lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 10

Décima parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Tenth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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JOAQUÍN, TANIA, HONORATO.

Después de tres meses de seguir a pie juntillas —obstinada y ciegamente— las instrucciones del Che, de no alejarse de la zona sur donde se separaron, la retaguardia capitaneada por Joaquín se dirige hacia el norte con cinco hombres menos. Las tensiones en su seno se exacerban desde un principio; Tania sostiene una pésima relación con los demás. Los cubanos que la acusan de haber provocado la separación de los grupos.
El 30 de agosto la retaguardia busca vadear el río Grande; para ello procura la ayuda de un campesino, Honorato Rojas, que a principios de año había prestado cierta colaboración a los guerrilleros. Joaquín, por razones inexplicables, le pide consejo para cruzar el río, habiéndolo atravesado sin asistencia en múltiples ocasiones.

Se establece un sistema de contraseñas: en la tarde, Rojas colocará una pinafora blanca en el vado, si no hay peligro. Una vez retirados los insurrectos, el campesino se cruza con una patrulla encabezada por el jefe de inteligencia de la Octava División, Mario Vargas Salinas, a quien informa de inmediato. Este coloca la emboscada en ambas riberas del vado señalado por Rojas, y espera pacientemente a los guerrilleros.

En la tarde del 31 de agosto, minutos antes de la puesta del sol que los hubiera protegido, inician la travesía del río. En Vado del Yeso, con los fusiles en alto y el agua hasta el pecho, son acribillados. Mueren diez combatientes, entre ellos Joaquín, Tania, Moisés Guevara y Braulio; sus cadáveres son arrastrados por la corriente.
Dos rebeldes bolivianos fueron apresados: uno morirá de sus heridas, el otro informará detalladamente de los pormenores del peregrinaje de la retaguardia. Este hombre, cuyo seudónimo era Paco, será el que difundirá la versión de que Tania padecía de un cáncer del aparato reproductor. Paco también divulgará las historias sobre los eternos pleitos entre los guerrilleros del grupo de Joaquín, y en particular las crisis emocionales de Tania. Como le informó a Lyndon Johnson su asesor de Seguridad Nacional cuatro días después: “Al cabo de una serie de derrotas en manos de los guerrilleros, las fuerzas armadas bolivianas finalmente obtuvieron su primera victoria, y fue una gran victoria”.

Con el aniquilamiento de la retaguardia, se agotaba el tiempo del Che, Vado del Yeso fue el fin del camino no sólo para los que perecieron a mitad del río, sino para toda la guerrilla destacada en Bolivia. Incomunicados, diezmados por bajas, enfermedades y deserciones, con un líder devastado por el asma y la depresión, cercados por un ejército cada día más enérgico y profesional, no había salida.

ACUSANDO A FIDEL.

Faltaban escasas cinco semanas para el epílogo, cruel pero previsible. Antes de escribirlo y reflexionar sobre la “bella” muerte de la que surge el mito crístico del Che Guevara, es imprescindible intentar una explicación de lo acontecido.
Descartando teorías fantasiosas —el Che sigue vivo, el Che murió antes, el Che nunca fue a Bolivia— se presentan dos interpretaciones verosímiles y fundadas de la tragedia.
Una descansa en la hipotética decisión del gobierno de Cuba de apoyar inicialmente al Che con medios limitados para sacrificarlo después; la otra presupone buena voluntad de la isla, junto con una enorme impericia que condujo al fracaso.

Conviene resumir rápidamente ambas teorías, y dejar el juicio último al lector, y a la historia.

Fidel Castro le “vendió” la idea de Bolivia al Che para evitar que éste falleciera en las calles de Buenos Aires; el Che originalmente contemplaba un esquema continental a partir de Bolivia, proyecto que pronto se redujo a las exiguas dimensiones de la cuenca del río Grande en el sureste boliviano. Los recursos puestos a la disposición del Che para estos propósitos resultaron tristemente inadecuados: ni los hombres, ni las armas, ni las comunicaciones, ni los aliados cumplieron con las expectativas o con las necesidades.
Al comienzo de la aventura, dicha insuficiencia talvez no era aparente para el Che o para los operadores en La Habana, incluyendo a Fidel Castro. Pero hacia finales de marzo de 1967, la confusión o la ignorancia perdieron toda verosimilitud. Los cubanos poseían plena conciencia de que Monje y el PCB se abstuvieron de cualquier compromiso; que los combates se iniciaron de manera prematura, que las comunicaciones se interrumpieron, que la red urbana nunca cuajó, y que Estados Unidos había tomado cartas en el asunto.

Aun sin percatarse de la separación de la retaguardia encabezada por Joaquín, a esas alturas era evidente para quien contara con el conjunto de datos aquí reseñados —todos de dominio público, o deducibles de la información existente— que el Che había parido una guerrilla nonata.
De esta premisa se desprendían dos posibles cursos de acción: apoyarlo mediante un nuevo y mayor esfuerzo, o poner en práctica una operación de rescate, con celeridad y vigor.

Los recursos materiales y humanos para ambas opciones existían: gracias a los relatos de Lino y de Benigno y a los comunicados cifrados de Ariel (Juan Carretero), consta que entre 20 y 60 bolivianos entrenados en Cuba se aprestaban a volver a su país para abrir un nuevo frente o para apoyar el del sureste. Entre ellos conviene recordar los nombres de Jorge Ruiz Paz, el Negro y Omar. La oposición a la postura pasiva de Monje y de Kolle en el seno del Partido Comunista de Bolivia abría esperanzas razonables de lograr una cooperación superior a la inicialmente prometida, y la divulgación pública de la presencia del Che podría haber despertado una enorme simpatía y solidaridad en el país, en el hemisferio, y en el mundo.

Se trataba, en pocas palabras, de dotar al Che de los medios realmente necesarios para su saga, al comprobar que los originalmente asignados no bastaban. El precio era elevado, pero pagadero, por lo menos en términos militares, en recursos humanos, y en dinero.
Sin embargo, elevar la puja en Bolivia entrañaba un perfil de la presencia cubana en América Latina incompatible con los nuevos nexos que la isla mantenía con Moscú, y con las tribulaciones de su economía.

Una cosa era enviar a algunos hombres de nuevo a Venezuela —y ser nuevamente atrapados in fraganti— y otra muy distinta la constituía una declaración de guerra contra una república para apoyar una guerrilla dirigida por un ex ministro de Estado cubano.
Más allá de las perspectivas de tal lucha, Cuba sencillamente no podía darse ese lujo, aun cuando su pueblo y sus dirigentes hubieran estado dispuestos a sufragar los costos que implicara. En todo caso, Moscú no estaba dispuesto a tolerarlo.

BREZHNEV, JOHNSON Y LA ISLA.

Por varias fuentes, empezando con una nota secreta del asesor de Segundad Nacional de Estados Unidos Walt Rostow a Lyndon Johnson, sabemos hoy que desde principios de 1967 se había desatado un conflicto feroz entre Cuba y la URSS sobre la política latinoamericana de Fidel Castro. Con fecha del 18 de octubre, diez días después de la muerte del Che, el memorándum dice: “Le entregó un informe fascinante sobre un filoso intercambio de cartas entre Fidel Castro y Leonid Brezhnev sobre la manera en que Castro envió al Che Guevara a Bolivia sin consultar a los soviéticos. El intercambio de cartas fue una de las razones por las que Kosigin visitó La Habana después de la cumbre de Glassboro” (en julio de 1967).

De hecho, si los cubanos se habían propuesto en algún momento un mayor involucramiento en Bolivia, la visita tormentosa de Alexei Kosigin a La Habana el 26 de julio de 1967 los disuadió de un semejante sueño andino. Moscú y La Habana llevaban discutiendo sobre el tema del Che desde principios de año. Pero ¿cómo descubrieron los soviéticos uno de los secretos mejor guardados del mundo? Apenas ahora se puede apreciar la complejidad y la naturaleza bizantina de la madeja de conspiraciones, engaños y secretos que aún envuelven los últimos meses de vida del Che Guevara.

Mario Monje siempre sostuvo que durante su viaje a Sofía para asistir al Congreso del Partido Búlgaro en noviembre de 1966, no hizo ninguna otra escala más que en La Habana, donde conversó con Castro. Pero en un libro de memorias publicado en París en 1996, Benigno afirmó que de regreso de la capital de Bulgaria, Monje había pasado por Moscú. No ofreció fuentes para su aseveración, pero sugirió que fue justamente durante esa escala cuando el dirigente comunista informó a la URSS de las intenciones del Che Guevara y recibió el visto bueno para no cooperar con el condottiere.
En una carta dirigida al autor en octubre de 1996, Monje corroboró su estancia en la capital soviética, aduciendo motivos económicos: los pasajes los pagaban los búlgaros, y la ruta obligaba a una parada en Moscú.

En una conversación telefónica subsiguiente con el autor, Monje aclaró que hizo dos escalas en Moscú, una de ida a Bulgaria, la otra de vuelta. Benigno, por su parte, agrega a lo publicado en su libro que un coronel hispano-soviético de la KGB, de apodo Angelito, encargado del paso discreto de cubanos y latinoamericanos por el aeropuerto Sheremetovo de Moscú, le informó que al bajar Monje de su avión fue atendido por un funcionario del Comité Central que rápidamente lo transportó en automóvil a la ciudad.
El boliviano permaneció una semana en Moscú.

Además de confirmar la afirmación de Benigno —algo importante, en vista de la odiosa campaña desatada en su contra por el aparato cubano—, el paso fugaz de Monje por la capital soviética sugiere varias reflexiones sobre la reunión de Monje con el Che el 31 de diciembre de 1966.
Aunque hasta el día de hoy lo niega con vehemencia, parece inconcebible que Monje no comentara con los encargados de América Latina del Comité Central del PCUS, o con los responsables en la región de la KGB, sus sospechas y certezas a propósito de la expedición cubana en su país.
Como vimos, Monje recibía sumas cuantiosas de la URSS (ha residido en Moscú desde 1968) y desde entonces guardaba una lealtad a la patria del socialismo mucho mayor que hacia la isla tropical. Por lo demás, es casi seguro que Monje haya consultado con sus colegas moscovitas el curso que convenía darles a las solicitudes cubanas de ayuda.

Talvez los soviéticos no presionaron a Monje para que desistiera de cualquier apoyo más que formal a la guerrilla, pero es de suponer que al informarles Monje de su decisión de limitar severamente su ayuda, estos aprobaron esa resolución. Y aun si Monje no les habló del Che a sus anfitriones, es altamente probable que durante una visita a Moscú de Dorticós y Raúl Castro entre el 7 y el 22 de octubre de 1966, el hermano de Fidel compartiera ya sea con el ministro soviético de Defensa Grechko, ya sea con la KGB, la decisión del Che de partir a Bolivia. Resulta difícil imaginar que Raúl Castro escondiera un secreto de esta magnitud a sus colegas soviéticos.

De allí la siguiente versión, hipotética pero plausible, de los acontecimientos.

UNA PEQUEÑA GUERRA FRÍA.

En enero de 1967, después del paso de Monje por la capital rusa, la URSS exige a La Habana una explicación.
El embajador cubano en la URSS, Olivares, es convocado al Kremlin, donde le leen la cartilla, adjudicándole por primera vez un vil trato de país satélite; incluso deduce que los soviéticos temen una intervención norteamericana contra Cuba y buscan lavarse las manos del asunto.

El diplomático parte de inmediato a su país para informar de la situación, lo que suscita una serie de intentos cubanos para engañar a Moscú y un discurso rabioso de Fidel Castro el 13 de marzo ostensiblemente dirigido contra el Partido Comunista de Venezuela pero en realidad contra la URSS: “Esta revolución sigue su propia línea. Nunca será satélite de nadie. Nunca pedirá permiso para mantener su propia postura”.
Pero las tensiones se agudizan en cuanto los soviéticos confirman que el Che se encuentra en Bolivia montando un foco guerrillero, y que los norteamericanos han decidido combatirlo.

En un intercambio de cartas de alto nivel entre Moscú y La Habana en preparación de la visita de Kosigin, la URSS le reclama amargamente a Cuba su violación a diversos acuerdos previos, entre ellos los de la conferencia de Partidos Comunistas Latinoamericanos, de noviembre de 1964, así como los pactos bilaterales anteriormente signados. El Comité Central del PCUS en particular lamentó que Cuba hubiera procedido sin consultar con Moscú; afirmó que en consecuencia Cuba no debería responsabilizar a la URSS de cualquier represalia que pudiera poner en práctica Estados Unidos.
Cuba responde que la URSS debilitaba la causa revolucionaria en América Latina al celebrar acuerdos y extender créditos a “gobiernos burgueses en la región, y al establecer relaciones diplomáticas con regímenes que asesinaban y torturaban a revolucionarios”. Agrega que además Moscú saboteó la expedición del Che al presionar a Monje para que no cooperara. Además el Che partió por su cuenta, pero no podían no ayudarle, y en todo caso no se trataba de una operación de Estado.

Cuando Kosigin viaja a Estados Unidos en julio, y se reúne con Johnson, en Glassboro, los cubanos y los rusos concluyen que una visita del número dos soviético a La Habana para calmar las aguas sería deseable. Tanto más desde que Brezhnev, en junio, había expresado su decepción por la negativa de Castro de avisarle a la URSS de antemano de la salida de Guevara, y había criticado fuertemente la decisión de Castro de lanzar nuevas actividades guerrilleras en Bolivia. Preguntó con qué derecho Castro fomentaba la revolución en América Latina sin coordinarse con los otros países socialistas.

Kosigin comprueba que Johnson sigue de cerca los movimientos del Che en Bolivia. Aunque la reunión en la cumbre se centra en los acontecimientos de Medio Oriente (acaba de terminar la Guerra de los Seis Días), de Vietnam y del desarme, el presidente norteamericano le manifiesta a su colega soviético su enérgica protesta por el intervencionismo cubano: “Por último, insté a Kosigin a utilizar la influencia soviética en La Habana para disuadir a Castro de apoyar activa y directamente las operaciones guerrilleras: Le dije que teníamos pruebas de que los cubanos operaban en varios países latinoamericanos. Le cité en particular el caso de Venezuela, y le dije que era muy peligroso para la paz en el hemisferio y el mundo que Castro llevara a cabo esta actividad ilegal”.

La URSS se ve obligada a presionar a Castro nuevamente para que desista de sus aspiraciones continentales, al tiempo que busca una reconciliación.

Kosigin es fríamente recibido en La Habana pero se reúne tres veces con Fidel: el 26 de julio, con todo el Politburó cubano y Osmany Cienfuegos, y el 27 y 28 de julio en petit comité sólo con Raúl Castro y Dorticós.
En la conversación del 27 de julio, en respuesta a la queja soviética de que las aventuras en la región “le hacían el juego a los imperialistas y debilitaban y desviaban los esfuerzos del mundo socialista para liberar a América Latina”, Fidel saca el doloroso tema del Che. De acuerdo con las notas tomadas por Oleg Daroussenkov, el único traductor presente en la reunión: “Quisiera destacar que la revolución es un factor objetivo, no se puede detenerla. Asumimos una posición revolucionaria determinada y nos damos cuenta de los peligros que representa. Los imperialistas hacen sus cálculos, pueden atacarnos en cualquier momento, pero no lograrán aplastar el movimiento revolucionario aquí, ni en otras partes de América latina. El compañero Guevara se encuentra ahora en Bolivia. Pero no participamos directamente en esta lucha. Simplemente porque no podemos hacerlo. Estamos apoyando al partido local. Salimos con declaraciones públicas”.

A lo cual Kosigin replica que en primer lugar tenía serias dudas de que las acciones de Guevara en Bolivia fueran correctas: “No se puede pretender que el envío de una decena de hombres a un país conducirá inmediatamente a una revolución. No se puede pensar que el Partido Comunista no existiera hasta que no llegara el compañero Guevara e hiciera allí la revolución”.

Critica la noción misma de exportar la revolución y protestó por los adjetivos utilizados por Castro en sus denuncias de los partidos comunistas latinoamericanos. Al mismo tiempo, Kosigin procura convencer a Fidel de que el alarmante informe remitido por su embajador en Moscú de un inminente ataque de Estados Unidos a Cuba era falso, y que en todo caso Moscú mantenía su solidaridad con la isla. De todas maneras, el encuentro resultó extraordinariamente tenso y desagradable; la reconciliación fracasó; las relaciones entre los dos países permanecieron distantes por más de un año, alcanzando su peor nivel a principios de 1968.

Por lo pronto, la gestión soviética imposibilita una operación de apoyo como aquella sugerida aquí. La verdadera alternativa se limita a rescatar al Che, o a abandonarlo a su suerte, con el corazón en la mano y el alma desgarrada, pero con la resignación del caso. Pero incluso esa opción tuvo que ser descartada a consecuencia del viaje de Kosigin.

Casi diez años más tarde, con tragos y un cúmulo de resentimiento con Manuel Piñeiro y de culpa con Benigno, Juan Carretero, entonces embajador de Cuba en Irak, le confesó al sobreviviente de Bolivia los pormenores de uno de los momentos más dramáticos de la revolución cubana. En ocasión de la visita de Kosigin, fue convocado a la primera reunión con los soviéticos. Su presencia en la reunión se explica por la ausencia de Piñeiro; normalmente el invitado por el sector Liberación hubiera sido, justamente, Barbarroja. Carretero evoca entonces el virtual ultimátum entregado tácitamente por el soviético: o cesa la ayuda cubana a las guerrillas en América Latina, o cesa la ayuda soviética a Cuba.
En ese momento, Carretero es invitado a abandonar la reunión, y a buscar a Piñeiro a como dé lugar. No volvería a ser invitado.

Carretero y Armando Campos habían tomado desde antes un grupo de cubanos para salvar o apoyar al Che si llegara a ser necesario. Lo hicieron “por la libre”, sin instrucción alguna de Castro al respecto, pero con la convicción de que Fidel podía un buen día dar la orden; era preferible adelantarse a la hipotética instrucción del caudillo. Pero un par de días después del encuentro con Kosigin, Piñeiro le avisa a Carretero de las conclusiones a las que se arribó: “Oye, la gente que tenemos preparada, tomen las medidas y mándalos para su casa”.

En una entrevista otorgada en 1987 a un periodista adepto de su causa y sin capacidad de réplica, Fidel Castro desechó con desprecio la opción del rescate. Según él, la posibilidad de enviar a un grupo de hombres para sacar al Che de Bolivia era nula. El aislamiento, el cerco militar y la falta de comunicaciones obstaculizaban irremediablemente cualquier intento serio de salvarlo mediante una acción de comando. Como siempre, con Fidel esta aparente verdad de Perogrullo debe ser matizada. Disponemos de varios testimonios sobre la disposición cubana de intentar, justamente, un esfuerzo de esa naturaleza. Al volver de Bolivia en 1968, Benigno, sostuvo el siguiente diálogo en La Habana con Armando Campos y Juan Carretero:

“Ustedes sabían que la única vía de comunicación eran ustedes, ¿qué hicieron? Carretero y Armando Campos, como queriéndose limpiar conmigo, me dicen: “No tenemos responsabilidad ninguna sobre eso porque tan pronto supimos lo de Tania y supimos de la relación de gentes que desertaron, de inmediato empezamos a preparar un grupo aquí en Cuba, en caso de que el alto mando pidiera un operativo para sacarlos a ustedes. Nosotros lo preparamos, lo informamos a Piñeiro y Piñeiro dice que se lo informó a Fidel, pero nunca recibimos la orden de hacer el operativo”. Y ellos me dijeron: “Hasta ahí llegaba la responsabilidad nuestra. Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, pero nunca recibimos órdenes de nada”.

Es un hecho que los tres sobrevivientes lograron salir de la ratonera boliviana atravesando la cordillera hasta Chile, gracias en parte a los contactos que pudieron establecer con los restos intactos de la red urbana. El problema no radicaba, pues, en las probabilidades abstractas de un rescate, sino en el momento, el sitio, la disposición de fuerzas, y la decisión de proceder.
Enviando a varios grupos separados, utilizando los conocimientos de Montero —de nuevo en Cuba—, de Rodolfo Saldaña —que seguía en La Paz—, y de los demás bolivianos aún libres y familiarizados con las rutas de acceso a la zona, no era imposible un salvamento.

Las comunicaciones de ida permitían avisarle al Che del envío de los equipos; se le podían remitir puntos de encuentro en clave, incluso disimulando la naturaleza de la iniciativa, y presentarla como un refuerzo, no como un rescate. Lo peor que hubiera podido suceder era que la tentativa naufragara.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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