lunes, 24 de noviembre de 2014

Che Guevara: traicionado o no? Parte 8

Octava parte del dossier basado en el libro “La vida en rojo”, de Jorge Castañeda, que cuenta la desafortunada aventura guerrillera del Che Guevara en Bolivia.

Eighth part of the dossier based on the book “The life in red", of Jorge Castañeda, that narrates about the unfortunate adventure fighter of the Che Guevara in Bolivia.

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CIRO ROBERTO BUSTOS Y REGIS DEBRAY.

Ciro Roberto Bustos no fue el primer argentino en ser convocado a Bolivia. En los primeros días de febrero, Eduardo Josami, un dirigente del gremio de los periodistas, fue citado por Tania en La Paz, y posteriormente conducido a Camiri. Allí se le informó de la marcha de exploración del Che; debería aguardar un par de semanas el regreso del comandante. Resolvió volver un mes después en lugar de esperar en Camiri, expuesto a todo tipo de preguntas y sospechas. El propio Josami recuerda hoy en día que “nunca estuvo clara para mí la finalidad del viaje”; y que le causó cierta impresión la “precariedad de los medios”, así como la posibilidad de que tanto movimiento en jeep con Tania y dos peruanos encaminados a la guerrilla alertaran a las fuerzas armadas. Así sucedió y nunca conoció el campamento.
Ciro Roberto Bustos, en cambio, sí llegó a Ñancahuazú. Sus contactos con el Che se remontaban a 1963, cuando la frustrada guerrilla de Jorge Masetti. Tania había invitado a Bustos al campamento en enero; pero apareció con Debray el 6 de marzo. Era un pintor mediocre y un activista ingenuo, cuya misión fue diseñada por el Che tiempo atrás: preparar su repatriación al país natal organizando a fracciones y disidencias comunistas, peronistas e incluso trotskistas, para integrar el principio de un grupo armado argentino. Bustos no pensaba realizar una visita prolongada; su paso debía ser fugaz y callado. Compartiría la cárcel de Camiri durante más de tres años con Regis Debray.

El francés efectuaba su tercer viaje en tres años a Bolivia, pero en esta ocasión su propósito era más político y público que las veces anteriores.
Había sido enviado por Fidel Castro con algunos mensajes y análisis para el Che, y para traer otros de vuelta. Debía operar como una especie de enlace del Che con otros grupos latinoamericanos; tenía previsto pasar por Sao Paulo al salir, y coordinar las acciones de Guevara con Carlos Marighela. Contemplaba permanecer en el campamento sólo por unos días, ya que el sentido de su encomienda dictaba que saliera lo más pronto posible de Bolivia.
Los tres visitantes coincidirán menos de un mes con el Che en la base guerrillera. Su partida ocasionará una nueva crisis, de consecuencias demoledoras, pero antes de ello sucedieron varios acontecimientos adicionales que impidieron cualquier tranquilidad o reposo. El primero fue la ruptura de las comunicaciones debido a la descompostura o inhabilitación de los transmisores de la guerrilla; el otro consistió en la continuación de las deserciones e indiscreciones que permitieron al ejército boliviano formarse una idea precisa de su enemigo.

LA IMPOTENCIA.

La comunicación fue el talón de Aquiles de la guerrilla del Che. Se transportaron dos transmisores norteamericanos enormes, pesados, de bulbos, de la Segunda Guerra Mundial, que requerían de una planta eléctrica autónoma. Uno de los aparatos se mojó y dejó de servir desde enero, por ser enterrado en una cueva mal hecha; al otro se le rompieron los dos bulbos.
Loro Vázquez Viaña fue comisionado para comprar otros en Santa Cruz. En vez de conseguir una caja, compró sólo dos y los tiró ahí en el piso del jeep. Al cabo de 600 kilómetros de caminos malos, los bulbos llegaron a Ñancahuazú ya totalmente inservibles. En marzo se acabó la gasolina para la fuente de poder; los guerrilleros no volvieron a tener combustible. Sus dos aparatos adicionales, para radioaficionados, también se descompusieron rápidamente; por último, disponían de un aparato de radiotelegrafía, pero carecían de la clave para utilizarlo.

A partir de febrero, el Che se quedará incomunicado con La Paz, Cuba y el mundo, salvo para recibir mensajes. No podrá enviar informes, llamados de auxilio o partes de guerra. Cuando además se cae la red urbana y se interrumpen las comunicaciones por la vía personal, se cortan todos los nexos: el Che está solo.
Los cubanos saben, desde principios de febrero, que el Che quedó desprovisto de sus aparatos transmisores y de cualquier capacidad de comunicación con ellos. A partir de ese momento, La Habana dependerá de los cables de prensa para informarse de los acontecimientos en Bolivia. Carecía por completo de cualquier información directa salvo por la llegada de algunos mensajes sacados del campamento durante los primeros meses y, en marzo, por el retorno a Cuba del enlace urbano, Renán Montero.
Dada la enorme importancia de este factor en la guerra de guerrillas, el aislamiento sólo podía ser interpretado como una señal alarmante. Sin embargo, no causó mayor escozor en la isla.

Por otra parte, el inicio de los combates y la exposición de la guerrilla alientan nuevas deserciones, y conduce a las fuerzas armadas a los campamentos.
En una reunión con todo el personal el 25 de marzo, el Che regaña a medio mundo, descarga su ira contra Marcos y lo remueve como jefe de la vanguardia, ofreciéndole la alternativa de ser degradado a simple combatiente o devuelto a La Habana. Informa que tres más de los reclutas de Moisés Guevara —Chingolo, Pepe y Paco— no han servido, pues no trabajan ni aportan nada. Piden separarse del grupo y volver a sus casas; el Che concluye que deberán ser despedidos en la primera oportunidad. Por lo pronto, si no trabajan, se les privará de comida, al igual que otro recluta boliviano, de nombre Eusebio, que también ha solicitado su baja.

El 7 de abril, la Cuarta División del ejército boliviano ocupa el campamento central: caen el hospital de campaña, las medicinas, el horno, y una multitud de prendas de los guerrilleros que proveen a inteligencia militar de una mina de oro de datos y detalles. Estos hallazgos, sin embargo, no bastan para proteger al ejército de una nueva derrota el 10 de abril; un par de emboscadas colocadas por los guerrilleros en el cauce del río, camino al campamento, ocasiona al enemigo nueve muertos, una docena de heridos, trece prisioneros, y arroja un botín considerable de armas, granadas y parque.
El grupo comandado por Rolando muestra un gran ingenio táctico al no retirarse después del primer enfrentamiento: en lugar de pegar y huir, pega dos veces. Será el triunfo más sonado de la guerra para los insurrectos; desmoraliza al gobierno, alienta a los simpatizantes de la guerrilla y descontrola seriamente al régimen de René Barrientos.

La situación de las autoridades bolivianas era en efecto preocupante. En escasas dos semanas habían sufrido 18 muertos, veinte heridos y perdido material considerable. La guerrilla no recibió en el mismo lapso más que una baja—el Rubio, Jesús Suárez Gayol— y la moral de la tropa oficial andaba por los suelos. Los oficiales exageraron el número de combatientes “alzados” — algunos hablaban de quinientos— así como las proezas de los combatientes insurrectos.
Barrientos recorrió la zona y prometió erradicar al grupo armado a la mayor brevedad, pero reveló nerviosismo y un comportamiento errático. Sólo fue con el tiempo y gracias a la insistencia norteamericana que el general Alfredo Ovando, retomó paulatinamente el control de la respuesta gubernamental. Comprendió que la lucha sería larga; que sería preciso obtener apoyos externos de armas, entrenamiento e inteligencia, y que para dominar a la guerrilla debería formar cuerpos de élite de lucha contra fuerzas irregulares.

UN SECRETO QUE NO LO ERA.

Aunque estaban convencidos de la presencia del Che, los militares preferían hablar de “cubanos y extranjeros” en general, y evitaban mencionar al comandante Ernesto Guevara.
Los norteamericanos tampoco deseaban publicitar la participación del Che, y evitaron que la prensa extranjera se percatara de ello. La discreción de las autoridades les redituó considerablemente: como señala Mario Monje en su carta al Comité Central del PCB en 1968, el hecho de que la identidad del Che se hubiera mantenido en secreto, antes y después de que el gobierno la hubiera detectado, talvez protegió al argentino pero impidió que decenas o centenares de militantes se sumaran a la lucha encabezada por una verdadera leyenda latinoamericana.

¿Cuándo y cómo se confirma la presencia del Che en Bolivia?
Según Gustavo Villoldo, que llega por primera vez a Bolivia en febrero y nuevamente a finales de julio para encabezar el country team de la CIA, él se convence del papel de Guevara gracias a la infiltración de tres personas en el aparato urbano montado por los cubanos y el PC. Todavía a estas alturas Villoldo se niega a proporcionar los nombres de los dos bolivianos y un peruano que viven aún bajo “protección” institucional. Y agrega: “Pero sí te puedo decir que se colocaron una serie de activos y los activos fueron los que empezaron a darnos la información necesaria para neutralizar. Todo ese mecanismo, ese apoyo logístico, al neutralizarse, dejó a la guerrilla totalmente fuera de apoyo. Penetramos totalmente al aparato urbano”.

Larry Stemfield, jefe de estación de la CIA en Bolivia hasta abril de 1967, ha confirmado que él comprobó la presencia del Che antes que las autoridades bolivianas, por fuentes bolivianas de nivel medio que trabajaban bajo contrato con la CIA. John Tilton, el sucesor de Stemfield, corrobora esta versión en sus memorias inéditas: una noche me llamó a casa el presidente Barrientos para preguntarme sobre un rumor de que el Che Guevara estaba en Bolivia. Hicimos cita y le dije que parecía que el rumor era cierto.
Que la jerarquía de la CIA en Langley no les haya creído a sus jefes de estación en La Paz no debe extrañar; sucedió lo mismo con los reportes de Lawrence Devlin sobre el Che en el Congo. Tilton aún lamenta las dificultades que enfrentó para convencer a su sede de sus sospechas.

Así, cuando Debray y Bustos caen presos el 20 de abril, las fuerzas armadas ya disponen de los datos suministrados por los desertores y por el “semipreso” Salustio Choque Choque. Esos datos les permiten asegurar que el jefe de la guerrilla es el Che.
Además, el 24 de abril Jorge Vázquez Viaña fue herido y capturado por el ejército, según algunos tratando de huir, según otros, por desordenado. Después de ser intervenido quirúrgicamente en un hospital militar, fue interrogado por un agente de la CIA, que operaba con el nombre de Eduardo González. Para confundir más las cosas, habrá dos oficiales de la CIA en Bolivia con el mismo seudónimo: este González, que llega primero, y otro, cuyo verdadero nombre es Gustavo Villoldo, y que aparece en las fotos del cadáver del Che en Vallegrande.
El primer González, fallecido ya, interroga a Vázquez Viaña, a Debray y a Bustos. Le tiende una trampa al Loro, haciéndose pasar por un periodista panameño de izquierda, a quien Vázquez Viaña cuenta todo, con pelos y señales,

REGIS DEBRAY.

Durante las primeras semanas de interrogatorios y golpizas, Debray se mantiene en lo acordado: era periodista, y fue a Bolivia a entrevistar a los guerrilleros; había escuchado los rumores sobre la presencia del Che, pero no lo había visto. Después, aceptará que entrevistó al Che pero que creía que ya había salido de Bolivia.
Armados de la información suministrada por el Loro, González confronta a Bustos. Con lujo de detalles, Bustos dibuja retratos de los guerrilleros, describe la vida en el campamento, con mapas y rutas de acceso; en una palabra canta. Las fotos de sus dos hijas que le permitieron a sus interrogadores amenazarlo con secuestrarlas lo quebraron. No resistió el interrogatorio; ni siquiera fue golpeado.

Obligado a desplazarse, a lograr la salida de sus visitantes y a buscar nuevas fuentes de abastecimiento, privado de comunicaciones y de red urbana, el 18 de abril el Che inaugura la siguiente crisis de la campaña de Bolivia, al dividir sus fuerzas, con una intención provisional, destinada a ser definitiva.
Definitiva y fatal: una fuerza tan pequeña no podía escindirse; al quedar separados e incomunicados los dos destacamentos, pasarán cuatro meses buscándose mutuamente en las serranías bolivianas, en ocasiones a cientos de metros los unos de los otros, incluso abriéndose fuego, sin jamás establecer contacto. La separación se origina en la necesidad de lograr la salida de Bustos y Debray. Al comprobar las dificultades para alejarse de la zona cercada por el ejército, los dos visitantes expresan su disposición a unirse a la guerrilla, pero el Che, por lo menos en el caso de Debray, responde que afuera puede servir a la causa con mayor eficacia, portando mensajes a Fidel y organizando una campaña internacional de solidaridad.

El valor de una difusión de esa magnitud adquiere mayor relevancia al iniciarse las hostilidades y resquebrajarse la red urbana. En su diario, el Che subraya que Debray expuso su voluntad de abandonar el campamento con demasiada “vehemencia”, pero Guevara igual accede y actúa en consecuencia. Deja a Juan Vitalo Acuña —Joaquín, su segundo de a bordo— con diecisiete hombres, incluyendo a una Tania debilitada que ya no puede volver a la ciudad, a los enfermos, y a los cuatro hombres de Moisés Guevara — conocidos como la resaca— que deberán ser dados de baja lo más pronto posible.

Con los 30 combatientes restantes, el Che marcha hacia el sur, en dirección de Muyupampa, poblado que piensa ocupar, aprovechando la consiguiente confusión para largar a los dos extranjeros. Gira órdenes precisas a Joaquín para que al cabo de tres días se reencuentren en la misma zona, evitando enfrentamientos que puedan entorpecer la reunificación.
Pero el ejército se adelanta y entra a Muyupampa, cancelando la opción de la toma armada. En el camino, sin embargo, la vanguardia guevarista se topa con un periodista chileno-inglés, de talante sospechoso, quien, guiado por unos niños, había descubierto a la banda armada. George Andrew Roth acepta un trato: a cambio de una entrevista con Inti Peredo, acuerda volver a Camiri con Debray y Bustos, avalando su calidad de periodistas.

¿POR QUE NO MAS PUNTOS DE REUNIÓN?

De nada sirve el ardid: al ser descubiertos Debray y Bustos son detenidos por la policía y entregados a la Cuarta División. Allí son interrogados, y probablemente hubieran sido eliminados, cuando el escándalo en la prensa y la presión de la CIA lo impiden, no por altruismo sino para poder obtener más información. Ambos serán juzgados y condenados a 30 años de prisión; su liberación se producirá en 1970, cuando el gobierno progresista de Juan José Torres llega al poder.
El Che no fijó puntos de reunión con la retaguardia, en caso de verse dispersados por el ejército o cualquier otro factor. La falta de comunicaciones adecuadas, ya fuera entre los dos contingentes, o con un tercer centro —La Paz o incluso La Habana— imposibilitó el reagrupamiento. Cuando el ejército efectuó nuevas maniobras y obligó al Che a moverse hacia el norte, lejos de la zona donde lo aguardaba Joaquín, el hilo se rompe para siempre. Nunca abandonará el Che el intento de la reunificación; cuando más tarde sus compañeros le suplican que cambie de idea, enfurece. Como además escaseaban los habitantes en la zona, y los pocos lugareños anuentes a conversar con los guerrilleros reaccionaban con temor u hostilidad, sólo la suerte hubiera podido lograr el reencuentro.

¿Por qué no dispuso el Che varios puntos contingentes de reunión con la retaguardia?
El misterio perdura 30 años después.

En el análisis más profundo escrito por un militar boliviano, Gary Prado atribuye el error a una sobreestimación de las fuerzas propias y a un desprecio indebido hacia el ejército. La respuesta yace probablemente en el estado de ánimo del Che en esos días, destrozado por la debilidad, el mal humor y el asma, y abrumado por la infinidad de problemas que lo aquejan.
En su diario el Che consigna ataques constantes de asma y una negra nube depresiva; las circunstancias no se prestaban a decisiones inteligentes, cuidadosas y previsoras.
Durante esas semanas de abril y mayo, cuando el Che esperaba forjar vínculos con los campesinos de la región —consciente sin embargo de los obstáculos que habría de vencer para lograrlo— sucede lo contrario. La muerte de dos civiles crea un pésimo ambiente en el seno de la población aledaña; la campaña anticomunista desplegada por las fuerzas armadas surte efecto; los comunicados del recién bautizado Ejército de Liberación Nacional reciben una rala difusión en una prensa cada vez más censurada. Los aldeanos aceptan vender víveres a los combatientes, pero con recelo; hablan con ellos, pero con miedo, y suelen informar rápidamente a las autoridades de cualquier roce con los guerrilleros.

El 15 de abril, La Habana publica un ensayo del Che en la revista “Tricontinental”, donde el comandante emite su consigna más famosa: “Crear dos, tres Vietnam”.

El tono antisoviético del discurso también es patente; la operación propagandística, igualmente. Se difunden seis fotos del Che, dos de civil y cuatro de verde olivo. Apunta en su diario, el 15 de abril, que la publicidad recogida por su mensaje garantiza que “no debe haber duda de mi presencia aquí”. El combate contrainsurgente en Bolivia se transforma entonces en una cacería. Se colocan todos los recursos locales al servicio de una causa única: capturar y matar al Che Guevara; ningún esfuerzo será desplegado en el otro platillo de la balanza para alcanzar un equilibrio.
Pronto, miles de soldados peinarán una zona inmensa pero hostil como pocas, rastreando a menos de cuarenta hombres hambrientos y enfermos, divididos en dos grupos incomunicados.

Continuará…

Fuente: Periódico “Última Hora”. La Paz, 5 de octubre de 1997.

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