La industria de las cotizadas guitarras Fender donde se crea el famoso modelos stratocaster. Semiartesanal, cada Stratocaster nace en un banco de trabajo de las manos de un especialista.
Aquí se fabrica el Rock.
Copiado hasta el cansancio, el modelo se produce en plantas Fender de Corea, México, EE.UU. y Japón. A mediados de la década de los 50 nacía la guitarra eléctrica más célebre, difundida y amada del mundo, la Fender Stratocaster Creada para la música country, la Stratocaster conoció la gloria en el mundo del rock como el instrumento elegido por los mayores virtuosos y solistas. Leo Fender, su creador junto a Freddie Tavares y Bill Carson, jamás soñó con un éxito semejante: él buscaba simplemente crear una herramienta flexible y cómoda para el músico profesional.
Muchas décadas después, sus fabricantes mantienen la misma tecnología y, sobre todo, su diseño. El modelo más económico de estos instrumentos se cotiza en 400 dólares. Los especiales cuestan alrededor de dos mil, mientras que las históricas no tienen precio.
Nuestras musas, las del siglo veinte y del veintiuno, son eléctricas. Y no usan arpas para inspirarnos, sino guitarras tan eléctricas como ellas mismas. No hay estadísticas, pero es casi seguro que muchas musas visitan a los artistas armadas con una Fender Stratocaster, la guitarra más famosa, más clásica y más usada por las estrellas de la música moderna.
Hace cuarenta años, en Fullerton, un suburbio de Los Angeles, al sur de California, salía a la venta la Stratocaster, un milagro de buen diseño que iba a superar todas las expectativas posibles para convertirse en el modelo más famoso de la historia. La “Strat” como la llaman los músicos anglosajones —o la “Estrato”, como le dicen los chilenos— es uno de los pocos artefactos de los años cincuenta que todavía parecen modernos. Todo lo demás de esa época, la ropa, los autos, los muebles, parece datado, viejo o simplemente nostálgico. La Stratocaster, en cambio, parece recién salida del tablero de dibujo, un diseño de perfecta modernidad que ya casi tiene seis décadas.
La versatilidad del modelo desafía la imaginación. La Fender Stratocaster ha sido y es usada para la mayoría de los géneros musicales: blues, country, tango, rock sinfónico, rock duro, melódico slide. Desde el escenario, esta guitarra impresiona, duele, arrulla, conmueve o ensordece. Siempre igual a sí misma, se reveló como un instrumento de extraordinaria flexibilidad que permite al artista una expresión sin par.
Ya lo dijo Eric Clapton, uno de sus usuarios más incondicionales: “He probado prácticamente todas las guitarras que se hayan fabricado y siempre vuelvo a la Stratocaster. Y es como volver a casa. Es dura y, sin embargo, es confortable, es cruda y también pura”.
La historia de este parangón de tecnología y arte comenzó poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el calderero Clarence Leo Fender, de Anaheim, California, decidió dedicarse a la pasión que lo dominaba, las invenciones electrónicas. Viendo un mercado activo, Leo Fender comenzó a diseñar y fabricar guitarras eléctricas y amplificadores, inventos que comenzaban a popularizarse. Paradójicamente, Fender jamás aprendió a tocar los instrumentos que producía, pero siempre tuvo como amigos íntimos a músicos profesionales.
Para el diseñador, el objetivo era responder “a lo que los músicos necesitaban. Cada amplificador y guitarra eran dibujados y equipados hablando constantemente con músicos. Yo no arrancaba mi trabajo con ideas preconcebidas, sino con una lista de cosas que me comentaban músicos”. En los últimos años de la década del cuarenta, la compañía Fender ya crecía gracias a la calidad y flexibilidad de sus amplificadores, y al modelo Telecaster de guitarra eléctrica, aun hoy en producción y popular entre los rockeros.
Hacia 1953, cuando producía los clásicos bajos Jazz Master y las guitarras Stringmaster y Esquire, Leo Fender contrató a Freddie Tavares y BilI Carson, las otras dos personas que comparten la paternidad de la Stratocaster. Tavares era un diseñador experimentado, que aportá las famosas “curvas francesas” del modelo. Carson era por entonces un popular músico country y de sesión, que conocía perfectamente las necesidades de los profesionales.
El mercado que la compañía tenía en mente era el de la música country y la Stratocaster todavía refleja ese marketing de los años 50. Por ejemplo, la barra de vibrato, que permite variar la tensión de las cuerdas y lograr efectos de distorsión, acababa de ser inventada por una compañía rival y hacía furor entre los músicos country.
La Stratocaster fue naciendo de a poco en sucesivos modelos artesanales fabricados en 1953 y 1954. De un cuerpo tradicional, sólido pero hecho de tres bloques de madera, se pasó a uno de una sola pieza de madera de fresno. El mástil, en cambio, varió poco y siempre fue de una pieza, con los trastes empotrados, de madera de cedro.
Los controles de la guitarra se planearon de acuerdo con la filosofía de servir al músico. Los tres potenciómetros se colocaron debajo de las cuerdas, de modo de poder usarlos casi sin dejar de tocar. El jack donde se conecta al cable al amplificador pasó de estar en el canto del cuerpo de la guitarra, como en la mayoría de los modelos de la época, a estar en la cara anterior. El diseño —una “taza” hundida, donde la ficha entra en ángulo, de modo de no sobresalir y molestar— no ha cambiado en cuarenta años y ha sido imitado por decenas de otras guitarras.
Con la base del diseño ya lista y considerables mejoras en la calidad de micrófonos, Fender, Tavares y Carson se pusieron a trabajar en la forma y comodidad de la Stratocaster. Las curvas permitieron una guitarra que fuera cómoda para tocar parado o sentado. Los dos “cuernos” de la guitarra nacieron como accesos a las notas más agudas y le dieron un aspecto ágil y a la vez equilibrado. La “espalda” de la guitarra requirió un fino trabajo de adaptación. La parte superior del contorno de esta “espalda” recibió un profundo chanfle curvo, que se adapta al pecho del músico cuando éste toca sentado. La cajita que recibe el mecanismo del vibrato fue variando hasta llegar a lo que es aún hoy: una placa pulida con pequeñas perforaciones exactamente planeadas para ayudar a la vibración.
Pero es en el clavijero donde Fender logró un detalle supremo. El diseñador quería que las cuerdas pasaran el puente y llegaran a las clavijas de afinación en línea recta, y no abriéndose en ángulo como en las guitarras españolas. Por eso, las colocó en ángulo, perfectamente alineadas con la dirección del brazo de la guitarra. La forma del clavijero pasó a ser el logo de la Stratocaster: líneas rectas arriba y abajo, una curva casi circular en la punta.
A fines de 1954 todo estaba listo para empezar la producción en serie y la venta. El departamento de marketing de la empresa propuso el nombre Stratocaster para aprovechar la asociación con alta tecnología que tenía en la época la palabra “estratosfera”. Hay que recordar que la era espacial todavía no había empezado y que la tecnología de punta era la de los aviones a chorro como el X-15, que llegaban a las capas más altas de la atmósfera, como la estratosfera.
La primera Stratocaster fue promocionada como “equipada con trémolo sincronizado”, aunque en realidad tenía sólo una barra de vibrato. Salió a la venta en un solo color, marrón oscuro semitraslúcido, lo que era curiosísimo en los años cincuenta, en que el color de moda era un barniz claro con ribetes esfumados de amarillo. Sucede que, al tener un cuerpo de una sola pieza, la Stratocaster creaba el problema de conseguir placas de madera de buena calidad que fueran lo suficientemente grandes. Muchas veces, las únicas disponibles tenían vetas que no se podían tapar con barniz claro. Y Leo Fender decidió salir con uno más oscuro.
La flamante guitarra salió a la venta por doscientos cincuenta dólares, un precio que se ubicaba justo al medio del de los dos modelos más vendidos de la época, el Gibson Les Paul Custom (U$s 325) y el Les Paul Model (U$s 225). Hoy en día, una Stratocaster 1954 es prácticamente inhallable y cuesta una fortuna. Como ejemplo y guía, una fabricada en 1957, cuando la producción empezó a ser masiva, cuesta hoy por lo menos diez mil dólares.
La carrera de la Stratocaster marchó bien desde el primer momento. Los profesionales se quedaron encantados con lo práctica y cómoda que era, y la difundieron en todos los géneros existentes. Sin embargo, esta guitarra comenzó a ser parte del Olimpo musical recién en los años sesenta, cuando uno de los dioses la eligió: James Marshall Hendrix (1942-1970), más conocido por su sobrenombre Jimmi, fue quien realmente mostró lo que se podía hacer con seis cuerdas. Y para demostrarlo eligió una Stratocaster. No es posible exagerar la importancia de Hendrix entre los guitarristas de rock. El entonces joven Clapton compró su primera Strato después de ver a Hendrix puntear con una (y luego quemarla en escena, como solía hacer en sus shows) y una legión de músicos lo imitó.
Al contrario del primer rock, que prefería los sonidos más suaves de las guitarras con caja, el rock de los sesenta se hacía duro y encontraba su instrumento en la Stratocaster.
Lo demás es historia. De Stevie Ray Vaughan a George Harrison, de Buddy Holly a Jeff Beck, de Ry Cooder a Ritchie Blackmoore, rockeros y bluseros del mundo mostraron lo que sabían hacer con una Fender Stratocaster en las manos. Cuando Leo Fender murió en marzo de 1991, lo hizo con la satisfacción de saber que había creado un clásico inigualable. Su guitarra se fabricaba en Estados Unidos, México y Corea y había sido imitada por 200 fabricantes en el mundo entero.
Autor: Sergio Ciernan.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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Aquí se fabrica el Rock.
Copiado hasta el cansancio, el modelo se produce en plantas Fender de Corea, México, EE.UU. y Japón. A mediados de la década de los 50 nacía la guitarra eléctrica más célebre, difundida y amada del mundo, la Fender Stratocaster Creada para la música country, la Stratocaster conoció la gloria en el mundo del rock como el instrumento elegido por los mayores virtuosos y solistas. Leo Fender, su creador junto a Freddie Tavares y Bill Carson, jamás soñó con un éxito semejante: él buscaba simplemente crear una herramienta flexible y cómoda para el músico profesional.
Muchas décadas después, sus fabricantes mantienen la misma tecnología y, sobre todo, su diseño. El modelo más económico de estos instrumentos se cotiza en 400 dólares. Los especiales cuestan alrededor de dos mil, mientras que las históricas no tienen precio.
Nuestras musas, las del siglo veinte y del veintiuno, son eléctricas. Y no usan arpas para inspirarnos, sino guitarras tan eléctricas como ellas mismas. No hay estadísticas, pero es casi seguro que muchas musas visitan a los artistas armadas con una Fender Stratocaster, la guitarra más famosa, más clásica y más usada por las estrellas de la música moderna.
Hace cuarenta años, en Fullerton, un suburbio de Los Angeles, al sur de California, salía a la venta la Stratocaster, un milagro de buen diseño que iba a superar todas las expectativas posibles para convertirse en el modelo más famoso de la historia. La “Strat” como la llaman los músicos anglosajones —o la “Estrato”, como le dicen los chilenos— es uno de los pocos artefactos de los años cincuenta que todavía parecen modernos. Todo lo demás de esa época, la ropa, los autos, los muebles, parece datado, viejo o simplemente nostálgico. La Stratocaster, en cambio, parece recién salida del tablero de dibujo, un diseño de perfecta modernidad que ya casi tiene seis décadas.
La versatilidad del modelo desafía la imaginación. La Fender Stratocaster ha sido y es usada para la mayoría de los géneros musicales: blues, country, tango, rock sinfónico, rock duro, melódico slide. Desde el escenario, esta guitarra impresiona, duele, arrulla, conmueve o ensordece. Siempre igual a sí misma, se reveló como un instrumento de extraordinaria flexibilidad que permite al artista una expresión sin par.
Ya lo dijo Eric Clapton, uno de sus usuarios más incondicionales: “He probado prácticamente todas las guitarras que se hayan fabricado y siempre vuelvo a la Stratocaster. Y es como volver a casa. Es dura y, sin embargo, es confortable, es cruda y también pura”.
La historia de este parangón de tecnología y arte comenzó poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el calderero Clarence Leo Fender, de Anaheim, California, decidió dedicarse a la pasión que lo dominaba, las invenciones electrónicas. Viendo un mercado activo, Leo Fender comenzó a diseñar y fabricar guitarras eléctricas y amplificadores, inventos que comenzaban a popularizarse. Paradójicamente, Fender jamás aprendió a tocar los instrumentos que producía, pero siempre tuvo como amigos íntimos a músicos profesionales.
Para el diseñador, el objetivo era responder “a lo que los músicos necesitaban. Cada amplificador y guitarra eran dibujados y equipados hablando constantemente con músicos. Yo no arrancaba mi trabajo con ideas preconcebidas, sino con una lista de cosas que me comentaban músicos”. En los últimos años de la década del cuarenta, la compañía Fender ya crecía gracias a la calidad y flexibilidad de sus amplificadores, y al modelo Telecaster de guitarra eléctrica, aun hoy en producción y popular entre los rockeros.
Hacia 1953, cuando producía los clásicos bajos Jazz Master y las guitarras Stringmaster y Esquire, Leo Fender contrató a Freddie Tavares y BilI Carson, las otras dos personas que comparten la paternidad de la Stratocaster. Tavares era un diseñador experimentado, que aportá las famosas “curvas francesas” del modelo. Carson era por entonces un popular músico country y de sesión, que conocía perfectamente las necesidades de los profesionales.
El mercado que la compañía tenía en mente era el de la música country y la Stratocaster todavía refleja ese marketing de los años 50. Por ejemplo, la barra de vibrato, que permite variar la tensión de las cuerdas y lograr efectos de distorsión, acababa de ser inventada por una compañía rival y hacía furor entre los músicos country.
La Stratocaster fue naciendo de a poco en sucesivos modelos artesanales fabricados en 1953 y 1954. De un cuerpo tradicional, sólido pero hecho de tres bloques de madera, se pasó a uno de una sola pieza de madera de fresno. El mástil, en cambio, varió poco y siempre fue de una pieza, con los trastes empotrados, de madera de cedro.
Los controles de la guitarra se planearon de acuerdo con la filosofía de servir al músico. Los tres potenciómetros se colocaron debajo de las cuerdas, de modo de poder usarlos casi sin dejar de tocar. El jack donde se conecta al cable al amplificador pasó de estar en el canto del cuerpo de la guitarra, como en la mayoría de los modelos de la época, a estar en la cara anterior. El diseño —una “taza” hundida, donde la ficha entra en ángulo, de modo de no sobresalir y molestar— no ha cambiado en cuarenta años y ha sido imitado por decenas de otras guitarras.
Con la base del diseño ya lista y considerables mejoras en la calidad de micrófonos, Fender, Tavares y Carson se pusieron a trabajar en la forma y comodidad de la Stratocaster. Las curvas permitieron una guitarra que fuera cómoda para tocar parado o sentado. Los dos “cuernos” de la guitarra nacieron como accesos a las notas más agudas y le dieron un aspecto ágil y a la vez equilibrado. La “espalda” de la guitarra requirió un fino trabajo de adaptación. La parte superior del contorno de esta “espalda” recibió un profundo chanfle curvo, que se adapta al pecho del músico cuando éste toca sentado. La cajita que recibe el mecanismo del vibrato fue variando hasta llegar a lo que es aún hoy: una placa pulida con pequeñas perforaciones exactamente planeadas para ayudar a la vibración.
Pero es en el clavijero donde Fender logró un detalle supremo. El diseñador quería que las cuerdas pasaran el puente y llegaran a las clavijas de afinación en línea recta, y no abriéndose en ángulo como en las guitarras españolas. Por eso, las colocó en ángulo, perfectamente alineadas con la dirección del brazo de la guitarra. La forma del clavijero pasó a ser el logo de la Stratocaster: líneas rectas arriba y abajo, una curva casi circular en la punta.
A fines de 1954 todo estaba listo para empezar la producción en serie y la venta. El departamento de marketing de la empresa propuso el nombre Stratocaster para aprovechar la asociación con alta tecnología que tenía en la época la palabra “estratosfera”. Hay que recordar que la era espacial todavía no había empezado y que la tecnología de punta era la de los aviones a chorro como el X-15, que llegaban a las capas más altas de la atmósfera, como la estratosfera.
La primera Stratocaster fue promocionada como “equipada con trémolo sincronizado”, aunque en realidad tenía sólo una barra de vibrato. Salió a la venta en un solo color, marrón oscuro semitraslúcido, lo que era curiosísimo en los años cincuenta, en que el color de moda era un barniz claro con ribetes esfumados de amarillo. Sucede que, al tener un cuerpo de una sola pieza, la Stratocaster creaba el problema de conseguir placas de madera de buena calidad que fueran lo suficientemente grandes. Muchas veces, las únicas disponibles tenían vetas que no se podían tapar con barniz claro. Y Leo Fender decidió salir con uno más oscuro.
La flamante guitarra salió a la venta por doscientos cincuenta dólares, un precio que se ubicaba justo al medio del de los dos modelos más vendidos de la época, el Gibson Les Paul Custom (U$s 325) y el Les Paul Model (U$s 225). Hoy en día, una Stratocaster 1954 es prácticamente inhallable y cuesta una fortuna. Como ejemplo y guía, una fabricada en 1957, cuando la producción empezó a ser masiva, cuesta hoy por lo menos diez mil dólares.
La carrera de la Stratocaster marchó bien desde el primer momento. Los profesionales se quedaron encantados con lo práctica y cómoda que era, y la difundieron en todos los géneros existentes. Sin embargo, esta guitarra comenzó a ser parte del Olimpo musical recién en los años sesenta, cuando uno de los dioses la eligió: James Marshall Hendrix (1942-1970), más conocido por su sobrenombre Jimmi, fue quien realmente mostró lo que se podía hacer con seis cuerdas. Y para demostrarlo eligió una Stratocaster. No es posible exagerar la importancia de Hendrix entre los guitarristas de rock. El entonces joven Clapton compró su primera Strato después de ver a Hendrix puntear con una (y luego quemarla en escena, como solía hacer en sus shows) y una legión de músicos lo imitó.
Al contrario del primer rock, que prefería los sonidos más suaves de las guitarras con caja, el rock de los sesenta se hacía duro y encontraba su instrumento en la Stratocaster.
Lo demás es historia. De Stevie Ray Vaughan a George Harrison, de Buddy Holly a Jeff Beck, de Ry Cooder a Ritchie Blackmoore, rockeros y bluseros del mundo mostraron lo que sabían hacer con una Fender Stratocaster en las manos. Cuando Leo Fender murió en marzo de 1991, lo hizo con la satisfacción de saber que había creado un clásico inigualable. Su guitarra se fabricaba en Estados Unidos, México y Corea y había sido imitada por 200 fabricantes en el mundo entero.
Autor: Sergio Ciernan.
Fuente: Revista “Conozca Más”.
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