viernes, 15 de julio de 2011

Acerca de Sucre, el Mariscal y la ciudad – Parte 3

Autor: Varios.
Fuente: Suplemento del periódico La Razón, Bolivia, La Paz, marzo de 1995.

SUCRE Y EL DECRETO DEL 9 DE FEBRERO DE 1825.
EL ARQUITECTO MÁS DESTACADO DE LA NUEVA REPÚBLICA.
Autor: Charles W. Arnade.

Tres hombres son los directos responsables de la creación de una Bolivia independiente: Antonio José de Sucre, Simón Bolívar y Casimiro Olañeta. Mientras el papel de Bolívar y el de Olañeta no pueden ser exactamente definidos, el que tuvo Sucre es más claro y, en mi criterio, mucho más importante. De estos tres arquitectos de la construcción de la República de Bolivia, Sucre es el más destacado. Pero, no sólo sobresale por su importancia, sino porque su motivación y razones fueron honradas y genuinas. De lo que he conocido de los tres personajes destacados, la personalidad de Sucre es la que mayor simpatía me ha despertado. Si bien hay bastante que admirar en Bolívar, y uno puede polemizar sobre el carácter más agradable de Sucre, no existe la más ligera duda de que el Mariscal de Ayacucho contrasta totalmente con la astucia de Casimiro Olañeta, verdadero genio de la manipulación política, talento del cual Sucre carecía.
El Decreto de La Paz, del 9 de febrero de 1825, constituye la “piedra angular” de la Independencia de Charcas o el Alto Perú. Definió los lineamientos de una Asamblea que determinaría el futuro de Charcas. Esta Asamblea, que tuvo lugar en Chuquisaca, el mismo año declaró la Independencia de los departamentos correspondientes a la jurisdicción de la antigua Audiencia y después nombró a la nueva República: Bolivia. Por lo tanto un estudio del mencionado Decreto es fundamental para comprender la Independencia boliviana y el decisivo papel jugado por Sucre.
Primeramente, hay que señalar que el joven Mariscal requería la autorización de Bolívar, supremo comandante del Ejército Libertador, para conducir una campaña que libertaría al Alto Perú de las fuerzas aún leales al Rey, comandadas por el general Pedro Antonio de Olañeta, tío de Casimiro Olañeta. Casimiro, quien se desempeñaba como secretario privado del General Realista, desertó luego de la magnífica victoria obtenida por Sucre en Ayacucho y, meses después, al mediodía del 2 de febrero de 1825, llegó hasta Puno, donde se hallaba acantonado el triunfante Ejército Libertador aguardando novedades. Esta fecha y la subsecuente cronología son claves para determinar la autoría del Decreto de La Paz del 9 de febrero. La cronología así como la correspondencia pertinente entre Sucre y Bolívar y el cuartel general bolivariano se hallan ahora claramente ordenadas. Demetrio Ramos acertadamente afirma que “la reconstrucción de estos hechos” es, en su criterio, imprescindible.
Para mí, está claro que ni Sucre ni Bolívar tenían ninguna idea o plan definido respecto al futuro de Charcas, luego de la eliminación de las fuerzas españolas. Era un problema sumamente complejo, como sabe cualquier persona familiarizada con la época sobre una región, sobre la cual conflictivamente reclamaban tener derechos las dos antiguas capitales virreinales, Lima y Buenos Aires. A esto debe añadirse la separación del ejército del General Olañeta del resto de las fuerzas realistas; una maniobra que confundió a Sucre y Bolívar y que en última instancia estaba inspirada en la intención del general de defender empecinadamente la causa española en Charcas. Bolívar, me parece, hubiera preferido dejar la tarea de la liberación del territorio charquino a las fuerzas patriotas de Buenos Aires (Provincias Unidas). Después, y especialmente con el contundente resultado de Ayacucho, esta actitud aparentemente cambiaría.
Es también bastante comprensible que el interés y atención del Libertador estuviesen más orientados hacia el norte de Sudamérica y el Caribe, como lo sugieren las acciones que protagonizó previamente a la llegada al Bajo Perú. Lo mismo se puede decir de Sucre. Él se sentía poco entusiasmado de ingresar a Charcas y empezar una nueva campaña. Tres días después de su gran victoria de Ayacucho, escribió a Bolívar y pidió ser relevado de toda nueva obligación. Una semana y media más tarde, volvió a escribir al Libertador, comunicándole que el problema de Charcas era sumamente “delicado”.
Dos días después, el 25 de diciembre de 1824, expresó otra vez su fuerte rechazo a tratar la confusión y complejidades del Alto Perú. Sin embargo, Bolívar se negó a considerar los deseos personales de Sucre. Simplemente lo ignoró en este aspecto. El Libertador confiaba totalmente en Sucre y pareciera que a fines de 1824, él, Bolívar, ineludiblemente tenía que confrontar la situación de Charcas.
Cuando se hizo necesario para Bolívar y Sucre continuar la campaña en Charcas, el problema del futuro político de esta región tenía que ser considerado. Y era Sucre quien tenía el cuadro más realista de la situación. Bolívar continuaba pensando en un continente armonioso e independiente en vez de unidades autónomas de menos extensión. Sucre empezó darse cuenta de que existía el deseo de una Charcas independiente, que no fuera parte de Perú (Bajo Perú) o las Provincia Unidas (Argentina). Esto se halla planteado explícitamente en su carta dirigida a Bolívar el 8 de enero de 1825, desde Cuzco. Esta nota es crucial para explicar la importancia de Sucre en la creación de una Bolivia independiente. El expresó a Bolívar que si ingresaba al Alto Perú, estaría en un país que quería estar separado de otros. Él, además, se preocupó por añadir que esto creaba problemas complejos. Por lo tanto, un mes antes de reunirse con Casimiro Olañeta, Sucre ya había llegado a la conclusión de que Charcas quería ser independiente. Eso lo comunicó a Bolívar. Para mí esto muestra que de los tres: Bolívar, Casimiro Olañeta y Sucre, el vencedor de Ayacucho merece más crédito por la creación de Bolivia que los otros dos. Pero no hay duda de que fue reticente a asumir la gran tarea de la independencia de Bolivia. Era más su modestia y el deseo de volver a la vida privada, que su objeción a la Independencia de Charcas, Bolívar llegó a aceptar la idea de Sucre respecto al Alto Perú, y pronto Casimiro Olañeta de manera hábil empezó a ejercer su influencia sobre Sucre para conseguir un Alto Perú independiente que encajaba perfectamente en sus planes.
El 8 de enero, Sucre dijo a Bolívar que creía que el Alto Perú anhelaba una existencia autónoma. Bolívar desestimó el deseo de Sucre de no asumir la conducción de la siguiente fase de la campaña en territorio charquino. El 19 de enero, Sucre dejó el Cuzco; se hallaba en Sicuani el día 23; y entró en Puno, la última población peruana (Bajo Perú) el 19 de febrero. En este punto se detuvo con el objeto de prepararse para cruzar el Río Desaguadero y entrar a Charcas o el Alto Perú. En Puno, el 1 y 2 de febrero, Sucre esbozó el Decreto de 9 de ese mes, que culminó en una Charcas independiente. Dos aspectos deben ser considerados. Pareciera que Sucre pensaba que el lado político de la próxima marcha sobre Charcas era más imperativo y debía ser resuelto. Tenía confianza en que militarmente su ejército haría prevalecer su capacidad y daría fin con la resistencia del general Olañeta. Por lo tanto, elaboró un esbozo (proyecto de su Decreto) que próximamente promulgaría a su llegada a La Paz. Como se ha dicho, el borrador fue preparado por el mismo Sucre, por él solo, sin la intervención de Bolívar o Casimiro Olañeta. Recalco, que el 2 de febrero, terminó el borrador, el proyecto, y no precisamente el Decreto final que fue hecho público el 9 de febrero en La Paz. Tenemos conocimiento de esto, gracias al estudio del historiador argentino Julio César Gonzáles, fundamentado y profundizado por el historiador Demetrio Ramos.
Sucre dice en una misiva a Bolívar, fechada el 3 de febrero que elaboró un Decreto, “cuya copia envío con la nota, relacionado con el futuro político del Alto Perú” y le anunció que lo publicaría a su llegada a La Paz. Aseguró a Bolívar quien había terminado el esbozo de decreto la noche previa. Esto es el 2 de febrero. Casimiro Olañeta que abandonó a su tío, llegó a los cuarteles de Sucre el 3 de febrero al medio día. Esto también lo sabemos por la correspondencia del Mariscal de Ayacucho.
Los primeros historiadores de la independencia erróneamente creyeron que Olañeta había arribado el 1 de febrero. La llegada el 3 de febrero, sin embargo, ahora no es disputada y es aceptada por todos. Por consiguiente, Sucre sólo compuso el Decreto. Olañeta en los años siguientes afirmó que él inspiró a Sucre para que promulgara el Decreto de 9 de febrero. Dijo que lo hizo mientras estaba en la población de Acora a orillas del Lago Titicaca [al sudeste de Puno, entre esta población e Ilave]. Sucre y su ejército llegaron a Acora el 4 de febrero.
Algunos historiadores plantean que Casimiro Olañeta es el verdadero autor del Decreto; esto está equivocado, ahora sabemos que Olañeta tuvo influencia substancial y fue instrumental en la realización de cambios en la versión final. Gracias a la investigación del historiador argentino Julio César Gonzáles, está claro que el Decreto de 9 de febrero promulgado en La Paz es una versión modificada del borrador (proyecto) del 2 de febrero de Puno. El aporte muestra que la Asamblea que decidiría el futuro de Charcas seria dominada por aquellos hombres cuya mentalidad era semejante a la de Casimiro Olañeta. Los he llamado en mis trabajos “la generación de 1825”, para diferenciarlos de las personas que en 1808 iniciaron la Guerra de la Independencia. Gabriel René-Moreno y Humberto Vázquez-Machicado los denominaron los hombres de 1825, “Dos Caras”, y yo acepté su terminología. Ninguno de nosotros, ni José Luis Roca, un reciente defensor de Casimiro Olañeta teníamos conocimiento de las diferencias entre el borrador de Puno y el Decreto de La Paz.
Casimiro Olañeta con su intenso encanto personal, su capacidad persuasiva, que ocultaban su duplicidad y su ambición personal, fácilmente impresionó a Sucre, un hombre que siempre buscaba lo mejor en una persona. Sucre relató a Bolívar la impresión positiva que le causó Casimiro Olañeta. Tres años más tarde dijo a Bolívar que había estado equivocado. Casimiro Olañeta recientemente había tramado el derrocamiento de Sucre.
Con la nueva evidencia presentada por el historiador argentino y reinterpretada por Ramos no tengo ninguna duda de que Casimiro Olañeta fue responsable de la revisión del proyecto de Puno. No obstante, Sucre es el primer autor del Decreto de 9 de febrero de 1825, que inició la Independencia de Bolivia, declarada el 6 de agosto de ese año. Sucre debe pues ser considerado como la persona más importante en la creación de Bolivia.
(Traducción del Dr. Raúl Calderón J.).

Cada vez que los colegas bolivianos recuerdan a Charles W. Arnade, deploran que el historiador americano hubiera dejado un oficio para el cual está excepcionalmente dotado y de lo cual dio una muestra inolvidable en su “The dramatic Emergency of the Republic of Bolivia”, que causó un fuerte impacto en el campo de los estudios históricos bolivianos, cuando fue publicado allá por los años sesenta. Ha sido traducido no muy idóneamente como “La Dramática Insurgencia de Bolivia”.
Fue su tesis doctoral escrita durante dos años, principalmente con los documentos de la Biblioteca y Archivo Nacionales de Bolivia. Todo cuanto se dice en este libro está respaldado por la correspondiente información de primera mano, pues Arnade consultó papeles no tocados hasta entonces. El estilo de su relato es de una gran brillantez y dramático como el título de su libro.
Arnade da una visión nueva y radical de la lucha por la independencia de Bolivia; siente una verdadera admiración por los guerrilleros, quienes invocaban ya el concepto de una patria libre. La mayoría de ellos se inmolaron en la lucha y, una vez creada la República, el puesto que les correspondía fue ocupado por doctores de dudosa trayectoria. Para él, de aquellos incansables luchadores, sólo José Miguel Lanza y José Ballivián merecieron participar en la Asamblea de 1825.
A pesar del tiempo, Arnade nunca cortó sus vínculos de amistad con sus colegas bolivianos y esta vez ha accedido a colaborar en esta colección de homenaje al Mariscal Sucre.

EL ALTO PERÚ Y LA REPÚBLICA DE BOLIVIA.
NI LIMA NI BUENOS AIRES.
Autor: Alberto Crespo.

Producida la consolidación del estado argentino en 1824, los distritos de Charcas no fueron tomados en cuenta por Buenos Aires y, por otro lado, al proclamarse la independencia del Perú, en 1821, se había prescindido de ellos por completo. Llegaba, pues, Sucre al Alto Perú cuando su autonomía se hallaba ratificada de hecho. Ni Lima ni Buenos Aires, que tan arduamente se lo habían disputado cuando se propuso su traspaso a este último virreinato, demostraban al final de la guerra de la independencia interés por recuperar ese territorio.
De ahí que, a la caída del poder español, Sucre encontró en el pequeño grupo representativo del millón de personas que poblaban las cuatro intendencias tanta voluntad interna de autonomía como ausencia de las dos antiguas soberanías, si no desaparecidas por completo, por lo menos debilitadas hasta la vecindad de la inexistencia. El decreto del mariscal Sucre era resultado de un certero enjuiciamiento de la realidad de ese momento.
Sin embargo, tal modo de ver las cosas era distinto del que alentaba Bolívar, colocado en ese momento en una perspectiva diferente -la de la gran nación americana- y fue por eso que desde Arequipa, el 16 de mayo de 1825, dictó un decreto por el cual supeditaba los acuerdos de la Asamblea de las provincias altoperuanas a la decisión final que adoptase el Congreso del Perú convocado para 1826.
La noticia de la capitulación de las últimas fuerzas españolas obedientes al rey después de la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), despertó en el gobierno de Buenos Aires en primer lugar un débil interés por el destino de las provincias altoperuanas que ahora quedaban liberadas del poder extranjero. En segundo lugar no dejó de producirse en las autoridades bonaerenses un acusado temor por la aproximación de las fuerzas colombianas que, después de haber destruido la última y, por cierto, ya inútil resistencia que ofrecía el general Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú, se viesen tentadas de aspirar a algún tipo de intervención o influencia en las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Esas consideraciones indujeron al gobierno de Buenos Aires, a disponer, el 28 de febrero de 1825, la marcha del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, al mando de las fuerzas del norte situadas en Salta, para obtener la rendición de Olañeta sobre la base de la disolución de su ejército, la libre salida a España de sus jefes y oficiales y cualesquiera otras ventajas que Arenales juzgara conveniente ofrecer.
El gobierno de Buenos Aires se daba perfecta cuenta de que sus instrucciones eran tardías y hasta cierto punto simplemente simbólicas, pues habían sido expedidas después de que el ejército de Sucre hubo ingresado en la ciudad de La Paz. Con todo, Arenales partió hacia el lugar de su cometido el 25 de marzo.
Venía al Alto Perú un hombre convencido como el que más de la necesidad de mantener la antigua unidad entre Buenos Aires y las provincias de “arriba”. Arenales había combatido desde el primer día por la independencia de éstas y las más resonantes victorias obtenidas por los guerrilleros se debían a él (La Florida). Entre sus instrucciones no escritas estaba la de impedir la separación definitiva y procurar, aunque con pocas esperanzas, la reunificación, y en el peor de los casos oponerse en cuanto pudiera a la anexión al Perú.
Sin embargo, se ha dicho que la presencia del ejército de Arenales en el Alto Perú equivalía implícitamente a una sanción del derecho de las cuatro provincias a elegir la forma de su futura existencia política. Si no era posible la reunificación, había que apoyar la autonomía y fue por eso que Arenales aplaudió la decisión tomada por Bolívar el 16 de mayo de reconocer el derecho de los altoperuanos de elegir su destino, aunque esa voluntad quedara supeditada a la del congreso peruano. Estaba Arenales en la ciudad de Chuquisaca cuando recibió un decreto, de 9 de mayo, del gobierno de Buenos Aires que, al acreditar una legación ante Bolívar, reconocía la libertad de las cuatro provincias de disponer de su futuro según creyesen que convenía “a sus intereses y a su felicidad”.
Cuando los 39 diputados de las provincias de La Paz, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba y Santa Cruz se reunieron el 10 de julio en Chuquisaca (nombre que adoptó la ciudad de La Plata desde el día en que terminó el poder real de los españoles en el Alto Perú), para determinar el porvenir de esos territorios, se vieron colocados ante una situación sumamente compleja, aunque con un final que en ese momento no era difícil avizorar.
Cuando se reunieron los asambleístas, Sucre que había puesto su mayor atención en que, a pesar de las dificultades y limitaciones de instante tan especial, las elecciones se realizaran dentro de la mayor corrección, llevó al extremo esa escrupulosidad al abandonar la ciudad, a fin de que por ningún motivo hubiera el menor asomo de presión o influencia sobre los representantes, y salió con el ejército colombiano hacia Cochabamba. En realidad, los diputados debían alcanzar el número de 48, pero no todos pudieron llegar a Chuquisaca en la fecha señalada.
Era ante todo una asamblea de doctores, de abogados, graduados en la Universidad de San Francisco Xavier. En realidad, se trataba de una segunda generación de abogados de esa Universidad que tenía que vérselas con la independencia. La primera había actuado en el planteamiento y en las acciones de la revolución contra España a partir de 1809, pero un buen número de ellos había sido sacrificado por sus ideales, relegado a planos sin participación o dispersado en otras regiones del Continente con la conmoción de la guerra de dieciséis años. José Mariano Serrano fue elegido para presidir la Asamblea, aunque el poder efectivo estaba en manos de Casimiro Olañeta, el representante de mayor influencia y prestigio. Los dos eran diputados por Chuquisaca, donde habían nacido.
Por su capacidad oratoria, por su aptitud para desenvolverse dentro de su medio, por el conocimiento que tenían de los hombres, Serrano y Olañeta señalaron a la Asamblea el camino a tomar y de nada sirvieron las otras proposiciones presentadas para una unión con el Perú, como la de Eusebio Gutiérrez y aún la del vicepresidente Mendizábal, quien pidió que se examinase si realmente el nuevo Estado que se proyectaba crear contaba con los recursos suficientes para asegurar su independencia en el futuro. Manuel Montoya, un diputado por Potosí, fue quien tal vez presentó el argumento más fundado en favor de la autonomía, al decir que si las provincias se agregaban al Perú, el gobierno de Buenos Aires se empeñaría tenazmente en destruir esa unión, lo cual seria motivo de graves conflictos posteriores. La unidad con Argentina provocaría efectos contrarios, igualmente peligrosos. Otro diputado, José Ignacio Sanjinés, dijo que la unión con cualquiera de los países vecinos, Perú o Argentina, sería irreversible y un paso definitivo. En cambio, la autonomía daba la oportunidad de apreciar el desarrollo de los acontecimientos y de tomar decisiones en vista de la experiencia recogida.
El día 6 de agosto, aniversario de la batalla de Junín, bajo la presidencia de José Miguel Lanza, valeroso guerrillero en las regiones de Ayopaya e Inquisivi, se procedió a la votación. La primera proposición que se presentó fue la de la unión con las Provincias del Plata, que no tuvo ni un solo voto de apoyo. Apenas corrió mejor suerte la segunda proposición, de la unión con el Perú, la cual tuvo el voto de Eusebio Gutiérrez, que recibió el respaldo de Juan Manuel Velarde. Desde ese momento, el resultado final de la votación estaba ya dado. Cuando Lanza sometió a consideración de los asambleístas la tercera propuesta que decía que “los departamentos del Alto Perú decláranse a sí mismos un Estado soberano e independiente de todas las otras naciones en el Viejo y Nuevo Mundo”, 45 de los representantes, con la sola excepción de los dos delegados de La Paz, se pronunciaron por la autonomía. Enseguida se leyó la Declaración de la Independencia, que previendo con certeza el resultado de la votación había sido ya redactada no tanto por la comisión nombrada para ese fin, sino principalmente por Serrano, y en la cual las provincias declaraban su “voluntad irrevocable de gobernarse por sí mismas y ser regidas por la Constitución, leyes y autoridades que ellas propias se diesen y creyesen más conducentes a su futura felicidad...” La nación llevaría el nombre de Bolívar y la capital, instalada en una ciudad que seria levantada más adelante, se llamaría Sucre.

LUCES Y SOMBRAS DE OLAÑETA.
Autor: Alberto Crespo.

La figura y personalidad de Casimiro Olañeta es uno de los buenos ejemplos de cómo la historiografía es un proceso en constante revisión y de cómo las colectividades juzgan el pasado -como no puede ser de otra manera- de acuerdo a sus tablas de valores, a los criterios prevalecientes en cada época, a los juicios propios de las ideologías predominantes.
Lo cual es una prueba de la arbitrariedad que encierra la idea de que la historia es un tribunal, ya que no se concibe un tribunal que varíe de veredictos, según períodos sucesivos. Sin duda, quien ha sido sentado en Bolivia más veces en el banquillo es Olañeta, saliendo en ocasiones absuelto con honores y otras condenado sin atenuantes. Estamos muy lejos todavía de que su causa, su grueso expediente, al que le faltan muchas piezas, sea archivado.
Pocos personajes de nuestra historia han sido objeto de enjuiciamientos tan cambiantes y contradictorios como Olañeta, considerado por unos como el patriota creador y defensor de la República y por otros como un político versátil, un inconsecuente inspirador de conspiraciones. Tanto una corriente como la otra no han estado exentas de simpatías calurosas, cuando no de adversas cargas de pasión. Entre esos dos extremos el perfil verdadero de Olañeta ha quedado confundido en medio del elogio de sus panegiristas y la diatriba de sus detractores. José Luis Roca ha sostenido que se ha hecho un “mito” del traidor.
Urcullo le adjudica la paternidad de Bolivia, mientras que para Gabriel René Moreno es el más conspicuo representante de los “dos caras”. Gustavo Adolfo Otero, sin muchas vacilaciones, le llama “partero de la nacionalidad”, a tiempo que Charles W. Arnade de no ve en él sino a un eterno y desaprensivo politiquero. Se podría decir que hasta ahora nunca se ha escrito sobre él sino para vituperarlo o ensalzarlo. En medio de criterios tan diametralmente encontrados, no es fácil distinguir la imagen cabal del discutido personaje. La verdad es que poseía muchas de las condiciones que exige la diplomacia, o cuando menos la de otras épocas: una expresión seductoramente persuasiva, un eficaz conocimiento jurídico recogido en las universidades de Córdoba y La Plata, una innata facilidad para sacar del juego al adversario.
Sería inacabable seguir el rastro de todas las gestiones que llevó a cabo el abogado de Charcas, porque su vida fue una constante negociación en los más distintos niveles y en las más Insospechadas circunstancias. No se puede dejar de mencionar la que efectuó ante José Miguel Lanza a fines de 1824 y en la que pretendió convencer al jefe guerrillero para que combatiera junto al absolutista Pedro Antonio de Olañeta contra los militares españoles de tendencia liberal.

LOA CAMINOS DEL MARISCAL.
Autor: INDEAA.

1811. Primera República venezolana (5/VII). Toma de Valencia (13/VIII). Sucre pelea junto al ejército de Miranda. Poco después conoce a Simón Bolívar.
1812. Sucre regresa a Cumaná (25/VII), después de que cae la Primera República.
1813. Se incorpora a la campaña del oriente en los ejércitos de Mariño, hasta la instauración de la Segunda República.
1814. Su hermano Pedro es fusilado en La Victoria. Cuando Boyes toma Cumaná mueren sus hermanos Vicente y Magdalena.
1815. Se dirige a Haití con Bermúdez y Soublette.
1816. Naufraga en las costas de Paria. Es nombrado Jefe de Estado Mayor en el Ejército de Mariño.
1817. Se encarga del cuerpo de infantería Bajo Orinoco. Inicia conversaciones con Mariño para que éste se subordine a Bolívar.
1818. Actúa en la Campaña de Río Caribe, en el Estado mayor de Bermúdez.
1819. Se instaura la Tercera República Venezolana. Sucre es elegido diputado al Congreso de Angostura (15/II). Es ascendido a General de Brigada. Se incorpora a la campaña de Guayana a las órdenes de Bolívar. Nace la Gran Colombia (17/XII)
1820. Bolívar le nombra Ministro de Guerra Interino (27/IX) y Jefe de Estado Mayor General (16/XI). Redacta el Armisticio y Tratado de Regularización de la Guerra, firmado en Trujillo.
1821. Se le confiere el mando del Ejército del Sur. Se encarga de la Campaña de Pasto y Popayán. Se embarca en Dirección a Guayaquil. Triunfa en la Batalla de Yaguachi y es derrotado en Huachi.
1822. Parte de Guayaquil para unirse al ejército del Perú. Crea la Corte Suprema de Justicia en Cuenca. Triunfa en Pichincha (241V). Es ascendido a General de División y nombrado Intendente de Quito.
1823. Se dirige a Lima como Ministro Plenipotenciario de Colombia. Es nombrado Jefe del Ejército Unido de Colombia y Perú. Inicia la Campaña del Sur liberando Arequipa. Se reúne con Santa Cruz en Moquegua.
1824. Bolívar lo nombra General en Jefe del Ejército Unido libertador del Perú. A fines de julio dirige la ofensiva de La Sierra. Derrota a La Serna y Canterac en Ayacucho (9/XII). Bolívar lo nombra Gran Mariscal de Ayacucho (27/XII). Sucre entra al Cuzco (28/XII).
1825. Llega a Puno (29/I). Cruza el Río Desaguadero en marcha hacia La Paz (amanecer del 4/II).

1 comentario:

  1. No cabe duda que fue el general Olañeta quien dio las primeras ideas del Alto Perú independiente, pues en sus cartas de antes y después de Junín a Sucre, ya le dijo que el Alto Perú "no quiere sino pertenecerse así mismo". Este dato valioso habría que cotejarlo con la posición del mismo Bolívar y Sucre, para concluir que todos coincidieron en la independencia. Además tampoco se debe olvidar que ya Medinaceli en su carta del 9 de enero le anticipó a Sucre que la decisión uniforme era no pertenecer ni a Buenos Aires ni a Lima, independientes conforme lo hubo proclamado el 1º de febrero de 1825 en Cotagaita.

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