domingo, 30 de noviembre de 2014

Glosario quechua – español: Presentación

Terminología de los principales vocablos en lengua quechua y su significado en idioma español.

Terminology of the main words in Quechua language and their meaning in Spanish language.

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PRESENTACIÓN, POR XAVIER ALBÓ.

Un nuevo diccionario del quechua es siempre bienvenido. Mucho más éste, que ha sido preparado por quechuas -apoyados por aimaras- para quechuas e incluso aimaras.
La finalidad central de este nuevo diccionario ya no es enseñar unas cuantas palabras a los que aún no saben la lengua sino sobre todo ayudar a los que la saben a ir enriqueciendo su vocabulario y a tener un referente confiable para escribirlas de una manera uniforme, de acuerdo a las decisiones y convenios ya adoptados de manera oficial en Bolivia.

Nacido a la sombra del Proyecto de Educación Intercultural Bilingüe, este nuevo esfuerzo llega muy oportunamente, cuando empieza la expansión y generalización del uso de la lengua materna en la educación. Para los que ahora ya se estarán alfabetizando en su propia lengua quechua, poder consultar regularmente un diccionario quechua, es una necesidad tan fundamental como lo es para la gente de habla castellana, inglesa o china tener siempre a la mano un diccionario de su propia lengua. Permite desarrollar de manera coherente una norma común y enriquecerse cada vez más en la propia cultura.
Pero la tarea de construir un diccionario nunca es fácil. Mucho menos, en el caso de una lengua como el quechua, por tres motivos. Primero, por la falta de una tradición escrita previa suficientemente larga e internamente coherente. Segundo, por los dilemas que trae consigo la acuñación de nuevos términos para objetos nuevos y para conceptos comunes a las diversas culturas letradas. Tercero, por la gran variedad de un dialecto al otro.

Digamos algo sobre cada uno de estos problemas.

En cuanto al primer aspecto, hay ciertamente otros diccionarios previos quechuas. Los autores mencionan los principales, en la introducción a este volumen y, a lo largo de todo el diccionario, tienen el cuidado de citar alguno de ellos para justificar aquellos vocablos sobre los que no tienen experiencia tan directa.
Pero cada diccionario tiene sus propios criterios y hasta alfabetos y, para colmo, suelen basarse en áreas dialectales distintas. Lo que no existe aún en quechua es una tradición léxica compartida.
Las dos obras más monumentales, que mejor pueden servir de punto de partida, y han sido debidamente consultadas para este diccionario, son, en mi opinión, la de Jorge A. Lira (referencia 7), en el Cuzco, y la de Joaquín Herrero y Federico Sánchez de Lozada, en Cochabamba.
Esta última obra, con casi 500 páginas de letra minúscula en sólo el volumen quechua-castellano, se restringe muy conscientemente al ámbito del quechua hablado hoy en Cochabamba, lo que le da una mayor utilidad local, ampliable de alguna manera a otras regiones bolivianas de habla quechua. Dentro de estos límites, claramente buscados, tiene el gran valor de su abundancia de términos y de ejemplos de uso, para casi todos ellos. Pero es lástima que no hubiera ampliado su horizonte, siquiera al resto de la Bolivia quechua. En Potosí, por ejemplo, se habla básicamente el mismo quechua que en Cochabamba pero con mayor riqueza léxica y sin las deformaciones fonológicas castellanizantes propias de Cochabamba, que aconsejaron a nuestros dos autores la adopción de un alfabeto igualmente híbrido y la introducción de muchos préstamos del castellano.

La otra obra, de Jorge A. Lira, con sus dos ediciones, se basa en el quechua del Cuzco y es también muy rico en fraseología. Pero es más ambicioso que el anterior en su esfuerzo por expresar en quechua muchos conceptos nuevos, si es preciso a través de neologismos. A diferencia del anterior diccionario, más pensado para quienes aprenden el quechua, éste parece tener más en mente a quienes ya conocen el quechua y desean enriquecerlo.

Más discutible es la utilidad de diccionarios coloniales para normar los usos actuales, pues las lenguas evolucionan con el tiempo. Los diccionarios antiguos son insustituibles para conocer la historia del idioma y como instrumento inspirador para una renovación lingüística. Pero no pueden reproducirse sin más para normar el habla de varios siglos después. ¿Qué diríamos de alguien que hoy mantuviera el mismo castellano del Mío Cid o del Quijote, por mucho que se trate de obras clásicas en una lengua mucho más fijada por la escritura? Por eso mismo, no parecen tampoco muy útiles para hablantes actuales algunos diccionarios muy eclécticos, como los de Jesús Lara y de Ángel Herbas, que incorporan con poco sentido crítico cualquier vocablo, encontrado tal vez en algún cronista, prescindiendo de si sigue siendo de uso actual.

Por no tener en cuenta estas evoluciones, propias de toda lengua viva, ocurren situaciones aberrantes, como la práctica de ciertos poetas y predicadores quechuistas eruditos, no tan lejanos en el tiempo, que usaban palabras totalmente exóticas -una especie de quechulatín- ante la admiración desconcertada de su audiencia, que se iba sin haber entendido nada. Ocasionalmente todavía se publica algún texto con estas mismas características. Esta es una práctica de salón, tal vez llena de buenas intenciones, que poco ayuda al verdadero fortalecimiento de la lengua viva. Es sintomático que quienes caen en este exceso no suele ser gente que use regularmente el quechua como su lengua primera y habitual.

El segundo punto, es el de la introducción de neologismos. Es indispensable para el fortalecimiento de cualquier lengua. La tendencia de algunos lingüistas de la escuela descriptiva ha sido aceptar indiscriminadamente cualquier palabra proveniente de la lengua dominante. Así lo hizo, por ejemplo Yolanda Lastra, en su tesis doctoral sobre el quechua de Cochabamba a partir del habla de un bilingüe urbano que incorporaba casi un 50% de vocabulario castellano. Puede ser un método útil para un análisis descriptivo del habla actual. Pero en un diccionario normativo hay que ser mucho más cuidadosos.
Sólo deben incorporarse las palabras que realmente han pasado a ser parte de la lengua habitual. Los diccionarios ingleses, por ejemplo, incorporan muchos términos de otras lenguas, como pizza, élite, plaza, guerrilla y hasta nuestra coca y ch'arki, debidamente anglicizados, pero sólo porque ya han pasado a ser parle del acerbo propio de la lengua. En nuestro caso, cumplen este mismo criterio los nombres de animales y plantas llegados con la Colonia y que ahora son parte del quehacer cotidiano andino, como asnu, khuchi, waka, jawas (asno, cochino, vaca, habas) y también otras palabras comunes que ya han reestructurado totalmente su fonología y hasta su significado, como jasut'iy (azotar), kumpa (compañero o compadre) o wapu (guapo), que en quechua significa 'valiente', 'bravo' y tirsu, que ya no significa 'tercio' sino 'semestre'.

Los autores de este diccionario, movidos por su legítimo afán de consolidar la lengua, han sido por lo general parcos en la inclusión de préstamos del castellano, aun de algunos ya muy consolidados entre monolingües, como ciertos términos de parentesco (tiyu, incluido su sentido ritual-minero), de autoridades tradicionales (alkalti, warayuq), del universo religioso (pago o paju, para ofrendas rituales; wirjin, como sinónimo de pacha mama; altamisayuq para cierto tipo de sacerdote tradicional) y otros muchos.
Para contrapesarlo, son generosos en introducir neologismos. Así, incluyen: yachaywasi, en vez del uso castellanizado más común iskuyla (escuela). Mención especial merece la introducción de los muchos neologismos que se han desarrollado y uniformado en diversos talleres, con miras a una educación bilingüe más generalizada. Por ejemplo, simikamay para 'gramática', ñawiriy para 'leer', p'anqa para 'libro', etc.
Se ha tenido el cuidado de dejar constancia de algunos neologismos más significativos, marcándolos con la abreviación Neol[ogismo] o con otros signos como Fon[ología], Gram[ática], Mat[emática], etc., en el caso de los neologismos más específicos de la Educación Bilingüe. Pero una lectura minuciosa del diccionario castellano-quechua nos permite descubrir muchos más. Es notable y coherente el esfuerzo realizado por los autores en esta línea.

Es probable que en futuros diccionarios, que pretendan ser más exhaustivos, haya que abrir más la mano para incorporar otras muchas palabras que ya han echado plenas raíces en el quechua contemporáneo, con o sin sinónimos de origen andino. Sería muy útil elaborar un listado de tales términos, con frecuencia híbridos de castellano y quechua, usados a veces sólo en quechua, algunos de los cuales podrían ser funcionales también para iniciar la enseñanza del castellano a los adultos monolingües.

Habrá incluso que ponderar si es preciso tolerar, la presencia de algunas letras no originarias del quechua, al menos para ciertos dialectos bolivianos. Pensemos en palabras tan comunes como baya (vaya, sí, bueno), diyachaku (fiesta de cumpleaños), juybis (jueves), tata dyus/diyus (Dios), fandangu (entierro de niños), gustu (propia voluntad), etc. Salvo el diccionario más conservador de la Real Academia Española, otros diccionarios más pragmáticos del castellano hacen lo mismo al incorporar palabras tan comunes como whisky (no guisqui o huisqui) o jeep (no chip, que en la ciencia informática y electrónica ya significa otra cosa). Pero es evidente que el principal desarrollo deberá ir por la línea aquí iniciada, y privilegiada. Será, en unos casos, la recuperación de palabras hoy en vías de olvido y, en otros, la introducción y estandarización -¡préstamo del inglés!- de más y más neologismos. Ambas vías han utilizado el hebreo moderno (sin regresar al hebreo bíblico, ya muerto), cuando resurgió el estado de Israel. Lo mismo hizo el tagalog, cuando pasó a ser pilipino o idioma oficial de las Filipinas, en vez del aristocrático castellano o el pragmático inglés, y así lo hace cualquier lengua cuando empieza a aumentar su estatus. Es un elemento fundamental de cualquier planificación lingüística, como la que por fin ya ha empezado en nuestras lenguas originarias.

El principal cuidado entonces es asegurarse de que la dosificación se hace al ritmo adecuado y que las decisiones adoptadas son suficientemente populares, publicitadas y compartidas para que pasen a ser del dominio y uso común. No debe sorprender que, por el camino, unas palabras cuajen más que otras, pero en medio de esos tropiezos, se va consolidando y enriqueciendo la lengua. Un diccionario como el presente es un excelente instrumento para todo ello.

Mucho más complicado es el tercer tema, sobre la variedad dialectal. Los dos diccionarios más monumentales, arriba señalados y recomendados, se refieren a dos variedades bastante cercanas del quechua, correspondientes una al dialecto más vigoroso del quechua sureño, en el Cuzco, y el otro a una versión mucho más simplificada y deteriorada del mismo quechua sureño, en Cochabamba. Pese a esta cercanía dialectal, ya son notables las diferencias. Aparte de otras variaciones menores de escritura y pronunciación, muchos de los vocablos del diccionario que aquí presentamos ya no son comprendidas por los cochabambinos y, en muchos casos, tampoco por los chuquisaqueños y potosinos, pese a que provienen simplemente del tan cercano Cuzco. Pensemos en maqt'a y p'asna 'joven, hombre o mujer', en vez de wayna y sipas; mallki 'árbol', en vez de sach'a, y otros muchos ejemplos.

Pero si ampliamos el campo a otras regiones, la variación es aún más notable. El quechua central o Huanca, en el departamento de Junín, por ejemplo, ya es notoriamente distinto, no sólo por su particular sistema fonológico (con vocales cortas y largas, tranformación de r/l, vocales largas y cortas, ausencia de la serie glotalizada p', t', ch'... etc.) que modifica casi todas sus palabras comunes con el sur, sino también por la existencia de muchas palabras desconocidas en otras partes.
Más al norte, en el Ecuador, es mucho mayor la diversificación léxica por los mismos dos motivos. Hasta el nombre y escritura de la lengua es allí sólo quichua porque, con la perdida local de la velar q, ya nadie escucha el alófono [e]; y por esa misma ausencia del contraste k/q y de las series aspirada y glotalizada, los hablantes y lingüistas locales aceptan también mucho más fácilmente las letras c, qu del alfabeto castellano, cuya duplicidad es entonces sólo un problema menor. Además, en esa región, donde el quechua entró tardíamente, es mucho más abundante la presencia de vocablos originarios de lenguas locales previas, hoy perdidas.

Ante tanta diversidad, el autor de cualquier diccionario quechua se encuentra inevitablemente con un dilema: ¿Debe mantenerse sólo dentro del vocabulario en uso en su propia región y dialecto? ¿O debe ampliarse hacia otras palabras y variantes hacia un diccionario interdialectal de toda la lengua quechua? Cada solución tiene su pro y su contra.
La primera, da más seguridad de que las equivalencias están en uso, al menos en la región y variante previamente delimitada. Fue la opción de Herrero y Sánchez de Lozada, aun a costa de perder utilidad en otros ambientes.
La segunda opción tiene la ventaja de subrayar la gran riqueza y variedad del conjunto de la lengua quechua, pero corre el riesgo de resultar más teórico que práctico, si no deja claro qué palabras se usan en qué lugares. Podrá servir para identificar cualquier palabra, cuando aparezca en un texto oral o escrito. Pero no es muy útil, cuando se buscan alternativas o sinónimos para expresarse en un quechua más rico y variado en un determinado lugar.

El ideal transita por algún punto intermedio entre estos dos extremos. En mi opinión, lo más exacto y útil sería llegar a producir un diccionario múltiple que presentara en columnas paralelas los diversos vocablos y variantes existentes en cada dialecto principal de la lengua quechua. Sólo conozco algo que se le acerque: el agotadísmo "Vocabulario poliglota" que elaboraron y publicaron diversos los padres franciscanos a principios de este siglo XX y que, con razón, Rodolfo Cerrón está empeñado en reeditar.
Los autores del diccionario que estamos presentando se aproximan a la segunda opción arriba mencionada. Como hablantes nativos del quechua, han sentido más que nada la necesidad de mostrar a sus paisanos cuán rica es la lengua quechua a lo largo y ancho tic su territorio.
Para disminuir los aspectos negativos de esta solución, incluyen números que hacen referencia a los diccionarios de los que han rescatado palabras sobre las que ellos no tenían referencia directa. De esta forma, sabemos que el vocablo no es común en Bolivia y, por la cita, sabemos en qué lugar se usa: si la referencia es (7), sabemos que se usa en Cuzco, pues han sido tomadas del libro de Lira.

Por este camino, este diccionario contribuye a enriquecer todo el conjunto léxico de la lengua quechua, en un momento en que a niveles oficiales empieza a romperse el cerco discriminatorio que por siglos han sufrido nuestras lenguas originarias.
Esperamos que a este primer y tan bienvenido esfuerzo pronto seguirán otros complementarios, como un diccionario estudiantil con los términos más indispensables y, en el extremo contrario, un gran diccionario interdialectal, de tipo enciclopédico. Será una obra "de romanos" -¡de quechuas y aymaras!- para la que ya estamos maduros. Felicidades a los autores.

Qurpa, 1-1-95. Chika niara.

Continuará…

Autores: Teofilo Laime Ajacopa, Efraín Cazazola, Félix Layme Pairumani y Pedro Plaza Martínez. “Diccionario Bilingüe”. “Iskay simipi yuyayk’ancha”. Quechua – Castellano; Castellano – Quechua. La Paz, Bolivia. 2007.

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