lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 3

Tercera parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Third part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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EL PCB Y SUS RADICALES.

En efecto, Bolivia proporcionaba una serie de ventajas en apariencia inmejorables para la fundación de un foco guerrillero. Para empezar, dentro del PCB se había formado desde tiempo atrás un núcleo de cuadros vinculado con los cubanos. Otro pequeño grupo de estudiantes bolivianos había recibido entrenamiento militar en Cuba en 1965; varios morirían con el Che en la guerrilla; otros permanecerían varados en La Habana durante la epopeya boliviana.

Como recuerda Mario Monje, desde 1962 se tejió una relación peculiar entre el PCB y La Habana. En aquel año los comunistas peruanos habían enviado un contingente de estudiantes a visitar Cuba; allí fueron entrenados militarmente sin la venia del partido, como solía suceder. Después quisieron volver al Perú, pero uniformados y armados, listos para luchar, ingresando a su país desde Bolivia, la mejor vía clandestina. Cuando los cubanos le ruegan a Monje que ayude a los peruanos éste responde que mejor se dirijan al PC Peruano.

El asunto se empantana y pronto requiere de un viaje de Monje a La Habana, y de varias conversaciones con Manuel Piñeiro y, finalmente, de una entrevista con el propio Fidel. El hecho de que el partido boliviano se brincara al peruano y alentara a un grupo de guerrilleros entrenados en Cuba a penetrar en territorio del país vecino sin conocimiento del segundo violaba las reglas entre “partidos hermanos”. Fidel puso toda su autoridad en la balanza e intentó un último esfuerzo con Monje: “Miren, nosotros hemos tenido nuestra experiencia. No vamos a oponemos a que estos jóvenes hagan la suya. Si yo solicito a ustedes, al margen de la opinión que tengan, ayudar al paso de estos muchachos a su país, que se les dé la oportunidad que nosotros hemos tenido, ¿por qué no darles la misma oportunidad? Ellos son tan jóvenes como fuimos nosotros jóvenes. ¿Por qué no ayudan a pasar a esta gente en nombre del internacionalismo proletario?”.

Desde entonces se crea el aparato militar y clandestino del partido boliviano. Ello acarreaba riesgos reales para el PCB y para otros partidos latinoamericanos. Poco después los cubanos solicitan nuevamente la cooperación de Monje para montar la expedición de Jorge Masetti en Salta. Un ayudante del Che se presenta ante Monje y le declara a quemarropa: “Éste es un pedido del Che, vengo por encargo del Che. Y yo deseo que seas tú solo el que nos ayude en la operación para mandar gente a la Argentina”. Monje responde que no podía comprometerse solo y que se vería obligado a informar al resto de la dirección, en particular a Jorge Kolle Cueto, en aquella época número dos del PCB, y relevo de Monje como secretario general a partir de 1968.
Al ser informado Kolle, increpa a su jefe: “Otra vez te metes en esta cosa, primero a un lado y ahora del otro. De esto tenemos que avisar a los argentinos, que los cubanos se andan metiendo en sus asuntos, que los cubanos están queriendo meterse ahí”.

Monje acepta, pero pregunta: “Si ellos mandan gente, ¿qué vamos a hacer? El Che está detrás de esto y me han pedido que les cree la logística”.
Conviene recordar que el PC Argentino figuraba entre los principales enemigos de la línea castrista en América Latina, y Víctor Codovilla, su máximo líder, se había opuesto con obstinación a las tesis guevaristas. No importaba: hacia finales de 1963, Fidel Castro reiteró el pedido personalmente, enfatizando que se trataba de una operación del Che.

Entretanto, José María Martínez Tamayo, el asistente del Che, llegado a Bolivia en marzo de 1966, comenzó de inmediato sus indagaciones en torno a una nueva misión del Che, aprovechando todos estos antecedentes y su antigua amistad —que remonta al tema Masetti— con varios comunistas bolivianos, entre ellos los hermanos lnti y Coco Peredo, Jorge Vázquez Viaña, Rodolfo Saldaña, Luis Tellería Murillo, Orlando Jiménez, Camba, y Julio Luis Méndez, el Ñato.
Todo parecía prestarse a una operación exitosa en Bolivia. Por un lado, ya existía un pequeño destacamento, joven y familiarizado con los cubanos y con sus actividades en el país; por el otro, la dirección nacional del PCB comprendía que a pesar de los coqueteos de los isleños con sus disidentes pro-chinos, La Habana no se había inmiscuido en la vida interna del partido, ni se propuso jamás, hasta entonces, instalar un foco guerrillero en Bolivia, a diferencia del Perú, la Argentina, Venezuela, Guatemala y, más recientemente, Colombia. Por lo menos formalmente, los comunistas bolivianos se mostraron anuentes al arreglo.

Pero esto no significaba que Monje, Kolle o los demás miembros de la dirección nacional —a diferencia de los integrantes de la juventud del partido— tuvieran alguna simpatía por la vía armada, o dispusieran de un margen sensible de independencia frente a Moscú. Entre los archivos secretos de la ex URSS aparece el protocolo de una reunión del Politburó del Comité Central del PCUS, en el que se aprobaba un presupuesto estipulando un pago de 30.000 dólares al PCB para 1966, y otros 20.000 dólares para el Frente Nacional de Bolivia, el brazo electoral del partido. Se trataba de una suma considerable, que prácticamente bastaba para sufragar muchos de los gastos de la organización, y representaba un poderoso factor persuasivo.

Así pues, Monje y el resto de la dirección comunista se habían mostrado menos reacios que otras agrupaciones latinoamericanas a involucrarse en la lucha armada. Monje cursó una sesión de adiestramiento guerrillero en Cuba durante el primer semestre de 1966; les facilitó a los cubanos el pequeño aparato clandestino del PCB y varios miembros —los hermanos Peredo, entre otros— también pasaron semanas o meses formándose militarmente en la isla. Si se suman los antecedentes conspirativos de los bolivianos con las características geográficas del país —cinco fronteras, valles y cumbres, trópico y nieve— Bolivia surgía como una alternativa casi natural a la ansiada lucha argentina de Ernesto Guevara. La vigencia —o ausencia— de condiciones políticas internas para detonar un proceso revolucionario nunca desempeñaría un papel determinante; lo esencial era encontrarle una salida al Che, y disponer de los recursos para ello.

Durante toda su primavera en Praga, el Che continuó forcejeando con La Habana sobre su destino ulterior, al tiempo que avanzaban los preparativos en Sudamérica. Mientras más se aferraba a la idea de regresar a la Argentina, directamente o vía Bolivia, más se intensificaban la presión y la seducción del gobierno de La Habana para convencerlo de volver a la isla, organizarse debidamente, escoger él mismo su grupo de apoyo, entrenarlo, y sólo entonces dirigirse a Bolivia. En un diálogo reproducido por Monje, el 31 de diciembre de 1966, Guevara confiesa el origen de las tensiones:

“CHE: Tú sabes que yo salí de Cuba en paso de parada. Fidel me insistió varias veces para que vuelva, pero yo estuve acorralado en un departamento, en un país (Checoslovaquia) buscando, tratando de encontrar una salida. Yo no podía ya volver a Cuba, no podía volver a aparecer. Para mí eso estaba cerrado.
MONJE. Y para qué esa solución la encuentras aquí? Tú vienes a caer aquí a una trampa”.

No se puede descartar que uno de los grandes malentendidos de toda esta saga consista en el matiz entre el paso por Bolivia y la creación de un foco en Bolivia. Mario Monje, el culpable según Fidel Castro, de la traición fatal que condujo al Che a la muerte, esgrime como uno de los principales argumentos a su favor el que el caudillo le pidiera inicialmente algo muy distinto a lo que sucedió posteriormente. Según Monje, cuando él se entrevistó con Castro en mayo de 1966, de regreso de un viaje a Moscú, en el avión de Fidel entre Santiago y La Habana, Castro le dijo: “Oye Monje, yo te agradezco toda la ayuda que nos has dado siempre, has cumplido todo lo que se te ha pedido. Ahora hay un amigo mutuo que quiere volver a su país y te pido que tú escojas personalmente a la gente para proteger a este hombre. Nadie puede dudar de su condición de revolucionario. Él quiere volver a su país. En los asuntos de Bolivia no me meto”.

Monje accede de inmediato, en vista de la historia ya recorrida y de que, en esta ocasión, ya no se trata de peruanos o argentinos, sino de un jerarca de la revolución cubana cuyo destino es la Argentina. El boliviano no titubea en comprometerse, ni tarda en adivinar que se trata del Che Guevara. El resto de la Dirección del PCB no lo sospechaba, pero adoptó la misma interpretación acerca de las intenciones cubanas. Así lo confirma Jorge Kolle: “Creíamos que se trataba de una reproducción de la experiencia de Masetti, porque si bien no nos daban el guión, nosotros éramos parte de una serie de hechos que nos daban una percepción de lo que se estaba haciendo y hacia dónde se estaba haciendo. Ñancahuazú está en un territorio más próximo a la Argentina, está más cerca de la Argentina o del Paraguay que de La Paz, está en una zona donde no hay población de donde pueda alimentarse la guerrilla, en una provincia, cordillera, que tiene casi la extensión de Cuba. 82.000 kilómetros cuadrados, con 40.000 habitantes. Nosotros creímos que se trataba de trasladar un grupo a la Argentina”.

El PCB pone a disposición de los cubanos a los cuatro cuadros que ya habían colaborado con ellos: Roberto Coco Peredo, Jorge Vázquez Viaña, el Loro, Rodolfo Saldaña y Julio Méndez, el Ñato. Casi de inmediato los tres primeros son despachados a La Habana para recibir un nuevo adiestramiento militar; volverán en julio, vía Praga, donde posiblemente se encuentran con el Che. Al regresar se encargan de reunir a un grupo de miembros de la Juventud Comunista, para enviarlos, junto con Inti Peredo, el hermano de Coco, a un entrenamiento militar en Cuba. La maniobra entonces era mucho más ambiciosa y complicada de lo que se proclamaba: se trataba nada más y nada menos que de establecer una guerrilla madre en Bolivia.

No se puede desechar una hipótesis: al realizar el trato con Monje, talvez Castro pensaba que el Che insistiría en atravesar Bolivia para reintegrarse a su país de origen; aún no lo persuadía de detenerse en Bolivia, en lugar de abalanzarse a una muerte segura en la Argentina.
Si Fidel engatusó o no a Monje, no se sabe. Los comunistas bolivianos nunca quisieron enfrentar directamente a los cubanos mediante una oposición categórica a la lucha armada en su país. Cuando Pombo y Tuma aparecen en La Paz a finales de julio, y celebran su primera reunión con miembros del partido, éstos aseguraban que Monje se uniría a la lucha armada, y que si no, el resto del partido sí cumpliría. En esa misma reunión el propio Monje promete a los delegados del Che por lo menos 20 hombres para la guerrilla.

Al sondear los cubanos a Monje sobre la posible integración del Che a la lucha, el boliviano responde que “si así fuera, lucharía a su lado hasta donde fuera”. Nadie jugaba cartas abiertas, y todos se vanagloriaban de sus dotes de disimulo.

ENTRENANDO A VIEJOS AMIGOS.

Según William Gálvez, el hipotético autor de una biografía oficial inédita del Che, su residencia en Praga se prolonga hasta julio. Una vez colocados todos los elementos en su debido lugar, Guevara decide volver a Cuba. Lo espera Raúl Castro en el aeropuerto de Rancho Boyeros, en son de paz y reconciliación. De inmediato se traslada a una casa de descanso en San Andrés de Taiguanaho, en la cordillera de los Órganos, donde durante varias semanas se terminará de reponer de los estragos que le causaron sus años de ausencia.
Comienza asimismo a preparar en serio la nueva gesta, esperando evitar, en esta ocasión, los errores que condujeron a la debacle en el Congo. Pero como uno de sus amigos lamentará años más tarde, su obsesión por no repetir los yerros de África lo empujará a cometer incontables equivocaciones adicionales; en Bolivia hizo lo que debió haber hecho en Congo, y viceversa.

Esta vez, selecciona él mismo al personal.
Uno por uno, con el comandante René Tomasevich, con el equipo de Piñeiro y con Raúl Castro, revisa los integrantes de la lista. Muchos que insistieron en ser incluidos no lo fueron: Ulises Estrada, Emilio Aragonés, Alberto Mora, Haydé Santamaría, y varios más.

Comienza a establecer comunicaciones con el país andino, y a determinar en dónde, con quién y cuándo conviene estrenar las operaciones. De inmediato surgen disyuntivas: operar en la zona de Bolivia llamada el Alto Beni, en el noroeste del país, y en particular en los semitropicales Yungas, vecinos a La Paz; o en el sureste, en la cuenca del Río Grande, cerca de Camiri, la capital petrolera del país; acodarse en el PC de Bolivia, que, según Fidel y Piñeiro, se hallaba ya plenamente comprometido con la tentativa armada, o buscar alianzas con los grupos maoístas detectados por el Che, entre otros aquel encabezado por Óscar Zamora, a quien Guevara había conocido en La Habana en 1964, antes de su expulsión del PCB por prochino; depender por completo del aparato cubano, y en particular de la gente de Piñeiro y de Raúl, que tanto lo habían decepcionado en el Congo, y que revelaron grados de incompetencia y frivolidad insólitos, o montar paralelamente una red propia de comunicaciones, apoyo, logística e información.

Entre julio y noviembre, cuando finalmente abandona la isla para siempre, el Che se debatirá entre estas alternativas, sin llegar nunca a arbitrar de un tajo entre ellas, salvo en lo tocante a la ubicación del foco. E incluso en esta materia, la decisión será más bien producto de las circunstancias que de una deliberación ponderada y consciente.

Una vez escogidos los principales combatientes —casi todos, cuadros vinculados con el Che desde la “invasión”, incluyendo a varios que lo acompañaron al Congo y otros que trabajaron con él en el Ministerio de Industrias—, estos son acuartelados en un campo de entrenamiento en Occidente. Allí permanecen hasta su traslado a la villa del Che en San Andrés, donde se produce una escena célebre.

René Tomasevich condujo a los futuros y antiguos guerrilleros a la terraza, donde de pronto aparece un hombre mayor de edad y de estatura media, calvo, con lentes e imberbe, que de inmediato comienza a insultarlos, tildándolos de “comemierdas” poco aptos para la lucha armada. Se irritan de modo creciente hasta que el Rubio, Jesús Suárez Gayoll, viceministro de Industrias y compañero del Che desde la batalla de Santa Clara, lo reconoce. La veintena de reclutas se enorgullecen y brincan de felicidad; el honor de haber sido seleccionados rebasa cualquier duda o temor que pudiera habitarlos. No saben, desde luego, que casi todos perecerán en el páramo boliviano.

Poco después del cumpleaños de Fidel, el 13 de agosto, empiezan los entrenamientos en serio. El Che comparte con sus hombres el ritmo desenfrenado y todas las faenas físicas y burocráticas. Comienza por leerles la cartilla: tendrán que olvidarse de su estatuto de oficiales y reconvertirse en soldados rasos, porque eso serán en Bolivia. La lógica del Che era evidente: para evitar los descalabros del Congo, requería de guerrilleros bien formados militar y políticamente, conscientes de lo que hacían y decididos a morir. Necesitaba un batallón de Che Guevaras.

Los fines de semana reciben visitas, ya sea de altos funcionados, o de Castro que, según Benigno, se presentó en varias ocasiones. Explicó a los integrantes de la nueva expedición guevarista los objetivos y la racionalidad de la misma: desviar la atención de Estados Unidos.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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