lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 4

Cuarta parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Fourth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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RACIONALIDAD EN LA ISLA.

En la óptica de Castro, las obligaciones asumidas por Cuba en materia de producción azucarera imponían una participación desmedida de la población en la zafra cada año; se atrasaban la educación y el esfuerzo por diversificar la economía. Cada combatiente le costaba a Cuba diez mil dólares; era preciso imponerle al “imperialismo” un costo de cien mil dólares por cada guerrillero derrotado. Así, la lucha en Bolivia sería a muerte y prolongada; duraría de cinco a diez años. Gracias a ella, se alejaría por lo menos una parte de la presión contra Cuba.
La racionalidad expuesta por Fidel, sin ser absurda, representaba en el fondo una justificación ad hoc y retrospectiva de una decisión tomada por otros motivos.
Se inscribía ciertamente en una tradición, joven aunque innegable: el apoyo de Cuba a los movimientos revolucionarios en el resto del continente.

Con un pequeño contraste: en el caso de Bolivia, a diferencia de Venezuela, Nicaragua, Haití o incluso Colombia, no existía tal movimiento; los cubanos constituían la vanguardia, no una fuerza de apoyo. La supuesta disposición del PCB a lanzarse a la lucha armada no equivalía a un foco preexistente; los cubanos y el Che no llegaron a respaldar un intento inaugurado antes de su arribo, sino a detonar ellos mismos la explosión guerrillera.
Se llevaba al extremo la tesis de la innecesaria vigencia de condiciones propicias: ahora las condiciones se creaban desde fuera. Por primera vez desde la invasión de República Dominicana en 1959 —que desembocó en la masacre de todos los expedicionarios—, un número elevado de combatientes cubanos era comisionado para pelear en América Latina en ausencia de un núcleo previamente compuesto por luchadores locales.
La guerrilla boliviana se diseñó y construyó de principio a fin para el Che Guevara. Ya que era indispensable fundar un foco, resultaba preferible dotarlo de un sustrato estratégico que privarlo de toda racionalización política. De allí que se ideara el alegato ex post de la distracción del imperialismo y de la ruptura del cerco a Cuba; en efecto, una victoria revolucionaria en otro país le brindaría un respiro a la isla.

Sólo que si la lucha conducente a dicha victoria se identificara en exceso con Cuba, el precio a pagar por el régimen resultaría tan elevado como los réditos que derivaran de él. Así sucedió un decenio después, con la Nicaragua sandinista, incluso sin una presencia cubana tan decisiva como en Bolivia. Los beneficios para Cuba fueron reales; los costos, igualmente.

Parecía una última apuesta de Fidel Castro; se jugaba cara o cruz. Si la aventura boliviana fructificaba y triunfaba la revolución en ese país, o si el foco madre conducía al éxito en una nación limítrofe, el asedio a la isla se quebraría, abriendo nuevas perspectivas para Cuba. En el caso contrario, Castro se resignaría ante el carácter inevitable del alineamiento con Moscú, hasta que surgiera una nueva tregua o el margen de maniobra se ensanchara.

Durante el tiempo de la sobrevivencia del Che en Bolivia, un poco antes y un lapso después, Castro cambió innegablemente de discurso y de ánimo frente a la URSS: volvió a apoyar las tentativas insurreccionales en el continente, y a principios de 1968 atravesó por la peor crisis en sus relaciones con la Unión Soviética, al suspenderse las entregas de petróleo ruso a Cuba.

Pero después de la derrota definitiva del Che y de los focos restantes en otros países, la realidad le pasó a Castro la factura. En agosto de 1968, ante la invasión soviética de Checoslovaquia, Fidel avala una medida que marcó para siempre el porvenir del socialismo en el mundo y en Cuba. Fue la verdadera consecuencia de la debacle boliviana del Che. Otro futuro aguardaba a América Latina de no haber sido acribillado el argentino en La Higuera.

MIENTRAS TANTO, EN LA PAZ.

A partir de agosto de 1966 las labores preparatorias se intensifican. Varios bolivianos reciben entrenamiento en Cuba; simultáneamente, Pombo, Papi y Pachungo se ufanan en definir los últimos detalles en Bolivia. Tania, de vuelta en La Paz al cabo de su viaje a Praga, funge como enlace; esconde a los cubanos, los pone en contacto con distintos sectores locales, y asegura la logística: dinero, casas de seguridad, documentos y armas. Pronto, sin embargo, los cubanos comprenden que no todo es miel, y que algo anda mal en el Alto Perú.

La relación con el partido boliviano se enreda. Cuando Monje y los demás dirigentes del PCB advierten que los cubanos no pretenden sólo transitar por Bolivia hacia la Argentina sino establecerse en su país, se molestan terriblemente. Al solicitarle los cubanos los veinte hombres prometidos, el dirigente boliviano finge ignorancia. Explica que “tiene problemas con su Comité Central que se opone a la lucha armada”. Los lugartenientes de Guevara intuyen que impera “mucha incertidumbre acerca de la decisión de unirse a la lucha armada”. Nada avanza, los planes se encuentran detenidos: “Hay poco entusiasmo y apatía por el asunto”. Concluyen que “somos los únicos que hacemos toda la organización y ellos no nos están ayudando”.

La situación se agrava cuando en aquel invierno austral de 1966 entra en escena un personaje heterodoxo: el escritor francés Regis Debray, quien ya había visitado el país en 1963, en parte debido a sus tenues vínculos con el maoísmo parisino de la revista “Révolution” y de Paul Vergés, en parte gracias a los ahorros de su esposa venezolana, Elizabeth Burgos.
Ahora se hallaba en Bolivia comisionado por Fidel Castro con un propósito distinto: completar el estudio de las distintas regiones del país para determinar cuál era la más idónea para un foco, entablar pláticas con los sindicalistas prochinos de Moisés Guevara (un dirigente sindical minero), separados tanto del PCB como del grupo maoísta dirigido por Óscar Zamora, con quien también habló.
El estudio encerraba dos finalidades: escoger el mejor sitio para la guerrilla, pero también reforzar la labor de convencimiento del Che de que el esquema boliviano era factible. La vinculación de Debray con el caudillo cubano no escapaba a nadie; en esas semanas se publica su libro “Revolución en la revolución?”.

En la mente de Mario Monje, la aparición de Debray en septiembre, junto con la presencia de Pombo, Papi y Tuma en La Paz y Cochabamba desde julio de 1966, es justamente lo que le pone la pulga en la oreja. La versión de “pasar” a un alto dirigente cubano a la Argentina no cuadraba con la llegada de personajes de la talla de Debray y de los ayudantes del Che. Como también recuerda Jorge Kolle: “A Debray lo conocíamos de mucho antes, de sus relacionamientos con los venezolanos y de sus criterios alineados con la disidencia maoísta, con la disidencia china”.

Al detectar los comunistas bolivianos la presencia de Debray en los Yungas, comprendieron que los cubanos “nos estaban desinformando, que no nos dieron el guión”. Cuando Monje ve un día a Regis Debray en Cochabamba, enfurece, e interpela a Papi y a Pombo: “Qué está haciendo Regis Debray en Bolivia? Ustedes lo conocen pero nosotros no tenemos ningún contacto con él. Él ha venido a que ustedes comiencen la lucha guerrillera”… “No”, responden los cubanos, “nada tenemos que ver con él”. Monje: “Eso habrá que verlo, ustedes están queriendo desarrollar la lucha guerrillera aquí, y el compromiso lo están cumpliendo”.

Se desata una nueva serie de vencidas, ahora entre Monje y la mayoría de la dirección del PCB, por un lado, y Castro y Piñeiro, con el Che de espectador, más o menos inocente, del otro.
Los cubanos tratan de incitar a Monje a participar en una lucha armada que éste no desea encender en su país, por considerarla inviable. Al mismo tiempo, procuran infiltrar y dividir al Partido Comunista de Bolivia, reforzando como pueden a la fracción partidaria de la vía militar, compuesta por dirigentes como los Peredo, Jorge y Humberto Vázquez Viaña, y por la juventud encabezada por Loyola Guzmán.

Era lógico que el Che y los cubanos se identificaran con esos interlocutores en el partido. Preexistían lazos de solidaridad, afecto y experiencias comunes, así como una gran afinidad ideológica. Para no colocar a sus amigos ante la desgarradora disyuntiva de optar entre la lucha armada y la disciplina partidaria, era preciso que Guevara y los cubanos no rompieran con la dirección del PCB.

Más tarde, el 31 de diciembre, se producirá la ruptura, la escisión y la abierta hostilidad del PCB; pero hasta entonces era indispensable liberar las relaciones entre cubanos y comunistas de tensiones excesivas. El Che y sus huestes no se equivocaron en cuanto a la integridad, valentía y compromiso de los comunistas, ya fuera los miembros de la juventud o de la disidencia pro castrista. Pero pagaron un precio elevado, tanto en términos del tiempo y esfuerzo dedicados al PCB en detrimento de otros grupos, como en lo tocante a las consecuencias de tanta ambigüedad y misterio.

Monje pronto inicia sus propias trampas y disimulos. Primero procura cambiar la ubicación de la finca que se va a comprar; ya no en el Alto Beni —lo que les convenía a los cubanos— sino en función de su propio objetivo: sacar al Che y a los cubanos de Bolivia lo más pronto posible.
La diferencia entre el sitio inicial en el noroeste y Ñancahuazú era evidente: el primer lugar carecía de vías de salida; era idóneo para una lucha en Bolivia, mas no para armar una columna madre desde donde se desprendieran contingentes hacia otros países, y mucho menos para pasar rápida y clandestinamente a la Argentina. El sureste, en cambio, era ideal para ese cometido.
En seguida Monje convoca al buró político del partido y le advierte, en tono solemne: “Señores, la lucha guerrillera comienza en Bolivia en septiembre u octubre. Regis Debray está reconociendo el terreno en Bolivia”. Decide viajar a La Habana para consolidar el compromiso inicial con los cubanos o, en el caso contrario, anularlo.

Simultáneamente, Fidel y Piñeiro le ocultan al Che, hasta donde les resulta posible, la complejidad de los sentimientos y de las diversas posturas.
Hasta la víspera de su salida, el Che ignoraba en definitiva que Monje no contempla sinceramente su incorporación a la lucha armada, ni que el boliviano ha sido engañado en alguna medida. Menos aún se imagina que los comunistas efectivamente conformes con el plan sólo representan una minoría marginal del PCB.

La motivación de Castro es comprensible: el principal atractivo de Bolivia como localización de un foco, a diferencia de la Argentina, reside en los recursos de los que dispone Cuba en ese país. Revelarle al Che los matices involucrados, el escepticismo imperante y la precariedad de dichos recursos se antojaba contraproducente: para el caso, Guevara hubiera respondido que sería mejor partir de una vez para su patria perdida.

EL DIA D (EN LOS PLANES).

Durante las últimas semanas en San Andrés de Taiguanaho se aceleran los entrenamientos, y comienza la elaboración de las falsas biografías de cada uno de los cubanos: algunos serán uruguayos —el Che—; otros, ecuatorianos —Benigno—, y otros más, peruanos y hasta bolivianos; en total, partirán veintiún cubanos.
El grupo incluye a cinco miembros del Comité Central del partido, y a dos viceministros de Estado. Guevara diseña un primer plan y el calendario de largo plazo, cuyo incumplimiento será total.

La intención consistía en abrir dos frentes, uno cerca de la ciudad de Sucre, otro en el Alto Beni. Para el 20 de diciembre habrían arribado la totalidad de los cubanos seleccionados así como sesenta bolivianos; con este núcleo inicial se crearía, más que un foco guerrillero, una especie de escuela de cuadros de la guerrilla latinoamericana. Las características del campamento debían entonces ser más bien el sigilo, la impenetrabilidad y el aislamiento, y no tanto la inmersión en zonas campesinas pobladas con propósitos de reclutamiento u obtención de víveres.

A principios de 1967 se lanzaría un llamado a las direcciones revolucionarias latinoamericanas, para que enviaran a sus mejores cuadros, por las vías de acceso facilitadas por el PCB y Mario Monje. Del campamento inicial partirían diversas columnas nacionales en dirección a sus propios países, en excursiones de entrenamiento y reconocimiento más que de combate; al cabo de varios ensayos, se internarían en sus respectivos países, el Che conduciendo a la columna argentina.
Antes, sin embargo, el 26 de julio de 1967, la guerrilla haría su primera aparición pública en Bolivia, asaltando el cuartel de Chuquisaca o el de Sucre, con lo que les brindarían a los reclutas su bautizo de fuego. La similitud con la experiencia de la Sierra Maestra —la creación de una columna madre de la cual se desprenden pronto varias otras— saltaba a la vista.

El 15 de octubre era el Día D. A partir de esa fecha se desmonta el cuartel de entrenamiento de San Andrés y se producen de manera escalonada las salidas hacia Bolivia, todas por amplios y alambicados rodeos.
El operativo revestirá la gran ventaja de guardar el secreto de modo ejemplar, pero encerrará el inconveniente de exigir un esfuerzo enorme para lograr un efecto efímero. Como el Che le confesara a Renán Montero, uno de sus enlaces urbanos, al encontrarse con él en la frontera con el Brasil a principios de noviembre, los dispositivos de seguridad de las autoridades bolivianas eran mucho más laxos y descuidados de lo que pensaba; tanto empeño sigiloso resultó en parte redundante.

O tal vez el esfuerzo iba dirigido hacia otros; es probable que los soviéticos no se enteraran de inmediato de los preparativos, ni de la misión a Bolivia. Esta vez Castro no le informó a Alexeiev. Igual en una nota secreta la CIA relataba un año después que Castro “le informó a Brezhnev que Che Guevara había ido a Bolivia en el otoño de 1966 con hombres y equipo suministrados por Cuba”.

El aparato de desinformación montado para la expedición a Bolivia era impresionante; de haberse consagrado tanto tiempo y esfuerzo a los demás aspectos, otro gallo hubiera cantado. Ramiro Valdez y los servicios del Ministerio del Interior fabricaron una leyenda para cada combatiente, según la cual se dirigían a la URSS a estudiar. Les entregaron cartas, postales y documentos falsos, para que sus familiares se persuadieran del destino que les aguardaba, y hasta anotaron una lista de los regalos típicos de los países socialistas que deseaban obsequiar a sus esposas e hijos.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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