lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 6

Sexta parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Sixth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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LAS TRIBULACIONES.

Ése era el país donde, en noviembre de 1966, el Che pretendía realizar una faena diametralmente opuesta a la que concibió en un principio. La guerrilla nunca vencerá el maleficio que la azotó desde sus inicios. Transitará de crisis en crisis, a partir de la llegada al campamento a principios de noviembre, hasta el trágico final en La Higuera en octubre de 1967. Su destino se acercaba; el Che no tenía un deseo de muerte, pero anhelaba desde muy joven un destino crístico: el sacrificio ejemplar pronto lo alcanzaría.

La primera crisis giró en torno a una inesperada resolución de los titubeos del PCB. No se podía tolerar la ambigüedad persistente, sobre todo cuando las consecuencias de la apatía del PCB amenazaban con convertirse en un auténtico peligro.
Las armas no llegaban; la red urbana no cuajaba; los combatientes brillaban por su ausencia, y Mario Monje circunnavegaba por el mundo. Evadía al Che; de regreso de La Habana en junio de 1966, se había negado a transitar por Praga, creyendo, que los comunistas querían empatarlo con Guevara y lograr que el famoso y carismático comandante ejerciera personalmente la presión necesaria.
Pero al volver del Congreso del Partido Comunista Búlgaro, en diciembre de aquel año, Castro lo intercepta en La Habana. Le informa que llegando a Bolivia será conducido al campamento del Che, sin precisar dónde se encuentra este último, ni si se halla en territorio boliviano. Monje pudo escuchar a Piñeiro susurrarle a Fidel Castro en su oficina que el pueblo cerca del cual se hallaba el Che portaba un nombre que sonaba a “Ancahuázu”.

Monje arribó a La Paz a finales de diciembre de 1966. Allí convocó a una reunión de urgencia del secretariado del partido, donde anunció que había sido invitado a reunirse con el Che en un campamento, y solicitó la celebración de sendas sesiones del Buró Político y del Comité Central a su retomo.
Monje sabía ya que no sería posible un acuerdo con el Che, y que debía a toda costa conservar la unidad de la dirección del partido, ya que la fracción castrista —el aparato clandestino, la juventud, etc.— respaldaría a los cubanos y se uniría a la lucha armada.

El 31 de diciembre Tania conduce a Monje al cuartel general guevarista, que para entonces era ya un establecimiento cabal, con capacidad para alojar y alimentar a un centenar de hombres, con varias bases secundarias alejadas de la “casa de calamina” en la finca, y puestos de seguridad, un anfiteatro para conferencias, un horno para pan, y un pequeño hospital bien aprovisionado.
La finca se había transformado en un parapeto de guerra, seguro con su sistema de comunicaciones, sus cuevas y escondites de comida, medicina, equipo y documentos.

La discusión se anuncia tensa y crucial: si la propuesta del Che descansaba en la colaboración del Partido Comunista de Bolivia, y ahora ésta se desvanecía, salvo por la participación de algunos individuos heroicos y talentosos, pero individuos al fin, ¿qué sentido conservaba todo el proyecto?
Según Monje, el Che abrió la boca confesando que él y Fidel lo habían timado: “En realidad te hemos engañado. Yo diría que Fidel no tiene la culpa, fue parte de mi maniobra ya que te hizo un pedido a iniciativa mía. Inicialmente tuve otros planes y luego los cambié. Disculpa al compañero con quien hablaste, él es muy bueno, de absoluta confianza, no es político, por eso no supo ni pudo explicarte mis planes, sé que fue muy descortés contigo”.

El “compañero” era Papi Martínez Tamayo; los planes iniciales se refieren a la intención original del Che de partir hacia la Argentina. Ya insinuamos esta hipótesis: no es descartable que, en algún momento, Castro efectivamente haya concluido que no podría convencer al Che de desistir. Pero tampoco es despreciable la tesis de Monje, colocada aquí en labios del Che: los cubanos lo engañaron; sabían perfectamente que la intención consistía en instalar un foco guerrillero en Bolivia, de la misma manera que tenían plena conciencia de que Monje y el resto del PCB jamás lo aceptarían. Por ello era preciso embaucarlos con la idea del paso hacia el sur.

El Che invitó a Monje a incorporarse a la lucha armada como jefe político, aclarando que la dirección militar permanecería en sus manos. Monje comunica al Che su decisión de renunciar a la dirección del partido e integrarse a la guerrilla, pero con tres condiciones:
Primero, la construcción de un amplio frente continental, empezando con una nueva conferencia de los PCs de América Latina.
En segundo lugar, insistió en que la lucha armada debía combinarse con un esquema insurreccional en las ciudades, el cual sería obviamente coordinado por el PC; subrayó la necesidad de crear un frente político nacional, uniendo a todos los grupos del país, para integrar un comando único revolucionario.
Por último, demandó que la lucha no fuera exclusivamente armada, es decir, que se conjugara el esquema guerrillero con otras vías de lucha, y en todo caso, que la jefatura militar se subordinara a la política, para lo cual se autopropuso como cabecilla. No aceptó que un extranjero, por ilustre y experimentado que fuera, dirigiera la lucha. La autoridad máxima debía recaer en un nacional.

Según las versiones de algunos de los diarios de los colaboradores del Che, Monje insistió igualmente en la exclusión de los prochinos de Oscar Zamora de la guerrilla, petición a la cual el Che accedió, confesando haberse equivocado con Zamora desde un principio.

¿TRANSAR CON MONJE?

Guevara consigna en su diario que las tres condiciones le parecieron artificiales y tramposas: el boliviano en realidad buscaba romper con el Che. Para ello inventó requisitos que a ciencia cierta resultarían inaceptables para su interlocutor.
El Che le advirtió a Monje que su renuncia a la secretaría general del PCB era un error, pero que en todo caso la decisión no le incumbía. En cuanto a la exigencia internacional formulada por Monje, Guevara muestra cierta indiferencia, pero manifiesta un sano escepticismo: era pedirle peras al olmo. Pero sobre todo, Guevara rechazó de un tajo la condición relativa al mando: “No podía aceptarlo de ninguna manera. El jefe militar sería yo y no aceptaba ambigüedades en esto”.

Para Emilio Aragonés, éste fue el error fatal de su amigo: un político hubiera accedido a las exigencias de Monje, para después ver cómo las remontaba o las circundaba; según Aragonés, Fidel habría aceptado. Pero el Che casi prefería prescindir de Monje; talvez seguía preso de las fábulas del aparato cubano, al creer que la mayoría de los miembros y dirigentes del Partido Comunista se unirían a su causa, abandonando a su secretario general.
Por ello quizás anota la siguiente conclusión en su diario: “La actitud de Monje puede retardar el desarrollo de un lado pero contribuye por otro a liberarme de compromisos políticos”.
En esto se equivocaba el Che de cabo a rabo: once días más tarde, Monje obtiene el respaldo total del Buró Político y del Comité Central, que redacta una carta colectiva y unánime a Castro reiterando la postura esgrimida ante el Che.

No por ello se perdía la esperanza. Cuando hacia finales de enero de 1967 Jorge Kolle y Simón Reyes se entrevistaron con Castro en La Habana para lograr una reconciliación, Fidel le avisó al Che que sería “duro con ellos”.
Convinieron en revisar su actitud, al ser notificado de la naturaleza continental del proyecto. Desde cierta perspectiva, se trata de un nuevo engaño: para entonces, la opción peruana había sido abandonada, la argentina no arrancaba, y la brasileña siempre fue una quimera.
Fidel trató de suavizar la intransigencia del Che, justificando su empeño en dirigir la guerrilla boliviana a través del carácter supuestamente regional de la misma. Todas las dotes de persuasión del Caballo fueron puestas en juego, pero en vano. La reunión cobró visos tormentosos, según el informe secreto que rinde al gobierno alemán un miembro del Buró Político del PCB, Ramiro Otero: “Lucha partisana fue la que se impuso al PC boliviano de parte de camaradas cubanos y de otros países. El PCB se dirigió en una carta a Fidel Castro pidiendo poder determinar el cuándo y cómo de la lucha. Fidel reaccionó de forma negativa. Resultado: el aparato propagandístico del Partido completamente desintegrado, prohibición del partido, detención de los miembros del Politburó. … El camarada Otero ve contradicciones entre Guevara y Fidel Castro. Él cree que “Che” es el más inteligente, pero políticamente más peligroso”.

En La Habana los bolivianos se comprometieron a por lo menos proporcionar ayuda logística al Che, y de ser posible, enviar más gente. Todavía a principios de febrero de 1967, Pombo registra en su diario que se espera una nueva visita de Monje.
De acuerdo con Benigno, fueron hasta treinta y seis bolivianos entrenados en Cuba los que se hubieran podido integrar a la guerrilla, pero esa incorporación simplemente no se dio. La discusión sobre si los nuevos compromisos asumidos en La Habana se hubieran cumplido pronto se vuelve ociosa: al estallar los combates el 23 de marzo, se coartó la posibilidad de cualquier visita del PCB a la guerrilla.

Aquí detectamos de nuevo la huella del Congo. Al cabo de ocho meses de languidecer en la sabana africana, debido a las restricciones impuestas por una ausencia de líneas de mando, el Che no podía tolerar ninguna ambivalencia al respecto. En otras condiciones quizás hubiera aceptado un consejo de dirección, o alguna solución cómoda aunque impráctica que obviara la principal objeción de Monje, sin entregarle el mando. Pero después del calvario congoleño, no tenía ánimo para sutilezas ni arreglos acomodaticios. En ello dejaría la vida.

RUPTURA Y AVANZADA.

Las pláticas concluyen con un desacuerdo total. Monje pide dirigirse a los comunistas bolivianos ya incorporados a la guerrilla para explicar su planteamiento. El Che accede, agregando que todos aquellos que deseen separarse del campamento y volver con el máximo líder del partido podrán hacerlo: ninguno lo hace. Monje expone su postura, pero rápidamente comprueba que sus peores temores se confirman: los cubanos le habían “volteado a su gente en los campos de entrenamiento isleños, en particular a los Peredo.

El Che, por su parte, no pierde el semblante, pero acusa el golpe. Según Benigno: “Él trataba de no mostrarlo pero imagínate, aquello lo obligaba a cambiar todo su plan. Nos reúne y nos dice: “Bueno, esto antes de comenzar se terminó. Aquí no tenemos nada que hacer”. Nos da la oportunidad tanto a bolivianos como a cubanos que al que quisiera abandonar aquello podía hacerlo, y el cubano que quisiera irse al lado de un boliviano podía hacerlo también, que no se consideraría ni un arrepentido ni un cobarde”.

A partir del fracaso de las conversaciones con Monje se acelera el reclutamiento de otros grupos, sobre todo de disidentes prochinos capitaneados por Moisés Guevara. Como ello toma tiempo, el Che aprovecha para organizar una marcha exploratoria y de entrenamiento de varios días, que se transformará en semanas.
Deja en la base a cuatro hombres, para recibir a visitantes y nuevos reclutas, y forma tres grupos para realizar la marcha: la vanguardia, integrada por cinco combatientes, dirigida por Marcos (Antonio Sánchez Díaz, el comandante Pinares); el centro, a cargo del propio Che, con dieciocho hombres; y la retaguardia, bajo la responsabilidad de Joaquín (Juan Vitelo Acuña), compuesta por seis guerrilleros. Los 29 expedicionarios —14 cubanos, 14 bolivianos, más el propio Che— volverán en harapos, exhaustos y desmoralizados.

El periplo, inicialmente previsto para durar veinticinco días, se prolonga seis semanas. Recorren cañones, cuencas de arroyos convertidos en ríos, caminos y pequeñas aldeas casi deshabitadas; exploran los farallones y desfiladeros hasta el río Grande y el río Masicurí.
Dos nuevos reclutas —Benjamín y Carlos— mueren ahogados en la ruta sin haber disparado un solo tiro. La vegetación espinosa y tupida, los mosquitos y otros insectos, entre ellos el “boro”, una mosca que deposita una larva debajo de la piel, la penuria de fauna para proveer la alimentación de la tropa, las lluvias y los ríos crecidos, conforman un cuadro dramáticamente distinto al de la Sierra Maestra, y al que el Che esperaba.

Los exploradores se ven obligados a abrirse paso con machete. Lo accidentado del terreno priva a varios combatientes de sus botas. Al consumirse las raciones, deciden devorar el caballo que habían comprado días antes; “una orgía de caballo”, anotó el Che, con las previsibles consecuencias intestinales. Y, como era de esperarse, las tensiones crecen y las divisiones y pleitos entre los guerrilleros afloran. La marcha fue útil para poner en descubierto estas taras, pero el costo pagado terminó por ser excesivo para una guerrilla en ciernes.
Por fin, y casi de manera inevitable, el 17 de marzo se asoma la tragedia: la balsa se voltea en el río desbordado; se pierden mochilas, parque, seis fusiles y un hombre se ahoga: el mejor de los bolivianos en la retaguardia, según el Che.

El 20 de marzo vuelven a la base tras casi siete semanas de hambre, sed, agotamiento y disensiones. Al ver al Che por primera vez, sus visitantes se estremecen: era un hombre emaciado, con veinte kilos de menos, con la cara, las manos y los pies hinchados. Se enfrenta a un “caos terrible”: por diversas razones que el Che aún desconoce, la cobertura del campamento, de la guerrilla y del mismo comandante se habían hecho añicos. Las deserciones del grupo de Moisés, las sospechas de los vecinos y el trabajo de inteligencia de los bolivianos y de la CIA, así como los encuentros con varios técnicos petroleros de Camiri, alertaron al ejército, el cual de inmediato se dirigió a Ñancahuazú.

A mediados de febrero se habían incorporado los siete hombres de Moisés, entre ellos Willy, uno que acompañará al Che hasta la muerte y que como él fallece ejecutado a sangre fría, y tres que lo traicionan en los fatídicos días de marzo.
Aunque nadie lo sabe en ese momento, la Dirección de Investigación Criminal del Ministerio del Interior ya le había colocado un seguimiento al dirigente sindical; en enero fue detectado en Camiri, junto con sus acompañantes. En marzo, cuando Moisés Guevara se traslada de manera definitiva al campamento, acompañado por Tania y Coco Peredo, fue seguido de nuevo por la policía. Esta información es remitida a la Cuarta División del ejército con sede en Camiri.

El 11 de marzo, Vicente Rocabada Terrazas y Pastor Barrera Quintana, dos de los reclutas comisionados de cacería, se escabullen del campamento principal, arrojan sus armas y huyen hacia Camiri. El 14 de marzo se toparon con la policía, que los entrega a la Cuarta División, donde suministran información acerca del campamento, el número de hombres y, sobre todo, de la presencia del Che Guevara, sus alias, sus fechas de ingreso al país. Ambos mencionan al Che, aunque reconocen que nunca lo vieron, ya que había salido en misión exploratoria. Rocabada confiesa que desde el 12 de enero supo de la identidad del Che, cuando Moisés Guevara lo invitó a unirse a la guerrilla.

BOLIVIANOS Y CUBANOS.

Para el puñado de cubanos desamparados se conjugaron dos circunstancias desastrosas. Por una parte, Moisés Guevara fue laxo en su reclutamiento: había exagerado su fuerza y capacidad, y para no quedar mal incorporó a hombres sin convicción, ofreciéndoles dinero o becas, en algunos casos, y al mismo tiempo presumiendo de la fuerza de la guerrilla a la que iban a integrarse. ¿Qué mejor estímulo que la oportunidad de combatir bajo las órdenes del legendario Che Guevara? A las primeras de cambio, estos reclutas semivoluntarios y semiconscientes desertaron. La culpa, sin embargo, no correspondió exclusivamente a Moisés Guevara.

Por otra parte, a pesar de los largos entrenamientos en San Andrés de Tajguanaho, la ausencia del Che provocó un repentino relajamiento de la disciplina entre los cubanos; se violaron normas elementales de seguridad. Los guerrilleros de la isla fueron los que cometieron la mayoría de las infidencias con los hombres de Moisés Guevara; incurrieron en otras durante las distintas visitas que recibieron en el campamento esas semanas, incluyendo la toma casi enfermiza de fotografías.
La delación de Rocabada y Barrera, así como las informaciones precisas y detalladas que éstos remitieron al ejército, el cual ya había sido alertado por otros medios de la posible presencia de hombres armados en la zona, suscitó el envío de una patrulla a investigar la “casa de calamina” en la finca de Ñancahuazú.

Con 30 hombres de la marcha exploratoria fuera de la sede central de la guerrilla, los restantes se parapetaron en las bases secundarias, dejando sólo en la base principal a uno de los reclutas de Moisés Guevara, Salustio Choque Choque.
Al penetrar la patrulla del ejército en la zona, el boliviano se entregó sin resistencia, y en los interrogatorios confirmó toda la información proporcionada por sus dos compañeros. A 500 metros de la casa se encontraron los restos de un campamento provisional, incluyendo seis maletas de ropa con etiquetas cubanas y mexicanas.

Los datos en poder de los militares no se limitaban a aquellos que recabaron de los desertores. El general Ovando revelará meses más tarde que desde finales de febrero las fuerzas armadas disponían de informes según los cuales cinco extranjeros habían interrogado a lugareños en la zona, procurando ubicar los vados del río Grande. Posteriormente esos cinco hombres fueron vistos nadando y ostentando grandes cantidades de billetes de dólares y pesos bolivianos.

Por otra parte, el pelotón de vanguardia, dirigido por Marcos, al desligarse de los otros dos grupos y volver hacia el campamento antes que ellos, provocó un incidente en la toma de agua de Tatarenda, al vanagloriarse de sus armas y de su carácter de guerrilleros, actuando con indiscreción frente a un técnico petrolero de nombre Epifanio Vargas, quien primero los siguió, y después corrió a Camiri para denunciarlos.

Existían antecedentes: desde la instalación del foco guerrillero en noviembre, un vecino de la zona, un tal Ciro Algarañaz, se mostró excesivamente interesado por el trajín del campamento, y ofreció ayudar a los supuestos finqueros, pensando que se trataba de una plantación de hoja de coca y fabricación de cocaína. Después asignó a uno de sus peones —bautizado por los guerrilleros como el vallegrandino— la tarea de vigilar la casa de calamina; al acercarse los militares en marzo, contaban con la información y las aprensiones de Algarañaz y el vallegrandino.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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