sábado, 13 de diciembre de 2014

El amor frente a los valores y antivalores

Cuando el amor es condicionado por el convencionalismo social deja de ser un hermoso sentimiento y puede convertirse en una horrorosa obligación.

When the love is conditioned by the social convention it stops to be a beautiful feeling and it can become a hideous obligation.

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A veces hay que decir que ya basta.

El amor saludable tiene sus límites.

Necesitamos aprender a amar.

Amar totalmente sin esperar nada? Por favor....

Amamos con el corazón o con el cerebro?.


Aunque en la actualidad (…) los valores de realización personal e independencia han comenzado a instalarse en la mente femenina, el paradigma de la "renuncia de sí" o el "ser para el otro", como afirmaba Simone de Beauvoir en “el segundo sexo”, siguen ejerciendo un peso considerable en la manera de pensar de millones de mujeres en todo el mundo.

La idea de que ellas son "el pilar de la familia" y que, por tanto, deben estar dispuestas a hacer cualquier tipo de sacrificio para defender la unidad y felicidad del grupo familiar es similar a la del soldado que muere por una causa o el hombre que lo hace por el honor. Valores que son antivalores: el deber de la despersonalización que se sustenta en la sacralización de un amor desmedido.
No importa que debas sacrificar estudios, profesión, vida social y hasta las ganas de vivir: si te deprimes en nombre del amor, esa depresión será santificada.

Según esta filosofía amorosa insensata, es apenas natural que los condicionamientos sociales pongan a tambalear cualquier tipo de autonomía. Una de mis pacientes, una abogada prestigiosa que llevaba casada doce años, me aseguraba que sólo podía sentirse realizada cuando su esposo estaba alegre y contento: "Si él está bien, yo estoy bien, es así de sencillo. Sólo quiero verlo feliz". Cuando le pregunté por sus necesidades, me respondió: "Verlo bien...". Cuando insistí sobre qué cosa la hacía feliz a ella independiente de él, me respondió:"Hacerlo feliz. No quiero otra cosa". La repetición mecanizada de la adicción, perseverar en un amor que se recrea a sí mismo en el otro.

Ya no había lugar en su mente para que entrara información discrepante. Su bienestar había quedado, por obra y gracia de un amor totalitario, indisolublemente ligado al estado de ánimo de su pareja: "Tu felicidad es la mía".
Recuerdo una canción de Bryan Adams,"Todo lo que hago lo hago por ti", que dice en una sus estrofas:

Tómame como soy, toma mi vida.
Daría todo lo que pudiera sacrificar.
No me digas que no vale la pena.
No lo puedo evitar, no hay nada que quiera más.
Sabes que es así.
Todo lo que hago, lo hago por ti…

En una relación convencional, bajo el amparo de la tradición sentimentalista y el "espíritu de sacrificio", los intereses personales caducan y "vivir para el otro" se convierte en mandato.

Amor heroico, inmolación de la propia identidad, que las abuelitas en su sabiduría llamaban "la cruz del matrimonio".

En los amores enfermizos, cuya norma es la dependencia y la entrega oficial sin miramientos, el desinterés por uno mismo se convierte en imperativo. Toda forma de independencia es sospechosa de egoísmo, mientras el desprendimiento y el altruismo relamido son considerados un acercamiento al cielo y un pasaporte a la salvación. No sólo hay que vivir para el prójimo, sino también, legal y moralmente, para la persona que supuestamente amamos, sin excepciones.

Dicho de otra forma: la propuesta afectiva implícita que aún persiste en la mayoría de las culturas amantes del amor desesperado, inclusive en muchas de las llamadas culturas "liberadas" o "liberales", sigue siendo la misma que ha caracterizado la historia del amor desde sus comienzos: "Amar es dejar de ser uno mismo". No se trata de vincularse en libertad, sino de desaparecer en el ser amado.

Pura absorción.

Fuente: Walter Riso: "Los límites del amor. Hasta dónde amarte sin renunciar a lo que soy".

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