sábado, 2 de julio de 2011

Vencer vs. prevalecer

Puedo estar equivocado…

El encuentro inaugural de la CopAmérica 2011 abrió un cúmulo de expectativas; pero pocos podrían haber asegurado que el sin dudas candidato a ganar el torneo haya tropezado como lo hizo.
Y es que empatar un partido, luego de haber vencido en amistosos previos a seleccionados de mejor cartel, con costumbre de llegar “de corrido” a finales mundiales, con jugadores casi estratosféricos, una afición que exige a rabiar, en un partido inaugural, y nada menos frente a un equipo de modesto talante, que por poco no logra sostener su ventaja hasta el final, es para angustiar a cualquiera, mucho más si la adrenalina está “a chorros”…
La imagen para este post la encontré por ahí, vagando en la Red, y no niego que tenga su propia carga temperamental y velada alusión política; pero de entre las muchas que los aficionados suelen hacer apenas finaliza un partido, o incluso antes, para lanzarlas por su Face… o colgarlas en sus blogs… aventajando incluso a agencias de noticias y periódicos, me pareció significativa porque el autor, aun empleando elementos gráficos y textuales polémicos, parece captar la psicología del momento en que Raldes se planta ante Messi, diciéndose ambos quién sabe qué, a partir de lo cual, como casi todos los analistas y críticos advirtieron, el encuentro fluyera y se precipitara por otro camino.
¿Por qué Goliat perdió la compostura y algarabía adolescente que se le conoce, y elogia con justicia, en las ligas europeas?
¿Qué le llevó a David, quien a propósito construyó con esfuerzo su estatura deportiva precisamente en Argentina, a plantar cara al gigante, para hacerle refugiarse poco a poco en la medianía táctica, renunciamiento que pocas veces se le ve en el Barza?
En mi Modesta opinión (la mayúscula es en homenaje a mi mami que está arriba, y así se llama), ese momento marca el quiebre, psicológico más que futbolístico, que determina el desenlace de la confrontación. Es el Waterloo del entrenador argentino, y el Stalingrado de sus jugadores.
Siendo objetivos, Argentina no logró aun cuajar hasta ese partido inaugural un equipo fluido, porque no se trata simplemente de armar un álbum de grandezas individuales sino hilvanar una legión compacta, algo que es más difícil cuanto mayor es la talla de sus soldados, cada quien con su genio, sus aristas, su particular forma de ser y de hacer, y por qué no decirlo, con sus celos, recelos y pretensiones.
Por su parte, Bolivia parece haberse preparado mejor, al menos para este encuentro. El partido le fue difícil a Argentina desde el inicio. Quinteros, entrenador argentino-boliviano, planteó la estrategia de bloquear la cancha y desconectar a los adversarios, para lanzarse ordenadamente luego a recuperar el balón, sin atolondrarse, sin descuidar la espalda, pero intentando aprovechar las ocasiones de marcar gol, que desde un inicio ya sabía que iban a ser pocas.
Empujados por las tribunas, los gladiadores, desconectados, comenzaron a forzar lances por su cuenta. Ante la dificultad de conservar cohesión ofensiva aparecieron los intentos personales. El asedio aéreo no fructificó tampoco. El frente derecho quedó estancado y sólo la línea izquierda pareció tener espacio. Los bolivianos persistieron en resistir y de rato en rato amenazar.
Y en eso aparecieron las sobredosis de adrenalina…
Puede que en la mente de Messi y de algunos más haya rebrotado el fantasma del 6 a 1 que Bolivia le infligiera ya hace años. Es que el subconsciente es así, no lo podemos controlar, ni siquiera negociar con él, los psicoanalistas lo explicarían mejor.
En esa ocasión, Walter “el papaya” Flores se encargó de hacerle comprender a Goliat que, a pesar de todo, en la cancha hay 22 iguales, que la estatura deportiva no es como los contratos de muchos ceros que se firman por temporada deportiva, y que la fama dentro de los 90 minutos pueden valer y dejar de valer según pueda, o mejor, quiera la voluntad lograrlo.
El apodo de papaya alude a la propiedad de dicha fruta de ablandar poco a poco la carne dura antes de hornearla.
Imparable como es Messi en campos europeos, y con mucho mérito, uno no logra explicarse por qué entrenadores rivales de esos lares no se fijan en el Papaya Flores que, en ocasión del mentado 6 a 1 que le ganó Bolivia a Argentina, tuvo al apreciado Pulga (que de pulga no tiene nada) prácticamente patiatado… y ahora Raldes.
Pero quién sabe qué piensan esos grandes del fútbol que de tanto mirar siempre por arriba a veces terminan tropezando… que también tienen derecho a hacerlo, por supuesto.

Volviendo al encuentro.

Nadie discutirá que Messi comenzó “a perder el libreto”, líder como es, pronto fue copiado por sus compañeros; y el adversario de la impaciencia, más grande que el de verde, se hizo respetar.
El fútbol es un deporte duro, de continua fricción y por eso a veces colinda con lo violento, y lo temperamental suele ser el denominador común, tanto para mantener el ímpetu de juego como para sobreponerse a la sensación de fracaso en la derrota. En esto, no sólo es un juego de técnica sino también de actitud, y en este sentido, un deporte “calentón” como diría un jovenzuelo de arrabal.
Entonces, el triunfo no está sólo en los goles sino también en la determinación para lograrlo.
Primero prevalecer, luego vencer…
Una jugada que sale mal, frente a miles en las tribunas y millones en la televisión, una ovación, una rechifla, el machacar de las infracciones continuas que se recibe, hasta una mirada fulminante del adversario “que te traga entero” suelen bastar para inocular el virus de vacilación cuya vacuna no se ha inventado todavía.
Así, el triunfo comienza primero, o termina, “en los adentros”.

Gaboshi, algunas tardes, en su candidez infantil, suele coaccionarme a ver junto a él la serie Bade-Blade que pasan a diario por Disney-XD, del que ahora recuerdo una enseñanza que talvez resulte ridícula, pero ni tanto: “No es el poder del Bade lo que te hace ganar sino el espíritu que llevas dentro…” (gracias Gaboshi).
Y es que, como solía decir el Bigotón Azkargorta, “el deportista es ante todo una persona…”, y una persona actúa pero sin dejar nunca de sentir…

Los breves segundos que enfrentó David contra Goliat decidieron el rumbo del combate. El desenlace sirve para que cada cual, según su gusto, piense quién ganó.

Agüero, el Kun, otro batallador, “salvó el show”, para alivio de celestes y desencanto de verdes. Ni modo, así terminaron las cosas: unos “medio-ganando” y otros “medio-perdiendo”.

Lo demás es historia…

Pero intentemos siempre ser justos. Junto a la batalla del fútbol hubo otra metafórica, casi subliminal, una batalla de personalidades y voluntades.
Argentina podrá ganar el campeonato, Bolivia podrá avanzar más que en otros eventos, quién sabe si llegar lejos. El deporte es así. Pero cada cual llevará para siempre la marca de ese momento anecdótico, que podrá convertirse histórico en la medida que uno lo piense…
Como el empate que le propinó San José de Oruro al en ese tiempo casi sacrosanto Sao Paulo en su propia cancha la década del 90 (a la larga Campeón Intercontinental invicto), como el gol que Etcheverry le plantó a Brasil en las eliminatorias de USA-94, como el desplante del mismo Diablo a Matthaus (me corrigen si no fue a él) en el partido inaugural de USA-94, como el casi-empate de esa vez, como el 6 a 1 Bolivia-Argentina, en que el Papaya Flores tuvo inmóvil al Pulga (a quien por cierto elogio igual su calidad de deportista y persona, más allá de lo circunstancial)…

Una lección podemos sacar todos de esta experiencia: los grandes, no siempre son demasiado grandes…

Ukamau la cosa.

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