Quinta parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.
Fifth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.
Otros artículos:
Che Guevara: traicionado o no? Parte 4.
Che Guevara: traicionado o no? Parte 3.
Che Guevara: traicionado o no? Parte 2.
Che Guevara: traicionado o no? Parte 1.
Los comunistas bolivianos se portaron "cerdos" con el Che Guevara?.
LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN, A SOLAS.
Cuentan que justo antes de salir, en el barranco de San Andrés, donde se había colocado un cable para tiro con blanco móvil, el Che y Fidel se sentaron juntos en un inmenso tronco y sostuvieron su última conversación a solas. Un oficial del Ministerio del Interior que asistió a todos los entrenamientos pero que finalmente fue excluido de la misión, logró entreoír parte de la plática, y dedujo lo demás por el lenguaje corporal de los dos amigos: Castro hablando, el Che hosco y retraído; Castro intenso y locuaz; Guevara silencioso.
El Caballo, como siempre se le ha dicho a Fidel en Cuba, insistió en las complicaciones que habían surgido y en las dificultades intrínsecas de la expedición a Bolivia. Subrayó la deficiencia de las comunicaciones con el lejano país andino, y destacó —ahora sí— las reticencias de Monje y la debilidad organizativa de Inti y Coco Peredo.
Buscaba con ello disuadir al Che, o en todo caso lograr que pospusiera el viaje.
Ambos se pararon, y se dieron de palmadas fuertes en la espalda: menos que golpes, más que un abrazo, Fidel casi expresando con la gestualidad genial que lo caracteriza su desesperación ante la tozudez del argentino. Luego se sentaron de nuevo, en silencio.
Después, Fidel se levantó, y se fue.
Por última vez en su vida, al Che le ganan las prisas. Comprendía —si bien con grandes lagunas informativas— que buena parte de los planes para Bolivia se desbarataban.
Conforme cobraba conciencia de la envergadura del esquema, Mario Monje lo saboteaba de manera inusualmente explícita. Sus encuentros con Pombo y las andanzas de Debray le confirmaron sus sospechas, atizadas por los viajes de sus colegas a la isla, los cubanos se proponían montar un foco en el Alto Beni.
Entonces se decide a “quemar” la zona, es decir a divulgar, donde debía ser divulgada, la noticia de la intención cubana. Al hacerlo, Monje obliga a los lugartenientes del Che a abandonar el proyecto del Alto Beni o Los Yungas por otro: el del cañón de Ñancahuazú, en el sureste boliviano, un sitio totalmente inapropiado para una guerrilla, aunque adecuado para una remota y apartada escuela de cuadros, o como base de lanzamiento de un nuevo proyecto argentino.
Monje confiesa hoy que él indujo el desplazamiento hacia Ñancahuazú a sabiendas de que era una ratonera, porque quería acercar al Che lo más posible a la Argentina, evitando de ese modo el estallido de la lucha armada en Bolivia.
Debray enmaraña aún más el tema, recordando cómo, a su entender, el mejor texto político de su vida fue justamente el informe, encomendado por Fidel, que le entregó a Piñeiro, donde expone por qué el Alto Beni o Los Yungas era la zona más propicia para una guerrilla: clima, geografía, antecedentes políticos, rurales y urbanos, etcétera.
Pero, según recuerda ahora Debray, el Che jamás recibió el estudio que remitió a Piñeiro, y por tanto no asimiló del todo la enorme diferencia que imperaba entre la zona del Beni y la del sureste.
En una reunión celebrada en La Habana en abril de 1968 —meses después de la muerte del Che— entre los tres sobrevivientes cubanos de la guerrilla, el hermano menor de los Peredo, Antonio; el hermano de Jorge Vázquez Viaña, Humberto; Juan Carretero o Ariel; y Ángel Braguer, Lino; Pombo aclaró: “La lucha pensábamos desarrollarla al norte. No era en Ñancahuazú donde pensábamos operar”. Dirigiéndose a Ariel, agrega: “Al Che lo engañaron. A nosotros nos habían dicho que ésa era una zona de colonización y no era así. Hay que revisar los informes que deben estar por allí”.
Como concluyó Humberto Vázquez Viaña, esto indicaba que la elección de la zona de operaciones de la guerrilla había sido realizada sin un estudio previo serio y consultado: Pombo y Papi simplemente no conocían el país.
Por lo demás, el Che no disimulaba su descontento con el desempeño de sus enviados; en la versión inexpurgada del diario de Pombo, Martínez Tamayo relata que en septiembre fue víctima de una clásica descarga del Che: “Su gran error había sido mandarlo (a Bolivia) pues no sirve de nada”, a lo cual Papi respondió que el comentario le había dolido hasta el alma, ya que se encontraba en ese país “no porque le interesaran particularmente las cosas de Bolivia sino por lealtad personal al Che”.
He aquí una más de las consecuencias del fracaso del Congo: el Che no quiso depender del aparato de inteligencia cubano, sino de sus propios colaboradores Ninguno de los hombres de Piñeiro fue enviado de avanzada a Bolivia, ni uno de los funcionarios asignados anteriormente a la embajada de Cuba en La Paz fue requerido para viajar al país andino; a Debray no le pudo hacer caso; ni siquiera Furri, el confidente de Raúl Castro que participó en los preparativos de la guerrilla de Salta, fue escuchado.
Después de las distorsiones de los hombres del aparato en el Congo, el Che desconfiaba de todos salvo de sus colaboradores más cercanos; pero ellos, como él mismo lo reconocerá en su conversación con Monje a fin de año, eran militares, no operadores políticos. Igual, mientras se encontraba en Cuba, las informaciones procedentes de Bolivia eran filtradas por el equipo de Piñeiro. El propio Barbarroja, Armando Campos y Juan Carretero lo visitaban casi todos los fines de semana.
Según Benigno: “Lo que el Che recibía era a través de Piñeiro. Iban a llevarle noticias de todo lo que se estaba haciendo en Bolivia, el avituallamiento, la logística y todo lo que informaban eran maravillas”. El Che tenía razón en desconfiar de ellos; le hicieron la misma jugada que en el Congo.
Desde agosto Guevara transmitió instrucciones precisas a Pombo, Tuma y Papi para que compraran la finca en el Alto Beni. Pero éstos, manipulados por Monje y constreñidos por la necesidad de mantener relaciones cordiales con él para proteger a sus amigos en el PCB, insistieron en el sureste boliviano. Le presentaron como un hecho consumado a su jefe la compra de una finca en Ñancahuazú y el principio del traslado de las armas allí.
El Che cedió, talvez porque no conocía el texto de Debray, o quizás porque no se formaba todavía una idea clara de su propia intención —¿un foco en Bolivia o una mera escala camino a la Argentina?—, y porque el tiempo apremiaba. Contradecir a sus delegados en el país andino implicaba volver a empezar todo. Asimismo, habría que demorar su propia partida a Bolivia, ya que no podía permanecer indefinidamente en las ciudades; debía internarse en algún campamento con cierta celeridad, para evitar indiscreciones y delaciones.
Pero el campamento no se podía montar si no se compraba la finca, y no habría finca si no se aprovechaba la que el PCB había elegido justamente en Ñancahuazú. En lugar de esperar, el Che prefiere apresurarse y salir de Cuba cuanto antes. Temía, con razón, que si se dilataba, podían suceder dos cosas: o bien Monje y el PCB lo “quemaban”, o Fidel Castro, al intuir que los preparativos fracasaban, abortaba la expedición.
Como recuerda Lino: “No había tiempo para estar montando más nada”.
Al llegar a Bolivia, el Che comprueba la ausencia de los combatientes prometidos o solicitados por Castro y aceptados a regañadientes por Monje. En lugar de reconstruir la relación con los comunistas bolivianos, o con los prochinos de Oscar Zamora —que también deciden abstenerse de participar en la guerrilla, o incluso de reorientar todo hacia el movimiento popular boliviano y los mineros— el Che opta por reclutar a un grupo maoísta disidente, aquél encabezado por el sindicalista Moisés Guevara.
Mientras más se relajaban los requisitos de reclutamiento, y se tendían más ampliamente las redes, mayores eran las posibilidades de infiltraciones y de selecciones equivocadas: personas que accedían a incorporarse a la guerrilla por dinero o promesas, y que al primer encuentro con las realidades de la guerra desertarían.
Pero escoger a la gente de manera más esmerada hubiera implicado postergar también el inicio de las operaciones; no se podía empezar sin contar entre las filas a combatientes bolivianos y los de Monje se habían reducido a cuatro o cinco cuadros, algunos de los cuales, además, debían ubicarse en las ciudades; sólo quedaban peruanos resignados y cubanos sobreexcitados.
Por ello la presencia de bolivianos, casi de cualquier filiación, se tomaba indispensable.
Este conjunto de circunstancias adversas lógicamente hubiera obligado a repensar toda la aventura y en todo caso a posponer la salida de Cuba. A pesar de todo, el Che resuelve proseguir con el calendario previsto, con los planes pendientes, con los medios de a bordo.
Antes de partir se despide de Aleida y de los niños. Disfrazado de funcionario uruguayo y con el seudónimo de Ramón, calvo, barrigón y miope, cena con sus hijas, sin revelar su identidad; lo sabrán después, cuando se confirme la noticia de su muerte.
El 23 de octubre sale de La Habana rumbo a Moscú en compañía de Pachungo, su compañero de viaje. De allí viajará a Praga, luego irá en tren a Viena y Francfort, después a París, Madrid y Sao Paulo, para finalmente llegar a Corumbá, en la frontera boliviana, el 6 de noviembre.
Los viajeros cruzan sin mayores problemas y, horas después, Papi, Renán Montero y Jorge Vázquez Viaña los recogen en un jeep para conducirlos a Cochabamba y La Paz. El jeep casi se voltea cuando Vázquez Viaña, hipnotizado por la cara familiar aunque desconocida de su pasajero, descubre que se trata del legendario comandante Guevara: hasta ese momento no sabía quién era.
DESPISTANDO.
Durante mucho tiempo subsistieron diversas versiones y motivos de escepticismo sobre el verdadero itinerario del Che.
Por un lado, prevalecen ciertas incongruencias en los pasaportes que utilizó. Cuando el ejército boliviano penetra en su campamento y captura una gran cantidad de documentos, se descubren dos pasaportes uruguayos falsos con las mismas fotos, uno a nombre de Adolfo Mena González, el otro correspondiente a un tal Ramón Benítez Fernández; ambos registran dos sellos de salidas y entradas del aeropuerto de Madrid en fechas distintas de octubre.
También circularon profusamente rumores o sightings según los cuales el Che estaba en otras partes del mundo. Betty Feijin, la ex esposa de Gustavo Roca, el amigo del Che de Córdoba, recuerda que en septiembre u octubre de 1966 su marido le avisó que se ausentaría unos días; al regresar insinuó que se había reunido con Ernesto Guevara en Tucumán o Mendoza.
Nora, la hermana de Betty, casada con un funcionario de la cancillería argentina comisionado en Santiago de Chile, y que frecuentó al Che de joven, jura que un día de primavera en la capital chilena, divisó a Ernesto desde su automóvil. Iba en mangas de camisa, disfrazado pero perfectamente identificable para quien lo conociera bien. Le hace señas, y el Che responde corporalmente que por favor no manifieste ningún reconocimiento o saludo; Nora sigue su camino. Al informarle a su marido, éste le ruega que se olvide del asunto, ya que de lo contrario se vería obligado a notificar al attaché del Servicio de Inteligencia Nacional en la embajada.
Se especuló asimismo que el Che pasó por Córdoba. Ninguna de estas suposiciones es completamente descartable, en vista del absurdo secreto, aún impuesto por Cuba, sobre esas semanas de la vida del Che. Varios autores, desde el argentino Hugo Gambini hasta los bolivianos González y Sánchez Salazar, mencionan distintas escalas de esta naturaleza en el periplo de Guevara hacia Bolivia.
El general Alfredo Ovando Candia, el militar boliviano de mayor rango que participa directamente en la campaña contra el Che, anunció meses después que el condottiere había ingresado en territorio boliviano entre el 15 y el 22 de septiembre de 1966, y que volvió de manera definitiva el 24 de noviembre.
Daniel James no sólo afirma que el Che estuvo en Bolivia y en varios otros países de América Latina durante la primera mitad de 1966, sino que cita un artículo del periódico mexicano Excelsior, publicado el 14 de septiembre de 1966, que consigna el sitio preciso de la entrada del Che en Bolivia, sólo que dos meses antes de la fecha consagrada. Sin embargo, se han publicado ya tantos relatos que todo permite concluir que el trayecto que siguió el Che de Cuba a Bolivia fue, efectivamente, el que se supo desde entonces gracias a los documentos capturados.
En cualquier caso, al terminar su odisea e instalarse a principios de noviembre en el campamento de Ñancahuazú amanece con la novedad de que poco de lo previsto existe o funciona. El optimismo guevarista supera los obstáculos y reveses, pero Benigno, que llega el 10 de diciembre al campamento, lo describe “en un estado de espantosa impaciencia y de muy mal humor”. No importa: el gusto de encontrarse de nuevo en la montaña, listo para el combate, despojado del cúmulo de ambivalencias de los últimos meses en Praga y en Cuba, lo calmaron enormemente; ninguna dificultad parecía insuperable, y el grado de preparación de los reclutas cubanos permitió poner en marcha aceleradamente los planes iniciales, a pesar de los tropiezos.
Continuará…
Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.
Fifth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.
Otros artículos:
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Che Guevara: traicionado o no? Parte 2.
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LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN, A SOLAS.
Cuentan que justo antes de salir, en el barranco de San Andrés, donde se había colocado un cable para tiro con blanco móvil, el Che y Fidel se sentaron juntos en un inmenso tronco y sostuvieron su última conversación a solas. Un oficial del Ministerio del Interior que asistió a todos los entrenamientos pero que finalmente fue excluido de la misión, logró entreoír parte de la plática, y dedujo lo demás por el lenguaje corporal de los dos amigos: Castro hablando, el Che hosco y retraído; Castro intenso y locuaz; Guevara silencioso.
El Caballo, como siempre se le ha dicho a Fidel en Cuba, insistió en las complicaciones que habían surgido y en las dificultades intrínsecas de la expedición a Bolivia. Subrayó la deficiencia de las comunicaciones con el lejano país andino, y destacó —ahora sí— las reticencias de Monje y la debilidad organizativa de Inti y Coco Peredo.
Buscaba con ello disuadir al Che, o en todo caso lograr que pospusiera el viaje.
Ambos se pararon, y se dieron de palmadas fuertes en la espalda: menos que golpes, más que un abrazo, Fidel casi expresando con la gestualidad genial que lo caracteriza su desesperación ante la tozudez del argentino. Luego se sentaron de nuevo, en silencio.
Después, Fidel se levantó, y se fue.
Por última vez en su vida, al Che le ganan las prisas. Comprendía —si bien con grandes lagunas informativas— que buena parte de los planes para Bolivia se desbarataban.
Conforme cobraba conciencia de la envergadura del esquema, Mario Monje lo saboteaba de manera inusualmente explícita. Sus encuentros con Pombo y las andanzas de Debray le confirmaron sus sospechas, atizadas por los viajes de sus colegas a la isla, los cubanos se proponían montar un foco en el Alto Beni.
Entonces se decide a “quemar” la zona, es decir a divulgar, donde debía ser divulgada, la noticia de la intención cubana. Al hacerlo, Monje obliga a los lugartenientes del Che a abandonar el proyecto del Alto Beni o Los Yungas por otro: el del cañón de Ñancahuazú, en el sureste boliviano, un sitio totalmente inapropiado para una guerrilla, aunque adecuado para una remota y apartada escuela de cuadros, o como base de lanzamiento de un nuevo proyecto argentino.
Monje confiesa hoy que él indujo el desplazamiento hacia Ñancahuazú a sabiendas de que era una ratonera, porque quería acercar al Che lo más posible a la Argentina, evitando de ese modo el estallido de la lucha armada en Bolivia.
Debray enmaraña aún más el tema, recordando cómo, a su entender, el mejor texto político de su vida fue justamente el informe, encomendado por Fidel, que le entregó a Piñeiro, donde expone por qué el Alto Beni o Los Yungas era la zona más propicia para una guerrilla: clima, geografía, antecedentes políticos, rurales y urbanos, etcétera.
Pero, según recuerda ahora Debray, el Che jamás recibió el estudio que remitió a Piñeiro, y por tanto no asimiló del todo la enorme diferencia que imperaba entre la zona del Beni y la del sureste.
En una reunión celebrada en La Habana en abril de 1968 —meses después de la muerte del Che— entre los tres sobrevivientes cubanos de la guerrilla, el hermano menor de los Peredo, Antonio; el hermano de Jorge Vázquez Viaña, Humberto; Juan Carretero o Ariel; y Ángel Braguer, Lino; Pombo aclaró: “La lucha pensábamos desarrollarla al norte. No era en Ñancahuazú donde pensábamos operar”. Dirigiéndose a Ariel, agrega: “Al Che lo engañaron. A nosotros nos habían dicho que ésa era una zona de colonización y no era así. Hay que revisar los informes que deben estar por allí”.
Como concluyó Humberto Vázquez Viaña, esto indicaba que la elección de la zona de operaciones de la guerrilla había sido realizada sin un estudio previo serio y consultado: Pombo y Papi simplemente no conocían el país.
Por lo demás, el Che no disimulaba su descontento con el desempeño de sus enviados; en la versión inexpurgada del diario de Pombo, Martínez Tamayo relata que en septiembre fue víctima de una clásica descarga del Che: “Su gran error había sido mandarlo (a Bolivia) pues no sirve de nada”, a lo cual Papi respondió que el comentario le había dolido hasta el alma, ya que se encontraba en ese país “no porque le interesaran particularmente las cosas de Bolivia sino por lealtad personal al Che”.
He aquí una más de las consecuencias del fracaso del Congo: el Che no quiso depender del aparato de inteligencia cubano, sino de sus propios colaboradores Ninguno de los hombres de Piñeiro fue enviado de avanzada a Bolivia, ni uno de los funcionarios asignados anteriormente a la embajada de Cuba en La Paz fue requerido para viajar al país andino; a Debray no le pudo hacer caso; ni siquiera Furri, el confidente de Raúl Castro que participó en los preparativos de la guerrilla de Salta, fue escuchado.
Después de las distorsiones de los hombres del aparato en el Congo, el Che desconfiaba de todos salvo de sus colaboradores más cercanos; pero ellos, como él mismo lo reconocerá en su conversación con Monje a fin de año, eran militares, no operadores políticos. Igual, mientras se encontraba en Cuba, las informaciones procedentes de Bolivia eran filtradas por el equipo de Piñeiro. El propio Barbarroja, Armando Campos y Juan Carretero lo visitaban casi todos los fines de semana.
Según Benigno: “Lo que el Che recibía era a través de Piñeiro. Iban a llevarle noticias de todo lo que se estaba haciendo en Bolivia, el avituallamiento, la logística y todo lo que informaban eran maravillas”. El Che tenía razón en desconfiar de ellos; le hicieron la misma jugada que en el Congo.
Desde agosto Guevara transmitió instrucciones precisas a Pombo, Tuma y Papi para que compraran la finca en el Alto Beni. Pero éstos, manipulados por Monje y constreñidos por la necesidad de mantener relaciones cordiales con él para proteger a sus amigos en el PCB, insistieron en el sureste boliviano. Le presentaron como un hecho consumado a su jefe la compra de una finca en Ñancahuazú y el principio del traslado de las armas allí.
El Che cedió, talvez porque no conocía el texto de Debray, o quizás porque no se formaba todavía una idea clara de su propia intención —¿un foco en Bolivia o una mera escala camino a la Argentina?—, y porque el tiempo apremiaba. Contradecir a sus delegados en el país andino implicaba volver a empezar todo. Asimismo, habría que demorar su propia partida a Bolivia, ya que no podía permanecer indefinidamente en las ciudades; debía internarse en algún campamento con cierta celeridad, para evitar indiscreciones y delaciones.
Pero el campamento no se podía montar si no se compraba la finca, y no habría finca si no se aprovechaba la que el PCB había elegido justamente en Ñancahuazú. En lugar de esperar, el Che prefiere apresurarse y salir de Cuba cuanto antes. Temía, con razón, que si se dilataba, podían suceder dos cosas: o bien Monje y el PCB lo “quemaban”, o Fidel Castro, al intuir que los preparativos fracasaban, abortaba la expedición.
Como recuerda Lino: “No había tiempo para estar montando más nada”.
Al llegar a Bolivia, el Che comprueba la ausencia de los combatientes prometidos o solicitados por Castro y aceptados a regañadientes por Monje. En lugar de reconstruir la relación con los comunistas bolivianos, o con los prochinos de Oscar Zamora —que también deciden abstenerse de participar en la guerrilla, o incluso de reorientar todo hacia el movimiento popular boliviano y los mineros— el Che opta por reclutar a un grupo maoísta disidente, aquél encabezado por el sindicalista Moisés Guevara.
Mientras más se relajaban los requisitos de reclutamiento, y se tendían más ampliamente las redes, mayores eran las posibilidades de infiltraciones y de selecciones equivocadas: personas que accedían a incorporarse a la guerrilla por dinero o promesas, y que al primer encuentro con las realidades de la guerra desertarían.
Pero escoger a la gente de manera más esmerada hubiera implicado postergar también el inicio de las operaciones; no se podía empezar sin contar entre las filas a combatientes bolivianos y los de Monje se habían reducido a cuatro o cinco cuadros, algunos de los cuales, además, debían ubicarse en las ciudades; sólo quedaban peruanos resignados y cubanos sobreexcitados.
Por ello la presencia de bolivianos, casi de cualquier filiación, se tomaba indispensable.
Este conjunto de circunstancias adversas lógicamente hubiera obligado a repensar toda la aventura y en todo caso a posponer la salida de Cuba. A pesar de todo, el Che resuelve proseguir con el calendario previsto, con los planes pendientes, con los medios de a bordo.
Antes de partir se despide de Aleida y de los niños. Disfrazado de funcionario uruguayo y con el seudónimo de Ramón, calvo, barrigón y miope, cena con sus hijas, sin revelar su identidad; lo sabrán después, cuando se confirme la noticia de su muerte.
El 23 de octubre sale de La Habana rumbo a Moscú en compañía de Pachungo, su compañero de viaje. De allí viajará a Praga, luego irá en tren a Viena y Francfort, después a París, Madrid y Sao Paulo, para finalmente llegar a Corumbá, en la frontera boliviana, el 6 de noviembre.
Los viajeros cruzan sin mayores problemas y, horas después, Papi, Renán Montero y Jorge Vázquez Viaña los recogen en un jeep para conducirlos a Cochabamba y La Paz. El jeep casi se voltea cuando Vázquez Viaña, hipnotizado por la cara familiar aunque desconocida de su pasajero, descubre que se trata del legendario comandante Guevara: hasta ese momento no sabía quién era.
DESPISTANDO.
Durante mucho tiempo subsistieron diversas versiones y motivos de escepticismo sobre el verdadero itinerario del Che.
Por un lado, prevalecen ciertas incongruencias en los pasaportes que utilizó. Cuando el ejército boliviano penetra en su campamento y captura una gran cantidad de documentos, se descubren dos pasaportes uruguayos falsos con las mismas fotos, uno a nombre de Adolfo Mena González, el otro correspondiente a un tal Ramón Benítez Fernández; ambos registran dos sellos de salidas y entradas del aeropuerto de Madrid en fechas distintas de octubre.
También circularon profusamente rumores o sightings según los cuales el Che estaba en otras partes del mundo. Betty Feijin, la ex esposa de Gustavo Roca, el amigo del Che de Córdoba, recuerda que en septiembre u octubre de 1966 su marido le avisó que se ausentaría unos días; al regresar insinuó que se había reunido con Ernesto Guevara en Tucumán o Mendoza.
Nora, la hermana de Betty, casada con un funcionario de la cancillería argentina comisionado en Santiago de Chile, y que frecuentó al Che de joven, jura que un día de primavera en la capital chilena, divisó a Ernesto desde su automóvil. Iba en mangas de camisa, disfrazado pero perfectamente identificable para quien lo conociera bien. Le hace señas, y el Che responde corporalmente que por favor no manifieste ningún reconocimiento o saludo; Nora sigue su camino. Al informarle a su marido, éste le ruega que se olvide del asunto, ya que de lo contrario se vería obligado a notificar al attaché del Servicio de Inteligencia Nacional en la embajada.
Se especuló asimismo que el Che pasó por Córdoba. Ninguna de estas suposiciones es completamente descartable, en vista del absurdo secreto, aún impuesto por Cuba, sobre esas semanas de la vida del Che. Varios autores, desde el argentino Hugo Gambini hasta los bolivianos González y Sánchez Salazar, mencionan distintas escalas de esta naturaleza en el periplo de Guevara hacia Bolivia.
El general Alfredo Ovando Candia, el militar boliviano de mayor rango que participa directamente en la campaña contra el Che, anunció meses después que el condottiere había ingresado en territorio boliviano entre el 15 y el 22 de septiembre de 1966, y que volvió de manera definitiva el 24 de noviembre.
Daniel James no sólo afirma que el Che estuvo en Bolivia y en varios otros países de América Latina durante la primera mitad de 1966, sino que cita un artículo del periódico mexicano Excelsior, publicado el 14 de septiembre de 1966, que consigna el sitio preciso de la entrada del Che en Bolivia, sólo que dos meses antes de la fecha consagrada. Sin embargo, se han publicado ya tantos relatos que todo permite concluir que el trayecto que siguió el Che de Cuba a Bolivia fue, efectivamente, el que se supo desde entonces gracias a los documentos capturados.
En cualquier caso, al terminar su odisea e instalarse a principios de noviembre en el campamento de Ñancahuazú amanece con la novedad de que poco de lo previsto existe o funciona. El optimismo guevarista supera los obstáculos y reveses, pero Benigno, que llega el 10 de diciembre al campamento, lo describe “en un estado de espantosa impaciencia y de muy mal humor”. No importa: el gusto de encontrarse de nuevo en la montaña, listo para el combate, despojado del cúmulo de ambivalencias de los últimos meses en Praga y en Cuba, lo calmaron enormemente; ninguna dificultad parecía insuperable, y el grado de preparación de los reclutas cubanos permitió poner en marcha aceleradamente los planes iniciales, a pesar de los tropiezos.
Continuará…
Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.
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