El periodista que transportó la mascarilla y las manos cortadas de Ernesto Che Guevara desde Bolivia hasta Cuba cuenta detalles desconocidos de esa singular hazaña en una entrevista reveladora.
The journalist that transported the mask and Ernesto Che Guevara cut hands from Bolivia to Cuba counts unknown details of that singular feat in a developing interview.
Otros artículos:
Yo Antonio Arguedas Mendieta no robé el Diario del Che Guevara.
Yo tuve las manos del Che Guevara en mis manos.
Freddy Alborta, el hombre que fotografió al Che Guevara muerto en Vallegrande.
Yo llevé las manos cortadas del Che Guevara de Bolivia a Cuba.
Yo saqué el Diario del Che Guevara de Bolivia camino a Cuba.
Mediados de 1995 en Cochabamba. Cae una fina garúa sobre la avenida Aniceto Arce. En el segundo piso de una clínica, en el ala derecha están las oficinas de Juan Coronel Quiroga, 68 años. Mientras espero pienso en Solo, de Samuel Becket. Imaginamos vivir en función de la actividad cotidiana, pero Becket me recuerda que, en realidad, vivimos en función de la memoria. Juan ingresa sin hacerse sentir y escucha a Becket en mi voz. Como siempre el saludo es cálido, el abrazo sincero.
Estoy frente al hombre que solitariamente llevó las manos del Che, guerrillero argentino-cubano, a lo largo de un periplo inaudito La Paz-Moscú.
Juan se apresura a mostrarme unos recortes, irritado:
- Mira cómo siguen especulando!.
- Mentiras, sólo mentiras, se crispa Juan.
- Bueno, ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar, Juan. Vamos a intentar reconstruir la verdad histórica.
- Hay dos personas que podían haber escrito sobre esto hace años: Gastón Requena y tú, y no lo han hecho. Gastón, porque sabe guardar secretos. Tú, porque siempre quisiste escribir un guión para cine. Claro, ahora que 28 años después se reflota el tema de la guerrilla y la muerte del Che; cuando sus restos, junto a los de otros de sus compañeros están a punto de encontrarse en una fosa común en la pista de Vallegrande, surgen los que creen saberlo todo, y de tanto repetir mentiras van a terminar por creerlas.
Me invita a sentarme.
- En una parte del Evangelio se dice que mientras Jesús moría en la cruz, los soldados se disputaban pedazos de su manto, con el Che sucedió algo parecido, yo comento.
- Te has vuelto cristiano?, pregunta Juan.
- He vuelto a creer en Dios -le digo- la tarde en que casi nos matan a los dos en Sao Paulo.
Juan Coronel ha callado mucho tiempo. La identidad del hombre que llevó las manos y la mascarilla mortuoria de Ernesto Che Guevara, desde La Paz a Moscú, en un operativo que tuvo su génesis en la entrega de esos restos hecha por el ex-Ministro de Gobierno, Antonio Arguedas Mendieta al periodista Víctor Zannier, quien primero encomendó su custodia a Jorge Sattori y Juan Coronel ha permanecido en el anonimato 27 años.
- Dijiste que no recuerdas haber oído hablar de la amputación de las manos del Che, antes del mes de julio de 1969.
- El 27 de julio juegan en La Paz las selecciones de Bolivia y Argentina. Asocio el hecho a esa época. Fue media semana antes del partido. Esa noche Sattori recibe un llamado telefónico de Víctor Zannier, quien lo citaba para verse en el café OK, cerca a la plaza Venezuela. La cita era a las 9 en punto. Jorge me pidió que lo acompañara. Llegamos unos cinco minutos antes y a las 9 apareció Zannier con un sobretodo en el brazo y un bolsón de viaje. Era una noche muy fría. Al verlo así le pregunté si estaba de viaje. Él me dijo “ya lo van a saber”.
- ¿Qué relación había entre los tres?
- La relación de Zannier con Sattori databa de cuando ambos eran militantes del PIR. Más o menos coetáneos, habían sido piristas aquí en Cochabamba, cuando Jorge estudiaba en la facultad de Leyes. La relación mía con Víctor se limitaba a algunas reuniones sociales del Partido Comunista a las que Zannier iba como invitado. Nunca fue militante. Jorge Sattori era responsable de la comisión de Relaciones Internacionales del Comité Central del PC, yo era miembro de la comisión nacional de Prensa. Mi relación con Sattori era de fraternidad absoluta. Él era más que amigo, un hermano. Yo vivía en el departamento de él.
- Volvamos al OK.
- Cuando nos sentamos, Zannier nos pregunta si sospechábamos qué había en el bolsón de viaje. Naturalmente que le dijimos que no sospechábamos. Muy a boca de jarro, Zannier nos dijo que en el bolsón estaban las manos y la mascarilla del Che que Antonio Arguedas le había encomendado que haga llegar a Cuba. Nos dijo que él se había comprometido, pero que no tenía ningún medio para hacerlo. Y le dijo a Jorge Sattori si él podía encargarse de hacer llegar las manos del Che a Cuba.
- ¿No se incomodó con tu presencia?
- No. Él sabía que yo era de confianza absoluta de la dirección del partido y de Sattori, quien me interrogó con la mirada sobre la propuesta de Víctor. Yo asentí. Fue Sattori quien le respondió en seguida que nosotros nos haríamos cargo del asunto. Pasada una media hora, salimos del OK. El bolsón fue sacado por Víctor mientras Jorge y yo abordamos un taxi en la Plaza Venezuela. Nos entregó el bolsón y emprendimos rumbo hacia nuestro domicilio. Entramos a mi cuarto y allí lo abrimos y nos encontramos con un frasco de vidrio, de unos 25 centímetros de alto por 18 de diámetro, que contenía dos manos sumergidas en un líquido. El frasco estaba cerrado con lacre. Las manos estaban cercenadas desde la muñeca.
- ¿Tenían los diez dedos completos?
- Completos.
- Hay versiones que dicen que le amputaron los pulgares.
- Falso.
- ¿Junto al frasco estaba la mascarilla mortuoria?
- Dentro del bolsón estaba la mascarilla del rostro del Che Guevara, que no era, como han dicho algunos, de cera. Era una mascarilla de yeso con cabellos del Che y parte de su barba.
- ¿Era una mascarilla bien sacada?
- Perfectamente sacada. Se le reconocían inmediatamente sus facciones.
- ¿Qué impresión tuviste?
- La realidad es que, a pesar de las apariencias, yo soy un hombre muy frío. Lo recibí como algo natural.
- ¿Puedes reconstruir el diálogo que sostuvieron entonces tú y Sattori?
- Sattori me dijo algo así como “en menudo lío nos hemos metido”. Mi comentario fue una sonrisa medio indiferente. El primer problema que se planteaba era dónde llevar las manos. Y el primer temor era que las fuerzas represivas lleguen hasta nuestro departamento.
- En qué lugar de la habitación ocultaron las manos?
- Bajo mi cama, en el cuarto donde vivía sólo. Sattori, su esposa María y sus hijos Vladimir y Roxana, ocupaban los dormitorios principales.
- En el tiempo que las manos y la mascarilla permanecían bajo tu cama, obviamente tú salías. Nadie tuvo acceso a la habitación?
- Fuera de la familia de Sattori había una empleada doméstica. Ella se encargaba de la limpieza del departamento, menos de mi cuarto. Las manos y la máscara estaban dentro del bolsón con un cierre de cremallera, sin ninguna seguridad, sin llaves ni candado. A los 15 o 20 días de que las manos permanecían en mi cuarto, los hijos mayores de Jorge Sattori, Vladimir, de once años y Roxana de 8, notaron que entre su padre y yo había algún tema secreto y decidieron averiguar qué era. Un día, aprovechando mi ausencia, entraron a mi habitación por una ventana estrecha y fueron a ver qué es lo que había y salieron despavoridos, dando alaridos porque se encontraron con las manos. Todo este asunto terminó con una azotaína que la madre les propinó a los dos. Ella sí estaba enterada de lo que había allí.
- Estamos hablando de agosto de 1969. ¿Cómo concibieron el viaje?
- Pensamos varias alternativas. Una de ellas es que convinimos con Sattori que quien se haga cargo de la parte física de llevar las manos tenía que ser yo. En ese tiempo ocurrió algo que me da mucho que pensar hasta ahora. Yo era administrador del edificio Castilla y tenía mi oficina en el noveno piso, un penthouse modesto. Un día, en el mes de septiembre, recibo la visita de un hombre. Me entrega su tarjeta que decía “Jean Christophe Daenens, British Museum”. Luego me dijo que gente del Museo Británico sabía que yo estaba enterado del destino de las manos y la mascarilla del Che Guevara.
- ¿Cuál fue tu reacción? ¿Cómo explicas este hecho?
- Yo atribuyo a que el hombre era un agente de la CIA. Y yo creo que la CIA empezó a sospechar que yo sabía algo, pero no sospechó jamás que las cosas estaban bajo mi custodia, porque hubiera sido muy fácil. Mi negativa fue terminante. Él insistió y me dijo que piense, que quizás podía recordar algo sobre el asunto. Mi negativa siguió siendo rotunda. Finalmente me dijo que si gracias a mi colaboración se lograba ubicar las manos y la mascarilla, el Museo Británico me pagaría 400 mil dólares por las manos y 200 mil por la mascarilla. Naturalmente que yo no hice más que lanzar la carcajada. Insistió nuevamente y me dijo que iba a estar alojado en el hotel Crillón durante quince días. Era francés o belga, de 1.80 metros, cabello castaño claro, muy elegantemente vestido.
- ¿Cómo se las ingeniaron para conseguir el dinero para el viaje y qué itinerario concibieron?
- Una de las variantes que estudiamos fue la ruta por México. Era la ruta lógica, pero luego la descartamos.
- Por lógica.
- Por lógica. Vimos la ruta de Buenos Aires, pero la desechamos más rápidamente porque la Argentina vivía un período de convulsión social grande y de una represión dura. Pocos meses antes se había producido “el cordobazo”.
- ¿Cuando hablas de que tú y Sattori planeaban, concebían hipótesis, buscaban el dinero para el viaje, estás hablando de una acción de dos personas, sin apoyo orgánico de un partido, sin fuentes de financiamiento?
- El Partido Comunista no se enteró del operativo sino cuando éste había sido completado. Esta fue una operación de exclusivo conocimiento, entre los militantes comunistas, de Sattori y yo. Ahora bien, algún momento que ubico en el mes de noviembre, se decidió que el traslado debía hacerse vía Moscú, que el riesgo en ese caso estaba nada más en el aeropuerto de El Alto.
- ¿Por qué? Entre La Paz y Moscú hay escalas inevitables.
- Porque finalmente si uno era descubierto con las manos en Lima o en cualquier punto intermedio, lo máximo que podía suceder era que lo encarcelen a uno por algún tiempo, pero si descubrían en La Paz podía ser la muerte. Ya escogida la vía, había que pensar en la cuestión económica. Tanto Sattori como yo estábamos en una situación económica crítica.
A principios de diciembre fue que para los gastos de viaje se me ocurrió tender una trampa a los miembros del Consejo de Administración del edificio donde trabajaba. Yo tenía la necesidad de que ellos me boten, para que me paguen los beneficios. Se presentó una oportunidad brillante: una mañana me encontré con que los muros internos estaban pintarrajeados y se me ocurrió atribuir este hecho a la brigada de limpieza que utilizaba la Embajada norteamericana, que tenía algunas oficinas en el edificio Castilla. Dirigí una carta violenta a la Embajada, motivo por el cual el Consejo me exoneró en el día. Me pagaron 5.500 pesos bolivianos, unos 450 dólares.
Quedaba el problema de conseguir los pasajes para mí y para un acompañante que debía ir hasta Budapest, para certificar que no me había pasado nada. Se consiguieron los dos billetes de vuelo acudiendo al crédito de una agencia de viajes. ¿Y quién fue el garante?, sin saber para qué fines servirían los boletos, el garante fue Rubens Vanderley, empresario brasileño muy amigo de Jorge Sattori, desde que llegó exiliado del Brasil.
- Una vez con los boletos en la mano y la bolsa de viaje, sólo restaba fijar la fecha. ¿Se presentó algún contratiempo?
- No. Se fija el viaje para el domingo 28 de diciembre, día de Inocentes. Eso quiero que lo remarques, porque realmente fue una inocentada. El único riesgo grave era El Alto, te repito. Habíamos pensado con Jorge que el método que nos prestaba una relativa seguridad, era que yo me ponga al medio de la fila de Internacional (pasajeros internacionales). Ni adelante ni atrás. Esto permitía observar si los que estaban adelante eran sometidos a la revisión de los equipajes de mano,.Si era así, yo me daba la vuelta.
(Continuará)
Autor: Eduardo Azcarrunz R.; “Las manos del Che quemaban las mías” (entrevista a Juan Coronel Quiroga).
Fuente: Periódico “Presencia”. La Paz, 9 de diciembre de 1995.
The journalist that transported the mask and Ernesto Che Guevara cut hands from Bolivia to Cuba counts unknown details of that singular feat in a developing interview.
Otros artículos:
Yo Antonio Arguedas Mendieta no robé el Diario del Che Guevara.
Yo tuve las manos del Che Guevara en mis manos.
Freddy Alborta, el hombre que fotografió al Che Guevara muerto en Vallegrande.
Yo llevé las manos cortadas del Che Guevara de Bolivia a Cuba.
Yo saqué el Diario del Che Guevara de Bolivia camino a Cuba.
Mediados de 1995 en Cochabamba. Cae una fina garúa sobre la avenida Aniceto Arce. En el segundo piso de una clínica, en el ala derecha están las oficinas de Juan Coronel Quiroga, 68 años. Mientras espero pienso en Solo, de Samuel Becket. Imaginamos vivir en función de la actividad cotidiana, pero Becket me recuerda que, en realidad, vivimos en función de la memoria. Juan ingresa sin hacerse sentir y escucha a Becket en mi voz. Como siempre el saludo es cálido, el abrazo sincero.
Estoy frente al hombre que solitariamente llevó las manos del Che, guerrillero argentino-cubano, a lo largo de un periplo inaudito La Paz-Moscú.
Juan se apresura a mostrarme unos recortes, irritado:
- Mira cómo siguen especulando!.
- Mentiras, sólo mentiras, se crispa Juan.
- Bueno, ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar, Juan. Vamos a intentar reconstruir la verdad histórica.
- Hay dos personas que podían haber escrito sobre esto hace años: Gastón Requena y tú, y no lo han hecho. Gastón, porque sabe guardar secretos. Tú, porque siempre quisiste escribir un guión para cine. Claro, ahora que 28 años después se reflota el tema de la guerrilla y la muerte del Che; cuando sus restos, junto a los de otros de sus compañeros están a punto de encontrarse en una fosa común en la pista de Vallegrande, surgen los que creen saberlo todo, y de tanto repetir mentiras van a terminar por creerlas.
Me invita a sentarme.
- En una parte del Evangelio se dice que mientras Jesús moría en la cruz, los soldados se disputaban pedazos de su manto, con el Che sucedió algo parecido, yo comento.
- Te has vuelto cristiano?, pregunta Juan.
- He vuelto a creer en Dios -le digo- la tarde en que casi nos matan a los dos en Sao Paulo.
Juan Coronel ha callado mucho tiempo. La identidad del hombre que llevó las manos y la mascarilla mortuoria de Ernesto Che Guevara, desde La Paz a Moscú, en un operativo que tuvo su génesis en la entrega de esos restos hecha por el ex-Ministro de Gobierno, Antonio Arguedas Mendieta al periodista Víctor Zannier, quien primero encomendó su custodia a Jorge Sattori y Juan Coronel ha permanecido en el anonimato 27 años.
- Dijiste que no recuerdas haber oído hablar de la amputación de las manos del Che, antes del mes de julio de 1969.
- El 27 de julio juegan en La Paz las selecciones de Bolivia y Argentina. Asocio el hecho a esa época. Fue media semana antes del partido. Esa noche Sattori recibe un llamado telefónico de Víctor Zannier, quien lo citaba para verse en el café OK, cerca a la plaza Venezuela. La cita era a las 9 en punto. Jorge me pidió que lo acompañara. Llegamos unos cinco minutos antes y a las 9 apareció Zannier con un sobretodo en el brazo y un bolsón de viaje. Era una noche muy fría. Al verlo así le pregunté si estaba de viaje. Él me dijo “ya lo van a saber”.
- ¿Qué relación había entre los tres?
- La relación de Zannier con Sattori databa de cuando ambos eran militantes del PIR. Más o menos coetáneos, habían sido piristas aquí en Cochabamba, cuando Jorge estudiaba en la facultad de Leyes. La relación mía con Víctor se limitaba a algunas reuniones sociales del Partido Comunista a las que Zannier iba como invitado. Nunca fue militante. Jorge Sattori era responsable de la comisión de Relaciones Internacionales del Comité Central del PC, yo era miembro de la comisión nacional de Prensa. Mi relación con Sattori era de fraternidad absoluta. Él era más que amigo, un hermano. Yo vivía en el departamento de él.
- Volvamos al OK.
- Cuando nos sentamos, Zannier nos pregunta si sospechábamos qué había en el bolsón de viaje. Naturalmente que le dijimos que no sospechábamos. Muy a boca de jarro, Zannier nos dijo que en el bolsón estaban las manos y la mascarilla del Che que Antonio Arguedas le había encomendado que haga llegar a Cuba. Nos dijo que él se había comprometido, pero que no tenía ningún medio para hacerlo. Y le dijo a Jorge Sattori si él podía encargarse de hacer llegar las manos del Che a Cuba.
- ¿No se incomodó con tu presencia?
- No. Él sabía que yo era de confianza absoluta de la dirección del partido y de Sattori, quien me interrogó con la mirada sobre la propuesta de Víctor. Yo asentí. Fue Sattori quien le respondió en seguida que nosotros nos haríamos cargo del asunto. Pasada una media hora, salimos del OK. El bolsón fue sacado por Víctor mientras Jorge y yo abordamos un taxi en la Plaza Venezuela. Nos entregó el bolsón y emprendimos rumbo hacia nuestro domicilio. Entramos a mi cuarto y allí lo abrimos y nos encontramos con un frasco de vidrio, de unos 25 centímetros de alto por 18 de diámetro, que contenía dos manos sumergidas en un líquido. El frasco estaba cerrado con lacre. Las manos estaban cercenadas desde la muñeca.
- ¿Tenían los diez dedos completos?
- Completos.
- Hay versiones que dicen que le amputaron los pulgares.
- Falso.
- ¿Junto al frasco estaba la mascarilla mortuoria?
- Dentro del bolsón estaba la mascarilla del rostro del Che Guevara, que no era, como han dicho algunos, de cera. Era una mascarilla de yeso con cabellos del Che y parte de su barba.
- ¿Era una mascarilla bien sacada?
- Perfectamente sacada. Se le reconocían inmediatamente sus facciones.
- ¿Qué impresión tuviste?
- La realidad es que, a pesar de las apariencias, yo soy un hombre muy frío. Lo recibí como algo natural.
- ¿Puedes reconstruir el diálogo que sostuvieron entonces tú y Sattori?
- Sattori me dijo algo así como “en menudo lío nos hemos metido”. Mi comentario fue una sonrisa medio indiferente. El primer problema que se planteaba era dónde llevar las manos. Y el primer temor era que las fuerzas represivas lleguen hasta nuestro departamento.
- En qué lugar de la habitación ocultaron las manos?
- Bajo mi cama, en el cuarto donde vivía sólo. Sattori, su esposa María y sus hijos Vladimir y Roxana, ocupaban los dormitorios principales.
- En el tiempo que las manos y la mascarilla permanecían bajo tu cama, obviamente tú salías. Nadie tuvo acceso a la habitación?
- Fuera de la familia de Sattori había una empleada doméstica. Ella se encargaba de la limpieza del departamento, menos de mi cuarto. Las manos y la máscara estaban dentro del bolsón con un cierre de cremallera, sin ninguna seguridad, sin llaves ni candado. A los 15 o 20 días de que las manos permanecían en mi cuarto, los hijos mayores de Jorge Sattori, Vladimir, de once años y Roxana de 8, notaron que entre su padre y yo había algún tema secreto y decidieron averiguar qué era. Un día, aprovechando mi ausencia, entraron a mi habitación por una ventana estrecha y fueron a ver qué es lo que había y salieron despavoridos, dando alaridos porque se encontraron con las manos. Todo este asunto terminó con una azotaína que la madre les propinó a los dos. Ella sí estaba enterada de lo que había allí.
- Estamos hablando de agosto de 1969. ¿Cómo concibieron el viaje?
- Pensamos varias alternativas. Una de ellas es que convinimos con Sattori que quien se haga cargo de la parte física de llevar las manos tenía que ser yo. En ese tiempo ocurrió algo que me da mucho que pensar hasta ahora. Yo era administrador del edificio Castilla y tenía mi oficina en el noveno piso, un penthouse modesto. Un día, en el mes de septiembre, recibo la visita de un hombre. Me entrega su tarjeta que decía “Jean Christophe Daenens, British Museum”. Luego me dijo que gente del Museo Británico sabía que yo estaba enterado del destino de las manos y la mascarilla del Che Guevara.
- ¿Cuál fue tu reacción? ¿Cómo explicas este hecho?
- Yo atribuyo a que el hombre era un agente de la CIA. Y yo creo que la CIA empezó a sospechar que yo sabía algo, pero no sospechó jamás que las cosas estaban bajo mi custodia, porque hubiera sido muy fácil. Mi negativa fue terminante. Él insistió y me dijo que piense, que quizás podía recordar algo sobre el asunto. Mi negativa siguió siendo rotunda. Finalmente me dijo que si gracias a mi colaboración se lograba ubicar las manos y la mascarilla, el Museo Británico me pagaría 400 mil dólares por las manos y 200 mil por la mascarilla. Naturalmente que yo no hice más que lanzar la carcajada. Insistió nuevamente y me dijo que iba a estar alojado en el hotel Crillón durante quince días. Era francés o belga, de 1.80 metros, cabello castaño claro, muy elegantemente vestido.
- ¿Cómo se las ingeniaron para conseguir el dinero para el viaje y qué itinerario concibieron?
- Una de las variantes que estudiamos fue la ruta por México. Era la ruta lógica, pero luego la descartamos.
- Por lógica.
- Por lógica. Vimos la ruta de Buenos Aires, pero la desechamos más rápidamente porque la Argentina vivía un período de convulsión social grande y de una represión dura. Pocos meses antes se había producido “el cordobazo”.
- ¿Cuando hablas de que tú y Sattori planeaban, concebían hipótesis, buscaban el dinero para el viaje, estás hablando de una acción de dos personas, sin apoyo orgánico de un partido, sin fuentes de financiamiento?
- El Partido Comunista no se enteró del operativo sino cuando éste había sido completado. Esta fue una operación de exclusivo conocimiento, entre los militantes comunistas, de Sattori y yo. Ahora bien, algún momento que ubico en el mes de noviembre, se decidió que el traslado debía hacerse vía Moscú, que el riesgo en ese caso estaba nada más en el aeropuerto de El Alto.
- ¿Por qué? Entre La Paz y Moscú hay escalas inevitables.
- Porque finalmente si uno era descubierto con las manos en Lima o en cualquier punto intermedio, lo máximo que podía suceder era que lo encarcelen a uno por algún tiempo, pero si descubrían en La Paz podía ser la muerte. Ya escogida la vía, había que pensar en la cuestión económica. Tanto Sattori como yo estábamos en una situación económica crítica.
A principios de diciembre fue que para los gastos de viaje se me ocurrió tender una trampa a los miembros del Consejo de Administración del edificio donde trabajaba. Yo tenía la necesidad de que ellos me boten, para que me paguen los beneficios. Se presentó una oportunidad brillante: una mañana me encontré con que los muros internos estaban pintarrajeados y se me ocurrió atribuir este hecho a la brigada de limpieza que utilizaba la Embajada norteamericana, que tenía algunas oficinas en el edificio Castilla. Dirigí una carta violenta a la Embajada, motivo por el cual el Consejo me exoneró en el día. Me pagaron 5.500 pesos bolivianos, unos 450 dólares.
Quedaba el problema de conseguir los pasajes para mí y para un acompañante que debía ir hasta Budapest, para certificar que no me había pasado nada. Se consiguieron los dos billetes de vuelo acudiendo al crédito de una agencia de viajes. ¿Y quién fue el garante?, sin saber para qué fines servirían los boletos, el garante fue Rubens Vanderley, empresario brasileño muy amigo de Jorge Sattori, desde que llegó exiliado del Brasil.
- Una vez con los boletos en la mano y la bolsa de viaje, sólo restaba fijar la fecha. ¿Se presentó algún contratiempo?
- No. Se fija el viaje para el domingo 28 de diciembre, día de Inocentes. Eso quiero que lo remarques, porque realmente fue una inocentada. El único riesgo grave era El Alto, te repito. Habíamos pensado con Jorge que el método que nos prestaba una relativa seguridad, era que yo me ponga al medio de la fila de Internacional (pasajeros internacionales). Ni adelante ni atrás. Esto permitía observar si los que estaban adelante eran sometidos a la revisión de los equipajes de mano,.Si era así, yo me daba la vuelta.
(Continuará)
Autor: Eduardo Azcarrunz R.; “Las manos del Che quemaban las mías” (entrevista a Juan Coronel Quiroga).
Fuente: Periódico “Presencia”. La Paz, 9 de diciembre de 1995.
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