miércoles, 20 de julio de 2011

Acerca de Sucre, el Mariscal y la ciudad – Parte 6

Autor: Varios.
Fuente: Suplemento del periódico La Razón, Bolivia, La Paz, marzo de 1995.

SUCRE Y EL LITORAL BOLIVIANO.
BOLIVIA NACIÓ CON COSTA, PERO NO CON PUERTO.
Autor: Fernando Cajías de la Vega.

Sucre no dudó un instante, a diferencia del caso de Tarija, que Atacama pertenecía a Charcas, por eso en el Decreto del 9 de febrero de 1825 por el que se convocaba a la Asamblea General de Diputados de las provincias del Alto Perú, se establece en su artículo 10º: “Sobre un cálculo aproximativo de la población, habrá un diputado por cada 25.000 almas; así el Departamento de Potosí nombrará tres diputados por Potosí, tres por Chayanta, tres por Porco, uno por Atacama y uno por Lípez”. (Colección de Leyes de la República de Bolivia)
Es decir que Atacama fue tomada en cuenta para asistir a la Asamblea que declararía la Independencia de Bolivia. Atacama comprendía la puna, el desierto, los oasis (San Pedro, Calama) y la costa. Durante la colonia, la mayor actividad económica y la mayor parte de la población estaba concentrada en Atacama La Alta, por eso, la capital de la provincia era San Pedro de Atacama. La Baja, especialmente la costa, estaba prácticamente despoblada. Cobija fue utilizada esporádicamente como puerto, casi exclusivamente como un puerto de contrabando.
La Audiencia de Charcas no usó Cobija porque de acuerdo a las regulaciones coloniales, primero utilizó Arica y luego Buenos Aires. Por lo tanto, Bolivia nació con costa; pero no con puerto.
El problema más grande no era el de soberanía sobre la costa, sino la difícil tarea de habilitar un puerto. Ese fue un desafío prioritario tanto para Bolívar como para Sucre; Bolívar a más del decreto de habilitación no pudo iniciar el proyecto durante su corto gobierno. La tarea le correspondió a Sucre.
La soberanía de la costa no fue discutida por Chile, sino quince años después. El único problema que se presentó al respecto fue con Salta a pocos días de fundada la República. El gobernador de Salta pidió que en Atacama se diera un proceso similar al de Tarija, es decir que sus habitantes eligieran a qué país querían pertenecer, basado en que Atacama fue liberada del dominio español por Salta desde 1817. El objetivo principal era sin duda que dicha provincia tenga una salida natural al Pacífico. Sucre impidió firmemente que los “emisarios de Salta indispongan a los habitantes de Atacama contra las demás provincias del Alto Perú y separar la provincia de Potosí agregándola a Salta” (Archivo Nacional de Bolivia, ANB, M.I., T.8, Nº 63), ordenando que el Presidente de Potosí (así se llamaba en los primeros meses a los Prefectos) nombre un gobernador de la provincia y envíe un piquete de soldados. El 30 de agosto de 1825 instruyó al Presidente que debía tomar medidas militares y políticas. En cuanto a lo militar, si el piquete era insuficiente, debía enviarse una compañía de oficiales, escogidos para conservar el orden en la Provincia. En cuanto a lo político instruye escribir a los habitantes de Atacama, anunciándoles “...que no sólo que el gobierno no quiere ni pretende cobrar tributos ni contribuciones, sino que trata de abrir allí un puerto franco, para el comercio de las provincias del Alto Perú, por cuyo puerto no pagarían derecho alguno los que introdujeran efectos extranjeros, de manera que siendo un puerto verdaderamente franco y libre, la provincia se hará poderosa en muy poco tiempo, cuya ventaja tan cierta y franca no deben esperar de ningún otro gobierno...” (idem ANB).
En la misma fecha, Sucre escribió a Arenales, gobernador de Salta, advirtiéndole diplomáticamente que Salta no tenía ningún derecho sobre Atacama. Las instrucciones de Sucre fueron cumplidas con la celeridad que permitía la época. Se nombró como primer gobernador a Domingo Casanova quien con una compañía de infantería consolidó la soberanía de Bolivia sobre Atacama. Salta no reclamó más. Sucre logró con su decisión ese cometido. Nombró un gobernador, envió una compañía militar e instruyó que ningún habitante de Atacama pague contribución alguna y que se hagan cumplir todos los decretos favorables a los indígenas.
UN ESTUDIO PARA HABILITAR EL PUERTO
La principal tarea que Sucre demandó del Presidente de Potosí y del flamante gobernador de Atacama fue el estudio de la costa, los caminos, el agua y todo lo concerniente para habilitar un puerto. El principal comisionado para realizar ese estudio fue el Coronel del Ejército Libertador, Francisco Burdett O’Connor.
O’Connor cumplió su misión a cabalidad. Después de conocer los pueblos de la provincia se dirigió a Cobija donde “...no encontró más que un hombre cochabambino llamado Maldonado; éste me dijo que habían muerto de viruela todos sus changos, pescadores de lobos, que no había más viviente en el puerto que él y su hermano” (Burdett O’Connor, 1847). Al día siguiente de su llegada a Cobija, llegó al puerto el bergantín de guerra “Chimborazo”, con el Jefe de la Escuadra Colombiana y a bordo de ese bergantín recorrió toda la costa boliviana. Visitó Tocopilla, Mejillones y Paposo; pero por falta de agua, sugirió que se habilite el puerto de Cobija.
Luego se arrepintió de no haber sugerido que se habiliten todos, sobre todo el de Paposo; “...si yo hubiese podido penetrar en lo futuro, hubiese habilitado los dos puertos... de este modo se hubiesen evitado las posteriores pretensiones infundadas de Chile “ (idem).
Precisamente, a instancia del informe de O’Connor, el 28 de diciembre Bolívar decretó la habilitación del Puerto de Cobija a partir del 10 de enero de 1826 con el nombre de Puerto La Mar, en homenaje al Gran Mariscal Don José La Mar, vencedor en Ayacucho. Asimismo instruyó que por la internación de productos a las provincias del Alto Perú se pague el 2% en el puerto y nada en las aduanas interiores.
Pese al decreto citado y los buenos deseos de Bolívar y Sucre no se pudo habilitar el puerto inmediatamente. Se tropezó con obstáculos enormes como la falta de agua, escasa población, pésima comunicación con el interior del país, falta de recursos para construir la infraestructura portuaria y la desigual competencia con Arica.
Fue a mediados de 1827 cuando, por fin, se inició la habilitación formal del puerto de Cobija. Se nombró a Horacio Álvarez como primer Administrador de la Aduana de Cobija, subordinado al Gobernador de Atacama. Se le entregó 4.352 pesos del Tesoro Público de Potosí para los gastos del establecimiento del Puerto.
Además de las medidas citadas, Sucre tomó otras destinadas a atraer población al puerto. El Decreto de 1827 concedía “…exenciones, gratificaciones y auxilios a los individuos y familias que se avecinen en el Puerto de La Mar y diez leguas en contorno: lo mismo que a los que se dediquen a servir en las postas”.
Considerando que ya habían empezado “...las introducciones de efectos extranjeros por el Puerto La Mar, debe el gobierno dar a aquel establecimiento toda su protección..” y porque es interés de la República facilitar el tráfico por aquel puerto y que para ello es necesario aumentar la población”. Por estas razones Sucre decretó que “...todo habitante avecindado en el Puerto La Mar estaba exento de pagar ninguna contribución directa por el término de tres años. Sean nacionales o extranjeros, se les dará por cada familia para sus casas y almacenes, un terreno de veinte varas de frente y cincuenta de fondo en el lugar designado para la población”. A los indígenas avecindados, se les tenía que dar cuatro topos de tierra, animales e instrumentos de labranza, y a los que habitasen las postas se los exceptuaba del impuesto (Colección Oficial 1827).
Horacio Álvarez, de acuerdo a sus instrucciones, tenía que construir el edificio de la Aduana, buscar aguadas y construir el muelle. Hasta la finalización del gobierno de Sucre, sólo pudieron cumplirse en parte las dos primeras tareas. Álvarez tropezó con varios problemas como la falta de dinero, la falta de materiales y, sobre todo, la falta de un arquitecto. Lo cierto es que, pese al esfuerzo desplegado y al dinero invertido, la obra de la Aduana, al finalizar el período gubernamental de Sucre, estaba muy poco avanzada. Por todas estas circunstancias, Horacio Álvarez renunció a su cargo, aduciendo además que el gobernador de Atacama iba muy pocas veces al Puerto y que ya había hecho demasiadas erogaciones de su bolsillo para sostener la administración.
El Puerto comenzó su progreso durante el gobierno de Sucre, prueba de ello era el movimiento constante de comerciantes, pasajeros y buques. El gobierno no dejó, sobre todo a través del periódico “El Cóndor”, de transmitir un mensaje optimista. Un artículo de septiembre de 1827 decía, por ejemplo: “Por cualquiera que considere, la apertura del Puerto La Mar es una adquisición que coloca a los ciudadanos de Bolivia en la situación ventajosa de no estar encarcelados... sin estar sujetos a las restricción del gobierno del Perú, ni a los caprichos de lo jefes de las provincias de la República Argentina”.
AL MARCHARSE SUCRE
A poco tiempo de marcharse Sucre, el primer censo de diciembre de 1828 consignaba una población de 43 personas, sin contar a los indios changos por ser pescadores seminómadas. De los 43, sólo 4 eran bolivianos; el resto eran españoles, 13 peruanos, 2 chilenos, 1 italiano, 1 colombiano, 4 argentinos y 2 portugueses. Es interesante observar que de los españoles, ocho eran ex-militares del ejército español. (ANB, M.I.,T.22, N 21).
Al principio, como ya se vio, la provincia estaba bien guarnecida por un destacamento dependiente del propio Ejército Libertador al mando del capitán Casanova que logró neutralizar las pretensiones de Salta. Cuando se inició la organización de las Fuerzas Armadas Bolivianas para reemplazar a las fuerzas auxiliares se llamó a reclutamiento de jóvenes; pero se excluyó de ese reclutamiento a la provincia de Atacama, sin explicarse las razones. Lo cierto es que desde 1827, la provincia y el puerto vivieron una de las más graves falencias que repercutiría en toda su historia posterior: la falta de guarnición militar y policial. Al final del gobierno de Sucre, Atacama quedó sin guarnición. Tanto el administrador Álvarez, como su sucesor Fernández Alonso se quejaban en 1828 de que los particulares tenían mejores armas que los empleados del gobierno y por eso era imposible detener, entre otras cosas el contrabando.
En suma, tanto Bolívar como Sucre tuvieron especial influencia en la historia de la costa boliviana. Sucre tenía muy claro el pensamiento de que la verdadera independencia de Bolivia pasaba por tener un puerto propio suficientemente consolidado. Por eso su gobierno fue especialmente hostil a Arica, como puede verse en muchas publicaciones del periódico “El Cóndor”; pero no logró, como era su propósito, que se deje de utilizar Arica.
Sucre dejó las bases para el progreso de un puerto que Santa Cruz supo acrecentar en el primer período de su gobierno.
Sucre está también vinculado a Cobija en su despedida. Por ese puerto salió de Bolivia a Colombia. A pesar de su desencanto político, se dio tiempo para escribir un informe sobre el puerto y dejar a los bolivianos una serie de sugerencias.

LA MARQUESA Y EL MARISCAL.
Autor: Jorge Querejazú Calvo.

Al pie del volcán Cotopaxi, en las afueras de Quito, se libró la batalla de Pichincha, ganada por las fuerzas que comandaba el joven cumanés Antonio José de Sucre. Era el 24 de mayo de 1822. Tras descansar, atender a sus heridos y enterrar a sus muertos, a las tres de la tarde del día siguiente el ejército victorioso hizo su entrada en la ciudad, engalanada con arcos de enramada, tapices y flores en los balcones. Una multitud delirante acogió a los bravos guerreros venezolanos, granadinos, quiteños, peruanos, rioplatenses y altoperuanos. Desde ventanas y balcones las mujeres arrojaban flores sobre el cortejo triunfal. Al otro día se realizó un solemne Te Deum en la catedral quiteña. Pero los principales festejos se reservaron hasta la llegada de Bolívar, que arribó tres semanas después.
LA BELLA Y EL GUERRERO.
En una gran fiesta de la alta sociedad quiteña, Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa de Solanda y Villarocha, conoció al héroe aclamado y admirado por todas las damas, como lo fuera poco antes en Guayaquil. La marquesa, nacida en 1805, tenía entonces 17 años. Sucre contaba sólo 27. A sus encantos personales la marquesa unía una considerable fortuna. Era alta y delgada. Negras cejas en arco, boca chica y regordeta, grandes ojos rasgados y negros, negros como su cabello partido en dos por el centro. Mariana Carcelén era una auténtica belleza.
El capitán Andrews, que conoció a Sucre, lo describe así: “Es delgado de persona, cinco pies y ocho pulgadas de estatura (1,70 mts.), semblante oscuro y curtido; su rostro es oval, ojos oscuros y cara ligeramente picada de viruela. La expresión más saliente del rostro es la benevolencia; es de aquellos que despiertan gran interés”. La marquesa no pudo dejar de admirar al paladín de la independencia, que si no era un buen mozo, atraía a las mujeres por la afabilidad de su trato y su aureola de vencedor.
Sucre, por su parte, olvidando a Pepita Gainza, de Guayaquil, quedó prendado de la bella marquesita. Se enamoraron con un afecto que se mantuvo firme a lo largo de los seis años que el general cumanés estuvo ausente de Quito en las Campañas del Perú y ejerciendo el mando en la flamante república boliviana. Si bien conservó el afecto por su novia, con la que contrajo compromiso matrimonial, no le guardó fidelidad. Una bella tarijeña, Manuelita Rojas, fue su amante en Chuquisaca y le dijo un hijo, Pedro César, nacido el 7 de junio de 1828.
POR POCO SE CASA CON UN MUERTO
El tercer año de su estancia en Bolivia, Sucre decidió honrar su compromiso matrimonial con Mariana Carcelén. A tal fin, otorgó poder notarial al coronel “por palabras de presente que constituyen legitímo y verdadero matrimonio con la señora Mariana de Solanda y Carcelén”. El matrimonio por poder se realizó en Quito el 20 de abril de 1828, dos días después de que Sucre fue herido por los soldados amotinados en el cuartel de San Francisco. Malherido, escribió a la que ya era su esposa: “Por poco te casas con un muerto...”
Unos meses después, el 2 de agosto, tras renunciar a la Presidencia y enviar su célebre Mensaje a la Nación, Sucre partió de Chuquisaca y marchó hasta el puerto de Cobija, adonde llegó en 23 días. Allí se embarcó rumbo a Guayaquil. Arribó a Quito el 30 de septiembre, cumpliendo el anhelo acariciado durante su estancia en Bolivia.
“Pobre, con solamente mil pesos, después de haber mandado discrecionalmente durante seis años en el Perú y Bolivia, Sucre regresa a Quito. Nunca tenía un céntimo. Todo lo daba. Los haberes en Colombia los cedió a su familia en Cumaná, los veinticinco mil pesos que le donó el Congreso de Bolivia los mandó repartir entre los pobres, los huérfanos y las viudas de los soldados de Ayacucho; y sus sueldos del Ecuador los cedió para raciones en la campaña de Tarqui” (“Sucre” por J. A. Coya). En carta a Bolívar le dijo: “No cuento para vivir más que lo que tiene mi mujer y estoy contento. Ella me dará el pan y yo le daré los honores que me ha dejado la guerra”.
“Los quiteños veían más tarde -dice su biógrafo Villanueva- a su Libertador, el héroe de Pichincha, cabalgando en su mula, inválido de un brazo, salir de la ciudad para ir al campo a trabajar diariamente como administrador de las haciendas de su esposa...” En julio de 1829 nació su hija Teresa. Sucre escribió: “Marianita parió el 10 y por desgracia hembra...” ¡Pobre niña, de tristes destinos!
Poco duró el recogimiento de Sucre en la paz de su hogar. Bolívar le encomendó la defensa del territorio contra la invasión de fuerzas peruanas, comandadas por el presidente La Mar y Gamarra. Sucre las venció en la batalla de Tarqui el 27 de febrero de 1829. En carta a un amigo, Sucre escribió después de la batalla: “No puede usted pensar el abatimiento y las vilezas a que se arrastró Gamarra para que lo perdonara...”
Sucre se reintegró a la vida hogareña, más por poco tiempo. Elegido diputado por Quito al Congreso de la Gran Colombia, que se reunió en Bogotá y lo eligió para presidir las sesiones, dejó su hogar y la ciudad por última vez. No los volvería a ver nunca. Antes de partir, quizá presintiendo su próximo fin, redactó su testamento. Comenzaba el año de 1830, trágico para los Libertadores Bolívar y Sucre.
EL DÍA DE CORPUS.
Terminadas sus labores, Sucre le escribió a su esposa desde Cúcuta: “No aceptaré nada sean cuales fueren las circunstancias. Todo, todo lo pospondré a dos objetos, primero, a complacerte, y segundo, a mi repugnancia por la carrera pública. Sólo quiero vivir contigo en el sosiego. No habrá nada que me retraiga de este propósito. Me alegraré con esto si puedo darte pruebas incontestables de que mi corazón está íntegramente consagrado a ti...” Pero ese corazón seria atravesado por una bala en Berruecos, pocos días después, cuando Sucre regresaba a su hogar. Antes había enviado dinero a su hermano Jerónimo para que en Cumaná comprara unas perlas que deseaba ofrendar a doña Mariana.
La Mariscala, como la llamaban los quiteños, se ocupaba de arreglar con flores y tapices los balcones de su casa para el paso de la procesión del Corpus, cuando vio aparecer al sargento Caicedo, asistente de su esposo, que traía el sombrero y las botas de Sucre, a quien había enterrado cerca del lugar del crimen. Por temor a que los enemigos del Mariscal profanaran sus restos, doña Mariana los hizo sepultar en una tumba secreta.
La pequeña Teresa murió cayendo desde un balcón cuando se hallaba en brazos de su padrastro, con quien se había casado la Mariscala tras un año de viudez. No fue más la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho, Libertador del Ecuador y el Perú, fundador de Bolivia y su primer Presidente. Pasó a ser la esposa del general Isidoro Barriga.
Los restos de Sucre, reunidos con los de su pequeña Teresa, permanecieron escondidos durante sesenta y cuatro años, hasta que en 1894 fueron hallados bajo un altar del convento del Carmen Bajo de Quito, gracias a la revelación de una anciana empleada de la familia Carcelén, que no quiso llevarse el secreto a la tumba.

SUCRE Y LA EDUCACIÓN EN BOLIVIA.
Autor: Blanca Gómez de Aranda.

Si aceptamos que el hombre es producto del proceso educativo que ha tenido, se podrá entender que para Sucre haya sido uno de sus importantes objetivos el cambio del hombre que debía vivir en una nueva sociedad; no podían constituirse, firmemente, nuevas repúblicas si paralelamente no se formaban hombres nuevos. Siguiendo al historiador William Lee Lofstrom, se trataba de reducir o eliminar las diferencias socio- económicas seculares.
La aplicación de esta reforma debía vencer una serie de dificultades; la primera era cambiar la educación y mentalidad coloniales. Al finalizar esta época, la educación se mantenía casi en las mismas condiciones que en el siglo XVII. Las reformas borbónicas, importantes en otros aspectos, habían significado muy poco en la educación. Los cambios se aplicaron durante, el reinado de Carlos III (1759-1788), ya que su hijo Carlos VI afirmaba: “No conviene que se ilustre a los americanos”.
Entre las reformas de Carlos III se puede anotar la decisión de que los cabildos se hicieran cargo, junto a las parroquias y conventos, de la enseñanza de las primeras letras. A estas escuelas municipales tenían acceso los criollos pobres y los mestizos. Generalmente los hijos de la élite recibían la instrucción primaria en sus casas.
En la colonia no existía el nivel de enseñanza secundaria, como lo conocemos actualmente, pues la educación superior involucraba al nivel del ciclo medio. La ciudad de Sucre contaba desde 1595 con el Colegio Seminario de San Cristóbal, “semillero de sacerdotes”, y desde 1621 con el Colegio San Juan Bautista, donde se educaba la élite para: “crecer en letras y virtud, haciéndose aptos e idóneos para servir a la Iglesia y a su Majestad” (Querejazú Calvo,1987). También estaba la Academia Carolina, que además de ser un centro de estudio superior de Derecho, era un taller de discusión de las ideas más avanzadas. Estas tres instituciones formaban la Universidad Mayor Pontificia y Real de San Francisco Xavier, cuya función más importante resultaba ser la de otorgar títulos.
La crisis por la que atravesaba la educación universitaria, la encontramos bien descrita por un funcionario español, el ilustrado Victorian de Villava: “puede aspirar a culta una nación que apenas tiene enseñanza de las verdaderas ciencias y tiene infinitas cátedras de escolástica? puede ser culta sin geografía, sin aritmética, sin matemáticas, sin química, sin física, sin lenguas madres, sin historia, sin política en las universidades; y sí sólo con filosofía, aristotélica y con leyes romanas, cánones, teología escolástica y medicina peripatética?” (Francovich, 1966). Socialmente era una educación reservada para aquellos que pudieran pagarla y demostrar su pureza de sangre (ibid).
Siguiendo las pautas de esa sociedad, las mujeres e indios estaban segregados de la educación. En las ciudades de La Paz, Cochabamba y Chuquisaca funcionaban colegios de educandas a quienes se enseñaba las primeras letras, los primeros números, a coser, a bordar y rezar: sin embargo, el número de estudiantes era limitado por razones de clase y economía.
En relación a la educación de los indios inicialmente, se dispuso que los hijos de caciques aprendieran gramática latina y especialmente la fe de Cristo, pues no se esperaba ningún fruto de sus estudios.
LA EDUCACIÓN, GARANTÍA DE LA LIBERTAD.
Como hecho condicionado por las estructuras socio-económicas y culturales, la educación refleja la sociedad colonial, pero también es un condicionador de esas estructuras. Eso es lo que explica el interés de los Libertadores para planificar un cambio basado en la ideología enciclopedista.
Bolívar sostenía que la salud de la República dependía de la moral de sus ciudadanos, la misma que se adquiría por medio de la educación y que ésta sería la garantía de la libertad. La influencia del enciclopedismo en el Mariscal Sucre está en su fuerte entusiasmo renovador y sustentador de la fe que tiene en la capacidad de perfección que tiene el hombre; también en su optimismo por el progreso social y cultural. Más concretamente, se puede encontrar esa influencia en el pensum que diseñó para los colegios, en muchos de los cuales era obligatorio el estudio del filósofo ilustrado y maestro Destut de Tracy (Suárez Arnez, 1963).
El gran pedagogo fue Simón Rodríguez, el controversial profesor de Bolívar, quien fue nombrado por el Libertador como Primer Director General de Enseñanza Pública. Don Simón era partidario de: “Un control gubernamental exclusivo sobre la educación, que debía ser, general, uniforme y obligatoria para todos, con el fin de perfeccionar el alma y el cuerpo, dar alimento al espíritu y al estómago. Para Don Simón la educación era la clave para la libertad personal y la igualdad social” (ibid). Sin embargo cuando le tocó llevar a la práctica sus principios, no pudo sortear las dificultades de la realidad y terminó renunciando a su cargo. Al explicar este hecho a Bolívar, Sucre decía: “En Cochabamba ha peleado e insultado a todos, tratándolos de ignorantes y brutos, jactándose que en seis años iba a destruir la religión de Jesucristo en Bolivia” (Lofstrom,1983).
La ley orgánica de la educación firmada por Sucre (enero 1827) establecía un plan de enseñanza que comprendía los siguientes niveles: escuelas primarias que debían funcionar hasta en las capitales de cantón y pueblos con 200 habitantes, donde además de la enseñanza tradicional se aprendía agricultura. Escuela secundaria, que debía funcionar en las capitales de provincia donde se impartía gramática, aritmética, agricultura, industria y veterinaria. En los colegios de ciencias y artes, que debían funcionar en las capitales de departamento, se aumentaba al pensum la enseñanza de idiomas, inglés, francés y latín, además medicina y jurisprudencia. En las maestranzas de artes y oficios, que también debían funcionar en las capitales departamentales, además del oficio había que aprender la filosofía de Tracy. Se completaba este plan de estudio con sociedades de Literatura y un Instituto Nacional que tenía funciones muy parecidas a las de la actual Secretaría de Educación.
La dirección de los colegios estaba a cargo de un Rector, un Vicerrector, un Director de Estudios y un Secretario tesorero. La educación pública descentralizó y coordinó con un plan de estudios a nivel nacional.
A pesar de que los resultados de la reforma serian limitados, en los dos años de la administración del Gran Mariscal se avanzó más que en toda la Colonia.
Convencido de la importancia del rol del Estado en el cambio social, el Mariscal de Ayacucho determinó que las propiedades eclesiásticas, monasterios, censos, haciendas, capellanías y obras pías, además del capital eclesiástico, financiarían el sistema de la educación pública. Los alumnos provenientes de familias acomodadas debían costear su educación. Es oportuno recordar que la reforma educativa no se hubiera podido aplicar sin la reforma eclesiástica.
LA PEDAGOGÍA LANCASTERIANA.
En relación a los maestros, indispensables para llevar a la práctica toda esa teoría, Sucre tropezó con el primer problema.
Si en la época colonial había sido proverbial su escasez, la dificultad se acentuó con la introducción de una cantidad de materias nuevas. Para solucionar este problema, Sucre se empeñó en la creación de un Instituto-escuela lancasteriana. En esas escuelas inspiradas en el instructor inglés Joseph Lancaster: “grandes números de niños, por lo general de la clase trabajadora aprendieron a leer, escribir y manejar las cuatro operaciones aritméticas bajo la dirección de un solo maestro y varios “monitores” o ayudantes. El costo de la formación básica de estos niños era mínimo, debido a la utilización de algunos mayores como ayudantes, el empleo de carteles en vez de textos, y el uso de mesas cubiertas con una capa de arena en la cual los niños trazaban con los dedos en lugar de papel, pluma y tinta” (Lofstrom, 1983). Aunque se trataba de un método de
instrucción más que de educación, paliaba las dificultades, lo cual explica su utilización en muchos países de América del Sur en el siglo XIX. En Bolivia se pensaba instruir en este método a jóvenes de las provincias quienes debían dirigir escuelas primarias de enseñanza mutua al volver a sus pueblos. Se trataba de una opción de educación para mujeres, mestizos pobres e indios. El año 1826 se contrata en Buenos Aires al Padre Mariano Cabezón como director de la Escuela Normal Lancasteriana. Son demostrativas las palabras de Joseph B. Pentland: “En cada uno de los pueblos que visité, encontré una escuela primaria funcionando y observé a 40 o 50 niños aprendiendo a leer y escribir, donde antes no se podía encontrar un habitante que supiera hacer cualquiera de las dos cosas”, refiriéndose a “La educación en Cochabamba” (Pentland, 1975).
La aplicación del sistema lancasteriano despertó diversas expectativas. En el Congreso de 1826 para defender los derechos del indio a formar parte del pacto social, se utilizó el siguiente argumento: “Dentro de seis meses habrá escuelas lancasterianas en toda la república y dentro de otros seis sabrán leer y escribir todos los que quieran dedicarse a ella” (Suárez Arnez, 1963).
Es importante recordar que en la aplicación de la ideología liberal, el saber leer y escribir eran un condicionante para poder ser un ciudadano. El gobierno de Sucre, también se ocupó de la educación de la mujer, teniendo en cuenta la necesidad de educarla sistemáticamente, lo que resultaba importante para la época.
Así mismo atendió, de manera especial, la educación de las niñas y niños huérfanos, se ocupó de que los orfanatos recobraran sus verdaderas funciones y acogieran niños de todos los niveles sociales. Completaba su plan educativo la escuela de minas en Potosí y La Paz.
Si esta reforma hubiera podido aplicarse en su totalidad y con el tiempo suficiente, Sucre, habría podido demostrar que una educación justa, es decir, aplicada a los sectores base de la sociedad, determina el progreso material y cultural de los pueblos.

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