número. Consiguientemente la escuela tenía carácter mixto, para niños de ambos sexos y para adultos (En 1962 comprobamos que se había suprimido la Sección Femenina de Warisata).

RÉGIMEN DISCIPLINARIO. Está sometido a un gobierno propio que, integrado por los alumnos, actúa reprimiendo actos de indisciplina, velando por la regular asistencia a la escuela, dictando y aplicando sanciones para los casos de incumplimiento, cuidando de la limpieza, proporcionando medios y materiales de construcción, etc.

MÉTODO EDUCATIVO. Mediante sistemas de educación activa se practica los nuevos postulados pedagógicos que permiten la distribución espontánea de la población escolar en grupos concordantes con sus afinidades espirituales, carácter, simpatía, tendencias, aptitudes, etc., con la finalidad de descubrir la vocación del niño para su posterior profesionalización. Las hectáreas de tierra propias de la escuela fueron también distribuidas entre los niños, dando lugar a un ensayo de explotación individual, de acuerdo a las orientaciones del maestro. El producto cosechado, agrícola o industrial, se destina al sostenimiento de la escuela, que como centro de actividad de la comunidad está encaminado a formar la nueva sociedad indígena basándola en sus sobrevivientes instituciones culturales. Se ensaya cultivo de hortalizas y legumbres que, aparte de su rendimiento económico, sirve para variar el régimen alimenticio de los alumnos... No se descuida la arborización que proporcionará más tarde materiales de construcción. Igualmente, dándose preferencia al cultivo de un jardín entregado al cuidado de los mismos niños, se puede disponer de flores para las salas de clases.

La sección de ganadería, avicultura, etc., también entregada a la atención de los alumnos, constituye una de las actividades de mayor importancia por su fin educativo y su rendimiento económico...
La sección de tendencia profesional, orientando al alumno hacia el taller de sus simpatías o aptitudes, permite la preparación de carpinteros, albañiles, mecánicos, ceramistas, ladrilleros, sombrereros, tejedores, etc., que juntamente con sus conocimientos de ganadería, agricultura, avicultura, etc., harán del indio un elemento imprescindible.., de acuerdo a su medio: el campo. Este método educativo, iniciado en la escuela de Warisata, influirá decisivamente en la transformación del hogar indígena y de su economía, mediante nuevos sistemas de trabajo, higiene, moral, civismo y solidaridad.

RÉGIMEN DE VIDA: EL INTERNADO. La escuela no tendría fisonomía propia y todo el plan enunciado sería impracticable sin el internado, al cual ingresarán los mayores de 14 años, dándose preferencia a los procedentes de haciendas y comunidades más alejadas del centro escolar (más tarde, al ampliarse el Internado, se admitía a niños de seis y siete años). El internado modificará radicalmente los hábitos de vida. Adquirirán normas de higiene, orden y buenas costumbres.
Su alimentación en el internado, a base de productos cultivados por ellos mismos, transformará su régimen nutritivo, por haberse introducido el consumo de artículos ignorados en su sistema: hortalizas, trigo, arvejas, huevo, carne, leche, azúcar, etc. Así, la vida escolar desarrollándose con todos sus atractivos permitirá asimilar nuevas modalidades, con lo cual, el hombre nuevo, con vastedad de conocimientos útiles y virtudes morales, habrá sustituido ventajosamente al hombre primitivo, transformando el medio social.

Me refería también al externado, “compuesto por niños de las diferentes secciones quienes asisten cotidianamente desde sus hogares de acuerdo a horario especial”.

PLAN EDUCACIONAL. El informe lo describe así:
La sección kindergarterina o pre-escolar, que se encuentra en pleno funcionamiento, con niños de 4 a 6 años de edad.
La sección Elemental, destinada a niños de 7 a 10 años de edad, tendrá una duración de tres años, durante los cuales, fuera de desarrollarse el programa de cada curso, se pondrá especial cuidado en la enseñanza del castellano. Corresponde a la etapa de intereses inmediatos.
Sección Media o de orientación profesional: con duración de tres años, para niños de 11 a 14 años. Corresponde a la etapa de intereses profesionales.
Sección Profesional: para alumnos de 15 o más años. Corresponde a la etapa de intereses abstractos complejos o de preparación profesional.

Más adelante señalaba la Sección de Pedagogía, que se implantaría cuando existiera elemento preparado.
De acuerdo a nuestras experiencias, este plan sufrió algunas modificaciones, a fin de trabajar conforme a los postulados de la Escuela Única; de modo que tuvimos el kindergarten, la sección prevocacional, vocacional y profesional, incluyendo en ésta la normal, cada una de ellas, tratando de crear nuevas y mayores aptitudes para la lucha por la vida, de manera que en cualquier época que el niño abandonara la escuela por la multitud de razones que producen el ausentismo escolar, estuviera siempre dotado de alguna habilidad práctica que le permitiera trabajar en su medio.

Respecto al horario, decía:
EL HORARIO ES MOVIBLE; se desarrolla de acuerdo al plan de trabajo presentado por cada profesor para 15 días...
Comprendía labores de aula o conocimientos generales (alfabetización, lectura y escritura, cálculo, sistema métrico y geometría, educación física, historia, geografía y ciencias, música, dibujo y educación estética, artes decorativas); en cuanto a los conocimientos especiales, se referían a la carpintería, mecánica y a todas las demás secciones ya mencionadas varias veces.

PERSONAL DOCENTE. El informe continuaba con una relación del cuerpo de profesores y maestros, en el que se citaba a Teodosio Velasco, Eufrasio Ibáñez, Carlos Álvarez, Gregoria de Ibáñez y Antonio Gonzáles Bravo, como profesores; y a Quiterio Miranda, Isaac Sanjinés (que estaba sustituyendo a José de la Riva, movilizado en el Chaco), José Poma (albañil) y Miguel Soruco (tejedor) como maestros de taller. Como se ve, habíamos tenido algunos cambios, entre ellos el ingreso de Carlos Álvarez, muchacho que teniendo posibilidades de ubicarse cómodamente en cualquier ocupación en la ciudad, prefirió la ruda vida del campo y los sacrificios inherentes.

Del alumnado, indicaba una inscripción de 400 niños, con asistencia media de 320; haciendo notar algunas influencias negativas como las enfermedades que solían hacer estragos en la campiña, o las épocas de siembra y cosecha, en las que los niños debían colaborar a sus padres.
También informaba acerca del rendimiento de los talleres, que aunque casi desprovistos de herramientas, habían dotado al establecimiento de todo el mobiliario, contribuyendo también a las edificaciones con puertas, ventanas, rejas, etc. Ya entonces mencionaba el proyecto de edificar un pabellón especial para talleres, lo que fue realidad tiempo después.
El informe continuaba con un bosquejo de lo que podrían ser los internados en el futuro, en todas las escuelas indigenales, las que provistas de adecuada extensión de tierra, podrían sostener a centenares de alumnos con gastos mínimos de parte del Estado; labor agrícola que, desgraciadamente, ya no se pudo realizar en esa escala y que hoy está completamente desvirtuada, a pesar del éxito que tuvo en Warisata y otros núcleos hasta 1940.

El informe terminaba con la cuestión del folklore, manifestando:

No es difícil comprender la trascendental importancia de los estudios folklóricos, no solamente desde el punto de vista etnográfico, sino también desde el más valioso, como es el de su aplicación pedagógica y artística, porque es fundamental conocer las manifestaciones espirituales de la raza indígena, cuya expresión la encontramos en su música, pintura, cerámica, arquitectura, tejidos, objetos de arte, etc., que hacen los fundamentos de la cultura de un pueblo y que por lo mismo deben ser cultivados y conservados para evitar desviaciones que pudieran desvirtuar su esencia.

7.- CONCLUSIONES.
El informe en cuestión, como todos los informes, pasó a dormir el sueño de los justos; empero, quedaba documentada una serie de hechos para señalar cómo la escuela de Warisata tenía a su principal obstáculo, nada menos que en la oficina encargada de estimularla y dotarla de los necesarios elementos de trabajo.
Con la experiencia que teníamos, en realidad no esperábamos gran cosa de esa repartición para conducir a una escuela que venía a derribar todas las viejas nociones que tenía el “normalismo” acerca de la función educacional y la cual planteaba problemas inesperados y arduos que esa mentalidad era absolutamente incapaz de comprender.
Y no era menos importante el haber demostrado cómo, en los jerarcas del “normalismo”, lo esencial era una finalidad de lucro, en la cual todo ideal estaba ausente, como que en la escuela boliviana en general, más se desarrollan los defectos que las virtudes. En el caso presente, el “normalismo” prefería sostener y crear simples escuelas alfabetizadoras, con el sonoro nombre de “normales”, pretexto para percibir elevados sueldos y hacer gastos dispendiosos, en medio de una vida muelle y sin problemas. En tanto, en Warisata nosotros afrontábamos todo, las enfermedades, la falta de recursos, las agresiones y denuestos de los gamonales, el duro clima, todo, digo, sin que tuviéramos ayuda de nadie.

A tal punto llegaba la indolencia de las autoridades, que el Director General, en seis años, ni siquiera nos hizo una visita para ver qué era Warisata. No existe resentimiento de mi parte: pero me he propuesto escribir la historia de nuestros padecimientos, y necesariamente tengo que hacer estas referencias a quienes pudieron y no quisieron colaborarnos, ¿por qué? ¿Por abulia, quizá? No lo sé; el caso es que mejor hubiéramos trabajado sin tener encima aquella autoridad, a cuyo secretario, en cierta oportunidad, le preguntó el poeta Capriles:
— Dígame, ¿qué hace el Director General?
— Nada.
— ¿Y usted?
— Le ayudo...

8.- EL INDIO Y LA GUERRA DEL CHACO.
La Guerra del Chaco produjo una profunda conmoción social, aunque no tuvo, para Warisata, ningún efecto que pudiera detener su crecimiento vertiginoso. Y tal vez por la conciencia de que la patria se desgarraba en el Sudeste, el indio warisateño redoblaba su afán constructivo como un modo de ganar, en el plano histórico, las vidas que se perdían en el Infierno Verde.
Por convicción ideológica, por temperamento, somos contrarios a la guerra. En este sentido, no cabe duda respecto a nuestra posición frente a la guerra del Chaco, hecatombe que condenamos por el inmenso sacrificio que representaba para el indio. Pero, en realidad, no teníamos alternativa, y el único modo de quedar en paz con nosotros mismos, era dejar que el indio resolviese. Y, en efecto, el indio deliberó, libre de presiones, manifestando una vez más cómo se plasmaban en su espíritu conceptos de hondo contenido humano.

Declarada la guerra, reunimos a la población en el campo de deportes; se hicieron presentes hombres y mujeres de toda edad y condición, probablemente la comunidad íntegra. Ante un mapa preparado para el efecto, se les informó de lo que estaba sucediendo en la frontera con el Paraguay, describiendo además la región del Chaco, su clima, condiciones de vida, poblaciones, productos, caminos, etc. Después de oída esta información, los hombres conversaron y, por propia iniciativa y absoluta unanimidad, resolvieron enviar a la guerra a todos los hombres capaces de cooperar a la defensa nacional, con víveres para los combatientes. Nadie imaginaba, sin duda, que la hórrida contienda fuese a durar tres años. Además, se resolvió que en un plazo de diez días se harían presentes en el centro de reclutamiento de Achacachi.

El día indicado, a la hora exacta, estaban en la vecina población hombres y mujeres, niños y ancianos... otra vez toda la comunidad. Nosotros formábamos en las densas filas, a pie, con varias banderas nacionales y con más de quinientos niños que alargaban la caravana al son de canciones de circunstancias. Unas cuadras antes de llegar al pueblo nos pusimos en formación. Primero venían el Director, profesores y amautas; les seguían alrededor de doscientos jóvenes, primer contingente de Warisata; los alumnos y las mujeres llevaban del cabestral a no menos de seiscientos mulos y borricos cargados de alimentos. Dos bandas de músicos nos acompañaron al recorrer las calles formados de cuatro en fondo. La plaza quedó completamente llena con aquella multitud. ¡Espectáculo nunca visto en nuestra historia republicana! Los indios presentándose a un puesto militar, para entregar espontáneamente a sus hijos al sacrificio patrio, y a más de eso, llevando algunas decenas de toneladas de víveres.
Los víveres fueron recibidos por el comando militar; los hombres no, porque se nos manifestó que serían llamados en su oportunidad de acuerdo a un rol preparado especialmente. Comenzaba la llamada “movilización por cuenta gotas” en lugar de la movilización total, y pronto el país sentiría los efectos de esa táctica suicida, viendo a los contingentes de soldados sucumbir uno tras otro en el Chaco...

Es indudable que los comandos militares no supieron aprovechar la buena disposición del pueblo para movilizarse; al contrario: sucesivas muestras de su desconcierto e insensatez produjeron en las masas una paulatina desmoralización, y pese al valor heroico del soldado boliviano, la guerra transcurrió de derrota en derrota. Véase lo que a nosotros nos pasó, prueba de la brutalidad con que se respondía a la patriótica actitud de los indios: en Warisata todo era favorable a la movilización y nadie escurría el bulto, ni mucho menos, pues tal cosa hubiera sido considerada por la comunidad como un acto de traición incalificable. Sin embargo, cierto día, a las cuatro de la mañana, los soldados de reclutamiento desprendidos de la guarnición de Achacachi nos hicieron un malón allanando las casuchas de los indios para arrastrarlos al cuartel; y entonces no se fijaron en edades ni en “rol” alguno como habían dicho. Al amanecer, madres, esposas e hijos vinieron a relatarme lo ocurrido para que reclamara ante las autoridades. Fue inútil: las órdenes militares eran inamovibles, y en menos de 24 horas los pobres indios salían de Achacachi, rumbo a la trinchera, sin haberse podido despedir siquiera de los suyos.
No fue la única vez: esos malones, instigados por el vecindario de Achacachi, se repitieron con frecuencia, coincidentemente con la noticia de algún desastre guerrero. Lo que hubiera sido escena tierna, de amable aunque triste despedida, se convertía en sórdida persecución, en insultos y bajezas... Así era la mentalidad achacacheña y así respondió a la fiesta con que Warisata había saludado a la movilización.

La escuela contribuyó muchísimo a aliviar los sufrimientos de las familias de los movilizados. Como disponíamos ya de servicio telefónico y de correos, establecimos turnos especiales para la recepción y despacho de la correspondencia, envío de encomiendas: maíz tostado, habas, pito (cebada molida), etc. Profesores y alumnos escribían las cartas o las leían para los interesados, y en fin, hicimos cuanto estuvo a nuestro alcance para alentar o consolar a la gente. En este aspecto, Warisata ha debido padecer menos que otras comunidades donde el indio, sometido a los abusos del corregidor o de la acostumbrada taifa de explotadores, no podía siquiera enviar una carta o remitir una encomienda. En ciertos lugares apareció una industria lucrativa: el escribir cartas...
Dos de nuestros profesores fueron movilizados, como tengo dicho: Félix Zavaleta y José de la Riva. Del primero, ya sabemos que cayó en las trincheras; el segundo retornó herido y también fue víctima de la persecución desatada en contra nuestra; además, se trajo en el morral de ex-combatiente muchísimas y sabrosas anécdotas de guerra que dieron nuevo motivo para que los niños buscaran su amistad, en el ya famoso taller de mecánica...

Económicamente el único perjuicio que nos causó la guerra fue la reducción de la suma asignada para construcciones, a la mitad de su monto, so color de “ahorro” que hacía el gobierno. En nuestras actividades agrarias, no estando aún instalado el internado, invertimos la cosecha en alimentar al mayor número posible de niños.

CAPITULO VI.
EL AÑO 1934.

1.- EL SACRIFICIO COMPARTIDO.
El año 1934 fue fecundo en todo orden de cosas. Nuestra planta de profesores sufrió algunos cambios, habiéndose iniciado el año escolar con los siguientes: Alejandro Mario Illanes, el señor Ibáñez y su esposa, doña Gregoria Villalba, y la profesora Nelly Ibáñez.
Es oportuno mencionar el importante papel que tuvieron en la antigua educación indigenal los matrimonios entre maestros. Así, los casos de Enrique Quintela y Adela Vaca Diez, constructores del Núcleo de San Antonio del Parapetí; el de Carlos Loayza Beltrán y Ercillia Soruco, héroes de Casarabe, en la selva beniana; el de Raúl Pérez y Sofía Criales, artífices de Caiza “D” y más tarde admirables conductores de Warisata; el de Carlos Garibaldi y Braulia Andrade, que fueron quizá los únicos continuadores de nuestra obra después de 1940. Lo mismo ocurrió con Eufrasio Ibáñez y Goya Villalba. Doña Goya, aparte de su espíritu maternal -una especie de madre común para toda aquella sufrida juventud que eran los profesores de Warisata- tenía una asombrosa sabiduría para la enseñanza de la lectura y escritura mediante el sistema de las frases normales. En mi larga experiencia educativa, creo que nunca encontré una maestra de tan alta categoría en ese aspecto. La mayor parte de nuestros alumnos deben a doña Goya esa formación inicial.
Y por último, debo citar a Rigoberto Ayala y su esposa, en la seccional de Morocollo, don Néstor Zalazar y su esposa en Curupampa, y otros.
Yo mismo tuve la suerte de encontrar en Jael Oropeza a la compañera ideal que me sostuvo en las horas más difíciles de Warisata y en el largo exilio en el que viví posteriormente.

Y bien, continuemos con nuestro relato.
El Parlamento Amauta quedó definitivamente consolidado, y tengo que nombrar a cada uno de sus miembros porque me doy cuenta de lo que sentirán cuando lean, o les sea leído, este libro: no habrá mejor compensación a sus grandes sacrificios que saber que su intervención no ha sido olvidada. Esos rudos pero nobles indígenas eran los siguientes:

Mallcus: Avelino Siñani; Pedro Rojas; Belisario Cosme; Mariano Huanca.
Jilacatas: Carmelo Miranda; Benito Churqui; Marcelino Quispe; Mariano Apaza.
Comisarios: Carlos Choque; Melchor Apaza; Máximo Apaza; Juan de Dios Huanca; Anselmo Ramos; Juan Quispe; Marcelino Quispe; Lino Rojas; Antonio Poma.

Quisiera disponer de espacio para describir cada una de estas personalidades, de múltiples facetas y distintos caracteres; pero creo que esa misión le está reservada, si no a un historiador, por lo menos a un novelista en cuya prosa se ponga en claro multitud de aspectos que la fría descripción no puede abarcar.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

Otros artículos en este blog:

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Warisata la Escuela Ayllu - Parte 13

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 08 - 09 - 10 - 11 - 12.

2.- EL DEBER HASTA EL SACRIFICIO DE LA VIDA.
Una gran pérdida sufrió Warisata hallándome en La Paz para reclamar haberes que se nos adeudaba por varios meses: Anacleto Zeballos había cogido una bronconeumonia a cuyos síntomas no hizo caso, manteniéndose en el trabajo corno de costumbre. Pero el hombre no era de hierro y la flaca materia de su cuerpo no tenía la fortaleza de la de su alma: pronto empezaron a manifestarse en él los resultados de su obstinación, y aunque le pidieron que se retirara a descansar, contestaba con energía: “Primero el deber...”. Estaba con sus niños en el jardín, pala en mano, removiendo la tierra. Súbitamente le flaquearon las piernas y cayó al suelo; lo embarcaron en un camión que pasaba rumbo a La Paz, pero ya era tarde; murió en medio camino.
Precisamente en esos instantes yo trataba de entrevistar al Ministro sin haber logrado mi intento. En conocimiento de la desgracia ocurrida, que me sacudió abrumándome de pesar, insistí en mi empeño, y al día siguiente pude hablar con aquella autoridad, a quien relaté lo que había pasado. Su comentario fue el siguiente: “Pero, por qué esta información no me la dio usted ayer; hubiéramos hecho algo para pagar los sueldos”.
Culminaba con esta muerte la serie de padecimientos que habíamos experimentado desde el principio. Anacleto Zeballos, idealista, modesto, valeroso, es decir, con las cualidades del hombre de corazón, es todavía recordado en Warisata por los indios que lo conocieron. Fue la primera víctima en la lucha desigual planteada con el régimen feudal al que tratábamos de destruir para que de sus ruinas aflorara un hombre y una patria nuevos, en el sentido más amplio, como lo dijera Alejandro Lipzchutz en visita que nos hiciera a la escuela. Sea la memoria de Zeballos honrada por el viajero que pase por Warisata y diga: aquí cayó un hombre por cumplir su deber...

Pero también a Félix Zavaleta le estaba señalado su destino: movilizado en el ejército del Chaco, nunca retornó a Warisata. De Zavaleta he de relatar otro hecho que lo pinta tal cual era: a fines de 1932, reuní a los tres maestros: Ibáñez, Zeballos y el menor de ellos, que era Félix. Les agradecí por su labor y la cooperación esforzada que me habían prestado, dando por clausuradas nuestras labores de ese año, para ingresar al período de vacaciones. También les manifesté que, como había mucho trabajo que atender, yo me quedaría en Warisata. A eso, Zavaleta se puso de pie, pidió la palabra y manifestó su voluntad espontánea de renunciar a sus vacaciones para quedarse en Warisata. Este renunciamiento fue seguido por Zeballos y finalmente por Ibáñez. De donde resulta que no hubo vacaciones para nosotros, habiendo quedado suprimidas desde entonces con carácter general. Esta actitud, tan espontáneamente adoptada, señala en realidad la naturaleza misma de la escuela: no se trataba de un mero establecimiento educacional con un período lectivo tras el cual se suspenden las labores; sino que era toda una empresa de carácter económico social, cuyas actividades no pueden interrumpirse ni un solo día. Era otro sacrificio que se exigía a los maestros, o más bien, que éstos realizaban por su cuenta, y como únicas compensaciones, diré que los haberes de los profesores de Warisata eran superiores a los que se percibían en las ciudades, y por otra parte, se logró que el Estado reconociera que los cuatro primeros años de servidos en escuelas indigenales, se computaran por seis para los efectos de antigüedad de los maestros.

Pues bien: en reuniones por mí dirigidas, Zavaleta me pidió la palabra dos veces en su vida: la primera, para decirme: “El pueblo manda y usted obedece’, y la segunda para renunciar a su descanso de dos meses. Pero tiene todavía otra actitud inimitable: al ser llamado bajo banderas, tenía un plazo únicamente de 15 días para presentarse (principios de 1933). Informado de tal hecho, me manifestó que esos quince días los entregaría a la escuela. Prefirió Zavaleta un trabajo rudo a un último descanso que, con todo derecho, debió tomarlo en su casa, al lado de los suyos. Se acuarteló la víspera y partió al día siguiente al Infierno Verde, teatro del holocausto de la juventud boliviana y paraguaya.
Zavaleta me escribió, desde las trincheras, una carta entusiasta y donde revelaba el optimismo de su juventud. Fue la primera y la última. Toda ella era una invocación a los postulados de Warisata: “Esta guerra me está dando nuevo ánimo -me escribía- para volver a ese otro campo de batalla comandado por usted”. No pudo cumplir sus anhelos este hombre que amaba la libertad y que había visto en Warisata la encarnación de sus ideales.

Estos dos ejemplos demostrarán cómo la escuela era una forja real del espíritu: el mismo maestro iba a educarse en su ambiente, a adquirir reciedumbre y esperanza. Y tal surgimiento espiritual se operaba en dimensión hercúlea en el indio, en el cual cada día encontrábamos pruebas de su maravilloso despertar. ¡Qué contraste con la opinión generalizada en torno al indio! Recuerdo que cuando rodeado de masas de fuertes trabajadores levantaba el edificio de la escuela, un culto terrateniente, cuyo nombre figuró más tarde en el Directorio de la Sociedad Rural Boliviana, y que acertó a pasar por allí, se detuvo admirado diciéndome:
— Yo veo con pena, profesor, su generoso impulso; generoso y estéril. ¿Es que no se da usted cuenta que el indio es ineducable? Vea usted —prosiguió señalando dos asnos que cruzaban en ese momento— ¿usted levantaría una escuela para educar esos asnos? El indio es animal ineducable. ¡Usted ara en el mar!

Ese terrateniente era el hombre simbólico de una fauna de americanos que ignoran el fenómeno americano. Sus palabras no eran extrañas. Un ilustre escritor y maestro, me decía:

— Lo que es yo no creo en estos indigenismos... Educar al indio es inútil. El indio es un ser inferior...

Relato todo esto porque sé el valor de esta experiencia de Warisata, destinada a informar no solamente a la América sino a la conciencia de la humanidad, la cual debe dar su voto en favor de un gran pueblo traicionado: el pueblo indio, legado de la gran cultura prehistórica del continente.
Será instructivo que explique este momento del proceso de Warisata, pues revela dos verdades: primero, que el indio es un individuo social de poderosa capacidad representativa, y segundo que ninguna obra de recuperación de los grupos retrasados deberá intentarse con espíritu filantrópico, sino en base de la intervención directa y directiva de las masas sobre las cuales se va a operar. Ya refería cómo mi intención al comienzo era edificar una casa modesta, y que comprobé con asombro que el indio quería una gran escuela, un edificio monumental que pregonara la fuerza y la capacidad propias. Los encargados de conducir los núcleos escolares de la actualidad harían bien en tomar nota de este factor primordial, imitando ahora a México y Perú, donde se ha comenzado a dar intervención al indio en la faena de levantar las escuelas, primer paso para cederle responsabilidad en su conducción, forma insustituible, finalmente, de estimular su sentido de dignidad colectiva, que cobra, en este tipo humano, resultados asombrosos.

Debo recordar todavía un hecho -entre los muchos que podría referir- que acentúa la fuerza que posee la fe del indio en una obra de esta índole. Pedro Rojas, uno de los viejos amautas de Warisata, se me presentó una mañana para decirme con tono compungido:

— Tata, es necesario que vayas a La Paz. Están destruyendo la escuela.

El objetivo que entonces perseguíamos (fines de 1931) era hacer figurar a la escuela en el presupuesto nacional, lo que garantizaría definitivamente su funcionamiento. Tal hecho parecía logrado, y así lo manifesté a Rojas. Pero él insistía una y otra vez, asegurando que algo grave sucedía en la ciudad en contra de la escuela. Yo tenía tanto que hacer, que no pude viajar, con gran contrariedad del buen viejo. Al día siguiente, nueva cantaleta:

— Señor, tata, ve a la ciudad; quizás puedas salvar a la escuela.

Tanta era su insistencia, tan fervoroso el tono del indio, que yo hubiera considerado una traición el no seguir su consejo. Viajé, pues, para comprobar asombrado que la escuela no figuraba en el presupuesto, como lo había dispuesto el Ministro Mercado. Durante veinte días tuve que librar una verdadera batalla para que fuera incluida en el Proyecto que se debía presentar a la Cámara de Diputados. Recién a principios de 1932 logramos nuestro objetivo, y eso gracias a la intervención del señor Canelas, como ya he referido.
Vuelto a Warisata, pregunté a Rojas cómo era que se había informado de lo que sucedía, y me refirió dos sueños, y aunque no creamos en la premonición ni mucho menos, de todas maneras el testimonio es gráfico para señalar la profunda preocupación que el indio sentía por la nueva tarea en que estaba empeñado. Una vida tensa y vigilante había reemplazado a su antiguo y todavía reciente sometimiento ante su destino de esclavo: la escuela le insuflaba un nuevo sentido vital, poderoso y atrayente, que nunca más lo abandonaría, aún en las peores épocas de abatimiento y duda frente al predominio del adversario.

Pero veamos lo que eran los sueños del tata Pedro:
En el primero había visto dos toros, uno negro y otro rojo, que se habían introducido en la clase donde yo trabajaba y me habían perseguido, habiendo logrado yo escapar por una ventana. En el segundo sueño, había visto a la escuela incendiada, amenazado yo de morir entre las llamas.
He aquí cómo el indio anticipaba el drama que diez años después iba a convertirse en realidad: un toro negro, el profesor Donoso Torres, y un toro rojo, Rafael Reyeros, me perseguirían con saña hasta ver destruida totalmente mi obra...

Algún día surgirá una pluma capaz de dar a estos hechos la trascendencia que merecen. Por eso los anoto, porque a través de ellos se revela el espíritu que se estaba creando en la escuela, tanto en los alumnos como en los padres de familia y los maestros. Y quizá sirvan, porque, por más que los elementos negativos hubiesen deseado acabar con todo lo que tuviera que ver con Warisata, ahora podemos decir que hay en Bolivia maestros indígenas preparados en sus aulas, quienes pueden aprovechar de aquellas experiencias.

Y es que, asimismo, la intervención del indio en la escuela no se reduce únicamente a las formas de tuición familiar o de consejo; sino que debe referirse a la misma conducción de todo el proceso educacional del futuro. En mi larga experiencia rural he visto que el profesor indigenal no solamente debe estar provisto de una preparación especial, en medios indígenas y no citadinos, como todavía ocurre hoy; sino que por sobre todo, el maestro de indios no debe pertenecer a las clases tradicionalmente enemigas del aborigen, que fueron por lo general, y me parece que siguen siéndolo, las que proveyeron de maestros a esas escuelas. El educador de indios debe ser indio, o por lo menos, como Zavaleta y Zeballos, debe haber forjado su mentalidad para trabajar, luchar y aún morir por la causa india. No hay aquí un concepto de raza: es una concepción netamente social establecida por la experiencia: enviad a las escuelas de indios a profesores convencidos de los valores indios, si es posible, a indios mismos; si no lo hacéis así, pronto veréis en las escuelas a una nueva casta que se añada a la fauna de los explotadores del indio.

3.- LA CASA DE TODOS LOS HOMBRES.
Warisata había transformado al paisaje, en cuya fisonomía gris detonaba el muro blanco mate y el techo de teja de su edificio. En los jardines florecían amapolas, kantutas, pensamientos y siemprevivas; las margaritas y rosales flanqueaban las avenidas, los arbolillos ya se mostraban desafiando airosamente a los vientos; en la pampa florecía el nuevo espíritu de los indios...

Warisata ya no era el yermo inclemente de antaño. Era un hogar donde se refugiaban cuerpo y espíritu. Había sido el producto del esfuerzo colectivo de todos.

A estas gentes que carecían de toda esperanza y cuya vida no tenía más objeto que vegetar, la escuela debía parecerles algo así como una deidad que los amparaba señalándoles radiantes auroras. La escuela era el producto de sus manos, pero la miraban con la unción con que se contempla a la vieja madre, a la Taika de todos los tiempos. Sin duda, había algo de primitivismo en todo esto: crear algo, y luego atribuir a la cosa creada la propia existencia de uno... Pero en verdad, Warisata se había levantado y flotaba en su ambiente un hálito de vida con el cual cobraba sentido cualquier cosa que emprendiéramos o proyectáramos; había creación, modelación de voluntades y vidas, y todo en el gran conjunto social, en la manifestada solidaridad de las gentes y de las comunidades.

Era TAKKE JAKKEN UTAPA, la casa o el hogar de todas las gentes, frase que en aymara ofrece ricas sugerencias imposibles de ser traducidas; pero era asimismo WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, o sea, el esfuerzo de los hijos de Warisata ofrecido a la redención del hombre.

Ambas frases, en bellos caracteres, fueron inscritas más tarde por el artista Mario Alejandro Illanes, en la portada principal del edificio. Encierran la substancia de los principios básicos que sustentaron al Imperio Inkaico en su integración económica y social, en su cohesión política, en su poderío bélico; pues sabido es que las grandes obras del Inkario se realizaron al conjuro de ese principio institucional que demandaba el tributo del trabajo “en un solo esfuerzo” continuado y sostenido, en MA CHCHAMAKI como se dice en aymara. En esto consistía precisamente el colectivismo de los inkas, forma contributiva que la encontramos vigente en Warisata. También en aquellas frases, especialmente en la primera, está contenida otra institución: el ayni, organización cooperativista que ha llegado a la República y que también se revitalizó en Warisata. Sin el ayni nada hubiéramos podido hacer, y más tarde sirvió para extender su acción a otras provincias y otros confines de Bolivia.
Pero era además TAKKE JAKKEN UTAPA como la casa de los desheredados, de los pobres, de los explotados, símbolo vivo de lucha por la justicia y por la libertad, emblema de todas las antiguas rebeldías del indio, jamás extinguidas. Por eso su trascendente fama en lo más alejado de los aledaños patrios y aún extranjeros: a ella acudían los indios de Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí; los campesinos de Tarija, Santa Cruz y el Beni, los bárbaros de la pampa y de la floresta...

Cuando llegaba alguna comisión, y eso ocurría con muchísima frecuencia, el Parlamento Amauta la acogía con la gravedad característica del hombre altiplánico. Recuerdo con claridad la recepción que se les hizo a los indios de Caiza “D”, de raza quechua, vestidos de uncu, acsu y montera: abrazo de los dos grandes grupos étnicos precolombinos, dispuesto a la común tarea que encabezaba Warisata. Los indios potosinos regresaron a sus lares con la misma circunspección con que habían venido, para realizar en Caiza una obra tan grande como la de Warisata y poseída del mismo espíritu. En muchos otros casos se repitió este sucesivo reencuentro: el viajero indígena, para el que no hay distancias, solía llegar de apartadas regiones sólo para pisar el sagrado suelo y llevar a su aldea el relato de lo que había visto aquí. El llamado de Warisata se oía sacudiendo la fibra más íntima del indio, en donde quiera que éste tuviese su morada.

Desde los tiempos de Tupac Katari, jamás se había producido movilización tan grande como ésta. Y quizá por eso, porque el TAKKE JAKKEN UTAPA despertaba esos ecos libertarios y esos anhelos de justicia, es que fue borrado de nuestras portadas junto con el WARISATT WAWAN CHCHAMAPA, después que el gamonalismo consiguió echarnos de Educación IndigenaL

4.- LA LÍRICA DE WARISATA.
Ya he hablado de la edición que nos dedicara la revista “La semana grafica” el 6 de agosto de 1933, resultado de una visita de dos días que nos hicieran sus redactores. Fue en esa ocasión que conocía a Gamaliel Churata, el gran poeta de “El pez de oro”, ágil y brillante periodista que tanto hizo por la cultura de Bolivia. Churata, pensador, hombre de talento superior y alma generosa, vibró como nadie ante la realidad de aquel despertar indio que tan acorde se mostraba con el espíritu de su propia obra literaria y de sus ideales de justicia. Se entregó a la causa con absoluta determinación y desinterés y luchó por Warisata desde todas las trincheras, haciendo de su pluma ronzal con el que fustigó a no pocos enemigos nuestros. Y, además, le debemos mucho en el aspecto teórico, con los aportes de su oceánica cultura inkaista a las concepciones que desarrollábamos en Warisata.
A Churata le debieron parecer mágicas las canciones warisateñas, entonadas por nuestros niños indios; y fue el primero que comprendió la maravilla de los versos de don Antonio Gonzáles Bravo en el idioma vernáculo. En la “Nota de Redacción” que puso al pie de la crónica de Francisco Villarejos, escribía lo siguiente:

La experiencia educacional de Warisata tiene en Antonio Gonzáles Bravo, noble, rectilíneo y elevado espíritu, al animador insustituible de la conciencia artística de la raza. Por lo demás, la realización del nuevo poema aymara tal como lo siente y concibe Gonzáles, abre una perspectiva ilimitada al poema heroico, didascálico y epopéyico en el cual, algún día cantará el poeta indio la grandeza mosaica de la tierra americana.

Antonio Gonzáles Bravo había sido nombrado profesor de arte musical con una de las nuevas partidas del presupuesto. Fue una de nuestras grandes adquisiciones y su estancia en Warisata le permitió captar la lírica de la región en canciones de la más alta categoría estética. No haremos su panegírico, pues no hace falta en tan eminente boliviano: Warisata encontró en él a su auténtico intérprete en el campo musical, como después lo halló, en el plástico, en Alejandro Mario Illanes. He aquí una de sus canciones:

JAIPU URURI WARAWARA

Jaipu ururi warawara
koma jankko lipipkiri
alajjpachans ajayunsa
collque kjanaña wiyiri

Uru irnak phokask ukaja
jumau jacañ samaraita
chiar purkir arumarusa
jankkomampiu koñachaita
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru

Aca jiskka jakañanja
takewa janka tucusi
kjanamasti wiñayawa
jaippunacana warsusi

Jumar untañtan ukaja
chuymar wali kjanau manti
mankjar kotaru uñtatasti
yakja alajjpachjamau kjanti
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma mankjaru

Jaipu ururi warawara
achachil cusisiyiri
wali cauc chchamacpachata
jankko nina nactayiri

Ukjamarakiu kjepatja
yakja jakenacataki
llampu colque willirchita
jacañ sumachañataki
Wali kkajiri alajpacharu
suma khaniri chuyma manlcjaru.

Cuya traducción es:

AL LUCERO DE LA TARDE

Clara estrella de la tarde
limpia y blanca resplandeces
en el cielo y en nuestra alma
brilladora de la luz de plata.

Cuando se han llenado los trabajos del día
tú haces descansar la existencia
y a la negra noche que llega
con tu blancura la haces suavizar.
Resplandeces intensamente en el infinito
brilladora hermosa dentro del corazón!

En esta vida pequeña
todo luego se acaba
pero tu claridad eternamente
en las tardes se vacía.

Cuando a ti te miramos
en el corazón mucha luz penetra
y adentro como en el lago
otro firmamento refulge.
Resplandeces intensamente!...

Clara estrella de la tarde
alegría de los abuelos
desde los tiempos más remotos
enciendes tu fuego blanco.

Así también después
para otras gentes
derramarás el polvo de plata
para embellecer la vida:
Resplandeces intensamente!...

Los conocedores del idioma aymara apreciarán la extraordinaria belleza de estos versos y su profundísima ternura. Lamento no disponer de la música que los acompañaba, y con la cual la canción flotaba dulcemente en la pampa warisateña. Semejantes son muchas otras obras de Gonzáles Bravo, expresión viva de la tierra y del indio americano (El álbum manuscrito de don Antonio Gonzáles Bravo, con siete canciones, ha sido entrado en 1991 al entonces Ministro de Educación, Mariano Baptista Gumucio, para que éste, a su vez, lo depositara en el Museo Pedagógico. Fue para nosotros una decisión muy difícil, porque nos desprendíamos de un tesoro invalorable (Nota de Carlos Salazar Mostajo).

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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Warisata la Escuela Ayllu - Parte 12

Texto original de la obra escrita por Elizardo Perez sobre su revolucionaria experiencia educacional para los pueblos originarios y que fue la primera en el continente americano.

Original text of the book written by Elizardo Pérez about their revolutionary educational experience for the native peoples and that it was the first one in the american continent.

Partes anteriores de este libro: 07 - 08 - 09 - 10 - 11.

5.- LOS TRANSPORTES, VIALIDAD Y COMUNICACIONES.
Para poner piso a las habitaciones compramos madera de eucalipto en Sorata y madera de cajones en La Paz; estos cajones eran de aquellos grandes embalajes de camiones Chevrolet. Ambas adquisiciones las hicimos a precios muy bajos. El transporte de este material, así como de otros implementos, requería imperiosamente de un camión de propiedad de la escuela. Impelido por esta necesidad hube de adquirir un viejo Chevrolet, con llantas casi inservibles, en la suma de Bs. 1.000. Pagué al contado cuatrocientos pesos, debiendo cancelar el saldo a plazos. Esto hizo que mi madre creyera que verdaderamente me había vuelto loco. La santa viejecita, que meneaba la cabeza viéndome llevar a Warisata, una tras otra, todas mis pertenencias, dejando desmantelado mi hogar, no me hizo, empero, observación alguna; pero bastaba verla para comprender lo que pensaba, y no sin cierta razón, porque cumplir las obligaciones que me había impuesto con la escuela significaba, al mismo tiempo, dejar de cumplir las que tenía con los míos. Pero sin estas renunciaciones nada se podría hacer en favor de la sociedad.
Pues bien, junto con el vehículo en cuestión, conseguí los desinteresados servicios del chofer Cardozo -y digo desinteresados porque, rara avis, no percibía sueldo- el cual era además hábil mecánico, virtud indispensable ya que el carricoche se descomponía con molesta frecuencia en el camino, resultándonos su sostenimiento antieconómico. Después de haber hecho dos o tres viajes, tuve que devolverlo perdiendo la suma adelantada, más dos llantas traseras por valor de Bs. 150, que me resultaron inútiles.

Resolví comprar un camión nuevo para solucionar el problema definitivamente, lo cual hice a fines del siguiente año. En tal oportunidad compré un Ford en mil dólares. Ni qué decir que al Estado ese camión no le costó ni un céntimo, ni tampoco su mantenimiento ni el sueldo de su conductor. De acuerdo a la doctrina warisateña, el vehículo debía autoabastecerse atendiendo a todos sus gastos. Jamás debía hacer un viaje a La Paz, Sorata u otras regiones sin asegurar la carga tanto para la ida como para el retorno. En aquella llevaba carga de propiedad particular y pasajeros, y con la renta producida sufragaba sus gastos; a la vuelta traía todo lo que necesitábamos en la escuela, especialmente materiales de construcción. Además, debo decir que se nos despertó el espíritu de rapiña, pues empezamos a recoger cuanto material encontrábamos a la vera del camino: rieles, tubos de fierro, planchas y otras cosas, generalmente abandonadas por reparticiones estatales, entre éstas la Prefectura.

En una ocasión llegó de visita a Warisata un ingeniero prefectural, encontrando en el patio seis hermosos rieles de los cuales se aficionó hasta pedirme que se los transfiriera, porque los necesitaba, me dijo, precisamente de esa calidad y dimensión para el puente que tenía proyectado construir en el río Quitacalzón. No pude acceder a su solicitud porque, como puede suponerse, esos rieles pertenecían en realidad a la Prefectura: nos habíamos apropiado indebidamente de ellos, lo que parece reprobable, pero prueba nuestra determinación de llevar la obra adelante, pese a cualquier obstáculo. Con tal “adquisición” instalamos nuestro servicio telefónico colocando los rieles como postes, y ahí siguen plantados.
La plancha de hierro que sigue en uso en la cocina de Warisata tiene un origen parecido, aunque transportarla nos costó no pocos sudores... Similares peripecias pasamos a poca distancia de “El Alto” de La Paz, cuando cargamos a fuerza de brazos un rodillo de hierro y uno de piedra que se hallaban tirados por ahí... Me parece que estos últimos han desaparecido de la escuela, y no creo que sea porque hayan aparecido sus legítimos propietarios. El golpe maestro que proyectábamos se refería a un tractor de pequeñas dimensiones, que pertenecía también a nuestra involuntaria proveedora, la Prefectura; durante mucho tiempo estuvo abandonado en el camino; cuando una noche fuimos por él, ya no lo encontramos...

El camión partía a Sorata a las seis de la tarde, todos los días; llevaba como carga algunos metros cúbicos de arena que entregábamos en una construcción del señor Catalani, a cambio de 40 litros de gasolina. A la media noche volvía cargado con vigas, anunciando su llegada con toques de bocina. Hiciera buen o mal tiempo, alumnos y profesores se levantaban para descargarlo, y muchas veces en plena lluvia y en medio de intensísimo frío. ¡Qué tiempos! No había duda de que estábamos formando un nuevo tipo de hombre, no con enseñanzas teóricas ni con retoricismos, sino con el propio ejemplo. El camión no cesaba de trabajar. Todo el día transportaba piedra de la cantera, estuco de Ilabaya (donde estaba la veta), greda para ladrillos, combustible, de todo.

El servicio de transporte fue también reglamentado por el Parlamento Amauta, fijándose las tarifas de carga y pasajeros. Los mismos indios de Warisata pagaban su pasaje, sabiendo que el Estado no nos había concedido fondos para su sostenimiento. Desde 1934 se hizo cargo del camión el chofer David García, otro valioso elemento en aquél conjunto de titanes que la suerte puso ami lado.
Para mejorar las condiciones de transporte, tuvimos que dedicar parte de nuestra atención a los caminos. El que pasaba por Warisata, uniendo Achacachi con Sorata, lo encontramos muy deteriorado y no tenía más de cuatro metros de anchura. Tomamos a nuestro cargo su reparación y mantenimiento, así como su ensanche, en una extensión de diez kilómetros, convirtiéndolo en una avenida de primera; de acuerdo a nuestros planes, tenía que estar bordeado de arbolitos. Tal cosa no pudo ser por diversas circunstancias. Más tarde nuestro servicio de vialidad alcanzó grandes dimensiones, tal como relataremos en su oportunidad.

Nos preocupamos asimismo de instalar el servicio de comunicaciones telefónicas y postales, ya que Warisata iba adquiriendo gran crecimiento. Para lo primero obtuvimos de la Dirección General respectiva el alambre, los aisladores y el aparato telefónico; en cuanto a los postes, nosotros los suministramos en la forma que ya relaté... Con un equipo de alumnos y la dirección de un maestro, en poco tiempo la instalación fue un hecho.
Para el correo, solicitamos el reconocimiento oficial de nuestra oficina, de manera que el portador de la correspondencia a Sorata dejara al pasar el paquete postal para la escuela. Ambos servicios eran atendidos por el profesor de turno, con carácter ad-honorem.

6.- EL COMERCIO EN WARISATA.
Los domingos se realizaba la feria de Achacachi, a donde el indio llevaba sus productos, consistentes en papa, chuño, oca, quinua, cebada, huevos, queso, etc., para cambiarlos con azúcar, confites, coca, alcohol, kerosene y otros artículos. El negocio favorecía a los acaparadores del lugar, que daban lo que querían y tomaban lo que se les antojaba, debiendo el indio callar y aceptar el precio vil que se le proponía. Los acaparadores se llevaban grandes cargamentos a La Paz, donde los vendían a precios cien veces mayores.
También llegaban al mercado productos de lana, provenientes de la industria familiar, tales como ponchos, awayos (mantas), bayeta, jerga, llijllas (pequeño tejido para guardar coca), fajas, sombreros, gorros, cerámicas de uso doméstico (platos, ollas, tiestos), industrias de cuero crudo, lazos, ojotas (abarcas), etc. De los valles sorateños llegaba maíz, frutas y otros productos.
Eran un mercado muy concurrido, en el cual sólo había un mal negociante: el indio. Había que agregar, a los muchos que lo explotaban, otro despiadado chupasangre: el cobrador de impuestos, que solía imponer como tasa un valor igual al de la mercadería. Por otra parte, el pequeño comerciante indígena sufría despojos a cada paso, sin que ese hecho llamara absolutamente la atención de nadie. Y por último, muchos indios solían perder todo el día para cambiar cuatro o cinco huevos por unos confites, pagando el correspondiente impuesto.

Esta situación fue detenidamente estudiada a iniciativa de los mismos indios, buscando el Parlamento Amauta la forma de solucionarla. En tal sentido, se resolvió crear un mercado en la plaza de Warisata, los días jueves, y en condiciones de absoluta libertad. La cosa, llevada por vía de experimento, tuvo un éxito formidable, lo que, naturalmente, fue otro motivo para que lloviesen sobre nosotros los denuestos: mucha gente ya no tenía posibilidad de vivir a costa del indio. Por otra parte, nuestro mercado solucionaba el problema de tener que hacer cada semana el recorrido de 12 kilómetros hasta el pueblo para abastecemos o llevar algún producto.
Cuando en épocas posteriores la escuela fue privada de su organismo fundamental, es decir, cuando se suprimió el Parlamento Amauta, el acaparador achacacheño invadió, según nos dicen, el mercado warisateño, quedando totalmente desvirtuada su finalidad.

7.- UNA VISITA DE TRASCENDENCIA.
En el mes de mayo de 1932 tuvimos la visita del Vicepresidente de la República, don José Luis Tejada Sorzano, del Ministro de Educación Alfredo Otero y de otras personalidades. Ignoro por qué el Vicepresidente estaría de pésimo humor, pero bien pronto se le pasó al contemplar todo lo que era la escuela: la magnitud del edificio levantado por el esfuerzo de los indios, todo el mundo trabajando con entusiasmo contagioso, las pobres herramientas del taller refulgiendo con los resplandores de la fragua, gente en los muros poniendo adobes, otros trasladando madera. Los visitantes quedaron verdaderamente asombrados, y creo que fue Tejada Sorzano el que se percató más que nadie de lo que aquello significaba. En efecto, todo lo observó, todo lo indagó. Es generalmente poco conocido el papel que este hombre desempeñó en la educación del indio; debo decir que desde aquél día, fue un apasionado partidario de nuestra causa, y él, un conservador, hizo más por la escuela indigenal que todos esos falsos predicadores que hablan acerca de las virtudes de la raza mientras viven a costa de su sangre y miseria. Poseído de una visión que superaba a sus intereses de clase, Tejada Sorzano vio en el indio el factor decisivo para el progreso de Bolivia, lo estimó con sinceridad absoluta y sin prejuicio alguno. No fue, por cierto, una comedia, la recepción que una vez dio a los amautas de Warisata y Caiza, sirviéndoles vino en su residencia de La Paz, y departiendo con ellos con toda gentileza y seriedad, tratándolos como iguales. ¡Cosa que no hacen muchísimos “indigenistas” hinchados de sabiduría!

El caso es que Tejada Sorzano se convirtió en nuestro más decidido partidario. Ya hablaremos de otras disposiciones suyas, pero entretanto, diremos que apenas volvió a La Paz, dispuso que un ingeniero levantara el plano de las tierras que se debía expropiar para hacer efectivas las labores agropecuarias de la escuela, dictándose más tarde el respectivo Decreto Supremo.
Documento revelador de sus inquietudes es la siguiente carta que dirigió a la institución paceña denominada “Los Amigos de la Ciudad”. La transcribo en su integridad para que se sepa el interés que Tejada Sorzano puso en nuestra escuela:

La Paz, 31 de mayo de 1932.- Señor don Humberto Muñoz Cornejo, Presidente de los Amigos de la Ciudad.- Presente.- Muy estimado amigo:- Hace pocos días tuve el agrado de realizar una visita de inspección a la Escuela Profesional Indígena de “Huarisata”, por invitación del señor Ministro de Instrucción Pública. La impresión que he traído de ese naciente plantel de educación indigenal es altamente satisfactoria. Creo muy sinceramente que si el pueblo y los poderes públicos secundan eficazmente la obra que realiza el profesor don Elizardo Pérez, habremos al fin encaminado el problema de la educación del indio, por una senda alentadora de éxito. Si la Escuela de Huarisata llega a dar frutos, como creo firmemente que los dará, la multiplicación de escuelas iguales por todos los distritos rurales poblados por indígenas, producirá en poco tiempo la transformación que tanto anhelamos, asimilando nuestras razas autóctonas a la civilización, utilizando sus excelsas condiciones y haciendo de ellas fuente de ciudadanos conscientes y de operarios hábiles. Estimo por lo mismo que la sociedad que usted tan digna y activamente preside, debe poner sus mejores empeños para auxiliar la obra iniciada en Huarisata, y como para coronarla luego con éxito se requieren tan sólo algunos recursos que permitan una expropiación mayor de tierra y la conclusión de los edificios y talleres, pienso que esa sociedad debería iniciar una suscripción pública que permita llevar un apoyo efectivo para tan benéfica y trascendental obra.- Deseando desde luego contribuir al acopio de esos recursos, me es muy grato enviar a usted incluso cheque a cargo del Banco Mercantil, por la suma de cien bolivianos, con la cual deseo que sea iniciada esa suscripción. Saludo a usted muy atentamente y quedo su amigo y S.S.(Fdo.) J. L. Tejada Sorzano.

No quiero hacer paralelos, pero entre las figuras de Tejada Sorzano y Tamayo, prefiero la de aquél; aprecio su sinceridad y su sentido práctico para ir directamente a las soluciones. Tamayo no siempre fue sincero y más de una vez se puso en contradicción con lo que había predicado en favor del indio. Tejada Sorzano proscribió el pongueaje y abrió sus salones al indio; Tamayo mantuvo la servidumbre a su servicio, hasta el día de su muerte...

8.- SANIDAD Y DEPORTES.
El aspecto sanitario e higiénico fue acometido también con gran decisión y entusiasmo. Iniciamos intensa campaña profiláctica en toda la comunidad. Equipos de alumnos entrenados para el efecto, con sus respectivos profesores, visitaban periódicamente las viviendas indígenas realizando en ellas una limpieza y desinfección general. El jabón empezó a ser conocido y reclamado, y a pesar de la carencia de recursos, pudimos combatir algunos brotes epidémicos y repartir medicamentos. Nuestro botiquín resultaba siempre escaso para atender a la muchísima gente que requería servicios médicos y de farmacia. El Director y los profesores, a cualquier hora del día o de la noche, estaban siempre dispuestos a acudir a los llamados que se les hiciera.
Aparte del aseo diario, los sábados se iba al riachuelo en bulliciosa turba, alumnos y profesores. Construimos una represa bastante espaciosa para la práctica de la natación. En cuanto se la avistaba, el bullicio aumentaba y los niños echaban a correr para sumergirse los primeros en las aguas cristalinas y juguetonas. Amable amigo, el “Quitacalzón”, a pesar de su curioso nombre, y la verdad es que, entibiado por el sol en su largo trayecto desde la cordillera, sus aguas eran tan agradables que más a gusto estaba uno adentro que afuera. Los niños lavaban luego su ropa interior, secándola sobre las grandes piedras del río; el retomo se hacía al son de canciones. Antes de la escuela, estas prácticas eran del todo desconocidas: el indio ignoraba las delicias del baño.

Compramos, asimismo, algunas maquinillas para cortar el pelo, con lo cual todos nos convertimos en peluqueros. Las primeras jornadas fueron bastante dificultosas, no acostumbradas nuestras manos a tales operaciones; creo recordar que puse tanto empeño en recortar al mayor número, que me brotaron ampollas en las manos: el total de cabecitas muras (cortadas al ras) era casi de quinientas.
Los deportes, la educación física y la música completaron el conjunto de actividades de esta naturaleza.

9.- LA DIRECCIÓN GENERAL DE EDUCACIÓN INDIGENAL.
Parece mentira que, mientras en Warisata se desplegaba una actividad, calificada por el mexicano Velasco de “prodigiosa”, lo que no era sino la pura verdad, su organismo superior que era la Dirección General vegetara sin mover un dedo para ayudarnos, y convirtiéndose más bien en un freno para el éxito de nuestras gestiones. Lo cierto es que tal oficina no hacía absolutamente nada, y por eso acostumbramos acudir directamente al Ministerio para resolver nuestros asuntos. Cabe decir que, en este aspecto, las escuelas campesinas jamás tuvieron “autonomía”, como se dijo posteriormente: eran una dependencia del Ministerio de Educación, y cuando yo pasé al cargo de Director General, esa dependencia se hizo más estrecha, si bien más fructífera. No hubo jamás esa decantada “autonomía” que sirvió más tarde para acusarnos de todas las fechorías posibles.

Pues bien, la Dirección General, estación burocrática de espíritu contemplativo y nada afecta a moverse, así se cayera el cielo, hallaba modo de hacemos sentir su autoridad, si no en lo técnico, si no en investigaciones sociales que nos hubieran servido mucho, si no con estadísticas, si no, en fin, buscando el apoyo de la colectividad, al menos, ignorándonos por completo cuando se trataba de elaborar el presupuesto de educación indigenal; para aquella oficina, Warisata no existía y no había por qué dilapidar fondos en una obra inexistente.
Como era lógico, no podíamos contentamos con procedimientos tan poco salomónicos, y teníamos que redoblar nuestros reclamos a fin de que el Estado cumpliese sus obligaciones para con la educación del indio. ¡Qué de penalidades sin cuento! ¡Cuántos desvelos y peripecias! Y por otra parte, ¡cuántas agresiones del gamonalismo, cuántos incidentes y entredichos contra la escuela y los campesinos! Y para defender todo esto, teníamos que centuplicamos sacando fuerzas de flaqueza y recursos de la nada. En tanto, la Dirección General dormía el sueño de los justos... Sea admitida mi protesta porque ahora veo cuánto más pudo avanzar nuestra obra, o cuánto más pudo ser defendida, si hubiéramos contado con una personalidad capaz de conducirnos en aquella difícil época.

Feneció el año 1932. La obra realizada se puede apreciar por los siguientes párrafos del libro de Adolfo Velasco:

Para dar una idea -dice Velasco- de la gran obra llevada a cabo por este maestro (se refiere a Elizardo Pérez) y su grupo de acompañantes, he aquí la descripción del edificio... Se compone de un patio central de 750 m2., con arbolillos y jardín. El frente y los dos costados son de dos pisos y con cinco dormitorios amplios y ventilados, con capacidad para 150 camas; cinco salones de clases, cinco cuartos para oficinas y almacenes, seis salones para talleres y una dirección. Cierran el patio central por el este, el comedor, la cocina y un cuarto de aseo. Ambos pisos tienen corredores interiores de arquería.... Además de este edificio se construyó una barda que circunda el plantel y que mide no menos de setecientos metros de longitud por dos de altura. Todo ese inmenso trabajo que sólo viéndolo se puede estimar, se hizo en el término de un año. Hermosa lección para el magisterio rural; ejemplo digno de imitarse; pues por él se ve que cuando hay una voluntad de hierro y un dinamismo a toda prueba, poca falta hace el presupuesto oficial para hacer grandes edificaciones.

Aunque se refieren a la labor realizada después, aprovechemos la oportunidad para completar la descripción de Velasco con estos párrafos:

Más tarde el mismo profesor Pérez construyó bonitos jardines en los patios exteriores y plantó muchos arbolillos propios de la región Pero no conforme con todo lo hecho, construyó dos casitas para maestros. Claro está que algunos detalles han faltado, como son excusados, baños, etc., pero dentro del plan de construcción todo estaba previsto, y a la fecha están terminados los excusados, mingitorios, lavabos y los baños de ducha.
Cuando el primer edificio a que nos hemos referido quedó concluido y pudo ya alojar a ciento cincuenta alumnos internos, el Profesor Pérez pensó en la necesidad de alojar mayor número de alumnos indígenas, y desde luego, dado su temperamento dinámico, entusiasta y de acción, inició in continenti la construcción de los pabellones México, Colombia y Perú (estos dos últimos fueron levantados por Raúl Pérez, mi hermano, E. P.); el primero con toda la magnificencia que su imaginación pudo concebir. Él fue entonces quien puso los cimientos de esta gran obra material; pues sus propósitos son el de tener un internado con ochocientos alumnos indígenas cuando menos. Toda esta labor agotadora grandiosa y de mérito indiscutible, la realizó el maestro Elizardo Pérez, de mediados de 1931 a fines de 1936. (Adolfo Velasco. Op.cit).

CAPITULO V.
AFIRMACIÓN DE LA OBRA.

1.- LAS INDUSTRIAS WARISATEÑAS.
En Bolivia, hasta llegar a la organización de Warisata, nunca se concibió la necesidad de introducir el taller en la escuela y elaborar programas de capacitación industrial indígena. Salvo las concepciones de don Simón Rodríguez, el maestro del Libertador, esto fue siempre descartado en el estimado de que la industria manual del indio era “inferior” y “burda”.
Nuestra preocupación por el desarrollo industrial de la escuela y su irradiación a la familia campesina fue calificada por la oposición como tendencia a preparar artesanos asalariados, para inundar con ellos las ciudades. Esta apreciación insincera, que aparejaba la idea del salario, dio lugar a una confusión de conceptos que conviene aclarar.
El término “artesanía” para la industria familiar indígena, lo mismo que el de “salario”, no son absolutamente cabales si se tiene en cuenta que el indio adquiere en esta función industriosa una forma inmediata y aislada de autoabastecimiento familiar. Su concurrencia al mercado es más bien esporádica, cuando se trata de familias que se dedican a esa labor específica. Pero en ningún caso esta actividad se realiza bajo el atractivo del salario. No se debe perder de vista que el indio boliviano, en su actual etapa de desarrollo, trabaja sólo para sí, ya que las otras clases sociales del país apenas se interesan por sus productos.

Para estimular la industria familiar indígena, implantamos el taller en la escuela (1931), pero para imponerlos como una modalidad escolar, tuvimos que librar una tremenda batalla con los intelectuales de la pedagogía, para quienes la escuela debía ser meramente alfabetizadora, apenas acaso un tanto agrícola. El objetivo que perseguíamos no era sino acentuar la tradicional tendencia del indio hacia su propio abastecimiento, no ya como fenómeno individual y aislado, sino como manifestación deliberada de los intereses colectivos. La construcción de la misma escuela, de las casas de maestros y de las viviendas de la comunidad debía ser -y lo fue- resultado de esta pedagogía de esfuerzo y trabajo, con el aprovechamiento de las materias primas de cada zona nuclear. Lamentablemente, hablamos de una actividad que fuera liquidada cuando ya contábamos con los primeros maestros indígenas en tejidos de telas y alfombras, en carpintería, tejería, sombrerería, talabartería, mecánica, etc., salidos de nuestras aulas.
Diremos en esta oportunidad que nosotros veíamos en la industria familiar el medio inmediato y práctico de salvar el destino educacional del mismo indio, en un país de tan pobrísimos recursos técnicos como el nuestro. Pero veamos el desarrollo de nuestros talleres.

En 1933 no habíamos logrado aumentar el presupuesto sino en muy reducida escala, con dos partidas para la sección docente y una para talleres. Con ellas mejoramos la atención de los niños en la sección de materias generales, creamos la sección de música e instalamos el taller de tejidos e hilados, para el cual adquirimos un telar mecánico, americano, y algunas hiladoras; y como todo lo nuevo, fue recibido con alborozo inyectando nuevas energías a la escuela.
El flamante taller nos permitía poner en práctica el desarrollo y perfeccionamiento de una excelente industria familiar, aprovechando de la materia prima de la zona, que la había con relativa abundancia. Unas cuatro o cinco tawacos (jovencitas) se dedicaban al hilado; percibían un salario, si bien pequeño, pero que les permitía solucionar premiosas necesidades. Los varones se especializaban en el manejo del telar; el maestro jefe de esta sección era un indio de Ulla Ulla de apellido Surco. Fabricábamos casimires, bufandas, mantas y otros tejidos, que tenían mucha demanda, sobre todo entre los viajeros que solían detenerse, anoticiados de su existencia. El capital del taller fue de 14 quintales de lana de alpaca, que era el material preferido por su alta calidad y duración.

Esto dio motivo para un interesante movimiento económico, a cargo de la comisión respectiva, que debía informar ante el Parlamento Amauta.

En octubre de 1933 el Gobierno otorgó la suma de Bs. 2.500.- destinados a construcciones, instalación de talleres, adquisición de materiales, mobiliario, semillas, sementales, en fin, todo lo que fuera necesario. Como se ve, intención no faltaba: sólo que con tal suma ni siquiera podíamos atender el capítulo de transportes. Hasta esa fecha ya habíamos invertido más de quince mil bolivianos, de manera que el Estado se hallaba siempre en deuda con nosotros.
Posteriormente nos referiremos a otros aspectos de la industria warisateña; entretanto, cabe señalar que constituyeron no solamente una fuente de ingresos sino que despertaron enorme interés en las indiadas, sin que se hubiera dado ni una sola vez el caso de que algún muchacho formado en esos talleres hubiera emigrado a poblaciones urbanas para ejercer el oficio; al contrario: resultó una manera de arraigarlos en su medio.

Continuará...

Fuente: Elizardo Pérez, "Warisata - La Escuela Ayllu", Editorial Burillo, La Paz - Bolivia, 1962.

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