viernes, 15 de julio de 2011

Acerca de Sucre, el Mariscal y la ciudad – Parte 1

Autor: Varios.
Fuente: Suplemento del periódico La Razón, Bolivia, La Paz, marzo de 1995.

VENEZUELA: “LA GUERRA A MUERTE”.
Autor: José Crespo Fernández.

Los barcos españoles, franceses e ingleses, cuando atracaban en los puertos de la Capitanía de Venezuela, no traían sólo productos para comerciar; en sus bodegas se colaban clandestinamente las ideas libertarias de la Ilustración.
Allí por 1797, la rebelión encabezada por Manuel Gual y José María España no alcanzó a estallar; la “imprudencia de un necio” no lo permitió.
Después de 15 años de conspirar, en 1806, Francisco de Miranda arma en Estados Unidos una expedición y consigue desembarcar con 8 buques y 400 combatientes en la costa venezolana. Desde Coro proclama que “América recobrará su soberana Independencia…” El desembarco es rechazado y Miranda obligado a retirarse hasta Inglaterra.
JUEVES SANTO.
Dos intentos ya han fallado, la tercera es la vencida. El 19 de abril de 1810 (Jueves Santo), la juventud de la capital forma la Junta Suprema de Caracas para gobernar las provincias de Venezuela. El 5 de julio de 1811 el Congreso convocado por la Junta declara la independencia de Venezuela; un poco más tarde, elige a Miranda jefe de sus ejércitos.
La reacción española es contundente; a mediados de 1812, cae la Primera República. Los patriotas huyen a las Antillas y a Nueva Granada
1813 se inicia con nuevos combates; se declara “la guerra a muerte”. Santiago Mariño arremete contra los realistas desde el oriente, Sucre se incorpora a su ejército, y Simón Bolívar, en una “campaña admirable”, desde occidente llega a liberar Caracas en agosto de ese año e Instaura la Segunda República Venezolana.
Desde 1813, el español José Tomás Boves moviliza a los esclavos negros, los libera, los incorpora a sus ejércitos y con ellos combate a la Segunda República. En 1815 el poder español se consolida con la llegada de tropas de veteranos españoles al mando de Pablo Morillo. Los patriotas otra vez a los bosques y a las Antillas.
LA TERCERA REPÚBLICA.
La guerra no ha cesado, en junio de 1816, Bolívar desembarca en Caripano, toma la plaza y libera a los esclavos de tres provincias. Páez, el caudillo republicano, moviliza a más de 1.000 llaneros y con ellos combate al lado de Bolívar y Mariño.
El 15 de febrero de 1819, se instala el Congreso de Angostura en la Guayana porque Caracas aun no es libre; allí nace la Tercera República. Bolívar es elegido presidente. El 17 de diciembre de 1819 “Las Repúblicas de Venezuela y Nueva Granada quedan desde este día reunidos en una sola, bajo el título glorioso de República de Colombia”.
El 24 de junio de 1821, la victoria de los patriotas en Carabobo “asegura la independencia de Venezuela y Nueva Granada y permite que el Libertador dirija definitivamente sus miradas hacia el sur”.

HACIA LA UNIDAD LATINOAMERICANA.
LA GRAN COLOMBIA: UN PRIMER PASO.
Autora: Cecilia Blanco.

El proyecto bolivariano para Hispanoamérica era el de conseguir la integración. La Gran Colombia formaba parte de ese proyecto. Bolívar pretendía unir bajo un solo gobierno los territorios del Virreinato de Nueva Granada, la Capitanía de Venezuela y la Audiencia de Quito.
La Carta de Jamaica de septiembre de 1815 manifiesta claramente que la integración latinoamericana no se conseguiría por la intervención de la Providencia, sino que por el contrarío, debía ser fruto de “...esfuerzos bien dirigidos”.
Bolívar creía que la solución para evitar que los nuevos estados nacidos a la vida independiente ingresaran en una situación de caos y anarquía, era la de conformar bloques políticos amplios y fuertes. Pretendía formar una “...confederación de estados hispanoamericanos ligados por un pacto de solidaridad… Una Liga Hispanoamericana... donde se presente la coexistencia de una soberanía supranacional...” (Ocampo López, 1992).
Un primer paso era consolidar la Gran Colombia.
En 1819, la Campaña Libertadora encabezada por Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, consiguió la independencia de Nueva Granada, y la formación de la República de Colombia que integraba políticamente los territorios de Venezuela y Nueva Granada.
“Una proclama dirigida por esos días a los habitantes del país recién independizado, reveló los alcances del proyecto unitario de Bolívar. Decía ella: “Granadinos: La reunión de Nueva Granada y Venezuela en una república, es el ardiente voto de todos los ciudadanos sensatos... pero este acto tan grande y sublime debe ser libre, y si es posible unánime por vuestra parte” (Ayala Mora, 1989).
Bolívar planteó ante el Congreso de Angostura el reconocimiento de la unificación entre los territorios de Nueva Granada y de Venezuela. Luego de algunas discusiones, el Congreso dictó el 17 de diciembre de 1819, la Ley Fundamental de la República de Colombia, en la que se acordaba la fusión de Venezuela y Nueva Granada en la República de Colombia. Para fines administrativos, el Congreso de Angostura, dividía la Nueva República en tres grandes departamentos: Venezuela, Quito y Cundinamarca, siendo sus capitales, Caracas, Quito y Bogotá, respectivamente. Recién en 1822, después de la batalla de Pichincha, el Ecuador se incorpora a la Gran Colombia.
Consolidada la independencia de Nueva Granada y Venezuela, el Libertador se da cuenta de que era imprescindible conseguir la liberación de la Audiencia de Quito, todavía en manos de los realistas, para consolidar el proyecto de la Gran Colombia. ¿A quién sino a Sucre, el más leal de sus generales, le encargaría tan delicada misión?
El 24 de mayo de 1822, Sucre se enfrenta a los ejércitos realistas en la Batalla de Pichincha, obteniendo una gran victoria con la que se decide la libertad del Ecuador. Sucre había dado el último paso para efectivizar el proyecto de Bolívar.
Alfonso Rumazo González, haciendo referencia al éxito de Sucre en la Batalla de Pichincha dice: “Es la magna consagración del nuevo soberbio líder (24 de mayo de 1822). Asume ese General de veintisiete años la delicadeza inmensa de aplazar los festejos del triunfo hasta la llegada de Bolívar” (1980). Sucre sabía perfectamente lo importante que era para Bolívar que el Ecuador fuera independiente.
El 13 de julio de 1822, Quito pasó a formar, legalmente, parte de la Colombia. “Ese día marcaba, para Colombia, la integración definitiva de su territorio nacional, mediante la incorporación de toda la antigua Audiencia de Quito, en que las fuerzas oligárquicas regionales hubieron de sacrificar sus ansias de autonomía frente al superior poder republicano de Colombia” (Ayala Mora,1989).
La Gran Colombia se mantuvo unida once años, desde 1819 hasta 1830. De estos 11 años Sucre estuvo en su región amada tan sólo tres: 1822 y parte de 1823 en los que se ocupó de la organización de Quito y de 1829, fecha en que se lo nombra diputado del Congreso de la Gran Colombia, y del cual es elegido Presidente cuando éste se instala el 20 de enero de 1830, hasta junio de ese mismo año, fecha en que es asesinado.
El proyecto bolivariano de la Gran Colombia se extendió, luego también hacia México, donde se conformó el bloque de las Provincias Unidas de Centroamérica y más tarde hacia el sur, cuando se consolidó la Confederación Perú-Boliviana, sin embargo fueron proyectos de corta duración.
El optimismo con el que había comenzado la integración americana, pronto se vio, sin embargo, disminuido por distintos motivos, entre ellos, intereses regionales, económicos, políticos y el surgimiento del caudillismo.

LA CAMPAÑA EN LA AUDIENCIA DE QUITO.
Autor: Carlos Landázuri Camacho.

Después de que toda la sierra volvió a estar controlada por los realistas, la costa se mantuvo independiente. En Guayaquil se volvían a revivir las viejas tensiones entre Perú y Colombia por la posesión de esa rica provincia, debido a la llegada de los emisarios, tanto de San Martín como de Bolívar. Del sur llegaron, a mediados de noviembre, los coroneles Tomás Guido y Toribio Luzurriaga y del norte, en febrero de 1821, el general José Mires y, en mayo, el general Antonio José de Sucre. A la larga prevalecieron los representantes de Colombia, no sólo por su superior habilidad diplomática, sino porque a Bolívar le fue posible enviar con ellos armas y municiones, primero, y unos 700 soldados, después. Así, si bien la Junta guayaquileña no quiso incorporar la provincia a Colombia en forma definitiva, suscribió un convenio con Sucre, por el cual Guayaquil quedaba “bajo los auspicios y protección de la República de Colombia”. Además, el comando unificado de todas las tropas quedaba en manos de Sucre.
Para no detenernos en el análisis de cada uno de los incidentes de esa larga campaña, digamos simplemente que cuando los realistas intentaron bajar a la costa y tomarse Guayaquil, fueron derrotados por los ejércitos patriotas (Cone -cerca de Yaguachi-, 19 de agosto de 1821). Del mismo modo, cuando éstos quisieron conquistar la sierra fueron, a su vez, vencidos (segunda batalla de Huachi, 12 de septiembre de 1821).
Para vencer ese punto muerto, Sucre se vio obligado a renunciar a una marcha directa sobre Quito y a subir a la sierra por el sur, para ir liberándola poco a poco. Además, Sucre debió solicitar el auxilio del general San Martín, Protector del Perú, auxilio siempre peligroso dada la antigua rivalidad de los dos países sobre territorios quiteños. San Martín no podía negarse a ayudar a Sucre por su profunda conciencia americanista y porque desde antes había reconocido que el batallón Numancia, formado en Venezuela por los realistas pero que en el Perú se había decidido por la causa patriota, pertenecía al ejército de Colombia y debía ser devuelto. No envió precisamente ese cuerpo, sino una división al mando del coronel boliviano Andrés de Santa Cruz, después gran mariscal y Presidente de Perú.
Las fuerzas de Sucre y Santa Cruz se reunieron al sur de Cuenca a mediados de febrero de 1822. Los realistas no tenían la posibilidad de resistir con éxito al ejército unido y abandonaron Cuenca, retirándose hacia el norte. Los patriotas entraron a la capital del Azuay el 21 de febrero. Sucre había asumido el comando general del Ejército Libertador y logró también, tras largas negociaciones, que Cuenca y su provincia se declararan parte de Colombia.
Sucre salió de Cuenca el 12 de abril. Como el ejército realista se retiraba constantemente sin presentar batalla, la marcha hacia Quito fue rápida, apenas punteada por algunos combates menores, entre los que sobresale la batalla de Tapi, que dio libertad a Riobamba (21 de abril).
En Quito, en cambio, se había fortificado todo el ejército realista, que no estaba dispuesto ni a entregar la ciudad ni a abandonar sus ventajosas posiciones para salir a combatir a su enemigo, localizado al sur de la capital. En tales circunstancias, Sucre decidió pasar con todo su ejército al norte de Quito, desde donde seria más fácil entrar en la ciudad, o por lo menos interrumpir las comunicaciones con la realista Pasto, que todavía no había podido ser conquistada por el ejército mandado, personalmente, por Bolívar. Con este objeto, la noche del 23 de mayo, el ejército patriota inició el ascenso del Pichincha, volcán que domina la ciudad por el occidente. Pero las faldas de semejante monte son enormes: al amanecer del día 24 las tropas de Sucre se hallaban recién sobre la parte sur de la ciudad, donde fueron atacadas por los realistas, trabándose el combate en condiciones no previstas por ninguno de los jefes. La victoria correspondió a Sucre. Quito había sido liberada. Pasto, en completo aislamiento, no podía resistir y se rindió en breve. Sólo el Alto y Bajo Perú quedaban bajo el poder español, cada vez más débil. Parecía que la causa americana había triunfado para siempre.
La batalla del Pichincha, decisiva dentro de la independencia americana, fue, hasta ese momento, la más internacional de toda la guerra. Sucre traía consigo venezolanos, granadinos, ingleses e irlandeses, amén de ecuatorianos de todas las provincias por donde había pasado su ejército. Con San Martín venían argentinos, chilenos, peruanos y bolivianos. En ambos bandos había españoles. Era como si toda Hispanoamérica se congregara para liberar a la patria donde comenzó la independencia.
Los habitantes de Quito, con emoción contenida, siguieron paso a paso la batalla que, como en un gigantesco escenario, se desarrolló antes sus ojos. Tal posición encerraba un profundo simbolismo: Quito, que se había apresurado a iniciar el conflicto de la independencia para defender sus intereses regionales en un marco de ya antiguas tensiones, debía ahora limitarse a contemplar cómo poderosas fuerzas continentales decidían su futuro. En efecto, en medio del entusiasmo de la victoria, el antiguo Reino de Quito pasó a formar parte de la República de Colombia con el nombre de “Distrito del Sur”, que ni siquiera reconocía su personalidad histórica.

PICHINCHA: EL TALENTO DE UN ESTRATEGA.
Autora: María Luisa Kent Solares.

Quito, capital del Ecuador, está situada entre las faldas del volcán Pichincha y la colina del Panecillo. Aquí todavía se conservan rastros del fortín que guardaba la ciudad en la época colonial y que fue parte del escenario de una de las acciones épicas de la Independencia. Desde la cima del Panecillo, donde se encuentra la alada Virgen de Quito, se divisa la ciudad extendida sobre verdes y ondulantes colinas.
Desde el Panecillo no es difícil imaginar el desarrollo de la batalla de Pichincha aquel 24 de mayo de 1822, tal vez una de las pocas espectadas por toda una ciudad, y en este caso, por 60.000 quiteños.
El talento militar de Antonio José de Sucre se pone de manifiesto, cuando aprovechando la noche y la dificultad de tomar la ciudad, asciende a las faldas del volcán y se prepara para el ataque, que sabe que llegará al despuntar el alba.
La batalla se inicia a las ocho de la mañana y dura hasta el medio día. Se suceden avances y retrocesos. Los españoles apuntan sus cañones a las faldas del cerro e intentan subir por las laderas con su caballería. Los patriotas acuden a la Infantería con bayoneta calada. La confusión de hombres, animales, rocas y pólvora, y por momentos el pánico, hace que algunos batallones patriotas se desbanden. Ambos ejércitos utilizan todos los recursos a su alcance, pues tanto Melchor de Aymerich, el comandante realista, como Sucre, saben que esa definición representa el final de una historia y el principio de otra.
Frente al desorden, los cuerpos colombianos “Paya” y “Yaguachi” logran controlar la situación, Córdoba, Morales, Ibarra y Santa Cruz se distinguen en el combate. El general O’Leary, edecán de Sucre, propone rendición al general Aymerlch. Al día siguiente, el ejército colombiano entra en Quito.
Como recompensa de los dioses, el vencedor de Pichincha, conocería pocos días después a su marquesa quiteña. Y como si el premio fuera insuficiente, cuando el 16 de junio, Bolívar y Sucre celebran juntos y engalanados el triunfo de la Patria, otra quiteña, Manuela Sáenz aprisiona el corazón de Bolívar. Después de esta experiencia, Sucre quiso que sus huesos reposen dentro del volcán Pichlncha.

AYACUCHO O EL RINCÓN DE LOS MUERTOS.
Autor: INDEAA.

Tenebroso nombre quechua para la que sería la tumba de realistas y patriotas en la última gran batalla de la Independencia.
Tras la batalla de Junín el Ejército Unido Libertador se revela como una potencia militar. El Virrey La Serna percibiendo el ansia de victoria reúne en uno solo a sus ejércitos del Sur y del Norte, comandados por Jerónimo Valdés y José Canterac respectivamente.
Antonio José de Sucre, por su parte, despliega todo su talento de estratega en la Junta convocada en Challhuanca, para formular su plan de operaciones. A la vez, ordena realizar un reconocimiento del río Apurimac, sobre un área de 100 Km.
SE INICIA LA OFENSIVA.
Conforme al plan de operaciones de Sucre, el comando realista inicia la ofensiva el 22 de octubre de 1824. El ejército patriota se mueve por grupos. El ejército español, precedido de la División Valdés, avanza a la cabeza del Virrey La Serna, respaldado por el general Canterac. Ambos ejércitos se buscan y van avanzando hacia Andahuailas, hacia el choque inminente. A partir de ese día, ambos ejércitos se vigilan estrechamente.
Como La Serna marcha de Sur a Norte, Sucre decide marchar en la misma dirección, pues comprende la intención de atacarle por su flanco izquierdo, por la retaguardia. Ante esa circunstancia Sucre pide instrucciones a Bolívar, el cual le autoriza el choque, cualesquiera fueran los resultados.
El día 30 de noviembre Sucre burla al asturiano Valdés en el río Pampas, quien, con un movimiento envolvente pretende cerrarle el paso por la retaguardia, sin contar que aquél se le escabulle protegido por la noche. Los dos ejércitos continúan avanzando hacia el norte en líneas paralelas y a escasa distancia. El día 3, después de escaramuzas, se realiza el combate de Matara y el Ejército Unido toma posición en Cangallo, a la vista del enemigo que había avanzado por Tambillo. Sucre presiente el triunfo y mueve su ejército hacia La Quinua, tiene confianza en sus oficiales aguerridos, mientras La Serna se mueve hacia Huamanguilla, de donde envía destacamentos hacia Marca y Mayoc, corta puentes, obstaculiza los desfiladeros y fomenta la insurrección de los naturales de Huanta.
El día 8 de diciembre, los realistas se sitúan en lo alto del cerro Condorcunca, a cuyos pies se encuentra la planicie de Ayacucho; 3.360 m. de altitud y un frío intenso perturba toda la noche a los realistas. Los patriotas intentan dormir en La Quinua, el pueblito cercano. Ambos ejércitos y sus estrategas deliran con la victoria, intentando preguntar al destino quién sería el favorecido.
ATACAR A FONDO AL ENEMIGO.
El plan de Sucre se resume así: “atacar a fondo al enemigo destrozando una después de otra las columnas que vayan bajando del cerro, sin permitirles desplegarse en la llanura”. Sucre no se fía de ninguna contingencia para presentar batalla, en cambio el general Valdés, intenta llegar a un determinado punto pasando un barranco inaccesible, donde es forzado a retroceder perdiendo su estratégica posición y muchas vidas.
Mientras tanto, Sucre ordena al general Córdoba atacar al grueso del ejército realista por el centro, con el apoyo de la caballería de Miller y el refuerzo de las divisiones de La Mar y de Lara. Por la derecha Córdoba inicia el ascenso del Condorcunca donde toma prisionero al Virrey La Serna, apoyado por la División Lara que persigue a los realistas hacia Tambo.
El choque dura cuatro horas. Sucre tiene 5.780 combatientes contra los 9.300 realistas. El desenlace, obra del talento militar de Sucre y de su Alto Mando, deja en poder del Ejército Unido 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 384 mayores y oficiales prisioneros, además de 2.000 soldados, fusiles, municiones y todo el parque de guerra que poseían. En los campos quedaron 1.800 muertos realistas y 700 heridos… y 310 muertos y 609 heridos americanos.
La capitulación firmada por Canterac el día 11 de diciembre, concede a los vencidos muchas ventajas y cierra un ciclo de luchas por la libertad, expandidas en todo el continente americano. El movimiento revolucionario empieza el día 19 de abril de 1775 con un trágico episodio en el campo comunal de Lexingron (EUA) y termina en Ayacucho (Perú) en 1824, luego de recorrer pueblos y ciudades y alentar a criollos, indígenas y mestizos de todas las latitudes. Había llegado el tiempo de construir en libertad, luego de la que fue, para el Mariscal Sucre “la última gran batalla de la independencia”.

AYACUCHO EN BUENOS AIRES.
Autor: Gabriel René Moreno.

Grande acontecimiento por todos lados la batalla de Ayacucho. A prima noche del 21 de enero de 1825 llegó vía de Chile la noticia a Buenos Aires. Vióse entonces lo que no fuera dado una hora antes sospechar. Por un movimiento súbito la ciudad entera saltó a calles y plazas a celebrar el suceso enloquecida. Y es así como se ha visto que allí donde había mendigado sin fruto la causa americana de ambos Perú un corto auxilio, allí donde tanto y tanto se había hecho contra los medios militares de San Martín y de Bolívar para concluir la guerra, no estalló una explosión, sino se abrió en la sociedad un “volcán de fiestas y alegría”.
A juzgar por lo que refiere un testigo, don José Antonio Wilde, la noche de la noticia de Ayacucho nadie durmió en la capital del Plata. El pueblo se arremolinaba en los cafés y parajes públicos para oír de los diversos oradores los detalles precisos de la batalla inventados por la exaltación del patriotismo. Un saludo de la Fortaleza a las 10 de la noche fue contestado por el Aranzazu, bergantín nacional de guerra, y por una barca brasileña, surtos en las balizas interiores. La iluminación de la ciudad fue instantánea y ya no cesó el ruido de los cohetes y las cajas hasta el amanecer. Parece que en los barrios Inferiores y arrabales cada familia estaba provista de redoblante caja.
Don José Antonio refiere:
“En la noche del 22 hubo una representación dramática en nuestro Teatro Argentino, antecediendo el himno nacional en medio de estrepitosos vivas a la Patria, a Bolívar, a Sucre, etc. El coronel Ramírez, parado en un palco, leyó el boletín oficial, vivado con igual frenesí. La iluminación del teatro se había duplicado. Los palcos ostentaban festones de seda blancos y celestes, y una banda de música militar tocaba en la calle frente al teatro...
El café de la Victoria estaba completamente lleno, lo mismo que toda la cuadra. Allí se sucedían los brindis patrióticos y entre ellos el de la tolerancia religiosa. Grandes grupos con música y banderas desplegadas recorrían las calles cantando la canción y vivando en las casas de los patriotas...”
Asimismo también las tres noches siguientes a la noticia.
¿Desahogaron con esto su alegre patriotismo? Apenas si ello fue un modo de romper diques el ímpetu del entusiasmo general. Los transportes del público venían de lo íntimo. Hemos de ver que iba el impulso día por día penetrando y cundiendo en todas las esferas de la sociedad.
La duración del entusiasmo de Ayacucho en Buenos Aires consta en la Prensa bonaerense de esas memorables semanas. Buenos Aires recibía en estos momentos en su seno “un huésped grave y delicado” según un dicho de entonces. Era en realidad un soberano digno del mayor respeto. Tal fue la Asamblea Nacional argentina recientemente congregada a costa de grandes esfuerzos de patriotismo y habilidad.
Bajo las miradas, puede decir, de esta augusta Asamblea de personalidades notables del país, brotaron y se dilataron las manifestaciones patrióticas bonaerenses que celebraban la victoria y capitulación de Ayacucho. Revistieron entre ellas novedad particular desde el primer momento los paseos cívicos.
Eran caravanas de jóvenes de todas las clases, desfiles que marchaban a discreción al compás de alegres músicas. Recorrían la ciudad vitoreando a la Patria y a los vencedores de Ayacucho, pasaban a congratular a los representantes de la nación, deteniéndose a ratos frente a la casa de algunos viejos patriotas para escuchar los discursos de no pocos oradores improvisados.
De estos y otros despliegues cívicos, que con el mayor orden y alegría se siguieron haciendo, dijo El Argentino de Buenos Aires, de febrero 4:
“Estas pueden llamarse “procesiones” por algunos que quieren ridiculizar todo lo patriótico que ven. Pero aun cuando lo sean, son procesiones hijas de un entusiasmo que no han conocido las almas interesadas ni las almas abyectas. Son la expresión franca y sincera de un fuego que nunca ha prendido en aquellas ramas que siempre han sido secas para la América. Creemos que deben promoverse, para que gocen todas las clases, todos los barrios y demuestren al mismo tiempo el gusto que ha producido en Buenos Aires la victoria de Sucre y de sus soldados impertérritos.
“Hagamos esto al menos, ya que tuvimos la desgracia de no tener parte en las glorias que ellos adquirieron. Hagamos esto al menos, pues queremos hacerlo, y despreciemos altamente a los que, con la capa de circunspección, critican todo lo que recuerda los días gloriosos de los patriotas y los triunfos sobre los opresores de la América.
“iPatriotasl A ello; y el orden guíe vuestro derecho, y el orden mismo sea vuestra divisa, para que cuatro empecinados no tengan cómo morderos”.
Sucedió un día como quisiera El Argentino de Buenos Aires. La plaza de la Victoria había sido adornada por algunos particulares con arcos, festones, banderas y gallardetes. Allí fueron llegando agrupaciones de patriotas que se habían dado cita. Primeramente, canción general a puras voces. En seguida, formidable redoble de cajas. Partieron después a una misma hora tres procesiones cívicas al Sur, al Norte y al Oeste, con músicas, la canción, vítores y cohetes, a recorrer todos los barrios de la ciudad. Apenas hay noticia de igual .brío ni de un entusiasmo semejante. Estos regocijos incesantes, denotando estaban que el hecho del afianzamiento de la independencia nacional había invadido como una dulce certidumbre todos los corazones.
En esta satisfacción tan prolongada bien se podía advertir el amor fervoroso de los bonaerenses a la libertad. Pero también un espíritu atento habría observado que a esta última daban allí precio subidísimo las solicitaciones enérgicas del desarrollo orgánico, mejor dicho, las palpitaciones de vitalidad de un vecindario joven de hoy más lanzado sin temor, en aquel lugar de privilegio, a una existencia nueva de trabajo y bienestar.
La celebridad de Ayacucho, realce recibió de dos escenas que en otros momentos hubieran pasado inadvertidas. Refiéronse a los exámenes dados y premios distribuidos en la escuela lancasteriana, modelo para tantas otras, y a la exhibición de los primeros frisones y merinos importados para incremento y mejora de la industria pecuaria. Al amanecer una era de paz y libertad, ya sin enemigos, podían estos hechos mirarse como nuncios de civilización y engrandecimiento. A lo menos el numeroso y escogido concurso, según es lícito creer, así lo indicaba con su entusiasmo. Vislumbró, porque sabía anhelar, a través de la exigüidad presente, promesas pingües de progreso cumplidas sin demora en lo porvenir.

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