lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 9

Novena parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Ninth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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GUSANOS Y BOINAS VERDES.

Los Estados Unidos comienzan a involucrarse en la guerra de Bolivia desde su inicio. Ciertamente los dos agentes cubanos de la CIA que sobreviven, Félix Rodríguez y Gustavo Villoldo, no se incorporaron de lleno en la lucha contrainsurgente sino hasta junio, aterrizando en El Alto de La Paz el 31 de julio. Pero desde abril comienzan las reuniones de análisis en Washington.
De acuerdo con un relato de Andrew St. George, el periodista que entrevistó a Fidel y al Che en la Sierra Maestra, el 9 de abril se reunió por primera vez un comité de alto nivel para diseñar una respuesta ante las pruebas contundentes de la presencia del Che en Bolivia. Según St. George, la demostración definitiva de la ubicación del Che fue la foto del horno panadero de Ñancahuazú, un artefacto de barro redondo y panzón, copiado de los hornos de pan de Vietnam y Dien Bien Phu.

Después de la visita del general William Tope a La Paz en abril, Washington concluye, según el general, que “esta gente tiene un problema tremendo y vamos a enfrentar grandes dificultades en buscar un enfoque conjunto, ya sin hablar de reencontrar una solución”.
Desde el 29 de abril se embarcan hacia Bolivia cuatro oficiales y doce soldados, liderados por Ralph Shelton; de inmediato inician un curso de entrenamiento para 600 tropas bolivianas que durará 19 semanas, convirtiéndolas en el primer grupo de rangers en Bolivia.

Los meses de mayo y junio no fueron, sin embargo, los peores de la guerrilla: al cierre de mayo ocupa tres pueblos en un solo día, ofreciendo una demostración de ubicuidad y profesionalismo en el mando que de nuevo desmoraliza al ejército. Abundaban en la guerrilla del Che el valor y la tenacidad, pero escaseaba ya la imaginación ofensiva. De hecho el Che casi no desempeñaría acciones ofensivas: nunca atacó, ni con golpes de comando ni con grandes unidades, las instalaciones militares, las vías de comunicación aledañas a aglomeraciones de cierta magnitud. Sólo reaccionó a las embestidas del ejército con emboscadas y operaciones defensivas o de toma de poblaciones.
Durante ese periodo Guevara pierde hombres valiosos y queridos: San Luis o Rolando, el 25 de abril, a quien conocía desde la Sierra Maestra y quizás el mejor militar del equipo; Tuma, o Carlos Coello, cuya muerte lamentó como la de un hijo; y Papi, el 30 de julio de 1967, en una escaramuza menor y cuya muerte, a pesar de las decepciones que le había causado, le dolió enormemente.

El Che debió haber sabido que si caían guerrilleros a ese ritmo, sin compensar las bajas con adhesiones campesinas, su epopeya estaba condenada: por más golpes que le asestara al ejército, éste terminaría por desgastarlo. En los círculos más íntimos del poder en Cuba cundía la percepción de que las cosas no marchaban bien; las noticias públicas de las muertes de la guerrilla advertían a los cubanos bien informados del fracaso en el horizonte.
Hasta ese momento, es cierto que el equilibrio militar no desfavorecía a los revolucionarios; en un memorándum secreto a Lyndon Johnson escrito a mediados de junio, el asesor de Seguridad Nacional, Walt Rostow, confesaba que: “Los guerrilleros llevan claramente la ventaja frente a las fuerzas de seguridad bolivianas inferiores. El desempeño de las unidades gubernamentales ha mostrado una carencia seria de coordinación de mando, de liderazgo de los oficiales, de entrenamiento de la tropa y de disciplina”.

Pero la ventaja era ilusoria. El verdadero drama del Che afectaba otro resorte: los habitantes de la región por la que deambuló sin rumbo durante esos meses nunca lo apoyaron, jamás le dieron la bienvenida, nunca comprendieron el sentido de su gesta. Ni un solo campesino se unirá a la guerrilla, ni siquiera a fines de junio cuando la zona de operaciones y las actividades del grupo lo pondrán en contacto más estrecho con la población, el Che incluso sirviendo de dentista en varias aldeas.
La crisis social minera que estalla a mediados de junio, en la que trabajadores de las minas de Siglo XX, Huanuni y Catavi van a la huelga, recibiendo el apoyo del movimiento estudiantil, tampoco bastó para vincular a la guerrilla con el resto del país.
La vigencia de un movimiento obrero constituyó una de las razones más poderosas para que el Che se inclinara por ubicar la guerrilla en Bolivia. Pero separados por la cordillera de los Andes y a más de mil kilómetros del sureste, sin comunicaciones con los mineros ni nexos políticos con ellos, la guerrilla atestigua con impotencia la masacre de decenas de manifestantes el día de San Juan; el movimiento se extingue rápidamente.

Entre abril y agosto dos nuevas crisis asolan a la expedición. La primera involucra el viejo problema de la red urbana. Terminó en manos de militantes comunistas marginados de su partido, que sufrieron los estragos de la proscripción del mismo y de la represión de las fuerzas del orden. Mario Monje hostigaba a algunos comunistas que pretendían solidarizarse con la guerrilla; el gobierno se encargaba de los demás. No suministraron víveres, armas, medicinas o ayuda, ni mucho menos combatientes.

RENÁN MONTERO ¿FRACASO ANTICIPADO?

Con la incorporación a la retaguardia de Tania y la captura de Debray, sólo un cubano permanecía en las ciudades: Iván Renán Montero, cuyo desempeño sigue encerrando uno de los enigmas de la aventura del Che Guevara en Bolivia. La conclusión para los cubanos en el monte era evidente: “Si no se sacaba a alguien a hacer contacto con la ciudad, veíamos la cosa muy mal, pero eso lo hablábamos entre nosotros, no éramos capaces de podérselo decir al Che”.

Montero era de origen cubano, aunque gracias a sus servicios a la revolución sandinista adquiriría luego la nacionalidad nicaragüense. Era probablemente el único cubano de la red que no era propiamente un hombre del Che; pertenecía a los servicios de seguridad del Estado, aunque tampoco al equipo de Piñeiro.
Al llegar a Bolivia en septiembre de 1966, queda encargado, junto con Tania, de recibir a los cubanos, entre otros al Che. Discute constantemente con la alemana-argentina; según Ulises Estrada, por líos de amores que incluso explican parcialmente su salida intempestiva de Bolivia. Como dice Pombo en su diario, se exacerbaban peligrosamente las tensiones entre ellos. Una vez sanos y salvos todos los futuros combatientes en Ñancahuazú, su misión consistía en “hacer negocios”, según el diario del Che, y en arraigarse sólidamente en la sociedad boliviana.

Iván cumplió con lo segundo, pues enamoró a una joven perteneciente a la familia del presidente Barrientos, y se dispuso a contraer matrimonio con ella, alentado por el Che.
De pronto, a finales de febrero desaparece del mapa. Abandona Bolivia, viaja a París y poco después aparece en Cuba. Según un mensaje cifrado de La Habana al Che, llega a la isla a finales de abril. De atenernos a los recuerdos de Montero, el motivo de su partida era sencillo: debía mantener sus papeles en orden, ya que su misión no era compatible con la clandestinidad. Su pasaporte y su visa vencieron a los seis meses de ingresar en Bolivia; en ausencia de instrucciones del Che —no las había porque las comunicaciones entre la guerrilla y la ciudad se truncaron semanas antes—, decidió hacer lo anteriormente convenido: salir del país para renovar sus papeles.

Pero esta explicación es ingenua o mañosa. Como aclara Benigno: “El sólo no se hubiera ido. Eso no lo podía determinar él. No me cabe duda de que recibió instrucciones. Lo mandaron retirar a Francia para que allí se curara y después volviera a ingresar, pero no sé cuáles fueron los motivos que no le permitieron regresar. No vi claro lo de Renán”.

Según Montero, él aún se hallaba en La Paz cuando Tania subió al campamento por última vez, a principios de marzo, con Debray y Bustos; sabía, por tanto, que había sido inhabilitada como contacto urbano. Guardaba plena conciencia del inicio de los combates y de las dificultades que padecían los miembros del Partido Comunista, ahora relegados a la vida clandestina. Además sus planes de matrimonio avanzaban y le abrían contactos de excelente nivel, que le hubieran facilitado la regularización de sus papeles: “Tres o cuatro días después del primer combate, me entrevisté con Barrientos y la familia aprovechó para apoyar una solicitud de tierras que había hecho para el Alto Beni”. En esas condiciones abandonar su puesto y partir a París únicamente para actualizar sus documentos se antoja inexplicable.
La otra razón, esgrimida tanto por Montero como por el Che en su diario, era su enfermedad. Pero esta justificación tampoco cuadra con la costumbre de la época: resistir a cualquier debilidad para cumplir con la historia. En su diario, Pombo subraya desde enero que Papi Martínez Tamayo le comunica al Che sus temores a propósito de Montero: “Iván no se quedará porque está vacilando sobre la situación”. Muy pronto se confirmaría el vaticinio.
Aun si creemos que Montero tomó solo la iniciativa de volver a Cuba, podemos preguntamos cuál fue la reacción de la isla al comprobar que el único integrante intacto de la red urbana se marchaba de Bolivia. Él mismo confiesa que estuvo “esperando largos meses en Cuba”, digamos desde principios de abril hasta septiembre, para retornar, pero “se decidió que no, por motivos de seguridad. Y porque como se reveló la presencia de la guerrilla sería riesgoso”.

En aquel tiempo los cuadros guerrilleros se morían en la raya. Si no, pagaban cara su indisciplina o traición. Renán Montero no sólo no fue castigado por abandonar su puesto, sino que sigue gozando, 30 años después, del favor y de la protección del Estado cubano. Los motivos aducidos por él son difícilmente creíbles. Surgen entonces dos teorías alternativas: o bien alguien le dio el “pitazo” de huir de Bolivia y retomar contacto con La Habana desde un tercer país seguro; o bien a pedido suyo, recibió una señal ambigua de Cuba que interpretó como una aprobación de su solicitud de salida.
Lo esencial, sin embargo, es que su salida asegura que a partir de su arribo a La Habana (o incluso a París) los dirigentes cubanos contaban con toda la información necesaria para concluir que la guerrilla del Che había fracasado. Su fuente era Iván, y esto le ha servido como seguro de vida durante 30 años: Renán Montero sabía que Castro, Raúl y Piñeiro sabían. En el penúltimo mensaje cifrado que recibe el Che de La Habana se le informa que un “nuevo compañero” ocupará “oportunamente” el lugar de Iván; ese nuevo compañero nunca llegará a Bolivia.

EL OTRO ENEMIGO.

La segunda crisis será la que finalmente entierra al Che en el país andino. Brotará de la tara que lo seguía como su sombra desde la más remota niñez: el asma.

A partir de abril y del comienzo de los combates, en lugar de que fluya la adrenalina y ceda la enfermedad, ésta se agudiza. La acompañan otros padecimientos. En el mes de mayo, escribió: Al comenzar esa caminata, se me inició un cólico fortísimo, con vómitos y diarrea. Me lo cortaron con demerol y perdí la noción de todo; mientras me llevaban en hamaca; cuando desperté estaba muy aliviado pero cagado como un niño de pecho.
La afección socava su capacidad de decisión y agilidad mental: en dos ocasiones (el 3 de junio y a propósito de la salida de Debray y Bustos), el Che anota en su diario que “no funcionó lo suficientemente rápido el cerebro” “no tuve el coraje”, “me faltó energía”.

La vegetación, el clima, la debilidad ambiente y, sobre todo, la falta de medicamentos, cimbran a Guevara.

Cada decisión, cada pugna interna y pérdida de un hombre admirado agravan su estado. Recurre a todo tipo de pociones y artificios: desde colgarse de un tronco y pedirles a sus hombres que le golpeen el pecho a culatazos, hasta fumar distintas hierbas locales en una búsqueda de efedrina. Se inyecta novocaína endovenosa; deja de comer alimentos susceptibles de provocarle ataques asmáticos. Cuando no puede caminar, avanza en mula. Ya no tolera la mochila a cuestas; por primera vez requiere de la ayuda de sus compañeros.
La voluntad de hierro persiste, pero el cuerpo no da para más.

A partir del 23 de junio las referencias al asma en su diario son casi cotidianas. Se repiten con agregados sobre la falta de medicinas, la futilidad de los remedios sucedáneos, la desesperación por el agotamiento de los medicamentos disponibles. La angustiante necesidad de conseguir algún antídoto eficaz lo conduce a una decisión que representa también una oportunidad: la toma del pueblo de Samaipata, un cruce carretero entre Santa Cruz y Cochabamba, y el poblado más grande ocupado por la guerrilla durante su trágico andar por el sureste boliviano.

Los insurrectos efectúan la operación con el mismo profesionalismo que las primeras emboscadas; mientras unos arengan a la población, otros buscan víveres y medicinas. Para evitar filtraciones, el Che permanece en la camioneta secuestrada para la toma; delega en sus hombres la responsabilidad de buscar los medicamentos apropiados en los dispensarios del pueblo. Sin embargo, no existen las medicinas adecuadas, o no las saben encontrar: el objetivo de la operación es burlado.
Mario Monje extrae sus propias conclusiones del fiasco de Samaipata. Inicialmente le parecerá excelente la incursión guerrillera al llano, ya que indica que los “alzados” rompían el cerco y se dirigían a la zona del Chapare, la mejor región para la lucha armada.

MONJE ¿AL RESCATE?

Pero cuando la prensa informa que los guerrilleros retornaban hacia el sur, Monje exclamó en una reunión de dirección del partido: “Señores, el Che no sale de aquí. Todo el grupo va a ser exterminado. Han cometido el peor error; hay que mandar gente a Cuba y decirles que hay que salvar al Che”.
Después de una prolongada discusión se decide enviar a Monje a La Habana para que exponga su plan de evasión. Sale vía Chile y en Santiago comparte con los comunistas chilenos su propósito de viajar a Cuba, rogándoles que lo asistan en su encomienda. Recuerda que lo desconcertó la reacción chilena, primero, por incrédula, y en segundo lugar, por las vacilaciones de los dirigentes chilenos. Monje queda varado en Santiago durante meses; nunca viaja a la isla. Pero si los comunistas chilenos se abstuvieron de encaminarlo a Cuba, su pasividad se debió a la reticencia cubana de recibir a Monje; jamás hubieran actuado de esa manera por su propia cuenta.

Después del intento fallido de conseguir medicinas en Samaipata, el Che decide enviar a Benigno, el más fuerte de sus sobrevivientes, a las cuevas de Ñancahuazú, situadas a más de 200 kilómetros, para recuperar los antiasmáticos resguardados ahí. Cuando Benigno se aproxima a los escondites, se anuncia su descubrimiento por el ejército.
Es la peor noticia del peor mes de la guerrilla.
El 31 de julio ya se habían extraviado once mochilas, las últimas medicinas y la grabadora que se utilizaba para copiar los mensajes que llegaban de La Habana; la comunicación desde fuera también se rompe. El 8 de agosto, el Che ya había perdido la compostura, hiriendo a la yegua que montaba, desesperado por el asma, la diarrea y los reveses; así lo confiesa en su diario.

Un militar boliviano, el capitán Mario Vargas Salinas (que en 1995 reveló que el cadáver del Che no fue incinerado sino enterrado en la pista de Vallegrande) relata incluso que desde agosto los hermanos Peredo eran quienes conducían ya las operaciones.
Un informante condujo a los militares a la cueva cerca del primer campamento, donde se habían almacenado documentos, fotos, víveres, medicinas y armas.
De acuerdo con las versiones de cuatro sobrevivientes, tres del lado de la guerrilla, y uno del lado de la fuerza contrainsurgente, el informante fue Ciro Roberto Bustos. El Che lo convocó debido a sus antiguos lazos con la guerrilla de Salta; confiaba en él sin conocerlo bien. Según Debray, Bustos llevó a los militares al campamento: “Él se desaparecía, sólo podíamos intercambiar algunas palabras en el patio. Salvo que yo sabía lo que contaba porque veía lo que los interrogadores le planteaban”.

Benigno también especula que Bustos sirvió de guía hacia las cuevas. El Che lo trajo de la Argentina para que volviera con la imagen de todo el esfuerzo guerrillero para atraer a combatientes argentinos. Por ello se dedicó a mostrarle las cuevas: “Salía con Bustos a caminar y le enseñaba dónde estaban las cuevas; una parte la conocían los bolivianos y otras no”.
Según Villoldo, las descripciones y retratos de los guerrilleros que Bustos proporcionó fueron muy Importantes. Confirma que Bustos los llevó a la cueva, aunque hasta la fecha reconoce que: “No puedo dar una explicación de por qué lo hizo, ya que en realidad su vida no peligraba. No puedo decir que haya sido por falta de convencimiento: simpatizaba mucho con el Che”. Al ser descubierta la cueva, las medicinas del Che se pierden; el enorme esfuerzo de Benigno habrá sido en vano.

El gobierno también recupera fotos del conjunto de los guerrilleros, incluyendo al Che. Las exhibe en la OEA como prueba definitiva de la estancia del comandante Guevara en el país. El Che en cambio nunca proclamará su identidad; jamás lanzará un llamado a la solidaridad local o internacional aprovechando su imagen cada vez más mística,

En la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) celebrada en La Habana el 15 de agosto, ni Osvaldo Dorticós ni Fidel Castro revelan la ubicación del Che, ni mucho menos la desesperada situación en la que se halla, ya sin hablar de emprender una campaña para apoyarlo, salvarlo, o protegerlo.
O bien el optimismo beato del equipo de Piñeiro se mantenía intacto, a pesar de los innumerables y ominosos indicios procedentes de Bolivia, o bien Fidel Castro y los cubanos ya se habían resignado a un desenlace fatal. Éste se avecinaba.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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